O12 | celos
Capítulo XII. Chef privado y brownies mal hechos.
Jueves 28 marzo, 2019.
❛ kiara's pov ❜
—Ya te dije que no —lo miré mal—. Soltame.
—No te cuesta nada decirme —quitó su mano de mi brazo y pude volver a caminar—. Soy tu amigo, puedo ayudarte.
—¿Sos mi amigo? —me detuve abruptamente al escucharlo.
¿Acaba de auto-nombrarse mi amigo?
—No lo sé, decime vos —se encogió de hombros.
—Mhm, interesante —sonreí divertida y retomé el camino.
—Daaa —escuché sus pasos detrás de mi—. No podés dejarme así, hija de puta.
—¿A qué te referís? —me hice la desentendida.
—¿Somos amigos? —volvió a preguntar.
—Eh... —mordí mi labio inferior mientras pensaba en la respuesta más acertada—. Digamos que nuestra relación es algo... complicada.
—¿Complicada? ¿Por qué?
—No, por nada —negué con la cabeza restándole importancia.
—¿No confías en mi?
El chabón literalmente me confesó que mataría a su padre si tuviera la oportunidad, por supuesto que no confiaba en él.
No puedo confiar en alguien que parece que esconde tantos secretos.
—Oye, Kiara —Diego se acercó a donde estábamos interrumpiendo nuestra conversación.
—Hola, Dieguito —sonreí y besó mi mejilla en forma de saludo.
—¿Dormiste bien? —ignoró por completo la presencia de Ivan y se posicionó a mi lado para caminar juntos.
Eso me pareció algo grosero.
No porque no conozcas a una persona significa que debas ignorarla. Un "hola, ¿cómo estás?" Nunca está de más.
Aunque ahora que lo pienso, Ivan hacía lo mismo conmigo. Tal vez lo merezca.
—No tanto —me sinceré.
—¿Te quedaste despierta otra vez? —indagó pasando uno de sus brazos por mis hombros.
—Sí —suspiré.
Anoche no dormí una mierda intentando encontrar alguna información en la oficina de papá.
—Deberías descansar un poco más, ¿no crees?
—Hay una persona que está matando a los socios de la compañía en donde mi papá trabaja. Lo que significa que en cualquier momento podrían hacerle daño a él —susurré—. Tengo que evitar eso.
Siempre que me propongo algo me obsesiono con ello y no me detengo hasta lograrlo. Y esto no va a ser la excepción aún más sabiendo que la vida de mi familia está en peligro.
—Vas a lograrlo —sonrió de forma sincera.
Un sentimiento de culpa invadió mi pecho, miré por encima de mi hombro dándome cuenta de que Ivan ya no estaba caminando con nosotros.
Tal vez no debí ignorarlo...
—¿Todo bien? —preguntó el pelinegro.
—Sí, sí —asentí—. Acá te dejo, nos vemos después —me despedí ingresando a mi salón.
Observé que Ivan ya estaba en nuestro lugar, sus codos estaban apoyados sobre la superficie de madera y su cabeza descansaba en sus manos. Su ceño levemente fruncido y sus ojos marrones mirando a un punto fijo en el aire.
—Hola de nuevo —saludé sentandome a su lado—. ¿Qué tenés?
—Nada.
Fruncí los labios mirándolo fijamente. Estaba molesto.
Desvié mi atención cuando nuestra maestra apareció y me concentré en la clase.
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Las horas pasaron más lento de lo normal, eso sumado a la actitud indiferente de Ivan no era una buena combinación.
Ahora estabamos en el receso, me encargué de comprar para él sanguches de miga como le había prometido, lo único que había escuchado de su boca desde que salimos fue un "gracias" y ni siquiera fue capaz de mirarme a los ojos cuando lo dijo.
Eso me confirma que algo le pasa.
—Ivan —jalé el borde de su remera intentando llamar su atención—. ¿Estás enojado?
—Sí —afirmó sin dejar de ver su teléfono.
