1. Liby Loud
Liby frotaba con suavidad la punta de su zapato derecho en el suelo, mientras observaba la máquina de helado en esa estación de servicio. El silencioso golpeteo del índice derecho en sus propios labios, sumado al movimiento de su pie, ya empezaba a agotar la paciencia de la empleada, quien esperaba su decisión desde el mostrador y justo frente a ella.
Había llegado decidida a pedir el de mango, pero no iba a decirlo todavía. No era divertido.
—¿En fin, muchacha? ¿Crees que tengo todo el día? —le comentó tras una espera de dos eternos minutos.
La niña sólo abrió los ojitos con sorpresa.
—Yo sé que usted siempre pasa aquí todo el día, pero ya casi decido. Los cuatro sabores se ven apetitosos en verdad.
—En eso tienes una gran razón. ¡Son sólo cuatro, rayos! ¿Cuál es el problema de elegir entre mango, té verde, uva y...?
—...Fresa/sandía. Deberías elegir el de fresa/sandía —le aconsejó una voz juvenil desde la entrada. Liby giró la vista hacia el joven que iba entrando. Reconocería ese cabello desordenado de color negro profundo en cualquier parte. Se alegró, sin abandonar su papel.
—¿Adam?
—Para tu suerte, estás en lo correcto —respondió mientras se apoyaba en el mostrador, junto a ella, y luego se dirigió a la empleada: —Es más. Que sean dos. Van por mi cuenta.
La empleada se movió de inmediato hacia la máquina, aliviada por recibir una instrucción por fin, pero entonces escuchó a Liby decir: —El mío de mango, por favor.
Se detuvo unos segundos, y refunfuñó en silencio para luego comentar: —En seguida.
—Oye, ¿no te gustó mi recomendación? Creí conocer tus gustos a la perfección —fue el reclamo que Adam hizo de inmediato.
—No estás muy perdido, en realidad. El que mencionaste es el sabor de flippee que mi papi siempre me compraba cuando estaba pequeña. Era su favorito cuando era niño, también. Aunque me gustaría saber, ¿por qué creíste conocer mis gustos?
El jovencito agitó un poco la cabeza, como cambiando a una actitud más sofisticada.
—¿Sabes, Liby? Desde el día que te conocí en la escuela noté que tienes algo que me gusta llamar un... "no sé qué".
—Interesante nombre.
—¿Verdad que sí? Es como un toque de dulzura en cada cosa que haces.
—¿Dulzura? Eso no es bueno para mis dientes, como puedes ver —respondió Liby sonriendo, a la vez que tocaba sus frenos dentales.
—Pero, en cambio, es bueno para mí.
La empleada colocó los dos flippees frente a los muchachos mientras decía de mala gana:
—Disfruten sus flippees. Pasen feliz día. Váyanse por la sombra.
Liby tomó el de mango mientras Adam pagaba, y le dijo sonriendo mientras abandonaba el lugar: —Fue un gusto verte. Nos vemos en la...
—¡Oye!
El enérgico tono de voz del joven le hizo detenerse.
—¿Adónde vas? Te acompaño. No es bueno que vayas sola.
—Está bien —respondió la niña tras unos segundos.
Adam pagó y corrió a su lado. Empezó a caminar con la elegancia que había descuidado por llegar a toda prisa junto a Liby.
Él comentó de inmediato: —Supongo que te has dado cuenta del partido que habrá este fin de semana. ¡Qué pregunta! Todos en la clase van a asistir... Pues como yo jugaré, hay un asiento buenísimo reservado para quien yo invite. Tiene todos los hot-dogs y bebidas que quieras.
Liby dejó de sorber y lo vio de reojo con sorpresa. Él prosiguió.
—Quiero que estés ahí, Liby.
—¿De verdad? Yo pensaba llevar mi gorra con latas y pajillas.
—¡Ja, ja, ja! Eres genial de verdad... ¡Claro que no será nada necesario! Hay una gran hielera y además todo el pop-corn que desees agregar. Me interesa que disfrutes en comodidad todos los goles que haré en tu nombre.
—¿Goles a mi nombre? Temo que no se lo creerán... Yo no juego fútbol, apenas soy buena en ajedrez.
