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EPÍLOGO

Epílogo. Nueva vida.

Primera semana de recuperación.
Martes 27 Agosto, 2019.

kiara's pov

Las visitas diarias se convirtieron en una rutina. Cada día traía consigo pequeños avances; una sonrisa aquí, una mirada curiosa por allá, momentos en los que Iván parecía reconectar con algo dentro de sí mismo.

Aunque sus recuerdos seguían ausentes, poco a poco parecía más cómodo conmigo, como si mi presencia, aunque era desconocida, le resultara familiar. 

—¿Me pasás el azúcar? —pidió desde el otro lado de la cocina. 

Asentí de inmediato, dirigiéndome hacia la alacena para buscarla.

Desde que le dieron de alta en el hospital, apenas un día después de haber despertado, Iván se había refugiado en actividades que mantenían su mente y su cuerpo ocupados. Cocinar era una de ellas, y yo, por supuesto, no me quejaba. 

—Iván, no la encuentro —dije mientras revisaba los estantes. 

—Está arriba, revisá bien —respondió sin girarse, concentrado en la mezcla que estaba preparando. 

—No la encuentro —repetí—. ¿Seguro que está acá? 

—¿Qué pasa si voy y la encuentro? —preguntó girándose.

—Adelante, señor chef —respondí, dando un paso al costado y extendiendo un brazo para dejarle espacio—. Pero no vas a encontrar nada, yo revisé muy bien.

Él se acercó, revisó los estantes, y como por arte de magia, sacó el frasco de azúcar que yo había buscado inútilmente. Lo sostuvo frente a mí con una expresión de burla. 

—Estaba muy arriba, no alcanzaba a ver ahí —me defendí antes de que pudiera decir algo. 

—"No alcanzaba a ver ahí" —repitió, imitándome con voz chillona mientras me empujaba suavemente al pasar—. Enana. 

—¡Ey! —exclamé, fingiendo indignación—. Se supone que yo soy la que hace bullying acá, no vos, Slenderman.

—Cambio de roles —dijo encogiéndose de hombros, mientras agregaba azúcar a la masa. 

Rodé los ojos y me acerqué para golpearlo suavemente en el hombro. 

—¿Qué sigue después? —pregunté, apoyándome contra la barra. 

—No puedo decírtelo. Es secreto.

—Dale, no te hagas el misterioso —dije, rodando los ojos—. Te quiero ayudar. 

—¿Y arriesgarme a arruinar los cupcakes? No, gracias. 

—Pero vos dijiste que podía ayudarte —repliqué.

—Sí, pero vos me contaste hace un par de días que casi incendiás la cocina de tu casa. No puedo confiar en alguien que deja que el agua de las pastas se evapore por completo. 

—¡Lo olvidé! ¿Okey? —me crucé de brazos, tratando de defenderme—. Y eso pasó hace mucho, te aseguro que mejoré desde entonces. 

—¿Ah, sí? ¿Tomaste clases de cocina? —preguntó, alzando una ceja.

—Sí, un par —dije con una sonrisa mientras tomaba su mano, deteniendo los movimientos que hacía con la cuchara. Su mirada se enfocó en mí—. Y vos fuiste mi maestro. Así que te doy mi palabra, no te voy a decepcionar. 

Él me observó en silencio por unos segundos, sus ojos viajando entre mi rostro y nuestras manos unidas. Luego se separó con un suspiro y me dejó continuar.   

Continué preparando la mezcla bajo su mirada atenta. De vez en cuando le pedía indicaciones sobre las cantidades, y él respondía con monosílabos, como si estuviera distraído con algo más.

—¿Qué te pasa? —pregunté, sintiéndome un poco culpable. Quizás había dicho algo que no debía. 

—Nada —respondió esquivando mi mirada. Pero yo sabía que ese "nada" era una mentira.

Las instrucciones del médico habían sido claras. Iván debía recuperar sus recuerdos a su propio ritmo. Presionarlo o hacerle preguntas que pudieran ser una carga mental no ayudaría en nada. Decidí no insistir, aunque la curiosidad me carcomía por dentro.

Vertí la masa de cupcakes —la cual fue aprobada por Iván— en los moldes, y luego metí la bandeja al horno calentado previamente.

—¿Qué mirás? —pregunté después de un rato, notando que se reía de algo en su celular.

—Pará, flaca. Todo lo querés saber vos —respondió, todavía riéndose—. ¿Quién sos, Sherlock Holmes? 

Mi sonrisa desapareció de inmediato, reemplazada por una expresión de confusión. Él me miró fijamente, su risa se apagó al notar mi cambio de humor tan repentíno.

—¿Qué? —preguntó más serio.

No sabía si lo recordaba o era una simple coincidencia.

—Iván... —me senté en la barra, mirándolo directamente. Mi corazón latía con fuerza y no pude contener la pregunta—. ¿Vos... recordás algo? 

Él vaciló por un momento antes de asentir lentamente.

—Pocas cosas —admitió—. Pero por alguna razón, vos y el nombre de Sherlock Holmes están presentes en casi todos los sueños que tengo. 

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Sueños? 

—A veces me despierto en medio de la noche con flashes de cosas que no entiendo. Como si estuvieran ahí, justo fuera de mi alcance. Me esfuerzo por entenderlos, pero... está complicado. 

Su sinceridad me desarmó. Tomé su brazo suavemente, buscando tranquilizarlo.

—No hace falta que los entiendas ahora —le dije—. Creo que el tiempo va a explicarte las cosas. Y yo también estoy acá para ayudarte a entender lo que te tiene confundido. 

Él me observó en silencio como si tratara de decidir si podía confiar en mí. Finalmente, su expresión se suavizó.

—Gracias por no rendirte conmigo. 

Sus palabras me sorprendieron, pero antes de que pudiera responder algo, continuó. 

—De hecho, me sorprende que sigas acá, intentando recuperar... bueno, lo que sea que hayamos tenido —sonrió, y yo bajé la mirada—. Siento que era algo especial. Porque, por alguna razón, cuando estoy con vos no me siento tan perdido.

Sentí mi corazón derretirse ante su confesión.

—Para mí sigue siendo algo especial. Y el hecho de que estés intentándolo es suficiente para mí —dije con una sonrisa—. Yo te voy a ayudar a recordar todo.

Tomó mi mano entre las suyas, jugando con el anillo en mi dedo.

—Es raro, ¿no? —dijo, más para si mísmo—. Aunque recuerde poco, algo me impide alejarme de vos. Es como... un imán. Quiero decir, yo no soy un extraño para vos, pero vos sí lo sos para mí, y aún así siento que te conozco de toda la vida —sonrió—. Me gusta estar con vos, Kiara.

Mi corazón dio un vuelco. Lo miré a los ojos y, por un breve instante, vi algo. Una chispa de reconocimiento, aunque fuera pequeña.

—Antes de... todo, prometí que no me alejaría de vos —murmuré en un susurro—. Estoy segura de que en algún momento sabrás a qué se debe.

Un sonido repentino interrumpió nuestra conversación. Los cupcakes estaban listos, lo sabía gracias el aroma dulce que llenó la cocina. Y lo que habían parecido dos minutos en realidad fueron veinte.

Miré a Iván mientras él intentaba sacar la bandeja del horno con movimientos torpes. Su ceño fruncido y el cuidado excesivo con el que sostenía los guantes de cocina me hizo reír.

—¿Seguro que podés solo? —pregunté—. Se ve complicado.

—No es cirugía cerebral, es sacar una bandeja del horno nomás —respondió sin levantar la vista.

—Pero aún así te podés quemar —afirmé.

