6
Una vez que terminaron con todos los trámites y el retiro de las valijas, se prepararon para buscar un taxi que los llevaría a la nueva casa. Salieron del aeropuerto a paso rápido para esquivar la masa de gente que se movía por todo el lugar a pesar de las altas horas de la noche. Al llegar a una esquina, encontraron un auto libre y, luego de acomodar las valijas en el baúl, se subieron al fin relajados.
El taxi tomó por una autopista. El paisaje era un poco monótono por la oscuridad que había cubierto cada rincón, pero, aun así, Naomi no apartaba la vista de la ventanilla. A lo lejos distinguía pequeñas luces que alumbraban las casas que se encontraban perdidas entre la inmensidad del campo, al igual que construcciones antiguas como castillos o torres que, al ser iluminadas con una luz amarilla, le daban un aura misteriosa. La imaginación de Naomi volaba, y pensaba en las aventuras que los caballeros y reyes habían vivido en esos lugares tanto tiempo atrás.
La voz de Elian pronunciando el italiano con habilidad hizo que regresara a la realidad, y pasó a prestar atención a lo que su compañero conversaba con el taxista. Elian le contaba cómo había sido el viaje y qué era lo que habían venido a hacer a Roma. Naomi se sentía tan familiar con el idioma que se animó a dar su opinión, poniendo en práctica lo que su madre le había enseñado. Lo hizo de manera natural, como si hubiera pasado toda su vida en Italia.
—Ahora que veo lo bien que puedes hablar el idioma, me limitaré a hacer algunas cosas —comentó Elian.
—¿Hablas en serio? —Naomi lo miró con los ojos bien abiertos.
—¡Claro que no! —Soltó una risa al verle la expresión—. Eres mi responsabilidad. No puedo hacerme el desentendido.
—Menos mal —respondió aliviada. No estaba segura de que pudiera desenvolverse sola.
—Igual estoy sorprendido. ¿Dónde aprendiste? ¿Estudiaste en alguna escuela?
—No. Aprendí al escuchar a mi mamá. Ella es italiana, de la región de Abruzos.
—Vaya, entonces tienes sangre italiana —dijo animado por el contacto directo que Naomi tenía con el país.
—No sabría decírtelo bien —respondió pensativa.
—¿Lo dices porque tu papá tiene otra ascendencia?
—De mi papá no sé mucho —susurró con vergüenza.
—¿Tus padres están separados? ¿No llegaste a conocerlo?
—Es una historia un poco larga que prefiero no contar. —Hizo una pausa y, luego de notar que había sonado bastante seria, agregó—: Eres muy curioso, Elian. Nunca lo hubiese imaginado. Te hacía mucho más reservado.
—Es porque nunca tuvimos la oportunidad de conocernos. —Con la contestación de Naomi se sintió incómodo—. Lamento si te ofendí.
—No estoy ofendida, en serio —saltó nerviosa al darse cuenta de que había metido la pata.
Elian asintió con la cabeza y se puso a mirar por la ventanilla del auto. El paisaje había cambiado y ya estaban dentro de la ciudad. Las calles eran alumbradas por pequeños faroles ubicados en las entradas de cada casa. La noche estaba tranquila. Pocas personas caminaban acompañadas o solas por las calles. Y, a medida que se acercaban a destino, Elian iba distinguiendo las fachadas de los departamentos que había visto la vez que se había dedicado a buscar un buen lugar para vivir. Al recordar dónde debía doblar el taxi, se preparó para buscar su billetera.
—¡Siamo arrivati! —dijo el chófer observando a sus dos pasajeros con una amplia sonrisa.
Se había detenido delante de un pequeño departamento, ubicado en una de las zonas tranquilas de la ciudad romana. La mayoría eran departamentos de dos pisos y se notaba que ya tenían sus años de construcción, pero estaban tan bien mantenidos que daban seguridad. Los balcones estaban adornados con macetas coloridas y flores diversas, lo que le daba mucha vida al lugar.
