Capítulo 3: El surgir de mi día a día-Parte 3
La batalla entre Kaleb y Vianey continuaba, cada golpe, cada intercambio de miradas llenas de ira, solo alimentaba la tensión que ya saturaba el aire. Para muchos en la estación del metro, este tipo de enfrentamientos se había vuelto casi normal. Las noticias de terroristas colocando bombas en los rieles del tren no eran un rumor lejano, sino una constante amenaza que la gente vivía a diario. Así, la violencia se había normalizado, la gente ya no sentía temor, solo se apartaba, mirando con desinterés como si estuvieran viendo una escena de una película aburrida.
—Debo admitirlo —dijo Kaleb, su voz tranquila como si estuviera en medio de una conversación cotidiana—. Tú eres la única que me ha dado una pelea digna en años. Los demás, ni siquiera llegaron a un hospital.
Se cubrió detrás de un banco para evitar los ataques de Vianey, sintiendo el sabor de la adrenalina. Sin embargo, algo extraño comenzó a ocurrir. Grandes burbujas rojas, como esferas de aire envueltas en un líquido viscoso, comenzaron a aparecer por doquier, rodeando el lugar con una fuerza silenciosa. Había demasiadas para contarlas, tal vez más de sesenta. En apariencia, no eran más que burbujas inofensivas, pero el primer contacto fue brutal: una tocó el codo de Kaleb, explotó al instante, y el dolor fue inmediato. Una quemadura química se extendió por su piel.
—¿Qué carajos...? —susurró Kaleb, atónito por la brutalidad de una simple burbuja. No entendía cómo algo tan insignificante podía causarle tanto daño.
Vianey, con una expresión desafiante, sonrió desde el otro lado de la sala. Estaba disfrutando la escena.
—Te lo dije, no me subestimes. —La amenaza resonó en el aire. —Si me devuelves mi dinero, juro que no te mataré.
Kaleb, el rostro marcado por la furia, no podía más. Se levantó con una risa de desprecio y su mirada se tornó feroz.
—¿Crees que me vas a derrotar? —dijo, con voz grave, cargada de una rabia que solo él conocía. — ¿Crees que con tus poderes patéticos me vas a hacer caer? Soy Kaleb, maldita sea. Y no voy a caer en este maldito mundo. ¡Ahora vas a ver lo que significa perder maldita perra!
Antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba pasando, Kaleb apareció al lado de Vianey, sorprendiéndola. Ella, desconcertada, lanzó un potente ataque eléctrico directamente a su pecho, pero Kaleb estaba preparado. El golpe lo absorbió su celular, el cual quedó destrozado en el proceso. Sin titubear, le propinó un golpe brutal en la cara, enviándola a volar contra una pared, haciendo que sangre brotara de su boca. Sin embargo, Vianey se levantó con una resistencia inhumana, dispuesta a seguir luchando, pese a las heridas.
Kaleb, sangrando por la pierna, quemado en el codo y agotado por los choques eléctricos, parecía imparable. Vianey, también debilitada pero sin rendirse, enfrentaba su propio dolor, con los brazos quemados y el cuerpo lleno de moretones.
La pelea se volvía más y más brutal, y ambos estaban al borde de la muerte, luchando por no caer. Pero en ese momento, la policía irrumpió, apuntándolos con armas y poniendo fin a la batalla. Ambos, derrotados y adoloridos, levantaron las manos en señal de rendición. Era una victoria pírrica para Vianey, quien había logrado lo que quería, pero a un costo devastador para ambos.
Los agentes se acercaron con dureza. Kaleb fue esposado y golpeado, pero lo único que hizo fue mirarlos con una expresión de satisfacción, como si todo fuera parte de un juego cruel. Vianey fue arrestada sin mucha resistencia, y mientras la subían a la patrulla, uno de los policías aprovechó la ocasión para tocarla indebidamente. Su furia creció, pero sabía que aún tenía cuentas pendientes.
Una vez en la patrulla, Kaleb, que ya había estado muchas veces en situaciones similares, no podía dejar de comentar con sarcasmo.
—¿Primera vez en una patrulla? —le preguntó a Vianey con una sonrisa burlona.
Vianey, en silencio, no respondió. Solo lo ignoró durante todo el trayecto. Sin embargo, en su interior, algo cambiaba. Mientras Kaleb, siempre tan seguro de sí mismo, se mantenía estoico, Vianey comenzaba a sentir algo que nunca había experimentado: el miedo. Miedo de las consecuencias de sus acciones.
Al llegar a la delegación, Kaleb fue llevado a la sala de interrogación. Mientras esperaba, se le curaban las heridas, pero el dolor físico era nada comparado con la rabia que sentía dentro. La policía comenzó a revisar su historial de antecedentes. Su mirada se endureció cuando el agente mencionó los crímenes que supuestamente había cometido.
—¿Este historial es correcto? —preguntó el oficial, mirando su archivo.
Kaleb no vaciló.
—Solo maté a esos cuatro delincuentes. Ellos me atacaron primero —respondió sin remordimientos, como si estuviera hablando de una mera formalidad.
El policía, que ya conocía su historia, frunció el ceño.
—Lo que pasa es que ya hemos pasado por esto antes, Kaleb. Esta vez no vas a salir tan fácil.
En ese momento, Vianey, que estaba afuera, escuchó algo que la hizo detenerse. Un hombre, arrestado por robo, llevaba el mismo impermeable que Kaleb había usado. Dentro de las pertenencias de este tipo, vio su cartera. Fue un golpe de realidad. Había estado a punto de matar a un inocente, un error que la perseguiría.
El arrepentimiento la inundó. Sabía que las consecuencias serían graves. El remordimiento se apoderó de su corazón.
Con una mirada triste, recordó las palabras de su madre, que nunca había estado ahí cuando más la necesitaba. "Madre, te he fallado", pensó. "Te fallé, y ni siquiera sé cómo seguir adelante."
En ese momento, las puertas de la prisión parecían cerrarse para siempre. Pero, al igual que Kaleb, Vianey no tenía más opción que seguir adelante, con los traumas de su pasado acechando y el futuro incierto.
Mientras tanto, en la sala de interrogatorios, Kaleb, con la mirada vacía y resignada, murmuró para sí mismo:
—La vida me odia. Me maldijo desde el momento en que nací. ¿Por qué no me mataron junto con los demás clones? Este mundo da asco. - lo dice mientras baja la cabeza.
Pero, en su interior, aún había una chispa. Una chispa que lo mantenía en pie, una chispa que, aunque pequeña, no se extinguía.
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