Rodó los ojos, logrando finalmente sacar la bandeja. La colocó sobre la encimera y me miró con una sonrisa victoriosa.

—¿Viste que no era tan complicado?

—Felicitaciones, doctor Buhajeruk, acaba de salvar la vida de una bandeja de cupcakes —bromeé y me acerqué para ver lo bien que habían quedado—. Entonces, ¿vamos a decorar estos o pensás comértelos así nomás?

—Como vos quieras.

Asentí buscando una manga pastelera y crema para decorar.

—Vos decorá la mitad y yo la otra mitad —sugerí.

—Los míos van a quedar mejor —aseguró comenzando de inmediato.

—No lo creo.

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—¿Qué se supone que es eso? —preguntó mientras juzgaba mis cupcakes con la mirada.

A decir verdad no estaban quedando como los imaginé, pero no iba a admitirlo en voz alta, así que inventé la excusa perfecta para ocultar mi desastre.

—¿Qué no es obvio? Son cupcakes de Shrek.

Asintió no tan convencido y continuó con lo suyo.

Luego de terminar, llegó la parte más emocionante, la degustación.

—Y vos no me tenías fe —dije luego de probarlos—. Están buenísimos.

—Sí, están buenísimos porque yo hice casi todo —dijo con orgullo y lo miré mal.

—Sí, okey, pero en la decoración te gané yo.

—Ni ahí, tus cupcakes de Shrek no superarán a mis cupcakes del hombre araña.

—Bueno loco, todo lo queréss ganar vos, me voy a la mierda —me quejé saliendo del lugar.

—Paráaa, era joda —me detuvo.

—No es gracioso, ¿sabés lo que me cuesta hacer algo bien en la cocina? —dije con seriedad.

—Perdón... —reí al ver su expresión.

—En realidad cagate de risa todo lo que quieras, no me molesta, posta —me sinceré—. Pero fue lindo ver tu cara de perrito arrepentido.

Frunció el ceño fingiendo estar molesto mientras intentaba ocultar su sonrisa.

—¿Querés ver una peli mientras terminamos de comer los cupcakes? —preguntó segundos después, cambiando el tema. Yo asentí.




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Jueves 29 Agosto, 2019.

ivan's pov

Los sueños eran confusos, pero constantes. Cada noche, cerraba los ojos y veía imágenes borrosas de lugares, risas, y una chica que siempre estaba ahí, aunque no entendía por qué. Era como si mi mente quisiera decirme algo. 

Esa tarde, Martina estaba conmigo en casa. Desde que salí del hospital, ella había estado tan presente como siempre, acompañándome en este proceso extraño. Nuestra amistad seguía intacta, y eso era un enorme alivio para mí. 

Al menos con ella, no tenía que fingir que estaba bien. 

—¿Otra vez soñaste con "ella"? —preguntó, acomodándose en el sofá.

—Sí —respondí sentándome frente a ella—. Como todas las noches. 

—¿Y qué pasó esta vez?

Suspiré pasándome una mano por el cabello. 

—No sé... Es raro. Siempre está ahí, pero no hago nada. Solo está. A veces me mira, a veces sonríe. Pero no hablamos, y cuando intento acercarme... desaparece.

Martina asintió lentamente, como si procesara cada palabra. 

—¿Iván... es Kiara esa chica con la que sueñas?

—Sí —admití sin dudar—. En mis sueños actúa de manera diferente, y es raro. Una parte de mí siente que la conoce de toda la vida, y la otra parte no tiene idea de quién es.

—¿Y si simplemente lo aceptás por ahora? —preguntó—. No te torturés tratando de recordar todo de una sola vez. Sabés que es Kiara, y que ella está acá para vos. Eso es lo más importante.

—Es difícil no querer saber más —confesé, jugando con el borde de mi remera—. No me gusta sentir que me falta algo.

Martina sonrió.

—Tenés que ser paciente. Ella no se va a ir a ningún lado.

—¿Qué sabés vos? ¿Y si un día se cansa de esperar por mí?—indagué esperando a que su respuesta ayudara con mis dudas.

—No te va a abandonar. Fuíste la primera persona a la que se acercó cuando recién llegó a Buenos Aires, eras un poco forro con ella al principio... pero luego se hicieron muy buenos amigos.

—¿A qué te referís? —fruncí el ceño.

—Es complicado, pero tranquilo, ya lo vas a recordar... eventualmente.

No dije nada más, pero sus palabras se quedaron conmigo mientras nos dirigíamos a mi terapia más tarde. Había insistido en acompañarme diciendo que "alguien tenía que asegurarse de que no dijera boludeces".

Cuando llegamos, la terapeuta, Verónica, nos recibió con una sonrisa. Martina se quedó en la sala de espera mientras yo entraba al consultorio. 

—¿Cómo te sentís hoy, Iván? —preguntó Verónica, ofreciéndome un vaso de agua que acepté automáticamente. 

—Un poco... confundido, como siempre —admití, sentándome en el sillón frente a ella. 

—¿Siguen los sueños? 

—Sí. Cada noche. Siempre la misma persona. 

Ella asintió, sacando una libreta y tomando algunas notas. 

—¿Querés hablar de esos sueños? 

—Siempre está ella. Kiara —dije, sintiendo cómo su nombre se formaba en mi boca con facilidad—. Pero no hacemos nada, solo está ahí. 

—¿Qué sentís? —preguntó, mirándome fijamente. 

—Conexión —respondí después de pensarlo un momento—. Y paz. Como si todo estuviera bien cuando está cerca. 

—¿Creés que esos sueños te están diciendo algo? 

—No lo sé. Pero estoy seguro de que ella es importante. Ya lo confirmé.

Verónica me observó en silencio, asintiendo lentamente antes de hablar. 

—Es normal que sientas eso. Kiara forma parte de tu vida, aunque no lo recuerdes del todo. Pero quiero que entiendas algo importante, Iván. Saturarte con información o intentar recordar todo de golpe podría ser peligroso para vos. 

—¿Peligroso cómo? —pregunté frunciendo el ceño. 

—Podría generarte estrés, ansiedad, o incluso bloquear los avances que ya has logrado. Tu cerebro necesita tiempo para procesar todo, por eso es mejor que las personas a tu alrededor no te den demasiados detalles sobre lo que ocurrió. 

Suspiré.

—Pero quiero saber...

—Y lo vas a hacer, a tu propio ritmo —dijo con firmeza—. Iván, has mostrado avances significativos en pocos días. Eso es algo muy positivo. Significa que tu memoria tiene el potencial de recuperar gran parte de lo que perdiste. 

—¿Cuánto? 

—Es difícil decirlo con precisión, pero diría que podrías llegar a recuperar el noventa por ciento de tus recuerdos. Tu pérdida de memoria fue parcial, lo que significa que seguís recordando cosas importantes de tu infancia y de tu relación con personas como Martina. Lo que perdiste son eventos más recientes, cercanos al trauma. 

Me quedé en silencio, procesando sus palabras. 

—Entonces... ¿por eso no recuerdo a Kiara? —pregunté finalmente. 

—Exactamente. Esos recuerdos, al ser más recientes, no tuvieron tiempo de consolidarse del todo. Pero eso no significa que estén perdidos para siempre. 

—Quiero recordar más de ella —dije, mirando el suelo—. No sé por qué, pero siento que necesito hacerlo. 

Verónica sonrió con comprensión.

—Eso es un buen comienzo. La conexión que sentís con ella es una base sólida para tu recuperación. Mi recomendación es que sigas pasando tiempo con ella, sin presiones, sin expectativas. Los recuerdos pueden volver en los momentos más inesperados. 