Luego de pagar y bajar con cuidado las valijas, Elian le indicó a Naomi que golpeara la puerta de al lado del departamento. Allí vivía el dueño de la casa donde ellos pasarían los días, y debía entregarles las llaves para poder entrar.
Un hombre de sesenta años, de estatura media, abrió la puerta, curioso por la presencia de la joven. Naomi lo saludó de manera educada y pasó a presentarse para explicarle el motivo de su llegada en plena noche. El señor reconoció enseguida de quienes se trataban y, al ver a Elian por detrás, salió a saludarlo para entregarle las llaves. Naomi no dijo nada, suponía que confiaba más en su compañero que en ella, ya que nunca la había visto. El señor se llamaba Giuseppe y, muy animado, hizo que dejaran las valijas para mostrarles cómo era la casa por dentro.
Apenas se ingresaba, los recibía una sala de estar no muy amplia y amueblaba con sillones y un piano que se destacaba en un rincón. A la izquierda una puerta daba ingreso a la cocina, más pequeña que la sala, con un amplio ventanal que tenía vista hacia el patio interno. La decoración era rustica, bien ambientada y le daba una sensación agradable y familiar. Luego de observar cada detalle, Giuseppe acompañó a Naomi hasta a la planta alta por la escalera que se encontraba en la sala de estar. Allí arriba estaban los dos cuartos y el baño.
—A ver quién elige cuál —se animó a desafiar a sus huéspedes—. Las dos habitaciones tienen balcones, pero una tiene la mejor vista nocturna de la ciudad. Desde el otro cuarto solamente se ve la copa de un árbol —bromeó.
—Que elija Naomi. Por mí no hay problema cuál me toque.
—Entonces, ¡escojo la del balcón con buena vista!
Naomi entró al cuarto que le había indicado Giuseppe. La habitación era de color blanco, y los muebles oscuros cortaban un poco la monotonía; entre ellos, un espejo junto a un cuadro, y un televisor colgado sobre la pared.
Lo primero que hizo Giuseppe fue abrir la ventana para que Naomi se asomara a contemplar la noche. Además del aire dulce y fresco, la vista que el balcón les regalaba los envolvió en una linda emoción. A esa altura se apreciaban algunos de los sectores más antiguos de Roma, con sus luces blancas y otras amarillas, además de divisarse el río Tíber, que no estaba tan lejos de la casa. Por más que fuera uno de los barrios más tranquilos, era impresionante ver cómo todavía la gente se animaba a pasear y disfrutar del clima cálido que seguía haciendo de noche.
Cuando terminaron de recorrer la casa y acomodar un poco el equipaje, Giuseppe los invitó con algo de comer. Se imaginaba que sus nuevos inquilinos habían llegado con hambre después de un viaje tan largo. Por supuesto que los dos aceptaron sin dudarlo y sin importar la hora. Un pequeño aperitivo iba a ayudarlos a conciliar mejor el sueño.
Pasaron una velada tranquila, conociendo los hábitos de la gente del barrio gracias a la información que Giuseppe les pasó. El lugar era tranquilo, pero no impedía que los vecinos fueran curiosos. Giuseppe les advirtió que no les hicieran mucho caso, sino se sentirían incómodos con los rumores que podían llegar a inventarse, más si ellos iban a aparecer en la televisión.
Vencidos por el cansancio, Elian y Naomi se despidieron para regresar a la casa y descansar. El día siguiente era domingo y debían aprovecharlo para acomodarse antes de que la semana comenzara junto a las nuevas obligaciones que debían cumplir.
Naomi dormía profundo cuando de lejos comenzó a escuchar una alarma. En su sueño caminaba con pasos pequeños por el oscuro pasillo, mientras buscaba de dónde venía el sonido. En un momento, el caminar se hizo pesado y se le dificultaba su avance. De lejos veía un reloj gigante y plateado que marcaba una hora muy peculiar: las seis y media.
