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Capítulo 6: Un viejo aliado

Los fantasmas siempre han sido un misterio para la nosotros. Se dice que nacen de la muerte de un ser vivo, pero nadie comprende del todo por qué algunos permanecen atrapados en este mundo. Si su vida ya era una pesadilla antes de morir, resulta inquietante pensar en qué los impulsa a seguir atormentando a los vivos. Tal vez el sufrimiento, la ira o el miedo los atan a este plano, incapaces de encontrar descanso.

Existen fantasmas que recuerdan todo con una claridad dolorosa. Conservan en su esencia las cicatrices y heridas de su muerte, como si su espíritu estuviera condenado a revivir eternamente su final. Imagina a un hombre brutalmente asesinado: golpeado hasta quebrarle los huesos, con sus extremidades casi separadas de su cuerpo y, finalmente, degollado de manera atroz. Su fantasma vagaría por la eternidad con la garganta abierta, los miembros colgando inertes y el mismo dolor abrasador que sintió en sus últimos momentos, un sufrimiento constante que nunca lo abandona.

Por otro lado, hay almas menos afortunadas en su propia desdicha. Son aquellos que, por un capricho del destino, emergen en el más allá sin recuerdos de su vida mortal. No saben quiénes fueron ni cómo murieron; su existencia es un vacío, una niebla interminable. Y al no recordar su muerte, tampoco sienten el dolor de sus últimos momentos. Pero la mente es astuta incluso después de la muerte: estos fantasmas, en su necesidad de comprenderse, llenan esos espacios vacíos con recuerdos falsos, ilusiones creadas por su subconsciente errante. Esos recuerdos se sienten reales, pero en lo más profundo de su ser, saben que son mentiras, como un efecto Mandela que los persigue sin cesar.

Algunos de estos fantasmas sin memoria adoptan vidas imaginarias, creyendo haber sido alguien que nunca existió. Se inventan pasados felices o tragedias que jamás sucedieron, aferrándose a la falsa esperanza de que en algún rincón de su conciencia yace su verdad. Sin embargo, la verdad es una sombra esquiva, y ellos siguen vagando, atrapados en una historia que tal vez nunca existió.

Así, los fantasmas se dividen entre los que llevan consigo el peso de su muerte y los que deambulan en la ignorancia, atrapados entre lo que fue y lo que nunca será. Son espectros de dolor, confusión y deseos inconclusos, incluso algunos llegan a decaer en la locura, reflejos de una vida que se niega a desvanecerse por completo.

De noche, el 2 de marzo, el reloj marca las 8:03 p.m.

Kaleb y Vianey observan con asombro a un niño fantasma flotando frente a ellos. Parece tener entre 8 y 10 años, una edad demasiado temprana para haber encontrado la muerte. Es un pensamiento trágico, pero no es momento para reflexionar sobre ello. Lo más inquietante es su aspecto: su figura está envuelta en un resplandor azul tenue, y sus ojos, vacíos y oscuros, parecen calaveras huecas.

-Frill: No se preocupen... no les haré daño... (su voz es tímida, casi infantil). Lo único que quiero es... que seamos amigos... ¿les parece? (su rostro se tuerce en una sonrisa macabra).

Kaleb, nervioso, señala al niño fantasma.

-Kaleb: ¿Por qué tienes tantos animales de felpa? ¿Y por qué actúas como un loco?

Frill inclina la cabeza con una expresión casi inocente.

-Frill: Son mis amigos... pero... cómo ven, no tienen vida... aunque eso no es un problema. (Flota con entusiasmo mientras acaricia a uno de los peluches). Yo puedo darles la vida que merecen... aunque sea solo por un tiempo.

Con suavidad, Frill toca uno a uno sus peluches con ternura. En cuestión de segundos, los muñecos comienzan a retorcerse y cambiar, sus formas blandas transformándose en figuras más realistas. Sus cuerpos crecen, sus ojos parpadean y sus bocas se abren lentamente, mostrando expresiones inquietantemente humanas. Los nueve peluches ahora están vivos, dotados de un movimiento aterrador y fluido. Kaleb y Vianey observan con el corazón en un puño. Lo que ellos aún no saben es que los fantasmas pueden despertar habilidades extraordinarias, volviéndose casi imposibles de derrotar o sellar.

-Vianey: ¡Qilin!

De su cuerpo emerge su bestia espiritual, que lanza un potente ataque eléctrico hacia Frill. Las descargas envuelven a los peluches, consumiéndolos en un mar de burbujas chispeantes.

Vianey, confiada, sonríe.

-Vianey: Demasiado fácil.

