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21

Elian contemplaba la imagen de Naomi, esperanzado por verla abrir los ojos, pero lo único que logró fue que el cansancio lo llevara al mundo de los sueños.

En plena madrugada, una enfermera entró a la sala para controlar a Naomi y lo encontró dormido sobre la camilla. Con cuidado lo despertó y le pidió que fuera a descansar. Si su intención era cuidar de su compañera, primero tenía que reponerse él, para que los días que durara el estado crítico estuviera fuerte para continuar con su velada. A pesar de que no quería dejarla, hizo caso y regresó a su casa.

Los ánimos de Elian estaban por el piso. Le era difícil creer que en poco segundos la vida había dado un giro rotundo. Sentado en el sillón, daba vuelta a sus pensamientos, tratando de encontrar una lógica. Lo que estaba viviendo parecía un viejo déjà vu de mal grado. De nuevo se veía en Italia, con Gianluca, Antonello y una chica de la cual se había enamorado, y estaba a punto de perderla. ¿Cuál era el motivo que lo llevaba a vivir dos veces lo mismo? No tenía la respuesta, así como tampoco tenía la solución para que Naomi despertara. La bronca se adueñó de su alma, lanzó con fuerza los almohadones contra el suelo y descargó su angustia con lágrimas silenciosas.

Los primeros claros alumbraban el cielo cuando su teléfono sonó. Enseguida atendió con miedo a que fueran de la clínica. Sin embargo, era Gioia, que había recibido el mensaje y se dirigía hacia el hospital para ver a Naomi, por lo que cortó y rápido fue a su encuentro.

Era un hombre mayor, con una curvatura pronunciada en su espalda por su avanzada edad. Su voz se escuchaba suave y mostraba angustia, aunque sus palabras eran de aliento y llenas de anhelo para que pronto despertara. Había un lazo especial que los unía, y Elian lo percibió con curiosidad.

Poco después Gioia salió del cuarto a paso lento, acompañado por su bastón, y se sentó al lado de Elian, donde soltó un suspiro como si con ello pudiera liberar la preocupación que había dentro de él.

—Ella saldrá adelante. Esta vez tiene más apoyo.

—¿No es la primera vez que le pasa esto? —Elian preguntó triste.

—No. —Su voz tembló— Pero antes fue mucho peor porque era una niña y en ese entonces tuvo que luchar entre la vida y la muerte. Fue un año difícil, no sabíamos cuál sería el desenlace. —Elian se lo quedó mirando—. Sin embargo, Naomi sorprendió a todos al volver a la realidad. —Se sonrió al recordarlo.

—Entonces, ¿es verdad que la conoce desde hace mucho? —Lo miró extrañado.

—Claro. Desde que tenía cinco años. —Se sonrió—. Nada más que su mente se encargó de quitarme de sus recuerdos.

—¿En serio? O sea que lo que descubrió Antonello ¿es cierto? —Se preocupó.

—No sé qué haya descubierto, pero la única verdad que existe yo la conozco, y él no me consultó para saber de Naomi —hablaba calmado, apoyado sobre su bastón, sin apartar la mirada de la habitación—, y tú serás la siguiente persona, pero antes necesito que sepas que no fue tu culpa —le advirtió antes de que Elian dijera lo contrario—. Lo que le sucedió fue por el pasado que le pesa y atormenta, que tampoco es su culpa. Sus verdaderos padres la trataron con tanto desprecio que fue lo único que conoció desde que nació.

—¿Por qué?

—Porque Naomi llegó en el momento y en la familia equivocada. No fue una hija deseada. Desde el principio la madre quiso deshacerse de ella, pero no lo consiguió. —Hizo una pequeña pausa y luego continuó—: Estoy seguro que tenía que nacer para que pudiéramos conocer su don.

Volvió a quedarse en silencio para recordar la voz de Naomi y se transportó al primer encuentro que tuvo con ella. Ese día había descubierto a una pequeña niña de tez blanca y de cabello negro como el carbón. Estaba despeinada y en sus ojos celestes se reflejaba la tristeza que guardaba en su corazón, pero, apenas la música la envolvía con sus hermosas melodías, era capaz de sonreír para cantar como los ángeles.