—¿Conmigo?
—No.
Apoyé mi cabeza sobre mi mano y lo miré fijamente.
—Mentiroso —hablé segundos después.
—No te miento.
—¿Entonces qué te pasa?
—Nada —bufé—. Es en serio, estoy bien.
Imité su acción y me concentré en ver mi teléfono. Mis dedos se deslizaban en la pantalla entrando y saliendo de distintas aplicaciones, buscando algo que me hiciera distraerme por un momento. Pero fue en vano ya que a los cinco minutos me aburrí.
Miré la hora antes de apagar el celu, solo habían pasado diez minutos desde que sonó el timbre y aún faltaban treinta para que el receso acabara.
Sentí una extraña presencia detrás de mi y posteriormente unas manos sobre mis hombros. Levanté la cabeza observando el rostro alegre de Diego.
—Hola —sonreí sintiéndo como mi estado de ánimo mejoraba al verlo—. ¿Qué pasó? ¿Por qué tan feliz?
—Acabo de acordarme de algo que te va a servir una banda —miró al enrulado a mi izquierda.
—¿Posta me decís?
—Sí, ¿venis a mi casa después de clases así te lo enseño? —levanté una ceja—. Lo que descubrí —aclaró al darse cuenta del doble sentido que transmitían sus palabras.
—Eh... —fuí interrumpida por la grave y ronca voz de Ivan.
—No puede ir —lo miré extrañada—. ¿Olvidaste nuestro trabajo?
—¿Qué trabajo?
—El de física —me recordó.
Es verdad. Maldita escuela.
—Tenés razón —asentí—. Me había olvidado de eso.
—Uh, mal ahí —volví a mirar a Diego—. Pero avisame y voy a tu casa entonces para mostrarte.
—Bueno —acepté, era más fácil para mi.
Charlamos un toque más y durante todo ese rato no dejé de sentir la intensa mirada de Ivan sobre mi.
Cosa que me generaba mucha curiosidad.
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Cuando las clases finalizaron con Ivan nos dirigímos a su casa para realizar el trabajo.
El día hoy ha transcurrido más lento de lo normal.
—¿Tenés algo para comer? Muero de hambre —hablé siguiéndolo hasta la cocina.
—Puedo hacer algo rápido —se ofreció—. ¿Qué querés que te cocine?
—Me gustaría algo dulce, señor chef —sonreí divertida.
—¿Algo dulce? —asentí—. ¿Para almorzar?
—Así es, ¿tiene algo de malo?
—Muchas cosas, en realidad.
—No me importa, quiero algo dulce —insistí.
Cuando viva sola planeo vivir a base de brownies y helados. Son mis dos cosas favoritas en este mundo.
¿Sobreviviré solo con eso? Lo dudo mucho. ¿Probablemente moriré de diabetes? Sí, cien por ciento confirmado.
Pero ¿qué más da? Si voy a morir algún día prefiero hacerlo sabiendo que fui feliz.
Mejor ignoremos todo lo que acabo de decir, el hambre hace que diga la primera estupidez que se me pase por la cabeza.
—Podemos comer algo, y más tarde merendamos con algo dulce —la voz de Ivan me sacó de mis pensamientos.
—Bueno —acepté sabiendo que era la mejor opción.
Me senté en uno de los bancos y apoyé mis codos sobre el mesón mientras observaba y analizaba cada uno de sus movimientos.
Me sorprendió la destreza que tenía al cocinar, a simple vista parecía un chabón que apenas y sabía fritar un huevo.
Con esto aprendí una vez más que nunca hay que juzgar un libro por su portada.
No hay mejor metáfora que esa, las personas son como libros que tal vez aparentan algo pero terminan siendo totalmente diferentes.
Mis ojos observaron sus manos blancas cuando comenzó a picar algunas verduras. Lo hacía rápido y casi todos los cortes eran muy prolijos.
Quiero aprender a cocinar como él.