Pero, en ese instante...

-Frill: Vaya... ese ataque estuvo bueno.

Está ahí, flotando intacto, sin un solo rasguño. La sorpresa se refleja en los rostros de Kaleb y Vianey.

-Vianey: ¿Qué?

Frill los observa con ojos curiosos, ladeando la cabeza con una expresión inocente.

-Frill: No entiendo... ¿por qué quieren echarme de este lugar? Ya nadie vive aquí, nadie se queda... Además, yo soy muy bueno. (Su expresión cambia a una carita tierna que no convence a nadie).

Kaleb frunce el ceño mientras sus pensamientos corren frenéticamente.

Kaleb (pensando): Estoy seguro de que debería haber sido electrocutado... pero sigue intacto. Eso significa que... ¿al ser un fantasma, no puede sufrir daños físicos?

Frill, rompiendo la tensión, les saca el dedo medio y suelta una carcajada burlona.

-Frill: ¡Jajajajaja! ¡Estúpidos!

Kaleb y Vianey sienten un escalofrío recorrerles la espalda. La batalla apenas comienza.

Kaleb respiraba con dificultad, su pecho subía y bajaba de manera errática mientras miraba a Frill con el ceño fruncido.

—Tremendo hijo de puta es este cabrón... —gruñó entre dientes, apretando los puños.

Frill, flotando con una sonrisa torcida, ignoró la agresividad de Kaleb. Sus ojos brillaban con un destello infantil y siniestro a la vez.

—Oigan, no maltraten a mis muchachos... —dijo con voz calmada, girándose hacia sus peluches. Con un gesto de su mano, los juguetes de felpa comenzaron a crecer, sus formas deformándose en criaturas grotescas y amenazantes.

Kaleb observó el cambio con un nudo en la garganta.

—Para estar muerto... sabe usar bien su poder... —murmuró, retrocediendo instintivamente.

Frill sonrió con malicia.

—Les presento a León. Será un buen show. Vamos, León, preséntate.

De entre las sombras emergió un león blanco de peluche, pero su tamaño era monstruoso, tan grande como un depredador real. Sin previo aviso, el peluche se lanzó hacia Vianey y le hundió sus colmillos en la pierna.

—¡AGGHHHRR! —el grito de Vianey resonó por toda la clínica abandonada mientras la sangre manchaba su pantalón.

Frill chasqueó la lengua.

—León, ya te he dicho que no muerdas en esos lugares. Debes ir directo al cuello.

Con un chasquido de sus dedos, todas las luces de la clínica se encendieron de golpe, revelando un macabro escenario. Decenas de cadáveres sin cabeza colgaban del techo, atravesados por barrotes oxidados que rezumaban un líquido oscuro. Kaleb sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Con un esfuerzo, levantó a Vianey y la cargó en sus brazos, tratando de buscar una salida.

—Aguanta, nos vamos de aquí —susurró entre dientes.

Pero antes de alcanzar la puerta, una fuerza invisible los empujó hacia adentro, arrojándolos al suelo. Intentaron romper las paredes, pero cada golpe rebotaba con una fuerza brutal que los lanzaba hacia atrás. Frill flotaba lentamente hacia ellos, su rostro iluminado por un enfermizo placer.

—Que no saben que dejar hablando solo a alguien es de mala educación? —susurró con una voz cantarina—. Mi madre decía que eso solo lo hacen los que quieren tener coito contigo... Aunque nunca entendí eso —rio—. Pero bueno, quiero saber... ¿Por qué quieren que me vaya de aquí?

Kaleb lo miró con furia en los ojos.

—¡Porque eres un maldito espíritu maligno que hace la vida miserable a todos! ¡Te mataría si pudiera, maldito enano piernas cortas!

Frill cambió su expresión al instante. Sus pupilas tomaron la forma de cráneos en llamas azules.

—¡Cómo me dijiste, cabrón?! Antes de venir a insultarme, cómprate tus zapatillas de ballet y vete de puntita a puntita a la mismísima mierda.

Se inclinó ligeramente y giró la cabeza de manera antinatural.

—Pero tienes razón. Verán... hace años, en este lugar se trataba a la gente... o eso pensaban. La verdad es que a quienes estaban realmente graves... los torturaban. Experimentaban con ellos como si fueran simples objetos.

Kaleb y Vianey se miraron, confundidos.

—A los doctores no les importaba si el paciente era un niño, un adulto o una mujer —continuó Frill, su voz ahora era un susurro helado—. Hubo una mujer que tuvo tres abortos, una infección terminal en sus ovarios. Vino aquí buscando ayuda... pero en su lugar, le cortaron los párpados, le extrajeron sus órganos lentamente... luego la metieron en una cámara con una criatura viscosa, algo como un slime rojo sangre... él la absorbió, dejándola sólo en piel seca y huesos quebradizos.