—Uno creería que los padres cambiarían de opinión una vez que la vieran entre sus brazos, tan pequeñita y frágil. Pero no. Apenas la pesadilla comenzaba para Naomi. Gritos, golpes, insultos. Y cada día que pasaba era peor —agregó Gioia en un susurro.

—¿Usted conocía a sus padres? —Elian sintió escalofríos por lo que había escuchado, y con solo imaginarse la escena se ahogó en la angustia.

—No. La historia la supe primero por los vecinos y después por la misma Naomi.

—Entonces, ¿cómo fue que se encontró con ella?

—Me había ido de vacaciones y estaba paseando por su barrio cuando la voz de una niña me llamó la atención. Decidí seguir el canto hasta una ventana de una pequeña casa. Ella estaba en el cuarto donde siempre la encerraban cada vez que quedaba sola. Asomé mi cabeza entre las rejas y me puse a escucharla con atención. Me tenía hipnotizado y deseaba escuchar más de su hermosa voz. Para nada me imaginaba que una niña, que transmitía luz con sus canciones, tenía una vida tan oscura. —Hizo una pequeña pausa antes de continuar—. Recuerdo que Naomi estaba tan concentrada cantando la canción de la radio que se asustó cuando me vio y se escondió debajo de la cama. La llamé despacio para que se acercara, pero no funcionó. No me respondió ni tampoco salió de su escondite. Supuse que los padres le habían enseñado a no hablarle a un extraño, así que seguí mi caminata pensando cómo podía hablar con ella o con sus padres para que la inscribieran en una academia y pudieran dar a conocer su don. De esa manera, comencé a pasar todos los días.

—¿Y Naomi lo aceptó?

—Sí. Nos hicimos amigos. No importaba que una reja nos separara. Cantábamos juntos y hasta bailábamos. Ella se veía feliz y relajada cuando estaba conmigo. Sin embargo, un día tuve que volver a Italia y no me quedó otra que dejarla. Hasta ese entonces no sabía lo que sus padres le hacían. Ella no hablaba mucho, solo le gustaba cantar. Por eso el día que la volví a ver y la encontré llorando se me partió el alma.

—¿Qué le había pasado? —quiso saber, ya que Gioia se había quedado en silencio.

—No lo supe rápido. Las palabras se le ahogaban en el llanto. Para cuando entendí lo que me decía, sentí escalofríos. "¡Ayuda!", me dijo, aferrada de la reja. "Tengo miedo", agregó. "¿A qué le tienes miedo?", le pregunté. "A mi papá". A medida que la escuchaba contar cómo su padre le había pegado de manera cruel, las ganas de sacarla de ahí aumentaban con cada segundo. Sin embargo, no sabía cómo hacerlo. Solo se me ocurrió darle el consejo de que mientras iba por ayuda se dedicara a cantar. Así que la entretuve de esa manera hasta que fui a la policía. Lamentablemente pude presentar la denuncia, una más de las tantas que los vecinos habían hecho. Realmente no entendía cómo las autoridades no la ayudaban sabiendo la situación en la que vivía. La tenían en completo abandono.

—¿Cómo pudo salir de ese infierno? —preguntó sin aliento.

—Pasaron dos años y fue de la peor manera. —respondió negando con la cabeza, sin creer que hubiera pasado algo así.

—¿¡Dos años!? —exclamó al no poder creerlo.

—Así es. Para no ocasionar más problemas con sus padres, me alejé de ella. Por mi culpa le habían vuelto a pegar, sin importarle que yo estuviera allí mirando. No soportaban la idea de que Naomi se hubiera animado a confesar lo que le hacían.

—Entonces, ¿regresó a Italia? ¿Así como si nada? —La sorpresa de Elian era grande. Él jamás hubiera abandonado a alguien que se encontraba bajo esa horrible situación.

—Sí, y es el día de hoy que me arrepiento. Si yo hubiera estado cerca, tal vez hubiera evitado el accidente que tuvo. —Las lágrimas asomaron por sus mejillas y Elian se angustió mucho más—. Cuando decidí regresar, iba a pasos apurados para saber cómo se encontraba después de tanto tiempo. Sin embargo, como si el destino me hubiera llamado, al llegar a un cruce me encontré con un grupo de gente amontonada. Estaban delante de un auto y pedían a gritos una ambulancia.

—No me diga que...