Asentí aceptando su consejo.

—Iván —continuó—, ¿hay algo más que te preocupe? 

Dudé por un momento antes de hablar. 

—Sí... no es solo Kiara, hay otra persona que aparece en mis sueños. Es raro, porque se parece mucho a mí. 

—¿Qué sentís cuando ves a esa persona? 

—Confusión. No sé quién es, pero siento que... algo importante pasó con él.

Ella tomó nota, pero no insistió más en el tema. Cuando la sesión terminó, salí del consultorio sintiéndome un poco más ligero, aunque no del todo satisfecho. 

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Un ruido extraño me hizo levantarme. Parpadeé, todavía medio dormido, mientras trataba de entender qué estaba pasando.

Me acerqué al balcón. El aire frío me golpeó el rostro cuando abrí la puerta, miré hacia abajo y ahí observé una figura vestida de negro intentando trepar la cerca que separaba mi casa de la de Kiara. 

Cerré la puerta del balcón y bajé corriendo las escaleras, tratando de no hacer ruido. Al llegar abajo, busqué con la mirada algo que pudiera usar para defenderme. No tenía opciones así que terminé agarrando una escoba que estaba apoyada junto a la puerta trasera. 

Abrí la puerta y me acerqué sigilosamente a la persona, que todavía estaba luchando por pasar la cerca. Con un movimiento rápido, levanté la escoba y antes de darme cuenta quien era, le golpeé la cabeza. 

—¡Auch, hijo de puta! —gritó una voz que reconocí al instante. 

—¿Kiara? —ella confundida se giró hacia mí.

—¿Qué mierda te pasa? ¿Por qué me pegaste? —se quejó. 

—¿Qué hacías intentando entrar a mi casa por el patio? —respondí, todavía confundido. 

—Ahora te quejás y vos hacías lo mísmo —dijo rodando los ojos mientras frotaba su cabeza.

—¿Yo? —me señalé a mi mísmo, sin entender nada. 

—Dejá, no importa —dijo, dejando escapar un suspiro.

Solté la escoba, mirándola con incredulidad.

—Solo estaba intentando recuperar un juguete de Kira que Cassie tiró por accidente al patio de tu casa —explicó.

Miré hacia la cerca, luego de nuevo a Kiara, y finalmente suspiré, dándome cuenta de lo ridículo que era todo.

—¿No era más fácil tocar la puerta como una persona normal? —rió.

—¿Cambio de roles? ¿Ahora yo soy la que entra a escondidas y vos el que te quejas? —rió.

—¿De qué hablas? Jamás entré a tu casa a escondidas.

—O no te acuerdas que lo hiciste —se cruzó de brazos—. Que lindos recuerdos, me asustaste más de una vez... pero bueno, ya te acordarás de eso.

Asentí y señalé el juguete, que todavía estaba en el pasto. 

—¿Querés que lo busque yo? —pregunté.

—No hace falta —agarró el juguete y lo arrojó hacia su lado del patio antes de volver a mirarme—. Ahí está. Misión cumplida.   

Me rasqué la nuca, sintiéndome un poco culpable por lo de la escoba. 

—Perdón por eso. Pensé que eras un ladrón o algo.

—¿Un ladrón con un buzo de Mickey Mouse? —preguntó, levantando una ceja y señalando su ropa. 

—Bueno, no podía ver mucho desde el balcón —me defendí—. Igual... no sé, me siento un toque solo. Si no tenés nada que hacer, podés quedarte un rato. 

Ella me miró con sorpresa, como si no esperara esa invitación. 

—¿Estás seguro? 

—No, en realidad no, pero ya estás acá —respondí, encogiéndome de hombros. 

Kiara soltó una pequeña risa antes de seguirme.

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Estaba acostado en mi cama, con las manos detrás de la cabeza, mirando a Kiara mientras daba vueltas en la silla de mi escritorio.

—¿Qué te pasa? —le pregunté, rompiendo el silencio. 

Ella dejó de girar y me miró con una expresión aburrimiento y dramatismo.

—No sé qué hacer —admitió encogiéndose de hombros. Yo me levanté sentándome en el borde de la cama.

—¿Querés jugar Minecraft? —sugerí, más por probar suerte que porque pensara que iba a aceptar.

Para mi sorpresa, sus ojos se iluminaron y asintió. 

—Dale. Pero no te te pongas a llorar cuando te rompa el orto —advirtió mientras se levantaba de la silla. 

Lo que no esperaba era que tropezara con la alfombra al dar el primer paso. 

—¡Pará! —dije al instante, sujetándola por la cintura antes de que pudiera terminar en el suelo. 

Su cara estaba a centímetros de la mía, y no pude evitar reírme de la situación. 

—¿Siempre fuiste así de boluda? —le pregunté con una sonrisa burlona. 

—El hecho de que me caiga a cada rato es más normal de lo que parece, tranqui —respondió, apartándose de mis brazos con un movimiento rápido. 

Me senté enfrente de mi computadora mientras que Kiara encendía mi Notebook.

—¿Lista para perder? —le pregunté mientras abría el juego.

—Eso lo tendría que preguntar yo. 

Comenzamos a jugar en pvp, y no pasaron ni dos minutos antes de que la viera perder. 

—¿Y lo de romperme el orto dónde quedó? —me burlé.

—Cállate, apenas estoy calentando.

Y así, ronda tras ronda, ella perdía y yo encontraba una nueva forma de burlarme de la pésima manera en la que jugaba.

—No le estás haciendo honor a tu nombre de usuario, eu —continué molestándola—. "Rompeortos99" Ahora que lo pienso, me queda mejor a mí ¿no crees?

—No se vale, estoy en desventaja, estoy jugando desde una Notebook.

—Excusas99 —respondí con una sonrisa.

—Te odio —murmuró.

Seguimos jugando un rato más, pero no importaba cuántas veces lo intentara, no logró ganar ni una partida. Yo estaba completamente metido en el juego, que no me di cuenta de que ella se había quedado en completo silencio.

—¿Te rendiste? —pregunté, mirándola de reojo. 

Ella dejó escapar un suspiro exagerado y cerró la Notebook. 

—Sí, ya tuve suficiente humillación por un día. 

—¿Estás segura? Puedo seguir rompiéndote el orto si querés.

Ella se rió mientras se levantaba.

—Sonó mal la primera vez, pero sonó aún peor la segunda —dijo.

Fruncí el ceño, confundido por un segundo, pero luego decidí que no quería saber a qué se refería.

—Creo que ya me voy, no quiero que te sigas burlándo de mí.

—Unas clases de pvp no te vendrían mal.

—Sí, tal vez después. Nos vemos, Slenderman —dijo, despidiéndose con una sonrisa antes de salir por la puerta. 

Me quedé solo en mi habitación, mirando la pantalla de mi computadora que todavía mostraba el juego.

Por alguna razón, la idea de que se hubiera ido me dejó con una sensación extraña en el pecho. Era como si, de alguna manera, su presencia llenara un espacio que ni siquiera sabía que estaba vacío.

Creo que había encontrado la razón por la que ella era especial, porque la miro, y sé que es mi hogar, incluso cuando mi mente estaba vacía y mi corazón lleno de dudas.




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Primer mes de recuperación.
Jueves 19 Septiembre, 2019.

kiara's pov

Han pasado cuatro semanas desde que Iván despertó, y los avances han sido notables.

Hace una semana volvió a la escuela con el apoyo de tutores especiales para ponerse al día con las clases. Al principio era complicado, pero rápidamente se adaptó. Claro, aún tenía espacios vacíos en sus recuerdos, pero cada día se llenaban un poco más. 

