Capítulo 10: Hola, yo soy Bloody
Aún domingo, 3 de marzo 11:58 am.
Kaleb y Vianey caminaban a paso constante hacia la parada del metro, la luz del sol brillaba intensamente, iluminando su camino entre sombras y reflejos metálicos. Vianey, todavía sorprendida, no podía evitar pensar en la resistencia de Kaleb. A pesar de la herida que arrastraba desde el último enfrentamiento, había demostrado una tenacidad impresionante. Se mantenía de pie, listo para luchar hasta el final, una determinación que ella no había anticipado.
—Debo admitir que fuiste muy estratégica chantajeando a esa bestia —dijo Kaleb, con un tono que mezclaba aprobación y asombro.
Vianey le sonrió con humildad.
—Gracias, pero sólo hice lo necesario para sobrevivir.
De repente, una sensación inquietante recorrió sus cuerpos. Una presencia extraña los acechaba desde la multitud. Y entonces, una voz femenina y entrecortada se alzó tras ellos:
—¡Oigan... no... dejarme... atrás!
Kaleb y Vianey se detuvieron en seco y giraron al unísono. Sus miradas se clavaron en la figura que emergía entre la gente. Lo que vieron los dejó boquiabiertos.
Allí, iluminada por la luz del día, se encontraba una mujer completamente desnuda. Su cabello rojo sangre caía en ondas salvajes sobre sus hombros, y sus ojos, del mismo tono carmesí, resplandecían con un fulgor inquietante. Sus labios se curvaban en una sonrisa depredadora, revelando unos dientes afilados como cuchillas. Su piel, de un tono claro y natural, contrastaba con el entorno diurno.
La mujer levantó una mano en un ademán entusiasta, como si saludara a viejos amigos.
—Ustedes... ahora... quiero... estar con... ustedes —dijo con una voz distorsionada por una emoción incontrolable.
Vianey sintió una oleada de incredulidad. No podía creer que alguien se mostrara de esa manera tan descarada. Kaleb, por otro lado, frunció el ceño con una mezcla de asco e incredulidad. Su cuerpo se tensó, los recuerdos de sus experiencias pasadas regresando como un golpe seco en el pecho.
—¡Eres una maldita pervertida! —gritó Kaleb, su voz resonando con un dejo de repulsión.
—¡Oi! ¿Y esta quién porongas es?!—gritó Vianey retrocediendo poco a poco, sin querer tenerla cerca.
La mujer, sin entender del todo, se acercó directamente a Kaleb y, antes de que él pudiera reaccionar, lo abrazó. Él frunció el ceño con disgusto, y Vianey notó que lejos de mostrar excitación, parecía profundamente molesto. La mujer pelirroja entonces comenzó a lamerle la cara con una inquietante familiaridad.
—¡Maldita puta! —gritó Kaleb, apartándola con un fuerte golpe en la cara.
La mujer retrocedió adolorida, cayendo sobre Vianey. Al verla tan de cerca, no dudo en lamerle los dedos, Vianey reaccionó con furia e indignación, empujándole los dedos fuera de su boca y golpeándola con fuerza. La mujer cayó al suelo con un quejido.
—Duele... ¿por qué... golpearme? —preguntó con una inocencia perturbadora.
—¡Estúpida!, ¡qué mierda te pasa! —vociferó Kaleb, con una mezcla de ira y asco.
—¡Eres repugnante, mujer! —espetó Vianey, limpiándose sus dedos con su ropa.
De repente, las heridas de Kaleb y Vianey comenzaron a cerrarse inexplicablemente. Ambos se miraron confundidos, observando cómo la mujer también se curaba rápidamente de los golpes que le habían dado. Con horror, vieron cómo su brazo adquiría una textura líquida de color rojo, como si su cuerpo estuviera compuesto de sangre escarlata.
—¿Tú... puedes... darme... tu agua... rica? —preguntó la mujer, señalando a Kaleb con una sonrisa ingenua.
—¿Qué? —Kaleb frunció el ceño, sin entender a qué se refería.
Entonces, un pensamiento cruzó su mente. No podía ser... ¿o sí? Tal vez aquella mujer era la misma criatura que casi los mata hace rato y que le había dado agua de frutas. Si sus heridas se habían curado con su toque, entonces tenía sentido.
—Dime, ¿eres la bestia de sangre escarlata a la que le di agua de frutas hace un momento? —preguntó, con un tono cauteloso.
—Sí... soy ese —respondió rápidamente la mujer.
Kaleb apartó la mirada, incómodo.
—Entonces, ¿por qué luces así? No te veías como una chica hace rato...
Vianey, incrédula, abrió los ojos de par en par.
—¡¿Me estás diciendo que esa mujer desnuda es la bestia de sangre escarlata?! – no se lo cree.