—Naomi había encontrado una oportunidad para escapar de su prisión y, ni bien abrió la puerta, cruzó las calles a lo ciego, y con tanta mala suerte que un auto no hizo tiempo a frenar y la llevó por delante. —Gioia giró su mirada a Elian—. Lo que vi fue terrible... La pequeña Naomi tenía un golpe grande en la cabeza y estaba bañada en sangre. Nadie se animaba a tocarla por miedo a que empeoraran la situación, pero yo me arrimé y, al ver que aún respiraba, traté de mantenerla cálida hasta que la ambulancia apareciera.

—¿Los padres no salieron a buscarla cuando se escapó? ¿No la detuvieron antes de que ocurriera algo? —Elian no podía creer lo que escuchaba. Lo negaba constantemente con su cabeza.

—Para nada. No aparecieron en el hospital y, cuando mandé la policía a la casa para que de una vez por todas actuara contra ellos, optaron por darla en adopción. No fueron capaces de ir a verla, de saber si por lo menos el golpe que tenía en la cabeza era grave o no. Sin embargo, ya no me importaba, porque Naomi estaba en mis manos y la iba a cuidar como se lo merecía. Me hice cargo de ella en el hospital y, por supuesto, también Elisa, quien es su mamá hoy en día. En aquel entonces había comenzado a trabajar en el hospital por un intercambio laboral.

—Qué locura... —Elian seguía aturdido por toda la historia—. ¿Puede haber tanta frialdad en una persona? —No se explicaba cómo los padres de Naomi habían sido tan crueles con ella.

—La maldad existe en este mundo, Elian. Lamentablemente, los más débiles caen en esas garras y muy pocos consiguen salir adelante.

—¿Cómo fue que Naomi logró recuperarse?

—Fue un año largo. Nos decían que, si salía adelante, no tendría secuelas graves, pero todo dependía de la fuerza de voluntad que ella tuviera para despertar. En ese tiempo, me tomé una larga licencia con tal de estar cerca y ayudarla. Los primeros meses no respondía a ningún estímulo, pero, aun así, no bajaba los brazos. Como sabía que le hacía feliz cantar, cada día comencé a pasarle música. Elisa me acompañaba con la idea, hasta que un día la pequeña mano de Naomi comenzó a moverse, luego los pies y, por último, los ojos, que los abrió grandes como platos. Observaba el cuarto y todos los aparatos a los que estaba conectada. Por suerte, Elisa se encontraba en ese momento y la atendió enseguida para saber en qué estado se encontraba. Como era de esperarse, el golpe le había afectado el habla, además de su memoria. Fueron muchos meses de rehabilitación a los que tuvo que enfrentarse para volver a tener una vida normal.

—Con razón Naomi dice que no lo conoce, aunque se sorprende de cómo usted habla con tanta confianza...

—Sí. Me sentí fatal cuando supe que no me recordaba, pero no la forcé a que lo hiciera. La dejé tranquila, suponiendo que en algún momento lo haría.

—Pero usted se está escondiendo de ella. Tendría que haberse presentado igual...

—Es cierto..., pero, siendo sincero, tengo miedo.

—¿De qué?

—De que piense que, en vez de ser una buena persona, soy la mala.

—Estoy seguro de que no pasará. —Le sonrió confiado.

—No lo sé. Por Elisa supe que Naomi recobró parte de sus recuerdos, pero mezclados y distorsionados..., y Por eso, al no saber qué es lo que ella piensa de mí, prefiero mantener cierta distancia, pero jamás dejaré de cuidarla. Siempre trato de estar informado, y ahora mismo busqué darle una nueva oportunidad en su carrera, ya que se lo merece por el talento que tiene y por lo buena persona que es. Ella tiene que recibir el mismo amor que da a su público. Quiero que la felicidad reine en su corazón y se olvide de todo lo que le preocupa y le hace mal. Quiero quitarle de una vez por todas el dolor que siente cada vez que alguien busca lastimarla.

—Pienso lo mismo que usted...

—Naomi se reserva mucho porque no quiere salir herida otra vez. Elisa me dijo que tiene miedo de que la vuelvan a lastimar por su forma de ser...

—Se nota que busca escaparse de los malos momentos y yo, como un idiota, la ataqué tratándola de cobarde. —Se sujetó la cabeza con ambas manos.