—Oye, Slenderman —lo llamé para molestarlo.
—¿Qué? —respondió sin dejar de hacer lo suyo.
—¿Por qué nunca te quitas la gorra? —indagué mirando su cabeza.
—Porque... no sé —se encogió de hombros.
—Me parece algo sospechoso eso, ¿no tendrás algo escondido por ahí? —me levanté y me acerqué a su lado—. Tal vez... ¡un mini ratón chef que te controla!
Quité la gorra blanca de su cabeza y lo observé ocultar una sonrisa.
—Sos una boluda.
—Tenía que quitarme la duda —observé la gorra con atención antes de extendersela—. ¿Qué vamos a comer?
A pesar de que llevaba viéndolo un buen rato no sabía qué estaba cocinando.
—Comida —sonrió haciendo que lo mire mal—. Anda a sentarte y espera, boludita —tomó la gorra y la colocó en mi cabeza de forma juguetona.
Me saqué la gorra y acomodé mi cabello para colocarmela correctamente.
—Uh, me queda re fachera —dije al verme en la cámara del celu de Ivan—. ¿Me la regalas?
—Ni en pedo.
—Bueno, te la choreo entonces —me encogí de hombros.
—Que hija de puta.
Seguí molestándolo hasta que terminó de cocinar. Como no había nadie en casa de Ivan —a excepción de Coco— no era necesario comer en la mesa. Así que nos sentamos en la barra en donde usualmente se desayuna.
—Acá está lo que ordenó —observé el humo salir del plato caliente que había puesto en frente de mi.
Tenía una re pinta.
—Guarda que te quemas, pelotuda —me detuvo cuando intenté probar.
Seguí su consejo y esperé a que se enfriara un poco. Cuando estuve segura de que no me quemaría la lengua con la comida comencé la degustación.
—¿Te gustó? —preguntó aún sin probar de su plato.
—Esto es lo mejor que he comido en toda mi vida —admití—. Creo que voy a tener que secuestrarte. Así me cocinas todos los días.
—No cocino en contra de mi voluntad, lo siento —hice un puchero—. Pero con vos podría hacer una excepción —susurró.
—¿Posta? Es que, boludo imaginalo, serías como mi chef privado —me limpié la boca con una servilleta.
—Sería un trabajo que disfrutaría mucho, si te soy sincero —tomó el vaso de agua y lo movió lentamente haciendo círculos en el aire—. Pero ¿me pagarías bien?
—Por supuesto que no —negué con la cabeza—. Más que ser mi chef privado te convertirías en el esclavo de una chica que tiene hambre a cada rato y que le gustan las cosas dulces.
—Pues que mal por vos, porque soy horrible con los postres.
—No lo creo, si cocinas así de bien hacer un postre debería ser pan comido para vos.
—A ver, podría intentarlo. Pero no prometo nada.
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Al final nos pasamos el trabajo de física por la punta de la chota y terminamos haciendo brownies en la cocina de Ivan.
—Es mucha azucar, si de por sí son dulces con esa cantidad vas a hacer que me muera de diabetes tipo treinta y cinco —reí mientras que él iniciaba de nuevo tomando una cantidad de azucar más pequeña.
—¿Así está mejor? —asentí aprobándolo.
Algunos ingredientes después la masa estaba lista, solo hacía falta poner el brownie en el horno.
—Cuando hiciste los brownies ¿por cuánto tiempo los dejaste? —preguntó luego de ajustar la temperatura.
—De veinte a veintinco minutos, ni más ni menos porque te puede quedar crudo o se te pueden quemar.
—Está bien.
Luego de esos veinte minutos los brownies estaban listos para ser degustados por mi persona.
A simple vista se veían muy ricos, espero que de sabor estén bien si tenemos en cuenta que Ivan abusó un poco con las cantidades de los ingredientes.
—¿Y? —preguntó expectante esperando una respuesta—. No te gustaron ¿verdad?
—No, no, están deliciosos —sonreí para disimular una mueca de asco.