Desesperada para que nadie despertara, corrió de prisa tratando de alcanzarlo. Sin embargo, sus pies la traicionaron y cayó de un fuerte golpe. Del susto se despertó y observó por unos segundos el techo mientras trataba de ubicarse en tiempo y espacio.
Unos reflejos entraban desde la ventana y alumbraban en tonos amarillos el cuarto. La alarma seguía sonando, pero venía de la habitación de Elian. Cuando reaccionó que estaba en una nueva casa en plena ciudad romana, se sentó en la cama a esperar a que su compañero se dignara a despertarse y apagara el molesto sonido. Sin embargo, no lo hizo en ningún momento.
Naomi se levantó con mucha pereza y miró su reloj de pulsera. Eran las ocho de la mañana.
—¿Ya hay que levantarse? —se preguntó al salir del cuarto para cruzar hasta la otra habitación.
Entró sin golpear. Si Elian no escuchaba la alarma menos escucharía su llamado. Antes de despertarlo, prefirió apagar el sonido constante y agudo que provenía del celular. Dejó el móvil sobre la mesa de noche y llevó su vista hacia Elian. Dormía boca abajo con la almohada cubriendo su cabeza. O la luz de la ventana le había molestado, o quería evitar escuchar el sonido desagradable de la alarma.
Naomi tomó la almohada para descubrirle el rostro y se encontró con que dormía plácidamente, como si nada estuviera ocurriendo a su alrededor. Por un momento le pareció muy tierno. Los rasgos eran muy delicados, con un perfecto perfil que le daban su pequeña nariz y largas pestañas. No le quedaban dudas de que era un chico apuesto, y se animó a recorrer con la vista el torso desnudo, donde se apreciaba su cuerpo entrenado. Ver los detalles de los músculos la hizo sonrojarse, pero enseguida sacudió la cabeza para quitar los pensamientos, según ella, atrevidos.
—¡Elian! —Lo llamó de golpe para olvidarse de lo que había pensado y poco después soltó la almohada sobre su cabeza.
—¿Qué pasó? —Miró a Naomi con el ceño fruncido—. ¿Acaso sonó la alarma? —Tomó el celular para ver qué había pasado.
—Media hora estuvo sonando. —Exageró para molestarlo y se retiró a su cuarto para volver a meterse en la cama.
—Lo siento. De vez en cuando no suelo escucharla. —Lo bueno de que la casa fuera pequeña era que podían comunicarse de habitación en habitación y se escuchaba perfecto—. Hiciste bien en despertarme. ¡Hoy tenemos mucho por hacer! —Comenzó a vestirse. Él no tenía problemas en levantarse temprano—. Te prepararé el desayuno para compensar mi falta —una vez vestido se asomó por la puerta del cuarto de Naomi—, . —Le sonrió al encontrarla acostada otra vez.
—Solo dame cinco minutos más, hasta que mi batería se termine de cargar. —Se cubrió con la frazada hasta la cabeza.
—Eres dormilona, ¿no? Espero no tardes mucho o te vendré a buscar.
—No hará falta —refunfuñó.
Después de media hora Naomi apareció en la cocina y sintió el olor rico de las tostadas y el café. Elian había preparado todo gracias a los víveres que Giuseppe le había comprado para que estuvieran abastecidos hasta que ellos pudieran hacer la compra general. Lo dejó servido sobre la mesa para que cuando Naomi apareciera comenzaran a desayunar. Lo hicieron tranquilos, sin conversar mucho. Los dos todavía estaban agotados por el viaje, y las pocas horas que habían dormido no los había ayudado a adaptarse al nuevo horario que tenían.
Cuando terminaron de desayunar, se pusieron a desempacar las valijas para ordenar la ropa y los papeles importantes en sus respectivos lugares. Elian había llevado su notebook. Luego de averiguar la clave de wifi y realizó una videollamada. Quería comunicarse con el jefe para contarle cómo había sido el viaje. Poco después Amelie apareció en la pantalla para unirse a la conversación. Estaba desesperada por saber cómo habían llegado a Italia.