—Yo... puedo... tener... forma... cualquiera —respondió la mujer, sujetándose un mechón de su cabello rojo con una sonrisa.
-Pues hasta su vello púbico es rojo. – dijo Vianey mientras la miraba de pies a cabeza.
Kaleb observó con una mezcla de desconfianza e incomodidad a la criatura de sangre escarlata que ahora los acompañaba. Aquella entidad, a la que él había salvado en la villa, había decidido devolverle el favor uniéndose a su grupo. Kaleb, aunque reacio a aceptarla, no podía negar que su presencia sería útil: podía atacar, defenderlos y, según parecía, incluso curarlos. Sin embargo, lo que realmente lo molestaba era la forma que había elegido para manifestarse: una mujer pelirroja completamente desnuda.
Con un suspiro de fastidio, Kaleb se acercó a uno de los cadáveres que la criatura había masacrado y le quitó la ropa sin dudarlo. La vestimenta aún estaba caliente, manchada de sangre y polvo, pero al menos serviría para cubrir el cuerpo de la criatura. Sin decir palabra, le arrojó las prendas y la observó vestirse con una torpeza casi infantil. Con un aire resignado, pensó que al menos ya no llamarían tanto la atención.
La bestia, sin embargo, parecía satisfecha con su nueva apariencia. Explicó con una sonrisa extrañamente inocente que había decidido unirse a ellos por dos razones: primero, porque Vianey la había comprendido; y segundo, porque Kaleb le había dado una bebida deliciosa. Kaleb no supo qué responder ante semejante lógica.
Subieron nuevamente al metro en dirección a casa. El vagón traqueteaba suavemente mientras la criatura, sin previo aviso, apoyó su cabeza en el hombro de Kaleb y cerró los ojos. Un leve murmullo recorrió el vagón cuando algunos pasajeros asumieron que eran pareja. Kaleb no reaccionó, pero su mirada fulminante bastó para que los demás apartaran la vista. Vianey, por su parte, se preguntaba cómo podrían cuidar de un ser así sin que todo se saliera de control.
Al llegar a su parada, descendieron del metro y caminaron hasta el departamento de Vianey. Justo en la entrada se encontraron con su vecino, un hombre molesto que siempre encontraba una excusa para acosarla. Kaleb y Vianey decidieron ignorarlo, pero la criatura no. Sin que nadie se diera cuenta, escupió un coágulo de sangre oscura que se deslizó silenciosamente por el aire y se introdujo en la nariz del vecino. Un instante después, el hombre cayó de rodillas, sujetándose la cara con un grito ahogado cuando su cavidad nasal se rompió desde dentro. Nadie dijo nada. Entraron al departamento como si nada hubiera sucedido.
Una vez dentro, Vianey les pidió que esperaran mientras iba en busca de ropa adecuada para la criatura. Kaleb echó un vistazo al lugar. Era un espacio pequeño, con muebles desgastados y una iluminación tenue. Observó los detalles de la vida de Vianey: los libros apilados desordenadamente, los platos sin lavar, la cama deshecha en una esquina, hasta una braga suya visible en su cama. Sintiendo una extraña sensación de lástima por ella, pero a la vez intentar no pensar en eso.
Segundos después, Vianey regresó con una camiseta negra, un pantalón rojo y unas zapatillas blancas. La criatura aceptó la ropa con entusiasmo y comenzó a vestirse sin comprender bien cómo hacerlo. Cuando se puso la camiseta, dejó sus senos al descubierto sin el menor pudor. Kaleb, sin inmutarse demasiado, se acercó, la tomó por los hombros y le colocó la prenda correctamente, explicándole con tono seco cómo debía usarla. Ella lo miró con curiosidad, como si fuera un nuevo concepto que aún no entendía del todo, pero de alguna manera parecía complacida.
-Vianey: ¿Qué tal?. Te queda bien.
-Umm, apre...tar...mucho...delante.
-Vianey: Aghh...ya quisieras que eso no sea un problema. – lo dice con desagrado
Mientras la criatura se adaptaba a su nueva apariencia, Kaleb encendió su celular y comenzó a buscar información sobre estos seres en internet. Los resultados eran vagos y poco útiles. Se mencionaba que eran extremadamente peligrosos, que casi nadie había logrado documentarlos correctamente y que preferían ambientes húmedos. No había nada que le indicara cómo controlar a una de estas cosas.
A pesar de la incertidumbre, la criatura parecía cómoda entre ellos, como si finalmente hubiera encontrado su lugar. Kaleb, por su parte, no estaba tan seguro de que aquello fuera algo bueno.
Kaleb suspiró profundamente, cruzándose de brazos con una expresión de resignación.