Kaleb sintió la ira hervir en su interior.

—¡Cállate, mierda! ¡Desahuevate! ¡No tengo por qué creerte!

Frill soltó una carcajada estridente.

—¡Oi, mortal conchadetumadre! Si no me creen, vean esto.

Lanzó un portafolios desgastado a los pies de Kaleb. En su cubierta polvorienta se leía: "13 de abril, 1969. Paciente: Morgan Urtis. Edad: 24 años. Experimento: La unión con el ser de sangre escarlata. Resultado: Muerte por deshidratación severa".

Kaleb tragó saliva y sintió un sudor frío recorrer su espalda. Frill sonrió de oreja a oreja.

—Ahora... ¡Vamos a divertirnos! —susurró, mientras los peluches gigantes comenzaban a acercarse nuevamente.

Kaleb y Vianey pensaron al unísono, con la mente llena de frustración: ¡¡¡Y eso qué nos importa!!! Vianey estaba visiblemente más enojada, su pierna herida palpitaba con dolor.

Frill, con una voz grave y llena de ira, les miró con desprecio. "Lo ven... Ahora que conozco su verdadera naturaleza, que sé que son pecadores, deben morir."

Kaleb, sin perder tiempo, intentó huir, pero Frill había dotado a cada uno de sus peluches con habilidades devastadoras. El peluche de León podía destruir cualquier cosa con solo tocarla. Oveja convertía el suelo en una trampa pegajosa, como papel para moscas. Pájaro colocaba bombas flotantes en el aire, impidiendo cualquier intento de escape volando. Serpiente abría agujeros de gusano para atacar a larga distancia. Y la lista de horrores seguía creciendo.

Heridos y exhaustos, Kaleb y Vianey seguían huyendo desesperadamente. Vianey usó a Qilin para protegerse, pero los portales de Serpiente hacían su defensa inútil. Kaleb intentó alejarse flotando, pero las bombas de Pájaro lo mantenían atrapado. Todo indicaba que su final estaba cerca.

De pronto, Frill lanzó un ataque con todos sus peluches al mismo tiempo. Kaleb y Vianey cerraron los ojos, resignados a su destino. Sin embargo, justo antes del impacto, un portal se abrió bajo sus pies, tragándolos por completo.

Cuando llegaron al otro lado, vieron a un hombre alto a su derecha. Debía medir entre 1.98 y 2.00 metros, con un porte imponente. Su cabello mostraba canas y algunas arrugas marcaban su rostro, revelando su experiencia y madurez.

- ¿Puedes caminar? - preguntó con voz firme.

- ¡No ves que ella no se puede levantar porque la mordieron en la pierna! - exclamó Kaleb, furioso.

El hombre observó la escena con calma. - Bueno, pasaba por aquí y vi que las luces estaban encendidas. Ahora entiendo por qué las desapariciones... Se trataba de Frill, alias 'Frijolito'.

En ese momento, Frill apareció al otro lado del portal.

-Oye, anciano, ¿qué crees que haces? No puedo dejarlos ir... ¿Eres su aliado? - gritó lleno de rabia.

El hombre lo miró con ironía. - No, la verdad me parece unos imbéciles, pero no es razón para que mueran. - Acto seguido, activó su poder.

Frill atacó con todo lo que tenía, pero para su sorpresa, cada golpe era devuelto contra él mismo. El viejo hombre tenía la habilidad de reflejar cada ataque con una precisión aterradora. Luego, sacó de su saco un frasco con frijoles de caramelo.

-No querrás que desintegre estos exquisitos dulces, ¿verdad, Frijolito? - dijo con una sonrisa burlona.

Los ojos de Frill se encendieron de deseo. - ¡Dame esos caramelos! ¡Son mis favoritos! - Rugiendo de frustración, Frill extrajo una masa de ectoplasma de su pecho y se lanzó hacia el hombre para arrebatarle el frasco.

Pero el viejo era rápido. Esquivó los ataques con facilidad hasta que, en un movimiento calculado, lanzó el frasco hacia el portal. Frill, cegado por su obsesión, se lanzó tras él sin pensarlo. En cuanto atravesó el portal, el viejo lo cerró de golpe, atrapándolo dentro.

Kaleb y Vianey se miraron, incrédulos. Habían sido salvados por un completo extraño, quien acababa de derrotar a un fantasma sin siquiera usar todo su poder.