—No tenés que mentirme —ladeó su cabeza mirándo el plato en donde estaban los brownies.
—No te miento —fruncí el ceño.
—Si lo haces —discutió—. Cuando mentís arrugas la nariz.
No mentía cuando decía que era muy observador. Detesto que me conozca tan bien.
—Olvidemos los brownies que ya sé que fueron una poronga —suspiró rendido y dejó el plato en la mesita ratona.
Habíamos cambiado de lugar a el living para estar más cómodos.
—Tranqui, que no decaiga. Nunca te suelen salir las cosas a la primera, pero vas a ver que la próxima te salen mejor —lo animé.
—Sí, tenés razón —asintió—. ¿Qué querés hacer ahora?
—Ivan.
—¿Qué?
—El trabajo —le recordé.
—Ya lo hice —levanté las cejas sorprendida.
—¿Posta? Pero no te ayudé en nada.
—No importa, te quité un peso de encima. Se nota que lo que menos querías era hacer un trabajo de física un jueves a la tarde.
—Yyy bueno —sonrió—. ¿Pero entonces si no vamos a hacer el trabajo para qué me dijiste que...
—Quería pasar tiempo con vos —se sinceró.
¿Quería pasar tiempo conmigo? ¿Desde cuándo él...
—Bueno, ¿Y ahora qué?
—No sé, contame algo de vos —propuso—. Vi que te gustan los libros, ¿cuál es tu género favorito?
—Me gustan mucho las historias románticas, pero me gustan mucho más los libros de misterio. Todo lo que tenga que ver con asesinatos, casos sin resolver...
—¿Es por eso que sos tan curiosa?
—Nah, la curiosidad la heredé de mi mamá, de hecho.
—¿De qué trabaja tu mamá? —interrogó.
—Es abogada, pero su sueño frustrado fue ser una agente del fbi y resolver casos complicados.
—Ya veo —sonrió—. ¿De casualidad a ella también le gustaba espiar a la gente?
—No lo sé —me encogí de hombros—. Pero mis abuelos me contaron que le encantaba hacer preguntas por absolutamente todo.
—Ah, son re parecidas entonces —reí—. ¿Y qué es eso que estás investigando, Holmes?
Siempre que podía me lo preguntaba, él sabía que yo estaba buscando algo pero no sabía qué era ese algo.
—Nada importante.
—Podés contarme, no se lo diré a nadie.
¿Le cuento o no le cuento?
De alguna forma mi confianza hacia él había aumentado. Podría contarle parte de lo que estoy haciendo, y ahora que lo pienso, tal vez él podría ayudarme.
—Solo estoy interesada en los asesinatos que se presentaron en la compañía de tu papá. Como ya sabes mi padre entró a trabajar ahí y pues me gustaría estar segura de que no le va a pasar nada.
Terminé explicándole el por qué estaba espiando a Gabriel y lo que había pasado con su hermano.
—Según yo esos casos los debe resolver la policía o los agentes del gobierno —tomó mi mano entre las suyas y quitó el anillo de mi dedo anular para colocarlo en su dedo meñique.
—No quería entrometerme demasiado pero ahora tengo miedo, ¿te imaginas que llegue a descubrir al asesino?
—Kiara, apenas y podés defenderte de algo tan pequeño como una araña. Dudo mucho que puedas con un asesino que ya ha matado a cuatro personas.
—Teneme un poquitito de fe, man —jugué con un mechón de mi cabello.
—¿Y cómo pensás desenmascarar a un asesino siendo una piba de diecisiete con aracnofobia?
—Diego me está ayudando.
—¿Ah, sí? —asentí—. ¿Y cómo te está ayudando?
—Eso es algo que no puedo decirte.
—¿Y por qué no? —su ceño se frunció—. Yo también podría ayudarte a buscarlo.
—Sí, pero vos no sos el hijo de un policia.
—Pero igual puedo ayudar —negué con la cabeza y él rodó los ojos.