—Elian, te conozco y sé que no fue tu intención. Es más, Naomi lo debe saber; si no, dime, ¿ella quiso alejarse de ti luego de la discusión?

—No.

—Entonces, todavía confía en ti. —Le sonrió para darle calma.

—Ojalá así sea.

—Lo será —insistió Gioia para luego quedarse en silencio. Pensaba lo mucho que deseaba que Naomi lo recordara para volver a sentir la alegría de estar juntos.

—¿Puedo saber cuál es el verdadero nombre de Naomi? —Elian preguntó con curiosidad.

—Su verdadero nombre es María.

—¿María? —Lo miró intrigado.

—No vayas a pensar que el destino te pone a prueba por segunda vez —explicó al entender por qué había tenido esa reacción—. Naomi me dijo que se llamaba "María Desastres" porque así le decían los padres cada vez que ella no respondía a las órdenes por su incapacidad de interactuar con los demás. Al parecer, los maltratos recibidos le habían afectado la parte cognitiva, por lo que no podía hablar bien. Pero también está que el mismo miedo que sentía de sus padres la hiciera recluirse en su mundo para alejarse del dolor. Ojalá esos "padres" puedan ver hasta dónde está llegando con su talento, lo buena que es y cuánto amor puede dar.

—También deberían ver cuánto sufre. No es justo lo que está pasando... ¿Por qué tiene que vivir angustiada? ¿Vivir con miedo de decir quién es? Últimamente me estuve preguntando si en algún momento es feliz... o solo se esconde a través del canto para no preocupar a nadie.

—En parte puede ser. Yo sé que ella es feliz en el Circo, con todos sus compañeros y, en especial, con su público. Si hice bien o mal en traerla a un nuevo país, no lo sé. Quiero creer que lo que la llevó al desmayo es la presión que Manna le impuso para bajarla del escenario.

—Ese viejo está empecinado en quitarla del camino —se quejó.

—Pero no lo logrará... Ya verás cómo Naomi saldrá adelante y terminará demostrándole que las verdaderas estrellas nunca se apagan.

Gioia deseaba quedarse un rato más para acompañar a Elian en la espera, pero se tuvo que retirar a pesar de que no quería. Su secretario había ido por él. Era mejor que fuera a descansar, ya que debía guardar reposo por su delicada salud.

En cambio, Elian se quedó. Las horas pasaban a cuenta gotas en aquel pasillo blanco y caluroso. Cada tanto un médico con un grupo enfermeras entraban a la habitación para controlar a Naomi y dar siempre el mismo parte médico. La mente de Naomi estaba agotada y de momento no despertaría, a pesar de que no hubiera otro signo que fuera peligroso para su salud. Era mejor dejarla reposar hasta que su cuerpo reaccionara a los estímulos.

Anochecía cuando Elian comenzó a dormirse sentado. Naomi era su responsabilidad y no podía abandonarla. Cada tanto cabeceaba y se despertaba antes de que su cabeza diera contra el colchón. No quería dejarse vencer por el cansancio, pero el cuerpo empezaba a pasarle factura al sentir la pesadez de no dormir bien por segunda vez.

En contra de su voluntad, se puso de pie para retirarse, pero no a descansar. Su decaimiento era tan grande que no podía conciliar el sueño ni mucho menos dejar de pensar en la historia que Gioia le había contado. Se imaginaba a una pequeña Naomi maltratada por sus padres y que buscaba con desesperación que algún día terminara la pesadilla; o que uno de sus padres la comprendiera y saliera a defenderla. Lo llenaba de bronca. Ningún niño se merecía pasar por esa terrible situación. Una criatura tan pequeña e indefensa ¿cómo podía hacerse escuchar para que no lo dañaran? ¿Por qué ciertos padres no eran capaces de comprender el daño que causaban con sus acciones? No tenía duda de que la mente humana era compleja, al igual que tener empatía por el otro. No todos tenían ese don y lo consideraba algo muy doloroso.

Lo único bueno de toda esa terrible historia era que alguien se había dedicado a colocar a Gioia en el camino de Naomi para demostrarle que la vida no era tan limitada y que de verdad existían personas buenas que estarían cerca para cuidarla, darle amor y, sobre todo, ayudarla a crecer para alcanzar sus sueños y, por supuesto, la felicidad. El anciano fue la luz de esperanza que Naomi había buscado con desesperación el día que escapó de su casa para liberarse de la crueldad en la que vivía, por lo que Elian creía que la presencia de Gioia la traería de vuelta; y cuando lo reconociera como su salvador, su alegría sería inmensa.

