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2._Confesionario


La misa continuó. Pero Zamasu no podía ignorar la presencia de esa extravagante mujer que no le quitaba los ojos de encima. Era todo lo que hacía. Mirarle. No había en ella un movimiento coqueto, ni sugerente. Su postura más que sensual era elegante y pese a ello lo exaltaba, aunque no como podían creer. Era el hecho de que lo estaba desafiando lo que tenía al sacerdote alterado. Sin embargo, su orgullo y más que todo vanidad, le permitieron disimular el fuego endemoniado en su interior.

Al terminar la eucaristía fue el padre Gowasu quien se quedó a despedir a los fieles. Zamasu estaba demasiado agobiado y de forma discreta pidió retirarse. Fue hacia la sacristía. Al ver hacia las butacas descubrió Mary no estaba, lo que fue un alivio para el joven sacerdote que se alejó a paso rápido del altar. Necesitaba relajarse un poco. Por un momento creyó que esa mujer iba a montar todo un espectáculo, pero al parecer solo intentó incomodarlo y vaya que lo logró. Desde luego nada tenía que ver con lo que su aspecto pudiera generar en él como hombre, sino en la osadía de presentarse vestida así en un sitio sagrado. Por un momento, Zamasu se lamentó de no estar en la época de la inquisición y solo arrojar a esa mujer a la hoguera como la hereje que era. Después de un rato y más tranquilo se sirvió un vaso con agua para refrescarse. Descubrió tenía el cuello cubierto de sudor. Se secaba con un pañuelo cuando alguien tocó a la puerta. Pensando que se trataba del padre Gowasu, Zamasu abrió con un poco de prisa descubriendo a Mary quien entró al lugar tan rápido como pudo.

-¿Qué crees que haces? No puedes estar aquí sin...

-Cierra la puerta ¿quieres?- lo interrumpió Mary, pero obviamente él no hizo caso y tomándola por el brazo intentó sacarla de la sacristía.

La mujer fue más rápida. Se sujetó de la puerta y la empujó hacia delante logrando cerrarla con un sonido sordo. Por poco, Mary terminó con la cara pegada a la tabla de no poner su brazo entre ella y la encerada madera rojiza.

-Eres una auténtica molestia, sucia apóstata- le dijo Zamasu casi entredientes, pues se estaba aguantando las ganas de arrojarla fuera como si fuera una bolsa de basura.

-Tu sermón tenía un léxico bastante amplio. Dígame una cosa, padre ¿hay algo más en lo que luzca la destreza de su lengua?

Zamasu se apartó de ella con asco. Mary se echo a reír. Y es que sus palabras ni siquiera tuvieron un tono sugerente como para que él pensará en lo que fue evidente pensó.

-Usted no tiene una mente inocente, sacerdote- le dijo la muchacha cuando se giró a él descansando la espalda en la puerta- ¿No siente vergüenza de sus ideas, padre? Esas no son cosas de un hombre de dios.

-Cierra la boca- exclamó Zamasu viéndola de los pies a la cabeza como si mirase algo putrefacto- No eres más que una mujer que desvió el camino y degeneró su vida.

-¿Te parece llevó una vida degenerada?- le cuestinó Mary con cara de inocente y se apartó de la puerta para ir hacia él- Soy secretaria en el ayuntamiento, rento mi propia casa, me gusta reparar cosas, tengo una vida sencilla y ...no me parece haya algo desviado en ella. No soy la mejor persona del mundo, pero tampoco un acólito de Satanás.

-Eso te convierte en un pagano virtuoso- le señaló Zamasu que dio unos pasos atrás para quedar del otro lado del escritorio.

-¿Un pagano virtuoso?- repitió Mary- Eso quiere decir que todavía tengo salvación ¿no es así? Sálvame entonces. Conduzcame de vuelta al rebaño, padre- le pidió la muchacha descansando sus manos sobre el escritorio.