Una vez que la videollamada finalizó, Elian cerró su sesión y le pasó la notebook a Naomi.
—¿Quieres comunicarte con tu familia?
—Prefiero llamarla más tarde. Mi mamá no está acostumbrada a las nuevas formas de comunicación. —Se sonrió con gracia.
—Tu mamá vive en otra ciudad, ¿no? —Naomi asintió—. ¿Y es una mujer de cabellos blancos con rulos que trabajaen un hospital? —Volvió a preguntar sin importarle que otra vez quedaba como un curioso. Recordaba que en el debut de Naomi una mujer con esas características se había acercado a felicitarla. Vestía ropa de trabajo y cargaba una pequeña maleta a su lado, lo que le había dado la impresión de que había llegado con el tiempo justo a ver el primer show de su hija. El modo en que se habían saludado le pareció que se trataba de un familiar.
—Sí, estás en lo correcto. Se llama Elisa y fue un par de veces al Circo, pero para esta oportunidad se le complicó con el trabajo. Ella es enfermera y siempre tiene que estar preparada para cualquier emergencia. Además, fue tan repentina la decisión de irnos que no nos dio tiempo para encontrarnos. —Jugó con sus dedos de forma incómoda. En parte empezaba a extrañarla.
—Tal vez te dé una sorpresa y se aparezca. Si ella es de aquí, tendrá un buen motivo para venir.
—¡Sería genial! —Se sonrió al pensar en la posibilidad.
—¿Qué te parece si salimos a recorrer la ciudad? —Se puso de pie para agarrar las llaves de la casa—. Te invito a tomar un helado.
—¿No era que teníamos mucho trabajo? —preguntó confundida por su repentino cambio.
—No vendrá mal hacer un paseo antes de que empecemos con la rutina —explicó mientras esperaba que se acercara a él. Aunque su verdadera intención era que no se sintiera afligida por hablar de Elisa.
—Claro que no. Además, ¡muero por conocer la ciudad! —respondió entusiasmada y lo siguió.
Fue una buena idea distraerse y ser turistas antes de tener que empezar a cumplir con sus obligaciones. Naomi pudo disfrutar de la tarde y de la compañía de Elian que, a diferencia de cuando estaban en el Circo, donde su timidez le impedía conocerlo, comenzó a distenderse. Se reía divertida de las ocurrencias de Elian cuando le contaba la historia de ciertos lugares como si hubiera sido algún personaje de aquella época o la invitaba a probar nuevos sabores de los productos típicos de Italia. Y cuando se quedaba en silencio, atrapada en la belleza de la ciudad, él la acompañaba en esa paz, aunque también se preocupaba y le consultaba si estaba cansada, para poder regresar a descansar. Sin embargo, más que cansada, Naomi se sentía emocionada por vivir una hermosa experiencia.
Las calles romanas eran realmente hermosas y concurridas. Habían decidido ir por un camino comercial donde predominaban las cafeterías, restaurantes y, por supuesto, las heladerías. Cada calle que agarraban estaba repleta de turistas, de todas las nacionalidades, que disfrutaban de las delicias del lugar. También estaban aquellos que se sacaban fotos luego de encontrar la pose ideal, al igual que el fondo que iban a mostrar en sus redes sociales.
Naomi se divertía con verlos y no dudó en pedirle a Elian que también le sacara una. Necesitaba tener un recuerdo de su llegada a Italia, y qué mejor hacerlo comiendo un rico helado artesanal en una banca bajo la sombra de una sombrilla.
Luego de que Elian le pasara su teléfono, Naomi se arrimó a él y apuntó con la cámara para sacarse juntos una selfie. Era la primera de los dos solos y fuera del ámbito laboral. La cámara captó la sonrisa de ambos, y dejó a la vista los relajados que estaban para comenzar a disfrutar de la nueva vida.
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