Adam casi se cayó hacia adelante por el frenazo que dio. Tras carraspear, comentó: —Muy buena esa. Te dedicaré cada gol que yo anote. ¿Imaginas por qué?
Viéndola directamente a sus ojitos, él declaró:
—Porque me gustas, Liby Loud. Me pareces muy bonita, y me gusta la forma en que hablas y sonríes. Además, sueles decir cosas muy ingeniosas todo el tiempo, justo como en esta charla. Y quiero que sepas que nunca me he creído eso de que hablas sola... No va con tu personalidad tan centrada. Por todo eso es que me encantaría que fueras mi invitada de honor.
Ella se había sonrojado.
—¿M-Me permites un momento? Vuelvo en segundos —se excusó ante el muchacho, y corrió hacia un callejón. Estando ahí, se dirigió al lector.
—¿Leyó eso? ¡La gente anda diciendo que yo hablo sola! Si yo le comento cosas a usted es porque considero que son anotaciones necesarias, ¡no porque esté loca! Rayos... Creo que mejor debería de escribir un diario, después de todo. Aparte de eso, me impresiona lo directo que ha sido Adam. Todo eso que dijo tuvo sus pros y contras, así que supongo que debo pasar al siguiente nivel en este momento.
Liby corrió a toda prisa y llegó junto a Adam, casi dando un resbalón al detenerse. En menos de un segundo volvió a interpretar su personificación aletargada.
—¿Quieres que sea tu invitada? Sería bonito, pero no sé cómo estaré de tiempo... Creo que mis papis tenían un plan para esos días... ¿Me dejas preguntarles? Te lo confirmaré pronto, Adam. Lo juro por mi meñique.
—No te preocupes.
—Gracias, Adam.
Y así siguieron, conversando poco, hasta que se despidieron en casa de ella. El viaje fue incómodo para ambos, pero ya había acabado.
Lincoln Loud verificó estar solo en la sala. Ahora que tenía un rato libre, con sus fechas límites cumplidas ante la editorial, iba a pasarla bien en privado. Tomó una bolsa gastada de una tienda de departamentos y vació su contenido: El videojuego más reciente de su saga favorita, aún en su envoltorio original de celofán. Era acerca de un dinosaurio encapuchado que asesinaba a otros dinosaurios templarios. "Una propuesta original por fin", decía para sus adentros. Y ahora que estaba solo, con el sistema de audio surround encendido y la pantalla plana de 55 pulgadas desocupada, iba a ser una experiencia sobrecogedora.
Aunque no tan sobrecogedora como la imagen de Liby apareciendo en plena pantalla de repente y gritando "¡SORPRESA, PAPI!"
Lincoln lanzó el disco por el susto, pero logró atraparlo tras unos segundos de pánico extremo. Estaba a punto de regañarla por usar ese odioso juguete que le había regalado su tía Lisa, con el que lo importunaba con frecuencia... Pero la escuchó reír. Ese era su punto débil.
—Cariño... Ya puedes asomarte. No te regañaré, lo prometo.
Ella salió tras un sofá, con el dichoso aparato en la mano.
—A veces hasta yo creo merecer un regaño —comentó, aguantando la risa.
—No será esta vez. No puedo enojarme si veo el rostro de mi chica favorita en la tele.
—Lo mismo le dices a mamá.
—A veces las confundo... Pero no se lo digas a ella.
—Si me garantizas que puedo evitar visitar a la tía abuela Ruth, me encantaría.
—Eso está difícil. Ni yo con mis planes lograba librarme. Pero veré que hacer al respecto.
—A propósito, ¿sabes dónde está mamá?
—En su estudio, aunque te recomiendo que no la molestes. Está escribiendo, y sabes que ser interrumpida es de las pocas cosas que no se toma con humor.
—Tranquilo, papi. Confía en mi discreción —dijo la chica mientras se dirigía hacia adentro de la casa. Pero luego, volvió a asomar su cabecita y vio algo que ni siquiera ella quiso presenciar:
—¿Por qué estás usando esa máscara de dinosaurio y esa capucha, papi?
—¡Nada de visitas a la tía abuela Ruth y veinte dólares! ¿Te parece?
Ese aroma de café era lo más inspirador del mundo.