—Me doy por vencido. No sabemos cómo manejar a alguien como tú.
Antes de que la frustración lo consumiera, Vianey intervino con una chispa de esperanza en su voz.
—¡Espera! El señor Bertrand dijo que sabía algo sobre ellos... incluso venció a uno, ¿recuerdas?
Kaleb asintió, sus ojos iluminándose con una idea.
—Es cierto. Bueno, es hora de ir a ver a ese viejo.
Sin perder tiempo, se dirigieron a la casa de Bertrand. Al llegar, Kaleb golpeó la puerta con firmeza. Desde el interior se escuchó un grito ronco y autoritario.
—¡Silencio!
Kaleb rodó los ojos y respondió con calma.
—Soy yo, Kaleb. Estoy con Vianey.
Hubo un momento de silencio, seguido del sonido metálico del seguro al desbloquearse. La puerta se abrió lentamente, revelando a Bertrand con su usual mirada de desconfianza.
—¿Qué puedo hacer por ustedes, engendros? —dijo, con un tono irónicamente amable.
Kaleb respiró hondo antes de hablar.
—Señor Bertrand, queremos que nos ayude con una duda. Pensamos que usted sería el indicado.
Vianey interrumpió con urgencia.
—¡Se trata de una bestia de sangre escarlata que tenemos aquí!
Los ojos de Bertrand se abrieron de par en par.
—¡¿Qué?! No me jodan.
De repente, una voz suave pero inquietante resonó.
—Hola... ser...
La criatura avanzó, su figura esbelta pero letal revelándose ante la luz. Bertrand la observó detenidamente, su mente trabajando rápido.
-"¡Lo trajeron para atacarme! ¿Por qué parece una mujer? ¿Será que está... humanizándose?"
Los ojos de la bestia se clavaron en Bertrand con una intensidad perturbadora. Sus labios se curvaron en un gruñido, mostrando colmillos afilados. Kaleb frunció el ceño.
—¿Qué te pasa?
La criatura lo ignoró y, en un abrir y cerrar de ojos, se lanzó contra Bertrand con una velocidad impresionante. Pero Bertrand, preparado, la sujetó del cuello con una mano firme. Atrás de la puerta, sostenía un arma, listo para disparar. Sin piedad, la golpeó con un impacto brutal que le rompió la cabeza, esparciendo sangre en la entrada. Kaleb y Vianey quedaron atónitos.
—¡¿Por qué hizo eso?! —gritó Kaleb.
Bertrand, con la mente aun analizando la situación, pensó:
-"Sabía que le dispararía... ¿puede ver a través de los objetos? Su instinto es salvaje, su velocidad es formidable. Y su fuerza... diría que es comparable a una pequeña prensa hidráulica."
Vianey se acercó a la criatura para comprobar su estado, pero esta se levantó nuevamente, ya que se había regenerado, ahora está más feroz que antes. Bertrand se puso en guardia, sin dejarse engañar por su apariencia femenina.
La criatura comenzó a extraer coágulos de sangre de su propio cuerpo y los arrojó hacia Bertrand. Este los destruyó con facilidad con sus puños, pero cuando ella salpicó su sangre sobre él, sintió el ardor de la quema. Bertrand se deshizo del líquido justo a tiempo.
Decidido a acabar con la amenaza, se lanzó cuerpo a cuerpo. La criatura atacó con una fuerza comparable a una bestia enorme, pero Bertrand la tomó por sorpresa, golpeándola contra el suelo repetidamente.
—¡Basta ya! —grito Kaleb.
De repente, la criatura tomo una botella de agua que estaba afuera de la casa y la bebió a la fuerza. Sus ojos brillaron con un resplandor siniestro mientras su cuerpo creció y se fortalecía. Ahora podía dividirse en dos, atacando simultáneamente. Sus nuevas formas lanzaron varios coágulos, pero Bertrand los esquivó con maestría. Con una sola palmada, destruyó a uno de los clones y, con una presión calculada, le rompió el cuello al otro.
Cuando estaba a punto de acabar definitivamente con la criatura, se detuvo. Observó a Kaleb y Vianey.
—Llevémoslo adentro. – dijo Bertrand.
El silencio cayó sobre el lugar, solo roto por la respiración agitada de todos los presentes.
Vianey observó con una mezcla de incredulidad y resignación mientras Bertrand cargaba a la criatura herida dentro de la casa.
—Estos dos están locos—murmuró, pero igual procedió a ayudar a meter a la criatura para que pudiera curarse.
Una vez dentro, Bertrand suelta a la criatura en el piso, luego le ofreció un vaso de ponche como si nada, pero la criatura lo rechazó de inmediato. La humillación de la reciente derrota era evidente en sus ojos escarlata. Kaleb, aún molesto por haber recibido un golpe de la criatura, se cruzó de brazos, lanzándole una mirada gélida. Sin embargo, Vianey no pudo evitar sentirse impresionada por la fuerza de Bertrand, especialmente considerando su edad.
