Capítulo 12: Querer.
En medio de la tormenta en la que se veía atrapada, Nix trató de no caer en el oscuro abismo de su corazón. Las noches se tornaron más tenebrosas, los días rápidos y confusos, además, no comprendía la profundidad de sus pensamientos. Necesitaba levantarse de la cama y seguir con su vida, no obstante, todo le parecía demasiado difícil.
Había regresado a casa por la mañana, tan temprano que nadie se percató de su ausencia. Agradeció que ninguno preguntase sobre su estado de ánimo, porque estaba segura de que, si alguien se atrevía a dirigirle la palabra, sería capaz de romperse a llorar y confesar todo lo que había ocurrido. Su inmadurez, su confusión, su debilidad...
Nadie se percató de ello, sus ojeras apenas eran visibles y las profundas heridas sangraban solo en su interior, donde nadie iba a encontrarlas. La cocina estaba llena, sin embargo, Nix sintió que allí no se encontraba nadie más que ella junto a su culpa.
Los días posteriores no mejoraron en absoluto.
Dentro de la bañera, restregandose una rasposa esponja contra la piel, tuvo el deseo de que a la mañana siguiente todo reiniciara, volver en el tiempo y detener sus actos estúpidos. Pero no era así, sintió a la perfección la hirviente agua quemar su blanquecina piel, irritandola y tratando de que el dolor físico suavizase el mental.
No lo conseguía.
No era capaz de olvidar.
De no sentirse culpable.
De desear volver a aquella mansión y suplicarle a Layton que se marchase lejos para no caer en un nuevo trance.
Teddy y su actitud fría consiguió que aumentase su silencioso sufrimiento. Corrían juntos por petición de Kai, aún así, el rubio la trataba como si no existiera en su mundo. Entendía su decepción, al fin y al cabo, Nix también pensaba que era la persona más asquerosa del mundo.
Aunque todo volvió a cambiar drásticamente.
Mientras que cada aldeano intentaba lidiar con sus propios problemas, Winterseint se preparaba para su año más duro. El invierno se consideraba la peor época para los pobres, la escasez de comida y el frío aumentaban sus penurias. Por otro lado, Optilium había aprobado una nueva ley que, además de ser casi inhumana, demostraba a los habitantes lo que les pasaría si se atrevían a desafiar sus ordenes.
Nix volvía sola de la escuela cuando fue consciente de lo que ocurría en las calles. La multitud se agolpaba en la plaza de la aldea, inquietos y murmurando palabras que era incapaz de escuchar correctamente, miraban con una agobiante seriedad un punto en concreto. La adolescente no pudo evitar que la curiosidad la invadiera y, al igual que varios estudiantes que seguían su mismo camino, se abrió paso para poder admirar el mismo espectáculo.
Su sangre se congeló por el desfile que transcurría ante ella y apretó los labios con fuerza cuando las desamparadas y agonizantes víctimas seguían a los soldados hasta una pequeña plataforma en el centro del lugar. Su cabello rapado y las pancartas que habían pegado en sus desgastados ropajes, las denominaban como los traidores del país. Resistentes, asesinos.
Sus ojos buscaron desesperadamente a Robert entre ellos y su pulso se relajó cuando lo divisó en el otro extremo de la plaza, a salvo. Habían raptado a sus compañeros... Lo supo por las lágrimas que se agolpaban en las pupilas del muchacho. Quiso marcharse para no ser testigo de la masacre que iban a hacer, sin embargo, los militares se colocaron en las salidas, dispuestos a disparar a cualquiera que intentase escapar. La ansiedad recorrió cada parte de su cuerpo, angustiada por la situación.
—Nix...—Reconoció la voz de Teddy tras su espalda y notó como su mano se aferraba a la suya para calmarla.
Ambos se habían quedado atrapados entre la multitud, sin otra opción que estar presentes en los asesinatos. No se giró para verlo, intentando no levantar sospechas y aumentar la ira de los gobernantes, aún así, se aferró más a su fría mano.
Los aldeanos abuchearon a los prisioneros, quienes permanecían con la cabeza agachada y trataban de asumir que estaban apunto de morir. Una mujer mayor no pudo soportar el agotamiento más y cayó sobre las desgastadas botas de Nix, cubriendo inútilmente su semidesnudez con las manos. La joven, en un bondadoso acto reflejo y siendo rehén de la inconsciencia, se sacó el abrigo y la cubrió.
El acto fue un escándalo. Ahora, las miradas se clavaron en ambas, acusatorias y juzgantes, hubo un corto silencio y la tensión explotó en el aire en cuanto uno de los militares, tan curpulento como un toro, la tiró contra el suelo. La cabeza de Nix golpeó con fuerza las piedras del pavimento y jadeó por el dolor, su mente fue incapaz de comprender la gravedad de lo que acababa de hacer. Se incorporó lentamente, mareada por el impacto y alzó la vista hacia su atacante.
La rabia, el asco... Todos aquellos sentimientos parecían dominar la cordura del hombre y, sin importarle los gritos de la prisionera que yacía a un lado de la herida muchacha, sacó la pistola de su funda, acabando con su vida. La sangre de la difunta se esparció por todos lados y se escurrió por el rostro paliducho de Nix, inducida en un profundo shock.
—¡Tú!—El asesino la levantó bruscamente y la tomó de la barbilla para que no apartase la mirada de él. —¿Estás de acuerdo con ellos?
—¡Déjame en paz!—Exclamó en el instante que volvió a lanzarla contra el frío suelo.
Los espectadores ya no prestaban atención a los fusilamientos, pues, aquel acto de rebeldía provocó en algunos un inmenso interés. Robert no la había reconocido al principio, afectado por las muertes de sus compañeros, pero, al darse cuenta de que era la misma joven que lo ayudó meses atrás, se abrió paso ante la multitud.