Zamasu se sonrió con desprecio, recuperando su ánimo altivo de siempre.

-No me hagas reír- exclamó- Tú no quieres salvación. Lo que tú queres es mi caída. Crees que exhibiendo ese cuerpo sinuoso que tienes vas a agitar algo en mí. Que simple eres. Alguien como tú nunca podría corromperme.

-Tú ya estás corrompido, yo solo quiero demostrártelo- contestó Mary desatando el enojo de Zamasu que estalló en una cascada verbal casi aturdidora.

El sacerdote era muy dado a los discursos de moral y reproches de conducta. Largos fueron los minutos en que Mary se dedicó a escuchar al joven cura sin hacer otra cosa que sonreír, pero no con burla o con soberbia. Esa expresión relajada de la mujer no hacia más que aumentar la sensación de indignación en Zamasu, para quien los ojos de Mary se tornaron insoportables. Es que ella no parecía oírlo, sino observarlo. Y la conducta delata más a la conciencia que las palabras.

Harta de escucharlo y solo para exasperarlo, aprovechando que él se había acercado a ella, Mary intentó abrazarlo. Zamasu le sujetó las muñecas para evitar ese contacto, pero el rostro de la mujer acabó muy cerca del suyo llegando a respirar el suave perfume que desprendía el cabello de Mary.

-¡Apártate de mí, vil súcubo!- exclamó Zamasu al empujarla hacia atrás. Midió su fuerza para no cometer el mismo error de su último encuentro, pero en lugar de ir hacia la puerta y dejar el lugar permaneció ahí.

-¿A qué le tienes tanto miedo?- le cuestinó Mary quitandose el pañuelo de la cabeza para escarbar su cabello- Tú mismo dices que yo no podré hacerte caer en la tentación. No me digas que tus principios son más grandes que tú.

-El mal es más fuerte que el hombre...

-Entonces caer en tentación es...

-¡Deja de tergiversar las cosas!- le gritó Zamasu volviéndose a ella de una forma un poco agresiva.

-Pero si él único que habla aquí eres tú. Apenas me das oportunidad de expresarme, aunque yo no vine aquí precisamente a hablar- le dijo la muchacha y dio un paso hacia él para intentar ponerle la mano en el hombro. Zamasu la apartó azotandola con la suya.

-Sal- le ordenó el sacerdote y le dio la espalda para señalar que no tenía intenciones de seguir hablando.

Mary se sonrió divertida y lo abrazo por detrás causándole tal desagrado que todo el cuerpo de Zamasu se sacudió.

-Siempre te fijaste en lo que llevaba puesto y ahora que me vestí para tí, no me dices nada.

-Sueltame, meretriz- gruñó el sacerdote intentando apartar las manos de la mujer de su pecho.

-Las meretrices y los hombres de dios han tenido una relación bastante estrecha. Casi tanto como la que los curas sostienen con los niños- le habló Mary al oído y su tibio aliento le acaricio la arena causándole unas desagradables cosquillas.

-¡Esas son solo campañas de difamación en contra de la iglesia!- exclamó Zamasu logrando soltarse del agarre de la mujer y tomándola por el brazo- Lárgate de una vez- le ordenó y la hizo andar hacia la puerta que fue abierta por el padre Gowasu.

El viejo cura se quedó viendo a los dos con algo de extrañeza, pero se limitó a saludarlos.

-Ella se estaba yendo- le dijo Zamasu.

-Pero planeo volver para seguir nuestra plática- intervino Mary mostrando un muy buen ánimo- El padre Zamasu me estaba hablando de las virtudes del hombre y como estás deben ser defendidas de las tentaciones en un mundo cada vez más propenso a los vicios. Muy interesante- agregó la mujer.

-Sí, es un tema interesante- afirmó el cura Gowasu con cierta duda respecto a ellos y es que la expresión de su compañero no era precisamente la más cordial hacia a ella.

