FINAL
Capítulo Final. Empezar de cero.
❛ kiara's pov ❜
Caminaba despacio, mis brazos rodeaban mi cuerpo con fuerza, como si eso pudiera evitar que me rompiera en mil pedazos. El nudo en mi garganta era imposible de tragar, y por más que quisiera, no podía llorar. Iván estaba despierto. Estaba de vuelta.
Pero no me recordaba.
¿Quién sos? Esas palabras seguían resonando en mi cabeza de forma cruel, burlándose de mi alegría momentánea. Lo había recuperado, pero de alguna manera, lo había perdido al mismo tiempo.
¿Cómo iba a soportar verlo todos los días sabiendo que no tenía idea de quién era yo?
El sonido de pasos interrumpió mis pensamientos. Milena salió de la habitación con los ojos hinchados de tanto llorar, pero había algo nuevo en su expresión: esperanza.
—La pérdida de memoria era una de las consecuencias a largo plazo que habíamos previsto, entonces era de esperarse —explicó el médico mientras cerraba la puerta con suavidad.
Me volví hacia él, enfocándome en cada palabra como si mi vida dependiera de ello.
—¿Podrá recuperarla? —pregunté con un nudo en la garganta. Mi voz salió más quebrada de lo que esperaba, y tuve que tragar saliva para mantener la compostura.
—Es difícil saberlo con certeza. Cada paciente es distinto. Hemos visto casos en los que los recuerdos regresan con el tiempo, a medida que el cerebro sana, pero también es posible que ciertas memorias nunca vuelvan del todo.
Nunca vuelvan del todo.
—¿Qué podemos hacer para ayudarlo? —pregunté.
—Paciencia. Mucha paciencia. Hay tratamientos y ejercicios que pueden estimular la memoria, pero lo más importante es rodearlo de personas que le transmitan seguridad. Deberán ser cuidadosos al hablarle de su pasado, no queremos saturarlo.
Asentí lentamente. Paciencia.
El médico continuó hablando, explicando los tratamientos que podrían seguir, los ejercicios que ayudarían a estimular su memoria, las terapias que requeriría. Pero apenas podía concentrarme en sus palabras.
Todo lo que podía pensar era en Iván, sentado en esa habitación, sintiéndose como un extraño en su propia vida.
Cuando el médico terminó, me atreví a preguntar lo que más anhelaba y temía al mismo tiempo.
—¿Puedo verlo? —el médico asintió.
Me quedé sola frente a la puerta de la habitación. ¿Debería entrar? ¿Y si no quería verme? ¿Y si volvía a preguntarme quién era? La simple idea me destrozaba, pero no podía huir.
Lo amaba demasiado para dejarlo solo.
Inspiré profundamente y giré el pomo de la puerta.
Entré a la habitación, y ahí estaba él. Sentado en la camilla, con una enfermera a su lado que dejaba una bandeja con un vaso de agua en la mesita junto a la cama. Iván parecía perdido, pero tranquilo, como si estuviera tratando de encontrarle sentido al mundo a su alrededor.
Cuando la enfermera salió, me acerqué lentamente, casi con miedo de interrumpir ese momento de silencio. No dije nada, y él tampoco. Pero sentí que no hacía falta.
Me senté frente a él, en una silla incómoda y traté de encontrar las palabras correctas. Las palabras que no lo asustaran, que no lo confundieran más de lo que ya estaba.
—Hola —dije en un susurro.
Él parpadeó, estudiándome como si tratara de encajar una pieza en un rompecabezas incompleto.
—Hola —respondió finalmente.
—¿Cómo te sentís? —pregunté, tratando de no sonar demasiado ansiosa.
—Confundido —admitió, jugando con las sábanas entre sus dedos—. Mamá me dijo que tuve un accidente, pero no me dijo mucho más.
—Tuviste un accidente, sí —asentí—. Estuviste en el hospital por un tiempo, pero ahora estás mejor.
Iván frunció el ceño, como si tratara de recordar algo.
—Vos estabas aquí cuando desperté —recordó—. ¿Nos conocemos? —preguntó, y esa pregunta fue como un cuchillo atravesando mi pecho.
Tragué el nudo que se formaba en mi garganta y sonreí débilmente.
—Sí, nos conocemos.
Él asintió lentamente, aunque su expresión seguía siendo de duda. No quería presionarlo con demasiada información, así que decidí ir con calma.
Paciencia.
—Yo solía... bueno, soy alguien importante en tu vida —agregué, sintiéndome ridícula al no poder expresarlo con claridad.
Él me miró fijamente.
—Siento que debería recordarte —murmuró, casi para sí mismo—. Pero no puedo.
—Está bien —dije suavemente—. Solo quería que sepas, que estoy acá para ayudarte.