Cuando llegó a la casa, notó que Giuseppe tenía la luz encendida de la cocina, por lo que se animó a golpear la puerta para hablar con él. El anciano lo recibió con su típica taza de café y pasó a escucharlo con atención. Le dedicó palabras de aliento, por más que sabía que se trataba de un momento muy delicado, pero le advirtió que lo último que debía perderse era la esperanza, y le dio el consejo de que se aferrara al deseo de ver a Naomi recuperada y más fuerte que nunca. Cuando quisiera darse cuenta, se haría realidad y solo quedaría el mal recuerdo en el pasado.

Elian lo escuchaba y asentía tratando de creer en sus palabras para que ningún pensamiento negativo lo desestabilizara, además del cargo de conciencia que tenía. En eso también Giuseppe le advirtió que las discusiones no siempre eran malas. A veces servían para demostrarle a la otra persona lo importante que era para uno. Que la preocupación de verla mal podía llevar a elevar la voz para alertar, no para lastimar. No siempre se iba a ver así en el primer momento, pero, luego de analizarse con calma, el mensaje podía ser bien recibido.

Era de madrugada cuando Elian se cruzó de casa. Estaba sentado en el sillón del living cuando se le ocurrió que Naomi se expresaba a través de las canciones, y seguro aquellos sentimientos que había reprimido en los últimos días podía encontrarlos en los cuadernos donde la veía escribir cada noche después de cenar.

Se puso de pie y, ansioso, subió las escaleras. Entró al cuarto de Naomi y echó una mirada rápida a cada lugar. Sobre el escritorio había un cuaderno de tapa floreada, el cual reconoció enseguida. Lo agarró y desde el inicio comenzó a pasar las hojas una por una. Era su propio cancionero borrador, pero servía para descubrir qué pasaba por su mente. Elian leía los títulos con atención y por encima las estrofas con sus notas musicales. Las letras eran positivas, cargadas de alegría. Todo parecía tranquilo y normal, pero, a medida que llegaba a las últimas canciones que había compuesto, las estrofas se convertían en gritos de ayuda. Estaba impresionado, en especial cuando leyó lo último que Naomi había escrito. En cada línea se podía ver mucha tristeza y desesperación.

Elian sintió un vacío en el estómago. Naomi había escrito, tachado y corregido la letra hasta que le había gustado como quedó. Sin embargo, a él no le gustó. Al contrario, sintió su dolor y se angustió más de lo que ya estaba. Todo este tiempo Naomi había sufrido en silencio. Su vulnerabilidad había comenzado con el primer encuentro que mantuvo con Antonello, en el que la había humillado por oponerse al contrato. Esa noche Naomi se había mostrado valiente con la decisión que había tomado, sin embargo, no había sido tan fuerte para que las críticas no la afectaran.

En la canción remarcaba que no era nadie y que la pena era su compañía en el encierro en el que se encontraba. Apenas al final se animaba a pedir ayuda con un SOS, sin saber si de verdad conseguiría liberarse de la prisión.

Elian cerró el cuaderno y, con un nudo en la garganta, le mandó un mensaje de voz al jefe para contarle lo que había descubierto, y este no dudó en llamarlo

—¡Dios mío! No creí que pasaría algo malo por cambiarla de trabajo. Yo quería ayudarla a crecer y que pudiera enfrentar nuevos retos para cumplir sus sueños... y Gioia pensó lo mismo ¿Por qué no pudimos pensar en las consecuencias?

—Desde un principio tendríamos que habernos puesto firmes con el contrato. La idea de Gioia no era mala, pero sabíamos bien qué riesgo corríamos trabajando con Gianluca. Ya pasamos lo mismo unos años atrás. —Elian apretó los puños recordando la experiencia que había vivido.

—Tal vez si Naomi no se hubiera puesto en contra en el primer programa, hubiera salido todo bien —el jefe dijo pensativo.

—Sin embargo, prefirió ser sincera y ayudar a Gianluca a liberar su verdadera esencia.

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