Los sueños comenzaron siendo confusos, fragmentos de imágenes que no entendía, pero ahora eran más claros. Poco a poco, Iván había comenzado a recordar ciertas cosas, como la vez en que nos conocimos, cuando irrumpía en mi casa sin avisar, o las veces que cocinamos juntos.

Creo que recrear esas situaciones, de forma casi deliberada, había ayudado. Lo hacía sin que él lo notara. Hablar de temas que habíamos discutido antes, repetir bromas internas que me arriesgaba a que no entendiera, y dejar que las cosas siguieran su curso.

Y funcionaba.

Su confianza en mí también creció. Ahora me cuenta todo lo que sueña, incluso las partes que no comprende del todo. Eso lo hace más cercano, más real, más... él.

Ahora estábamos en clase de Matemáticas, pero Iván claramente no estaba prestando atención. Desde mi lugar, lo veía inclinado sobre su cuaderno, completamente concentrado en lo que sea que estuviera haciendo.

—¿Qué hacés? —susurré acercándome a él.

—Nada —respondió sin siquiera levantar la vista.

—Deberías estar pendiente de la clase —insistí, tratando de ver.

—Y vos deberías cerrar el orto.

—Déjame ver —rápidamente cubrió el cuaderno con su brazo—. Dale, Iván.

—Termino y te lo enseño.

Suspiré derrotada y apoyé mi cabeza sobre mi mano. Ahora yo tampoco estaba prestando atención, mi mente estaba completamente enfocada en él.

Me quedé observándo su perfil. Su ceño fruncido mientras dibujaba, la forma en que mordía ligeramente su labio inferior cuando se concentraba, sus rulos que sobresalían por debajo de la gorra negra que llevaba. Sus pestañas largas moviéndose al ritmo de sus parpadeos.

Sonreí como boluda, recordando todas aquellas veces que había hecho lo mísmo, simplemente admirándolo mientras que él hacía cualquier cosa. No importa cómo. Siempre lograba hipnotizarme.

Una sonrisa divertida apareció en su rostro.

—¿Tan lindo soy que no podés apartar tu vista de mí? —dijo mientras continuaba con su dibujo.

—Sí —dije sin rodeos, y su expresión cambió. Ahora sus mejillas habían adoptado un leve color carmesí, sonreí en grande y me permití burlarme de la situación—. ¿Por qué te ponés colorado? ¿Te pongo nervioso?

—Cállate —murmuró levantando su cuaderno—. Mirá.

Lo tomé y observé el dibujo que había hecho, era Coco con un hueso en su boca. Admiré por unos segundos los detalles y antes de decir lo que opinaba mi vista se dirigió a la esquina de la hoja, en donde habían varios nombres escritos.

Noté que algunos de esos nombres eran de los socios de G.E.A. que habían muerto. Pero hubo uno que se robó mi atención, Víctor.

Sentí cómo mi estómago se encogía en ese momento. 

—¿Por qué escribiste ese nombre? —pregunté, tratando de sonar casual, aunque mi corazón latía con fuerza. 

Él se detuvo y me miró.

—Creo que es el nombre de la persona que aparece en mis sueños —dijo con tranquilidad—. Siempre está ahí, observándome desde lejos. A veces se acerca y me habla, pero nunca entiendo lo que dice. Es raro. 

No sabía qué responder. Mi mente estaba trabajando a mil por hora, tratando de decidir si debía contarle o no. La psicóloga había sido clara en que no debía saturarlo de información, pero la mención de Víctor era algo que no podía ignorar por mucho más tiempo. 

—Es raro, sí... —murmuré, apartando la vista. 

—¿Y del dibujo, qué opinás?

—Está lindo —dije devolviéndole el cuaderno.

—¿Todo bien? —asentí levemente.

Él no insistió, y el tema quedó ahí. Por ahora. 

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Más tarde, en la noche, estábamos en la sala de mi casa jugando al Uno con Cassie y Lucas. Y cuando digo "jugando", en realidad quiero decir "dejando que Lucas nos humillara en cada partida".

—¡Gané otra vez! —gritó Lucas, levantando las manos en señal de victoria. 

—¡Andate a cagar, boludo! —me quejé, tirando las cartas en el suelo—. Sos re tramposo.

—Que ustedes no sepan jugar no es mi culpa —se burló.

—¡Kie mirá! —mi hermanita lo señaló—. Tiene una carta escondida.

Antes de que pudiera reaccionar, Cassie tomó una almohada del sofá y salió corriendo detrás de él. Iván y yo nos levantamos al mismo tiempo para seguirlos.

—¡Vení acá, enano tramposo! —gritaba mi hermana, persiguiéndolo alrededor de la sala.

Me quedé esperando en la cocina, segura de que eventualmente pasarían por ahí. Y cuando lo hicieron, atrapé a Lucas dejándolo inmovilizado mientras Cassie lo golpeaba con la almohada.

Él reía mientras suplicaba por ayuda, Iván se unió al juego y me separó de mi hermanito, abrazándome por la cintura para alejarme de Lucas, dándole la oportunidad de escapar y Cassie volviendo a correr detrás de él.

—¿Qué hacés? —reí mientras sentía sus manos hacer cosquillas en mi abdomen—. Soltame.

Me di la vuelta quedando frente a él, y curvé mis labios en una sonrisa mientras me perdía en el marrón de sus ojos.

No dijo nada, y yo tampoco volví a hablar. Era innecesario.

Varias cosas llegaron a mi mente en ese instante, entre ellas el arrepentimiento.

En un principio, el amor era un sentimiento que me aterraba por completo, solo por el hecho de no haberlo experimentado antes. Tenía miedo de que me hiciera sufrir, que me lastimara, que me hiciera pedazos el corazón.

Y, ahora que lo pienso, habría sufrido menos si le hubiera confesado a iván que estaba total y completamente enamorada de él. Me di cuenta muy tarde y sufrí el doble de lo que esperaba.

Sufrí el doble porque lo amaba, y llegué a creer que jamás se lo diría.

Algunos ven al amor como algo que siempre debe ser perfecto, pero la verdad es que es un sentimiento como cualquier otro, que puede hacerte pasar buenos y malos momentos.

Estando en todo este caos, y con lo que está pasando con iván me di cuenta de varias cosas. El hecho de que a pesar de todo siga acá con él, tratando de ayudarlo, me hace pensar que, a veces, el amor no es recordar, es elegir.

Mi mano ascendió a su mejilla, acariciando su piel suave y cálida. Él cerró los ojos por unos segundos, y luego me atrajo hacia su cuerpo en un abrazo totalmente inesperado.

El amor es elegir.

Elegirte a vos, cada día, aún cuando las memorias se pierdan en el tiempo.

Elegirte a vos, incluso cuando aún no puedas elegirme a mí.

—¡Lo perdí! —dijo Cassie llegando a la cocina, agitada por tanto correr. Iván se separó de inmediato—. No sé a dónde se fue.

Segundos después Lucas apareció detrás de ella y la golpeó con la almohada, mi hermana abrió la boca indignada y lo miró con incredulidad.

Lucas corrió hasta estar entre Iván y yo, buscando protección.

—¡Tiempo! —pidió mi hermano igual de agitado que Cassie, sonreí y lo abracé, luego se nos unió Cassie, y luego Iván.

—Es bueno tenerte de vuelta —murmuró Cassie.

El lugar quedó en silencio por un momento. Iván los miró, y sonrió. Sabía que lo decían porque poco a poco, estaba recuperándose.

—Es bueno estar de vuelta —respondió, revolviéndo el cabello de Lucas y luego el de Cassie. 

