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O17 | acoso

Capítulo XVII. Protección.

Miercoles 10 abril, 2019.

kiara's pov

—Kiara —escuché a lo lejos una voz que me llamó—. Kiara, despertate —alguien movió mi hombro—. Kie, ya es de día —repitió, esta vez un poco más fuerte—. ¡Kiara, despierta!

—¡Ah! —abrí los ojos de golpe y debido al salto que pegué me golpeé la mano con la mesa del escritorio—. La puta que me parió.

—Vas tarde —Cassie sonrió inocentemente antes de salir de mi habitación.

Mi ceño se frunció al darme cuenta de que estaba sentada frente a mi computadora, anoche me había quedado dormida y no me di cuenta en qué momento.

Estiré mis brazos sintiendo mis músculos destensarse, estaba adolorida. La posición en la que dormí había sido bastante incómoda.

Con toda la calma del mundo, me dirigí al baño para ducharme, luego me vestí, arreglé el nido de pájaros que tenía en mi cabello y después de tener todo listo, bajé hasta el living. Donde como supuse, ya no había nadie.

A esta hora, mi madre se iba a su trabajo y de paso llevaba a los mellizos al colegio. Se supone que yo debería estar ahora mismo llegando al mío, pero bueno, pasaron cosas.

Suspiré cuando el frío aire me envolvió y cerré la puerta con llave antes de comenzar a caminar.

No dormí nada anoche y, por consecuencia, estaba llegando tarde hoy. ¿Me importaba? Sí, y mucho, no iba a soportar el tener un reporte. Pero no había nada que hacer, así que me tomé la paciencia para llegar. Después me preocuparía por el resto.

—Buenas noches, señorita Müller —evité a toda costa poner los ojos en blanco al escuchar la ironía en las palabras de mi maestro—. Pase.

Busqué al pelinegro con la mirada y me sorprendí al verlo dormido sobre su asiento.

—Ivan —lo llamé en un susurro—. Eu, despertate —moví su hombro haciendo que levantara la cabeza.

Observé su aspecto. Su ceño se encontraba levemente fruncido, sus labios habían adoptado un color más rojizo al igual que su nariz, y las sombras debajo de sus ojos lo hacían lucir cansado.

—¿Todo bien? —pregunté con notoria preocupación.

Miró mis ojos y me di cuenta de que los suyos estaban hinchados, todo en su rostro indicaba que no estaba bien.

—Sí, ¿y vos? ¿Por qué llegás tan tarde? —elevó la comisura de su labio en una sonrisa.

—¿Seguro que estás bien? —llevé mi mano a su antebrazo sintiendo su cuerpo tensarse.

—Eh... ¿sí? —mi ceño se frunció—. Cálmate, boluda, estoy bien.

Asentí no tan convencida y regresé mi vista al frente. Algo dentro de mí me decía que estaba mintiendo, pero no era el momento ni el lugar para discutir con él.

La falta de sueño y mi creciente preocupación por la rara actitud de Iván no me dejaron concentrarme en las cuatro horas de clase. Escuchar el timbre del descanso fue como música para mis oídos, así que salí de inmediato.

No compré nada para comer, simplemente me senté con Iván y Martina en el lugar de siempre. Solo que esta vez todo se sentía extraño, Iván actuaba como si no fuera parte de este plano y Martina evidenciaba la misma preocupación que yo sentía.

—Basta —se acercó a Iván y tomó su mano—. ¿Qué fue lo que te pasó? ¿Por qué actúas tan extraño? —preguntó.

El pelinegro me miró por unos segundos antes de bajar la mirada a su mano entrelazada con la de la rubia. No había que ser un genio para entender su mensaje; no quería que yo estuviera allí, o, más bien, no quería que escuchara lo que tenía que decirle a Martina.

Respeté su decisión y me fui de allí buscando a Diego. Tal vez hablar con él me ayude a despejarme.

Mientras lo buscaba, y sin previo aviso, unas manos cubrieron mis ojos dificultando mi visión. Me detuve y sonreí al pensar que sabía de quién se trataba.

—¿Qué pasa? —indagué mientras él separaba sus manos de mi rostro y yo me daba vuelta para verlo.