Nix jadeó cuando el militar le proporcionó varias patadas en el estómago con todas sus fuerzas y se llevó las manos a aquel lugar, buscando el aire que le faltaba. Recibió una nueva en la cabeza, sintiendo una aguda y profunda punzada que le nubló la mente. Por otro lado, Teddy se lanzó contra el atacante al ver como tomaba su porra para golpearla.
El grito ahogado de las personas creó un estado de confusión en la adolescente, la cual apenas podía respirar. El hielo del suelo se quedaba impregnado en la espalda de su uniforme, provocando que el dolor de sus extremidades no fuera nada comparado al frío que sentía. Levantó la mirada, extrañada por no estar recibiendo ningún golpe más y soltó una exclamación en el momento que se encontró con la espalda de Teddy, protegiendola con su propio cuerpo.
—¡Estúpidos!—Exclamó el adulto con asco y forcejeó con el rubio, quien intentaba detener cualquier acción en contra de su compañera.
La plaza se llenó de militares y Nix suplicó que todo se detuviera allí, si Teddy acababa herido por su culpa no se lo perdonaría jamás. Intentó levantarse y detenerlo, no obstante, solo consiguió gemir de angustia.
—¡Basta!—La voz de Layton congeló al soldado y detuvo sus agresivas acciones. —Son mis empleados, no los toquéis. —Su autoridad fue lo suficientemente poderosa como para que no tomasen represalias contra ambos jovenes.
Teddy se zafó de sus brazos y se arrodilló rápidamente ante la muchacha, sin importarle en absoluto ser víctima de un nuevo ataque. La ayudó a incorporarse, visiblemente preocupado, y la cubrió con su chaqueta para que no se congelase.
—¿Estás bien?—Preguntó frotando su espalda e intentando mantenerla caliente.
—Lo siento muchísimo, Teddy...—Sollozó sin poder moverse a causa de los fuertes golpes, colocó la cabeza contra su pecho, escondiéndose inútilmente de las miradas, y se estremeció cuando el pintor llegó hasta ambos.
El joven no la soltó, abrazandola con el afán de protegerla de cualquier amenaza, y sintió la molesta mirada de Layton clavarse en él.
—Os llevaré a casa.—Les dijo y trató de acariciar el largo cabello de Nix. Esta se apegó más a Teddy, rechazando el gesto. El pintor frunció el ceño, no obstante, trató de no darle importancia al asunto.
—No hace falta.—El de ojos rasgados contestó friamente.
—¿De verdad?
La molestia en el porte de Layton era visible, pero Teddy no estaba dispuesto a que Nix tuviera que pasar por nada más. Podía notar su costosa respiración y su aterrorizado temblor contra su tórax, rompiendole el corazón.
—Yo la acompaño.—Sentenció sin importarle el enfado del mayor, este suspiró y abandonó el lugar, no sin antes asegurarse de que no volvían a atacarlos.
El lugar se vació poco a poco, quedándose solos y aturdidos en medio de los cadáveres mientras que se apoyaban mutuamente y dejaban su orgullo a un lado. Teddy la ayudó a subirse a su espalda, intranquilo por sus heridas, y caminó sin rumbo entre las vacías calles. Por otro lado Nix se mantuvo callada y descansó el rostro en el hueco de los hombros del mayor.
—No me lleves a casa...—Murmuró contra su cuello con un angustiado hilo de voz.
—Debes curarte las heridas, Nix.— Le respondió.
—No quiero que me vean así.—Volvió a hablar débilmente.
Teddy suspiró e, incapaz de llevarle la contraria, cambió el rumbo de sus pasos.
El rubio nunca había llevado a nadie a su hogar, por lo que, algo inseguro de lo que pudiera pensar, la transportó hasta allí con extremo cuidado. Una vez que llegaron a la pequeña y humilde casa, Gaya corrió hacia ellos, aterrorizada por el aspecto de la desconocida muchacha.
—Necesito que prepares la bañera de agua caliente.—Le indicó Teddy mientras se introducían en el interior.
Gaya actuó con rapidez, subiendo con urgencia hasta la planta superior. El ruido de sus zancadas despertó a Amalia, quien no tardó en descender para enterarse de lo que había ocurrido. Al ver el deplorable estado de la chica, ayudó a su hijo a sentarla en una silla, le apartó el desordenado cabello para despejarle el rostro y le regaló una agradable sonrisa para que se sintiera cómoda.
La madre de Teddy la cuidó en todo momento, sin cuestionar los sucesos que la habían llevado a estar así. Nix se sintió muy acogida y conmovida por el trato de la mujer.
La curaron dulcemente y le prestaron ropa limpia para que se cambiara el destrozado uniforme escolar. Mientras tanto, Teddy le preparó algo para cenar.
Una vez que consiguió sacar la suciedad de su cuerpo, Gaya la acompañó hasta la cocina donde le esperaba un plato de sopa y, junto a un tímido gracias por parte de la herida, la acomodó en una silla enfrente del rubio. Amalia permaneció a un lado de su hijo, con una expresión seria que
daba a entender que ya había sido informada del incidente.
—Eres hija de Jonan. ¿Verdad?—Nix no pudo evitar sorprenderse por que supiera el nombre de su padre y asintió.—Lo acabo de llamar, puedes quedarte aquí a dormir pero mañana tendrás que volver a casa.—Le informó acariciandole el cabello a Teddy.
El mayor le regaló una dulce sonrisa a la adolescente, intentando que tuviera una estancia cómoda. Nix le devolvió otra, demasiado agradecida por haberla protegido.
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