Ver esa escena me llenó de emociones. Iván recordaba parte de su experiencia con los mellizos, y últimamente pasaba mucho tiempo con ellos porque estaba conmigo.

Todo era más sencillo así. 

Más tarde, cuando mis hermanos se fueron a dormir, quedamos solos en el sofá. Él parecía pensativo, y su cara me decía que estaba a punto de preguntar algo importante. 

—Me quedé pensando... y quería preguntartelo —habló finalmente—. Kiara ¿vos... sabés quién es Víctor? 

Tragué saliva y asentí lentamente. 

—Sí, lo sé. 

—¿Me lo vas a decir? 

Me tomé un momento para pensar en mi respuesta. 

—No estoy segura de que sea una buena idea, Iván. 

—¿Por qué no? —preguntó, frunciendo el ceño. 

—Porque es algo complicado. Y creo que si te cuento todo de una vez, podría ser... demasiado. 

Él suspiró y desvió la mirada, pero no insistió. 

—¿Qué tal si te lo explico de a poco? —sugerí, esperando que aceptara. 

—Está bien —respondió. 

Tomé aire y comencé. 

—Víctor es... alguien importante. Alguien que, de una forma u otra, siempre estuvo conectado con vos. 

Lo miré, tratando de leer su reacción, pero él simplemente esperaba. 

—Vos no lo conocías, y cuando lo hiciste el te lastimó, pero nunca fue su verdadera intención hacer eso...

—¿Lastimó cómo? —preguntó, curioso. 

—Iván... Víctor es la razón por la cual terminaste en el hospital.

Iván se sorprendió, pero no preguntó nada más, y nuestra conversación terminó ahí. Luego de eso, se fue.




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Lunes 23 Septiembre, 2019.

ivan's pov

Sueños.

En eso se resumían cada una de mis noches. Más que sueños, visiones. O recuerdos borrosos de lo que viví alguna vez.

Desde que desperté tenía estos sueños, y con el tiempo, lo que antes eran imágenes sin sentido, caras y nombres desconocidos, ahora eran momentos muy claros.

Siempre soñaba con Kiara.

Pero esta noche pasó algo diferente.

El primer sueño comenzó con un lugar familiar.

Abrimos la puerta corrediza y salimos al patio, Kiara y yo. El aire fresco nos recibió, el cielo estaba despejado, adornado por unas pocas estrellas. La luna llena brillaba en medio de la oscuridad con intensidad.

Nos recostamos en el césped, uno al lado del otro, con los ojos fijos en la noche. El silencio nos rodeó, pero no era incómodo. Era como si el mundo entero se hubiera detenido para que solo existiéramos nosotros. 

—Me gustan las estrellas —dijo Kiara después de unos minutos—. Son muy bonitas. 

—Acá no se aprecian tanto igual —dije con mi mirada perdida en la luna. 

El silencio volvió, pero esta vez cargado con una especie de tensión. Era como si ambos supiéramos que había cosas que queríamos decir pero que ninguno se atrevía. 

Sin saber porqué, comencé a mover mi mano lentamente hacia la suya, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera arruinar el momento. Cuando nuestras pieles se rozaron, sentí un escalofrío recorrerme. Tomé su mano y entrelacé mis dedos con los suyos.

—¿Te acordás que te dije que había encontrado algo que creí haber perdido? —pregunté, sin apartar la vista del cielo. 

Ella hizo un ruido de afirmación, volteándose ligeramente hacia mí. 

—Te quiero mostrar algo. 

Solté su mano y me incorporé, sacando algo de mi bolsillo. Era un collar, más bien, dos collares unidos por un pequeño imán. 

Kiara se sentó también, sus ojos curiosos brillando bajo la luz de la luna. 

—¿Qué es eso? —preguntó, acercándose un poco para verlo mejor. 

—¿Conocés la leyenda del Yin y el Yang? —respondí. 

Asintió y sus labios formaron una pequeña sonrisa. 

—Representan dos energías opuestas que se unen para crear el equilibrio perfecto entre sí —dijo—. Blanco y negro, noche y día, el bien y el mal... —tomó ambos collares y levantó los dijes en el aire—. El Yin representa la oscuridad, y es femenino. El Yang simboliza la luz, y es masculino. 

—En nuestro caso debería ser al revés, ¿no creés? 

—Sí —reí con ella—. Aunque sean diferentes, la mezcla de los dos hace posible la vida y nos permite darnos cuenta de lo que necesitamos para sentirnos en equilibrio.

—Que profundo —hablé mientras los miraba.

—¿Qué significa para vos? —preguntó.

—Significa una promesa —dije, tomando el dije de Yin y acercándolo a ella. 

—¿Puedo usar este? —preguntó, y yo asentí. Ella se lo puso de inmediato—. Ahora ambos estamos conectados.

—Sí... —murmuré, sintiendo algo cálido expandiéndose en mi pecho. 

Así que... esto significaban los collares. Esta era nuestra promesa.

De repente, la escena cambió. Seguía estando con Kiara, esta vez estábamos en su cocina.

Su rostro estaba demasiado cerca, tan cerca que su nariz rozaba con la mía. Sentí nuestras respiraciones mezclarse y la tensión en el aire se podía cortar con una tijera.

—Tengo un extraño presentimiento —admití—. ¿Por qué ahora no siento que haya algo que me detenga?

—¿Por qué decís eso?

—Porque siento que algo cambió... hace un rato no parecías muy contenta viéndome con Micaela ¿o vas a volver a negar que te estabas muriendo de los celos?

Observé como tragó saliva nerviosa.

—Iván...

—Sé que capaz estoy flasheando y puede que arruine todo lo que hay entre nosotros. Sé que dije que no te presionaría... y también sé que no querés lastimarme —la interrumpí—. Entonces, Kie, si estoy equivocado, si vos no sentís lo mísmo, si no querés lo mismo, te pido que me alejes... porque si no lo haces, no voy a poder detenerme después —musité.

—¿Por qué te detendría? Si yo también quiero lo mísmo —habló de igual forma.

Me acerqué aún más, mis labios a milímetros de los suyos, pero entonces, me detuvo.

—Iván.

—¿Qué pasa? —pregunté confundido.

—No te muevas —fue lo único que dijo.

—¿Quién...? —mi voz se apagó mientras me giraba.

Él se detuvo a unos metros de nosotros, una máscara cubría su rostro.

—¿Quién sos? —pregunté.

El silencio se prolongó unos segundos más, que parecieron eternos, hasta que finalmente avanzó, quitándose la máscara con lentitud.

Lo primero que noté fue que era extrañamente parecido a mí, también que tenía una cicatriz que cruzaba su ceja.

—No puede ser... —murmuró Kiara.

—¿Quién sos? —repetí la pregunta, levantando la voz.

Sonrió levemente.

—Era obvio que no te ibas a acordar de mí.

—¿Víctor? —el nombre salió de mis labios sin siquiera pensarlo.

—No sabes cuánto te extrañé... hermano —dió un paso adelante, haciéndonos retroceder.

Y entonces todo se oscureció.

Desperté con el corazón acelerado y la respiración agitada. 

—¡Iván! —la voz de mamá resonó desde fuera de la habitación—. ¡El desayuno!

Me senté en la cama, pasándome una mano por el rostro mientras intentaba calmarme. Los fragmentos del sueño aún estaban reproduciéndose en mi mente.

Él era la persona que siempre aparecía en mis sueños, la única a la cuál, por más que me esforzaba no podía recordar.

La única de la cuál no me habían hablado.

Pero ahora lo sé.

Es Víctor, es mi hermano.