Pasamos el resto de la tarde juntos. Al principio, él se mostró reservado, pero poco a poco la conversación fluyó. Decidí contarle anécdotas tontas, cosas que no involucraran demasiado su pasado, y lo vi sonreír un par de veces. Esa sonrisa, aunque no era la misma de antes, me dio esperanza.
—¿Puedo preguntar algo? —dijo de repente, interrumpiéndome mientras hablaba de la vez que casi incendio mi casa.
—Claro —respondí, inclinando la cabeza.
—¿Por qué tu cabello es así?
Sentí un dolor agudo en el pecho. Esa pregunta. La primera vez que me la hizo, había sonado igual de curioso.
—Nací con poliosis —expliqué, tratando de no dejar que mis emociones se reflejaran en mi voz—. Es una condición que hace que nazcas con un mechón blanco en el cabello.
—¿No te molestaban por eso en la escuela?
—Sí —admití, encogiéndome de hombros—. Bastante, para ser honesta. Pero aprendí a ignorarlo.
Él asintió, como si procesara esa información, y luego dijo algo que me sorprendió.
—A vos te queda muy bien.
Su comentario me dejó sin palabras por un momento, pero luego sonreí.
—Gracias —me limité a decir.
Cuando llegó la hora de irme, me levanté con pesar.
—Tengo algo para vos —le dije mientras sacaba algo de mi bolsillo—. Algo que te pertenece.
Él observó con atención mientras colocaba el collar en su mano.
—Vos tenés uno igual —dijo después de examinarlo.
—Sí —respondí.
—¿Por qué tengo la sensación de que esto es importante?
Sonreí, sin saber cómo responder a eso.
—Porque lo es.
Él no dijo nada más, pero jugueteó con el dije entre sus dedos, como si algo en él le resultara familiar.
—¿Ya te tenés que ir? —preguntó de repente, sonaba decepcionado.
—¿Por qué? ¿Querés que me quede con vos toda la noche? —dije en un tono divertido.
—Me gusta tu compañía —admitió—. Aunque nunca dejás de hablar.
—Voy a venir todos los días. No te preocupes, no te vas a deshacer de mí tan fácil.
Cuando estaba a punto de salir, tropecé torpemente y casi caí al suelo.
Una carcajada fuerte llenó la habitación.
—¿De qué te reís, tarado? —pregunté, fingiendo estar molesta mientras trataba de no reírme también.
—Nada, nada... Andate mejor —dijo entre risas.
—¿No que no querías que me fuera? Decidite, flaco.
—Cambié de opinión —respondió mientras se acomodaba las almohadas—. Quiero dormir.
—Está bien. Descansá, Iván.
Cuando llegué a la puerta, me detuve. No quería irme todavía.
—¿Puedo pedirte algo? —pregunté, volviendo a acercarme.
Él me miró curioso y asintió.
—¿Te puedo abrazar?
Él asintió, y me acerqué de nuevo, rodeándolo con mis brazos. Apoyé mi cabeza en su pecho, sintiendo cómo mi corazón se reconstruía, pedazo a pedazo. Sus manos acariciaron mi espalda timidamente, dándome una calidez que hace tiempo no sentía.
—Yo te hice mucho daño, ¿no es así? —preguntó en un susurro.
—¿Por qué decís eso? —dije mientras aún me abrazaba.
—No sé, por alguna razón siento que te lastimé. Y mucho.
Cuando me separé, sus manos secaron mis lágrimas antes de que pudiera evitarlo.
—¿Sí te lastimé? ¿Tengo que disculparme?
—Sufrí mucho por vos, pero nada de eso fue tu culpa —aseguré—. No tenés que disculparte.
—Está bien, pero no llores —dijo, con una suavidad que me rompió y sanó al mismo tiempo—. No me gusta verte llorar.
Sonreí, asintiendo.
—No voy a llorar más.
Al salir de la habitación, sentí que recuperé una parte de mí.
Había muchas cosas que aún debía saber. Muchas verdades que Iván tenía derecho a conocer. Su pasado, su familia, lo que sucedió con su padre y su hermano... y lo que significábamos el uno para el otro.
No importaba cuánto tiempo tomara ni lo difícil que fuera.
Me aseguraría de que Iván volviera a ser él.
Me aseguraría de que nunca más viviera rodeado de mentiras y secretos.
Me aseguraría de que fuera feliz. Porque si alguien merece ser feliz, es él.
Y también voy a asegurarme de que, cuando mire mi rostro, recuerde.
Recuerde que me ama.
Y que yo también lo amo.
Que somos el Yin y el Yang.
Que nuestras almas estan unidas.
Y que estabamos destinados a estar juntos.
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