—Te estaba buscando, boluda —sonrió—. ¿Cuánto dormiste anoche? ¿Treinta minutos? —examinó mi rostro—. Te ves terrible.

—Ya lo sé —rodé los ojos, no hacía falta recordármelo—. Y sí, no dormí una pija anoche.

—¿Qué andabas haciendo? Kiara... —me negué a hablar sabiendo que me regañaría por no dormir bien—. ¿Al menos desayunaste hoy?

—No... llegué tarde —me excusé.

—Tenés que comenzar a priorizar tu salud. No es bueno que te quedés en la compu hasta la madrugada.

—¿Quién sos? ¿Mi mamá? —me burlé.

Bufó y me tomó de la mano para llevarme a la cafetería.

Compró un café para mí, cosa que agradecí desde lo más profundo de mi corazón. Era algo que realmente necesitaba.

—¿Vas a hacer algo hoy a la tarde? —preguntó cuando nos sentamos en una de las mesas libres. No quise acercarme a donde estaban Iván y Martina porque quería darles su espacio.

—No creo, ¿por qué? —respondí mirándolo.

—Y no sé, pensé que podía... invitarte a ver una peli o algo así —rascó su nuca nervioso.

Sonreí con ternura.

—¿Querés que veamos una peli, Diego? —levanté una de mis cejas.

—Eh... si querés podemos invitar a alguien más. No es necesario que vayamos solo los dos —entrecerré los ojos, haciéndome la difícil.

—Bueno —acepté y lo vi relajarse.

—Te paso a buscar si querés —ofreció y yo asentí.

Lo que quedaba del receso nos la pasamos hablando de boludeces y de cosas sin sentido. Era lindo alejarse de las preocupaciones matutinas y tener un amigo con el que pudieras hablar de lo que sea y que sabes que no va a juzgar lo que digas.

𓆝 𓆟 𓆞 𓆝

Caminé tranquilamente por los pasillos mientras regresaba a mi salón. Había pedido permiso para ir al baño. Era la mejor excusa para liberarme un poco de la aburrida clase de historia.

Desde que salí había sentido una extraña presencia acompañándome, pero no le había dado mucha importancia, hasta que alguien me tomó bruscamente del brazo.

—¿A dónde vas? —la grave voz de Manuel se hizo presente, haciendo que un escalofrío recorra mi cuerpo.

Este chico ya se ha convertido en mi acosador personal, le herí tanto el ego que no puede dejarme ir.

—¡Oye! ¿Qué carajos te pasa? —lo miré enojada—. Dejame en paz.

—No voy a olvidar tan rápido lo que me hiciste. ¿Cómo te atreves a golpearme?

—¿Y vos cómo te atreves a intentar besarme? —retruqué, su mirada se endureció. Estaba enojado.

No puedes besar a alguien sin su consentimiento y menos cuando esa persona te había dicho que no quería tener ningún tipo de relación con vos.

¿Era tan difícil de entender eso?

A este pelotudo le faltan neuronas, y si las tiene, estoy segura de que no sabe cómo usarlas.

Ugh, es un imbécil.

—Escuchame una cosa, voy a pretender que nunca dijiste eso, y vamos a comenzar de cero, ¿te parece? —con su dedo índice enrolló un mechón de mi cabello.

—Oh, lo siento mucho —hice un puchero—. Debí pegarte tan fuerte la última vez que tu cerebro dejó de funcionar —levanté mi vista a su cabeza—, sino no encuentro razón para que seas tan idiota —sonreí burlona—. La próxima vez te golpearé más suave, ¿te parece?

—Conmigo no te sale hacerte la mala —apoyó su mano derecha por encima de mi hombro y se acercó acorralándome contra la pared.

—Alejate —ordené.

—¿Qué, ahora tenés miedo? —sonrió con burla y con su mano libre apretó mis mejillas con fuerza—. A mí nadie me rechaza.

Moví mi cabeza bruscamente librándome de su agarre.

—Siempre hay una primera vez para todo —me encogí de hombros. Sintiéndome intimidada con su presencia, pero a la vez evitando demostrarlo.

—Sos tremenda pelotuda —negó con la cabeza—. Pero vas a salir conmigo, quieras o no.