—Cambiemos de tema —pedí—. Ahora hablame de vos.
—No hay nada interesante que pueda contarte.
—Si que lo hay —contradije—. Hay muchas cosas de vos que no sé y me da miedo que sepas tanto de mi. Tal vez si me contaras un poco más acerca de tu vida entonces no pensaría que eres alguien que me acosa porque yo también sabría cosas de vos.
—Esta bien, siempre y cuando decidas acompañarme —habló levantándose del sofá.
—¿A dónde?
—Vos seguime, morocha.
𓆝 𓆟 𓆞 𓆝
El resto de la tarde fue extrañamente maravillosa, Ivan me llevó a comer un helado en compensación por los brownies tan nefastos que había hecho y pude conocerlo un poco más. Aunque siempre que intentaba preguntarle acerca de su familia cambiaba de tema, como si fuera algo de lo que no le gusta hablar.
Descubrí su gran amor por los videojuegos y los gatos, aunque su mascota era un perro ya que su padre odiaba a los gatitos. También dijo que sabía dibujar muy bien y que era una especie de terapia para él.
Terminamos el día sentados en una banca mientras que yo le contaba a Ivan algunas anécdotas graciosas de mi vida.
—Y así fue como dejé totalmente pelado a mi hermano menor luego de flashar con querer ser estilista —reí recordando el rostro de mis padres al ver a Lucas totalmente calvo—. Lo bueno de eso es que a ustedes los hombres les crece el cabello super rápido.
—¿No te cagaron a piñas tus viejos por hacer eso?
—Nah, es más, se cagaron de risa —bromeé—. Obviamente, boludo.
Nos quedamos en silencio durante un largo rato hasta que me atreví a hablar.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por cocinarme, por hacerme compañía, por escucharme y por contarme acerca de vos.
En sus ojos había un destello de ilusión.
—¿Entonces con esto es suficiente?
—¿Para qué? —pregunté.
—Para que quieras ser mi amiga —musitó mirando sus pies.
¿Así que de esto se trataba?
—¿Es en serio? —me miró esperando a que dijera algo más.
—Pues, sí —se encogió de hombros—. Creí que si hacía estas cosas me considerarías tu amigo y confiarías más en mi.
—Ivan... ¿estás bien? —toqué su frente con mi mano y el la apartó de inmediato.
—Estoy perfectamente.
Este definitivamente no es el chabón al que conocí.
Su actitud distante había sido reemplazada por un optimismo y una preocupación que jamás pensé que sentiría por mi.
—¿Por qué estás tan interesado en que te llame amigo? —indagué—. A parte ya lo había hecho antes, ¿lo recordás?
—Sí, pero no sabía si lo decías en serio.
—¿Por qué tanto interés de repente, Ivan? —volví a preguntar. Sus ojos nunca se apartaron de los míos, cosa que me pone sumamente nerviosa.
Cambió de posición, esta vez mirándo al frente. Cerró sus ojos y tiró su cabeza hacia atrás mientras mantenía el ceño fruncido.
—No lo sé —admitió—. Tal vez es porque estoy celoso —susurró.
—¿Celoso de quién o qué?
—De tu mejor amiguito Diego —me imitó con voz chillona—. Me conociste primero y lo querés más a él.
—Eso es porque él no me trató como el orto cuando nos conocimos —dije resentida.
—Ya te pedí perdón por eso —abrió los ojos y movió su cabeza a la derecha para verme pero sin cambiar de la posición en la que se encontraba.
—Sí, lo sé. Pero si me hubieras tratado desde el principio como me trataste hoy las cosas hubieran sido diferentes.
—¿Entonces? —preguntó cansado.
Desde que lo conocí quise ser su amiga y ahora que él también quiere serlo no planeo desperdiciar la oportunidad.
—Claro que somos amigos —hablé mientras observaba su rostro iluminado por la luz dorada del atardecer. Una sonrisa apareció en sus labios haciéndo el momento aún mejor.
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