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—¿Por qué me lo ocultaste? —solté de repente, tratando de mantener mi voz calmada, aunque sabía que no lo estaba logrando del todo. Kiara estaba sentada frente a mí.

—Iván... —empezó a decir, pero la interrumpí. 

—¿Por qué me lo ocultaste? —repetí, esta vez más bajo, aunque con la misma intensidad. No estaba gritando, pero si estaba enojado—. Vos lo sabías, y nunca me lo dijiste.

Ella tragó saliva, bajando la mirada por un momento antes de levantarla nuevamente. 

—No era mi intención ocultártelo. Yo... lo iba a hacer en algún momento, solo seguía las indicaciones de los médicos. Se supone que no debía darte demasiada información porque podría ser peligroso para tu recuperación —explicó con calma, pero su voz temblaba ligeramente.  

Solté un suspiro pesado y aparté la mirada. Mi enojo no era solo con ella. Era conmigo, con mi memoria, con todo lo que me faltaba por entender. 

—No lo recuerdo —dije en voz baja. Me pasé una mano por el cabello, frustrado—. No recuerdo nada de él, Kiara. ¿Por qué no lo recuerdo? 

Ella se acercó un poco más. 

—Vamos a ir poco a poco, ¿sí? —respondió con suavidad, intentando calmarme—. Prometo explicarte todo, pero necesito que intentes tomarlo con calma. 

—Me estás diciendo que tengo un hermano del que no tengo idea, y ahora resulta que gracias a él no recuerdo nada. ¿Cómo querés que me calme? 

Kiara suspiró, tomando mis manos entre las suyas. El contacto fue suficiente para que una parte de mí empezara a relajarse, aunque seguía siendo un caos de emociones por dentro. 

—Te lo voy a explicar —afirmó—. Pero necesito que me escuches, Iván. Y que confíes en mí, por favor. 

Asentí, aunque no estaba seguro de cómo iba a reaccionar a lo que me diría. 

—Víctor es... tu hermano mayor. Pero no lo sabías porque... —hizo una pausa, como si intentara encontrar las palabras correctas—. Se supone que había muerto en un incendio cuando eran niños. En realidad... mi padre lo encontró y básicamente lo secuestró, por eso hoy está en la cárcel.

Sentí cómo mi pecho se apretaba con cada palabra que decía.

—Víctor creció creyendo que ustedes lo habían abandonado —continuó—. Mi papá lo manipuló, lo usó... y cuando Víctor descubrió la verdad, ya era demasiado tarde. 

Kiara se detuvo un momento, dándome tiempo para procesar. 

—¿Qué pasó después? —logré preguntar, aunque mi voz salió más débil de lo que esperaba. 

—Víctor cometió varios crímenes con tal de vengarse de ustedes, sobre todo de Carlos. Y bueno, luego de descubrir en dónde se ocultaba, nos dirigímos al lugar para atraparlo. Ese día, mientras intentaba protegerme, fue él quien te disparó por accidente. 

—¿Él... me disparó? 

Ella asintió. 

—Nunca quiso lastimarte, Iván. Fue un accidente, y lo lamenta más de lo que te podés imaginar. 

Kiara se quedó frente a mí, sin moverse, esperando a que dijera algo. Pero no podía. Mi mente estaba atrapada en los fragmentos de recuerdos que intentaban salir.

Pasaron varios minutos antes de que lograra abrir la boca nuevamente. 

—¿Puedo verlo? —pregunté finalmente. 

Kiara me miró sorprendida, pero aún así asintió. 

—Podemos hacerlo, cuando te sientas mejor. 

No dije nada más. Solo asentí y me recosté en la cama, mirando el techo mientras intentaba procesar todo lo que acababa de escuchar. Kiara se sentó a mi lado.

Mientras ella hablaba, tratando de llenar los vacíos con más detalles, algo empezó a cambiar. Distintos flashes pasaban por mi mente. Entre ellos estaba Kiara de pie junto a mi cama en el hospital, sosteniendo mi mano, prometiéndome que nunca me dejaría solo. 

Recordaba... no todo, pero lo suficiente. 

La miré y noté el collar en su cuello, recordé que guardaba el mío en el bolsillo, lo saqué y me lo puse.

—Ahora entiendo  —murmuré, tocando el dije en mi pecho. 

Kiara sonrió. 

—¿De verdad? —dijo emocionada, y aunque todavía estaba procesando todo, no pude evitar sonreír también. 

—Anoche tuve un sueño en donde estabamos en tu casa, mirándo las estrellas. Yo te dí el collar —le confesé—. A decir verdad vos siempre apareces en mis sueños, pero ahora son más claros que antes. Ahora... recuerdo mucho más.

Había días buenos y días malos, pero había aprendido a aceptar mi nueva vida, con todos sus fragmentos rotos y piezas perdidas. 

—Me di cuenta de que no debía sentirme mal, tal vez esto no sea como antes, pero podría ser mejor —musité, tomando su mano.

Nuestro amor no necesita ser igual al de antes para ser real.

La miré directamente a los ojos y, por primera vez, sentí que todo encajaba. 

—Es gracioso... —dije, y ella arqueó una ceja, curiosa—. Lo supe desde el momento en el que entraste por la puerta de la habitación del hospital. Supe que eras alguien importante. 

Ella sonrió, y yo continué.

Aunque no recuerde cada momento, sé que en vos encontré todo lo que nunca supe que buscaba. Vos sos mi brújula en este caos, y aunque me pierda, siempre voy a buscarte. 

—Y yo siempre voy a estar acá para vos —respondió, apretando mi mano con fuerza. 

En ese momento, supe que, aunque todavía había cosas por resolver, ya no estaba solo. 




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Miércoles 02 Octubre, 2019.

❛ kiara's pov ❜

El sonido metálico de las puertas abriéndose resonó en el pasillo estrecho y mal iluminado. El aire tenía un olor denso, mezcla de humedad y desinfectante barato. Las paredes grises parecían absorber cualquier rastro de luz que entraba por las pequeñas ventanas enrejadas. 

Estábamos en el área de visitas, un lugar frío y lleno de silencio.

Iván caminaba a mi lado. Había aceptado venir a acompañarlo a ver a Víctor después de varias semanas de dudarlo.

Llegamos a una sala separada por gruesos paneles de vidrio y teléfonos conectados a cada lado. Víctor ya estaba sentado, esperando. Cuando Iván entró, su hermano lo miró fijamente, sus ojos abriéndose de sorpresa antes de curvarse en una sonrisa genuina.

—Voy a esperarte afuera —murmuré, tocando levemente el brazo de Iván. Él asintió sin apartar la mirada de Víctor y ocupó el asiento frente a él.

Me alejé lentamente, dándoles el espacio que ambos necesitaban.

Mientras esperaba en una pequeña sala, mis pensamientos se enredaron en todo lo que habíamos pasado para llegar a este momento. Ahora Iván sabía toda la verdad; cómo le habían mentido, cómo lo habían separado de su hermano y cómo las decisiones de mi padre habían marcado su vida y la de los demás.

Todos habíamos sido víctimas de la misma red de manipulaciones.

El tiempo pareció detenerse mientras esperaba. A mi alrededor, otros visitantes entraban y salían, algunos con miradas de tristeza, y otros con una sonrisa. La atmósfera de la cárcel era sofocante, pero también tenía un extraño aire de redención, como si cada rincón contuviera historias de personas intentando reconciliarse con su pasado.

Cuando Iván salió, su expresión era tranquila, como si un peso invisible hubiera sido aliviado. Caminó hacia mí con las manos en los bolsillos y una leve sonrisa.

—¿Y? —pregunté, esperando a que me contara algo.