—¿Ah, sí? —otra voz muy reconocible nos interrumpió.

Observé la figura de Iván por encima del hombro de Manuel.

—Salí de acá vos, nadie te invitó.

—Soltala —ordenó bruscamente.

—¿Y si no quiero, qué? —Manuel lo miró.

—Te voy a cagar a piñas.

Una sonrisa arrogante apareció en su rostro y sin importarle la presencia de Ivan volvió su atención hacia mi.

—Soltala —repitió Ivan, Manuel lo ignoró.

—Sos muy linda —susurró cerca de mi oido, sentí su mano descender hasta el borde de mi pollera pero sin llegar a tocarla.

—¡Alejate! —grité furiosa y con todas mis fuerzas lo empujé.

Segundos después, escuché un golpe.

Observé horrorizada el cuerpo de Manuel tirado en el suelo; la sangre comenzó a salir de su nariz manchando el piso brillante del pasillo.

—¡Lo mataste, Iván!

—No lo maté.

Me agaché para asegurarme de que ese golpe no fuera tan grave.

—¿Está bien? —suspiré profundamente y asentí—. Que lástima... —musitó.

—¡Iván! —lo regañé y miré a todos lados verificando que no hubiera nadie observándonos—. ¿Qué se supone que haremos con él?

—Podemos enterrar el cuerpo en el patio, nadie se dará cuenta.

—¡No está muerto! —exclamé incrédula al escuchar sus palabras—. Solo está inconsciente, en cualquier momento despertará —aseguré—. O eso espero...

Se supone que yo soy la que investiga asesinatos, no quiero que me vean como cómplice de uno.

—Ayudame a llevarlo a la enfermería.

—¿Qué? —levantó una ceja—. Dejalo ahí, ya fue, total él te estaba acosando. Incluso te amenazó.

Sí, ya lo sé, pero mi consciencia no me dejará dormir esta noche si lo dejo ahí tirado.

Todo es culpa de mis padres por hacerme tan buena persona.

—Ayudame —repetí.

Con Iván llevamos a Manuel a la enfermería, donde agradecí que no hubiera nadie. Con nada de delicadeza, el pelinegro lo acostó sobre la camilla haciendo que su cabeza se golpeara.

Lo miré enojada, mi propósito con esto es que el chabón no se muera. Pero él está haciendo un poco difícil esta tarea.

Cuando nos vimos interrumpidos por una enfermera, le explicamos que simplemente lo habíamos encontrado en el pasillo y que no sabíamos cómo había terminado allí. Ella nos dijo que regresáramos a clases, que ella se haría cargo del resto, por lo que salimos del lugar para volver.

Decí que no hay cámaras en esta escuela, porque sino ahora estaríamos en graves problemas.

—No me arrepiento de nada —habló Iván cuando comenzamos a caminar por los pasillos de vuelta a nuestro salón.

—Ya vi que no —suspiré—. Gracias... —dije por lo bajo.

—No tenés que agradecerme, hice lo que cualquier persona con cerebro haría —lo miré—. Te quiero hacer una pregunta y no voy a aceptar que me mientas porque ya sé la respuesta, solo quiero que me lo confirmes.

Asentí levemente esperando que hablara de nuevo.

—¿Cuántas veces ha pasado esto?

Expulsé el aire retenido en mis pulmones antes de contestar.

—Cada maldita semana desde que lo rechacé —me sinceré.

—Entonces esta será la última, porque si se vuelve a acercar a vos, te aseguro que no sale con vida la próxima.

Lo dijo con tanta seguridad que me dio miedo. ¿Qué tan lejos podría llegar Iván con tal de defenderme?

La pregunta del millón volvió a hacer presencia.

¿Sería capaz de matar a alguien?

Me abracé a mí misma mientras y me detuve cuando no sentí a Ivan caminando a mi lado. Me giré para verlo.

—¿Qué pasa?

—¿Vos confías en mi Kie? —miré al suelo y me encogí de hombros, no sabía si confiaba plenamente en él, escondía mucho y yo sabía tan poco—. No quiero que pensés mal de mí, solo quiero...

—Está bien —medio sonreí antes de retomar mi camino.

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