Ese fue su primer encuentro. Uno apresurado, exaltado. Como un sismo que remueve todo, pero no tira nada. Sin embargo, no fue el último momento de interacción de esos dos.

Mary dejó de ir a limpiar la casa parroquial, pero comenzó a ir a misa todos los domingos. Zamasu odiaba verla entrar tan elegante y provocadoramente vestida. Odiaba su cabello rojo, su pálida y lechosa piel, sus ojos altaneros y sobretodo odiaba el como siempre lograba apartarlo para tener un ácido encuentro verbal con él. Las palabras de esa mujer eran como una madeja de cuerda que un gato desenredo. No lo afectaban. Él estaba por encima de esos instintos primitivos. Sucumbir a tales cosas era lo que hacía el hombre débil, esclavo de sus deseos o cegados por el hedonismo. Sin embargo, en algo ella tenía razón y es que había un poco de corrupción en su persona. Nada que ver con los deseos de la carne. Era otra cosa. Una idea de purga definitiva del mal del mundo. La muerte no era cosa de dios, por lo tanto no era algo que le hubiera molestado impartir a los pecadores. Muchos de los vivos merecían morir. Él lo sabia. Oía sus confesiones. Algunas perversas y vomitibas.

Pero durante esas semanas fue Mary quien ocupó sus pensamientos. Le daba asco que lo tocaba. Su aroma le resultaba nauseabundo y lo tenía impregnado en la nariz. Esa fragancia fina, floral, como del corazón de una tierna rosa y pétalos de magnolia más esas notas frutales delicadas lo perseguían como un fantasma. No hay un perfume más femenino que la mezcla de flores y frutas. La sutileza de los pétalos, la suculenta carne dulce, refrescante; seducen. Pero no a él.

Una tarde en que Zamasu estaba en el confesionario, Mary apareció allí haciéndolo salir como si hubiera escapado de una rata o algo peor. La mujer llevaba una falda de tubo color rojo y una blusa blanca por la que se podía ver su brasier. Era negro y tenía encaje.

-Tus fieles se confiesan contigo para limpiar culpas y deseos ¿tú con quien lo haces?- le preguntó Mary escarbando su cabello como si intentara darle volumen.

-¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Hasta cuando piensas seguirme acosando?- le cuestinó el sacerdote.

-Hasta que pruebe que te gusto- le respondió Mary y en seguida se echo a reír al ver la expresión de Zamasu- No...no es eso. Sucede que me encanta poner a prueba mis idea. Si son o no equivocadas. Y desde que te conocí sentí que eres un sujeto que esconde sus sombras a cal y canto. Lo que en realidad no me hubiera importado, pero te metiste conmigo de un modo desagradable y sobretodo inmerecido. Ahora no voy a descansar hasta mostrarte lo corrompido que estás. O bien solo no tengo nada mejor que hacer o tal vez, como todas las mujeres de este pueblo, tú me gustas también. Da igual. La cosa es que no te vas a librar de mí.

Zamasu la miró con odio, un odio profundo. No pudo responder como hubiera querido porque había más personas en la iglesia, así que fue hacia la sacristía esperando esa mujer lo dejara en paz, pero ella fue tras él.

-Solo déjame ver si estoy o no equivocada. Si tienes razón y tu virtud es tan grande como tus principios te dejare en paz y hasta puede que me convierta- le dijo justo antes de que él cerrara la puerta de la sacristía en su cara. No le puso llave, así que ella pudo entrar- Lo que te propongo es ser tu confesonario- continúo Mary cuando entró en el lugar.

-¡Ya basta!- le exigió Zamasu tomándola por la ropa y azotandola contra la pared.

-Arroja en mi tu locura, tus anhelos, tu rabia, tus brasas ardientes, tus virtudes, tus pecados, tu cara escondida por el servicio a Dios- continúo la mujer acariciando, sensualmente, el brazo del sacerdote.

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