—¿Quién eres y por qué nos salvaste? —preguntó Kaleb, su respiración agitada mientras cargaba a Vianey en su espalda. Sentía el peso de su cuerpo debilitado, su piel ardía por el esfuerzo, pero no podía dejarla atrás.

Frente a él, el hombre se cruzó de brazos, su expresión era dura, pero sus ojos reflejaban una calma inquietante.

—No suelo hablar con gente como ustedes, pero haré una excepción... —respondió con voz grave—. Soy el Señor Bertrand, y la razón por la que los salvé es porque los engañaron. Les tendieron una trampa.

Kaleb frunció el ceño, la fatiga apenas le permitía pensar con claridad.

—¿Una trampa? ¿Hablas de la misión que nos dieron los oficiales?

Bertrand asintió con un gesto lento.

—Sí. En realidad, eso es lo que hacen con varios delincuentes. Estaban cansados de perder refuerzos, así que idearon una estrategia. Les asignan misiones suicidas a pandillas para que se dirijan directo a su muerte... y nadie sospeche. Solo los usaron.

Vianey, a pesar del dolor que sentía en la pierna herida, apretó los puños con furia.

—¡Esos malditos policías no solo nos hicieron esto a nosotros, sino a muchos más! —su voz temblaba de rabia contenida.

Bertrand la observó con seriedad.

—Odio a la policía corrupta, pero más odio este mundo podrido. Por eso, he dedicado mi vida a ayudar a quienes pueda. Antes no lo hice, y ahora intento redimirme.

Kaleb bajó la mirada hacia Vianey. Su rostro estaba pálido, y el sudor perlaba su frente.

—Se lo agradezco... pero la chica está muy mal. Necesita ayuda ahora.

—No te preocupes —dijo Bertrand—. Cárgala y sígueme.

Kaleb dudó. Sus ojos fríos se clavaron en el hombre.

—¿Cómo sé que no estás mintiendo y solo quieres hacernos algo peor?

Bertrand mostro una cara amarga.

—Mocoso, acabo de salvarlos. ¿Crees que perdería mi tiempo con escorias como ustedes? Si quisiera verlos muertos, los habría dejado ahí. Soy un veterano de guerra, sé de lo que hablo. Además, si van a una clínica, los dejarán morir si no tienen dinero. Ustedes deciden.

Vianey suspiró, su mirada cargada de desesperación.

—Bien... confiamos en usted. Pero si nos está engañando, lo mataremos con nuestras propias manos... viejo perverso.

Bertrand la miro con desagrado.

—Vamos, mocosos de mieda.

Caminando con pasos pesados, Kaleb siguió al hombre. El tiempo pasaba lento, cada paso un recordatorio de su fragilidad, hasta que finalmente llegaron a una casa discreta en un callejón oscuro. Bertrand abrió la puerta, los hizo entrar y cerró con seguro, activando un sistema de seguridad que zumbó levemente.

Kaleb recostó a Vianey en un sofá viejo pero cómodo. Su respiración era irregular, y la herida se veía peor que antes.

Bertrand regresó con un contenedor metálico. En su interior, un líquido rojo brillante parecía latir con vida propia.

—Con esto podremos curarte la pierna antes de que sea tarde —dijo, sosteniéndolo con firmeza.

Vianey lo miró con incredulidad.

—¿Me está diciendo que ese líquido raro va a curarme? Pensé que me ayudaría de otra forma.

Bertrand la observó fijamente.

—¿Confías en mí? Entonces cállate y déjame hacer mi trabajo.

Ella tragó saliva y asintió con resignación.

Bertrand vertió el líquido sobre la herida. Al principio, pareció que todo empeoraba; la piel sangró profusamente y el dolor hizo que Vianey gritara y se retorciera en el sofá.

—¡¿Qué demonios me está haciendo?!

—Espera... —dijo Bertrand con calma.

Poco a poco, la sangre cesó. La carne desgarrada comenzó a regenerarse, primero cubriéndose con una capa rosada de piel nueva y luego, como si nunca hubiera estado herida, quedó intacta. Vianey miró su pierna, incrédula. Tentó su piel, suave, perfecta... incluso más firme que antes.

Kaleb también estaba atónito.

—Esto es... imposible.

Vianey se levantó tambaleante, pero sintió una energía renovada. Caminó de un lado a otro, incapaz de creer lo que veía.

—Me siento... mejor que nunca.

Es como si ese líquido pudiera curar perfectamente cualquier herida grave y dejarla más curada que antes.

Bertrand sonrió satisfecho.

—Les dije que confiaran en mí.


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