—Me siento mejor —respondió.

Asentí, devolviéndole la sonrisa.

—¿Y ahora?

—Ahora —dijo, mirando hacia la puerta de salida—, creo que puedo empezar a dejar todo esto atrás.

Lo seguí, sabiendo que luego de esto, ambos comenzarían a sanar.




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Sábado 05 Octubre, 2019.

La manta estaba extendida sobre el césped, rodeada de un par de almohadas improvisadas.

Estábamos sentados uno al lado del otro, con un tupper lleno de las galletas que él había preparado. Alrededor nuestro solo había silencio. Bueno, casi. El sonido de los grillos y el suave susurro del viento entre los árboles llenaban el aire, creando una atmósfera tranquila, perfecta.

Había algo en la tranquilidad de esa noche que me hacía sentir más ligera, como si todo lo que habíamos pasado no importara. Él parecía estar igual de relajado, en paz.

—Están horribles tus galletas —mentí, solo para llamar su atención.

—Vos sos horrible —frunció el ceño mientras mordía una.

—Bue, era joda —me quejé ante su agresividad aunque sabía que era fingida—. Hoy estás re a la defensiva, qué onda.

—Pasa que vos no te callas nunca. Déjame comer en paz, boludita.

—Yo hablo cuando se me de la gana —me encogí de hombros—. Vos no me podés decir qué hacer.

—Si, si, bueno, hace lo que quieras.

Lo miré con fingido enojo, y le saqué la lengua antes de darle otro mordisco a la galleta, disfrutando del sabor.

Era raro cómo los pequeños momentos con él podían hacer que todo lo demás se desvaneciera. No importaban los días difíciles ni los recuerdos que aún faltaban por recuperar. Estar con Iván siempre me hacía sentir completa.

Llegó ese momento en el cual nos quedamos en silencio, mirando las estrellas. Iván se acomodó mejor en la manta y, lentamente, extendió su brazo hasta que su mano tocó la mía.

Giré la cabeza y me quedé mirándolo, y él hizo lo mismo. Sus ojos oscuros brillaban a la luz de la luna, y por un instante, el mundo pareció detenerse. Sentí cómo su mano apretaba la mía con más fuerza, como si quisiera asegurarse de que no me fuera a ninguna parte. 

—¿Qué? —preguntó mientras una sonrisa se asomaba.

—Nada —murmuré, perdiéndome en la profundidad de su mirada. 

Sin darnos cuenta, nuestros rostros comenzaron a acercarse. Podía sentir su respiración mezclándose con la mía, y mi corazón latía tan rápido que temí que él pudiera escucharlo. 

—Kie... —susurró mi nombre, y eso fue suficiente para que mi piel se erizara. 

Pero justo cuando el momento parecía inevitable, dos personas aparecieron. 

—¡Yo quiero galletas! —gritó Lucas corriendo hacia nosotros con Cassie detrás. 

Me separé de Iván tan rápido como si hubiera tocado algo caliente. Él suspiró, llevándose una mano a la cabeza, revolviéndo su cabello. 

—¿No tienen que estar durmiendo ustedes? —preguntó mientras los mellizos se abalanzaban sobre el tupper. 

—Todavía es re temprano —protestó Lucas, llevándose tres galletas de una sola vez. 

—Sí, claro —murmuró Iván, rodando los ojos y tirándose de espaldas en la manta.

Miré a los mellizos con frustración. Habían arruinado el momento.

Cassie y Lucas se quedaron un rato más antes de que mamá viniera a buscarlos, prometiendo que se llevarían "solo dos galletas más" cuando en realidad ya habían vaciado el tupper. 

Cuando volvimos a quedarnos solos, Iván me miró con una sonrisa.

Volví a acostarme en la manta, esta vez apoyando mi cabeza en su hombro. Él no dijo nada, pero su brazo se movió para rodear mi cintura, y en ese gesto encontré todo lo que necesitaba. 

Mientras me abrazaba, sentí que todo lo que necesitábamos era estar ahí. Sentí que nuestro amor era especial por eso, ya que trascendía los recuerdos, y se manifestaba en los pequeños gestos y en las miradas que no necesitan palabras.

Y aunque las estrellas podrían apagarse, lo que sentía por él nunca dejaría de brillar.




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Viernes 11 Octubre, 2019.
Narrador omnisciente.

Kiara estaba en la cocina, completamente inmersa en su misión de preparar los brownies de cumpleaños para Iván. 

¿Brownies? Sí, brownies. ¿Por qué? Porque era el único postre que le salía medianamente bien. Y porque, sinceramente, no quería arriesgarse a intoxicarlo intentando algo más elaborado como un pastel. 

La cocina estaba hecha un caos; ingredientes por todos lados, utensilios mal acomodados y Kiara corriendo de un lado a otro totalmente nerviosa. Era algo gracioso de ver. No solo quería que el postre saliera bien, sino que se sentía una presión especial por hacerlo perfecto.

Finalmente, Kiara logró hacer unos brownies casi perfectos. Estaba segura de dos cosas; que a Iván le iban a gustar y que él estaría orgulloso de que no hubiera incendiado la cocina en el proceso. 

Cuando los terminó, los empacó en una caja decorada con un lazo y se dirigió a la casa vecina. Milena, como siempre, la recibió con una sonrisa y un abrazo cálido. 

En la sala, Iván estaba sentado en el sofá, distraído con su teléfono. Al escuchar los pasos levantó la vista. 

—¡Feliz cumpleaños! —chilló emocionada. Iván sonrió y se levantó para abrazarla—. Sos un año más viejo.

—¿Viniste a felicitarme o a descansarme?

—Las dos cosas. Pero también te traje brownies —le extendió la caja con orgullo. 

Iván la tomó con curiosidad. 

—¿No tienen veneno, no? 

—Si lo tuvieran, ya estaría en el hospital de tanto probar la mezcla —Kiara puso los ojos en blanco, pero sonrió al verlo abrir la caja. 

—Necesitaba asegurarme —se encogió de hombros antes de tomar un pedazo.

Milena observaba la escena desde el marco de la puerta mientras sonreía, aunque cualquiera que los viera haría lo mísmo.

—Me costó un montón hacerlos. Más te vale que lo que digas sea bueno.

Iván sonrió mientras degustaba el postre de chocolate.

—Están...

Kiara lo miró expectante, esperando que su opinión de verdad fuera buena.

—Son los mejores brownies que comí jamás —admitió.

—Obvio, si los hice yo —contestó para disimular su emoción.

—Si están tan buenos yo también quiero probarlos —Milena se acercó—. A ver...

La madre del pelinegro también elogió el buen trabajo de la chica, esos brownies de verdad estaban deliciosos.

—Muchas gracias —sonrió con gratitud.

Más tarde, Iván recibió a los pocos amigos que consideraba cercanos; Martina, Rodrigo, Kamila y, por supuesto, Kiara. Quien había estado con él desde la mañana.

Era una reunión sencilla, sin decoraciones ni grandes preparativos, pero eso era lo que hacía especial la noche. 

Todos estaban sentados en la sala de estar, mientras la música sonaba de fondo con canciones que ellos cantaban de vez en cuando,  conversaban acerca de cualquier cosa.

Las horas pasaron rápidamente entre bromas, karaoke y un ambiente que no necesitaba decoración para ser cómodo y agradable.

Era la primera vez en mucho tiempo que Iván se sentía verdaderamente feliz en su cumpleaños, rodeado de personas que realmente le importaban. 

Mientras que Rodrigo y Kiara cantaban con todas sus fuerzas "Nena maldición" de Paulo Londra, el momento fue interrumpido cuando Milena apareció en la sala con una torta en sus manos, una que ella mísma había hecho.