Bertrand, siempre entusiasta, comenzó a compartir todo lo que sabía sobre estos seres peculiares:
—Estos engendros solo se alimentan de líquidos, es por eso que son adictos a estos, incluso se les conoce no solo como bestias de sangre escarlata, sino también como fallas de la creación. Tienen una capacidad de regeneración asombrosamente rápida y pueden utilizar su propia sangre como arma. Lo más curioso es su habilidad para cambiar de forma, aunque siempre conservan esos característicos tonos rojos en su cuerpo. Además, aprenden rápido, dependiendo del entorno en el que estén. El líquido que consumen no solo los mantiene vivos, sino que potencia sus habilidades. Yo sé todo eso, porque hace años tuve un encuentro con una de estas bestias, al principio parecía ser bueno y al final termino matando sin piedad a inocentes.
Vianey frunció el ceño.
—Entonces, ¿qué podríamos hacer ante esta situación?
Kaleb observó a la criatura con frialdad.
—Si posee todas esas habilidades, podríamos aprovecharlas para nuestro beneficio.
Bertrand sonrió de manera astuta.
—No es obvio. Hay que civilizarlo. No solo obtendríamos un aliado, sino que también podríamos transformar lo salvaje en algo nuevo.
Kaleb asintió, intrigado.
—Increíble.
Bertrand se acercó a la criatura y, con una expresión más seria, dijo:
—Perdón por lo de hace rato, pero quiero que sepas que vi un gran potencial en ti. Si estás dispuesto, puedo ayudarte.
Aunque la criatura no comprendió del todo las palabras, sintió la intención y, tras unos segundos de duda, aceptó el gesto con un leve asentimiento. Nunca antes se había enfrentado a alguien como Bertrand y, en su interior, una chispa de algo nuevo ardía.
—Bien—dijo Bertrand con determinación—. Desde hoy comenzaremos a enseñarte todo lo que podamos.
—¡Podamos!—repitió la criatura de manera adorable.
—Hay que hacerlo—afirmó Vianey con convicción.
Kaleb miró a la criatura y suspiró.
—Espero que podamos lograrlo. Igual no tengo nada mejor que hacer.
Una semana después...
El progreso había sido agotador, pero satisfactorio. Enseñaron a la criatura a leer, escribir, hablar con fluidez, usar un teléfono y hasta caminar correctamente. Aprendió a controlar algunos de sus impulsos instintivos. Bertrand logró ganar su confianza, Kaleb trabajó en ayudarla a desarrollar sus habilidades y Vianey le enseñó tareas sencillas. A pesar de los obstáculos iniciales, la criatura aprendía de sus errores y poco a poco los sorprendía con su progreso.
Una noche, cuando ya todos estaban exhaustos, la criatura bajó las escaleras con una nueva presencia. Llevaba la misma ropa, su cabello peinado y una actitud confiada. Los tres la miraron sorprendidos.
—Vaya, es la bestia de sangre escarlata más civilizada que he visto—comentó Bertrand con orgullo.
—Sí—coincidieron Kaleb y Vianey al unísono.
La criatura sonrió.
—Oh, jaja, por favor, ya no me digan así.
Vianey le lanzó una mirada inquisitiva.
—Entonces, ¿qué dirás si alguien te pregunta quién eres?
La criatura se enderezó con confianza.
—Les diré: "Hola, yo soy Bloody".
Kaleb arqueó una ceja.
—¿Te pusiste tú mismo tu nombre?
—Sí, y me gusta mucho.
-Me da gusto el haberte puesto en tu interior un escarabajo de lenguaje universal para ayudarte. – dijo Bertrand.
Pero antes de que pudieran responder, Bloody vio un vaso de agua y lo bebió de un solo trago. Aunque había aprendido mucho, su adicción al líquido seguía siendo un problema. Algunas noches incluso la sorprendían bebiendo del retrete. Todos esperaban poder ayudarla a superar eso algún día.
A pesar de todo, Bloody demostró ser una joven de buen cuerpo, cabello rojo intenso y un carácter algo inocente. Su bebida favorita era el agua de frutos rojos que Kaleb le había ofrecido aquella vez. Con frecuencia donaba su sangre cuando alguien resultaba herido y, en ocasiones, su comportamiento podía ser errático.
Si bien las bestias de sangre escarlata no tenían género definido, Bloody parecía decidida a mantener su forma femenina. Bertrand, satisfecho con los resultados, se mostraba emocionado por la relación de confianza que había logrado forjar con Bloody y el potencial que ahora veía en su nuevo aliado.
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