Estuvo presente cuando escribió el guión del episodio piloto de su ahora exitosa serie de televisión, y también cuando se le ocurrían detalles románticos para su esposo. Ahora, sentada frente a su laptop, la misión de ese aroma era ayudarle a escribir un artículo de opinión satírico que fuera memorable. No quería defraudar a la revista que se lo encomendó. Anhelaba una carrera adicional como novelista, en caso de que la televisión le aburriera.
Luan tomó un sorbo, y la magia inició en su mente.
Aunque no era lo único que llegaba hacia ella. Podía sentirlo.
Se levantó del escritorio y se dirigió a la puerta en silencio. La abrió con rapidez, y una linda pecosa casi se fue de cara al suelo.
—Buscaba tranquilidad, y encontré algo muy diferente —comentó la mujer con frialdad. Liby se quedó paralizada, con cierto rubor en sus mejillas.
—Eh... ¿Alegría? —respondió con una sonrisa penosamente fingida. Observó la figura elegante de su madre hasta llegar a su rostro juvenil, el cual ya empezaba a reemplazar la severidad con un tenue gesto feliz. Eso era lo mejor de su familia: la hacía sentir amada a cada minuto.
—¿Necesitabas algo, amor? —preguntó Luan.
—Hablar contigo, pero... ¿Cómo supiste que estaba tras la puerta?
—Poder de madre. Además del mal olor.
Eso último hizo a Liby retroceder un paso y olerse la axila derecha, pero no haber percibido nada malo le hizo lanzar una risita y disparar con el dedo a su madre, quien le correspondió con una leve reverencia.
—Dime entonces, ¿para qué soy buena?
—Necesito consultarte algo sin que oiga mi papi.
—¿Hiciste alguna travesura? Espero que haya sido una muy ingeniosa, por lo menos.
—¡No, mami! En realidad, es acerca de un chico.
Los ojos de Luan se abrieron al máximo.
—Un momentito... Cuando hablas de "un chico", ¿te refieres a alguien a quien le vas a hacer una broma?
—En verdad siento que yo al final puedo ser la víctima de la broma.
—¿De qué hablas?
—Un chico de la escuela llamado Adam me dijo hoy que yo le gusto, y me invitó a verlo en un juego de fútbol. ¡Hasta dijo que me dedicaría sus goles!
—Eso no me sorprende. Te estás convirtiendo en una bella señorita.
—Gracias, mami. Es porque me parezco a ti.
—Cuéntame entonces. ¿Aceptarás?
—¡Eso es lo que no sé! No sé si lo has notado, pero me gusta fingir ser ingenua. Si me preguntas la razón, te diré que por pura diversión. Disfruto con que cierta gente hable conmigo y se exaspere. ¡Es tan ameno! Sueño con ser una actriz, una estrella como tú. Pero con lo que pasó hoy...
Luan se llevó una mano a la barbilla.
—Dime si me equivoco... ¿Te preocupa que a ese chico le guste tu personalidad ingenua, y que se decepcione al descubrir tu verdadera personalidad?
Liby se sonrojó.
—Eres una buena niña. Me gusta que seas considerada hacia las demás personas, aunque sea sólo en cierta medida. Si el chico te interesa, debes gustarle por quien en realidad seas. Yo siempre he sido auténtica, en las buenas y en las malas, ¡y mírame! Logré todo lo que siempre quise en mi vida, incluyendo al mejor esposo del mundo. Al que siempre amé.
La chica escuchaba con devoción cada consejo de su madre. Este último le pareció escrito en una reluciente tablilla de oro.
—Gracias, mami. Es lo que necesitaba saber. Me recuerda a un refrán que dice: "Al amante que no es osado..."
—...Cuchillo de palo —respondió la madre.
Ambas rieron, y se fundieron en un abrazo.
Al día siguiente, rumbo a la escuela, Liby pasó saludando con parsimonia a cuantos compañeros se encontraba en el camino. Si Adam no estaba a a la vista, no tenía por qué dejar de divertirse.
Por desgracia, apareció a lo lejos. Junto a una linda chica de cabello rubio... Pingrey, se apellidaba. Y escuchó a Adam decir:
—... Tiene todos los hot-dogs y bebidas que quieras.
—¡Genial! ¡Claro que me encantaría!
Es difícil actuar alegre cuando se siente un nudo en la garganta.
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