Rodrigo detuvo la canción y ambos se acercaron nuevamente para cantar el "feliz cumpleaños".

Iván sonrió y evitó mirar a las personas enfrente de él, no estaba acostumbrado a esta calidez justo en ese día, pero se sentía bien. Sentía que ese era su hogar.

—Sopla la vela, dale —animó Rodrigo.

—No te olvidés de pedir un deseo. —dijo Kie mientras se ubicaba a su lado.

Iván asintió y luego sopló la vela. Todos aplaudieron y al instante las hermanas carrera fueron en busca de un cuchillo para cortar la torta.

—¿Qué pediste? —preguntó Kiara, curiosa.

—Es de mala suerte decir los deseos —respondió sonriéndo.

—Yo no le digo a nadie —insistió abrazándolo por el brazo.

—No te voy a decir.

Kie bufó y Rodrigo rió mientras los observaba.

Cuando ya la noche había caído, y mientras sus amigos se despedían y Kiara ayudaba a recoger algunas cosas, Iván subió a su habitación en busca de su teléfono.

Cuando entró, vio la mesita de luz, y algo en su interior le hizo recordar. La promesa que le había hecho a Kiara meses atrás le vino a la mente.

Sacó un pequeño paquetito envuelto en papel marrón y una cinta que lo mantenía cerrado. Lo sostuvo en sus manos unos segundos, pensativo, antes de llamar a la pelinegra.

Minutos después, Kiara apareció en la puerta, con el cabello algo despeinado y las mejillas enrojecidas por el esfuerzo de ordenar la sala.

—¿Qué pasa? —preguntó, apoyándose en el marco de la puerta.

—Ven, quiero mostrarte algo —dijo, señalándole que se acercara.

Ella caminó hasta sentarse junto a él en la cama, mirando curiosa el objeto que sostenía en su mano.

—¿Qué es eso?

Iván sin decir nada más, extendió el paquete hacia ella.

—Es para vos, un regalo que había olvidado darte.

Kiara frunció el ceño. No esperaba nada en ese momento. Pero lo tomó en sus manos con cuidado.

Su expresión cambió cuando quitó la cinta y vió lo que había, era una pulsera, con un pequeño colgante en forma de estrella. La estrella no era común, y se dió cuenta cuando vió que tenía grabado en ella una constelación.

La constelación de Orión. Su favorita.

—No recordaba que la tenía, pero ahora sé que es para vos.

—¿Por qué...?

—Y, bueno, resolviste el caso, ¿no? —Kie lo miró sorprendida.

No podía decir nada. Algo en su pecho se apretaba al pensar que Iván nle había dado un regalo, y no un regalo común, sino uno lleno de significados que conectaban tantas piezas de su historia juntos.

Él, al ver que ella no tenía intenciones de moverse, se permitió colocar la pulsera en su muñeca derecha, Kie miró la estrella brillar por el reflejo de la luz, y sonrió.

—Gracias, Kie —habló el pelinegro—. Por todo, por hacerme feliz. Gracias por cumplir tu promesa de estar conmigo, gracias por traerme de vuelta. —entrelazó sus manos

No importa cuántas veces tengamos que empezar de nuevo, yo siempre te elegiría a vos, porque en vos encuentro mi verdad —respondió ella.

—Ahora que ya ha pasado un tiempo... ahora que, todo está en su lugar yo... —hizo una pausa, perdiéndose en los ojos brillantes de la chica por un momento—. Me siento lo suficientemente completo como para hacerte esta pregunta...

Ella asintió con los nervios a flor de piel, esperando a que él continuara.

—Kie, ¿querés ser mi novia?

El silencio se apoderó de la habitación por un segundo. Kiara quedó sin palabras, con el corazón latiendo en sus oídos. Lo que sentía era tan fuerte que no sabía cómo reaccionar.

—Sí —dijo, finalmente—. Sí, quiero ser tu novia, Iván.

La calidez de su respuesta iluminó los ojos del pelinegro. Su rostro se acercó más al de ella, y el aire entre ambos estaba cargado de emoción.

—Iván... —murmuró.

—Shh —la interrumpió—. Esta vez no vendrá nadie para impedirlo.

Kiara no pudo evitar sonreír, sintiendo cómo sus manos temblaban ligeramente. Sin pensarlo más, acortó la distancia entre ellos, presionando sus labios contra los de Iván. El beso fue suave al principio, pero pronto se transformó en algo mucho más intenso. Sus labios comenzaron a moverse en sincronía, como si nada más existiera en ese momento.

Ahora solo existían ellos, el beso y ese sentimiento que ambos compartían.

Un beso que parecía haber esperado toda una vida.

Ninguno se apartó. Los dos continuaron, dejando que las emociones hablaran por ellos, como si cada movimiento de sus labios, cada toque, cada suspiro, hablara del amor que siempre habían tenido el uno por el otro, sin importar el tiempo, ni los recuerdos perdidos.

Cuando el aire comenzó a faltar, Kiara se separó ligeramente, mirando los ojos de Iván. Él estaba igual de desorientado, pero sus ojos brillaban, sus pupilas dilatadas por la emoción.

—Te amo, Iván —susurró Kiara.

—También te amo, Kie —respondió él de igual manera.

Lo que siguió fue un silencio lleno de comprensión, y de la promesa silenciosa de que su historia aún tenía mucho más que ofrecer.

Iván y Kiara eran dos almas que no deberían haberse encontrado, y sin embargo, el universo conspiró para unirlos.

Iván siempre había sentido algo por ella, desde las primeras palabras que cruzaron. En cambio, para Kiara, él era como un misterio que quería resolver, un rompecabezas que no podía dejar incompleto.

Pero el amor no fue fácil para ellos. No podía serlo.

Kiara se resistía a aceptarlo, no porque no lo sintiera, sino porque el miedo la tenía atrapada.

Ambos pasaron momentos difíciles, que lejos de alejarlos solo los unieron más. A medida que el tiempo pasaba la memoria de Iván regresaba a pedazos, pero el amor que compartían nunca se había ido.

Y, aunque los recuerdos tardaron en volver, el sentimiento estaba ahí, como una llama constante que nunca dejó de arder.

Ellos se pertenecían el uno al otro. Lo sabían y lo podían confirmar con cada palabra que habían dicho:

"Te miré y supe que eras mi hogar, incluso cuando mi mente estaba vacía y mi corazón lleno de dudas.

A veces, el amor no es recordar, es elegir. Elegirte a vos cada día, aún cuando las memorias se pierdan en el tiempo.

Aunque no recuerde cada momento, sé que en vos encontré todo lo que nunca supe que buscaba.

Vos sos mi brújula en este caos, y aunque me pierda, siempre voy a buscarte.

Nuestro amor es más que recuerdos, nuestro amor vive en las pequeñas sonrisas, y en las miradas que no necesitan palabras.

Las estrellas pueden apagarse, pero lo que siento por vos nunca va a dejar de brillar.

No importa cuántas veces tengamos que empezar de nuevo, siempre te elegiría a vos, porque en vos encuentro mi verdad..."

Al final, Kiara e Iván entendieron que no necesitaban todas las piezas del pasado para construir un futuro, porque en ese instante, se tenían el uno al otro.

Sonriéron, aún mirándose, y mientras sus dedos se entrelazaban, ambos murmuraron al unísono, la última frase.

Una que marcaría el cierre de su antigua historia y el comienzo de una nueva.

"...Y aunque el universo nos dé mil razones para rendirnos, siempre vamos a elegirnos."

FIN.

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