Amantes de tormenta
Desde la cima de esta verde loma*
veo a los álamos sacudirse con el viento.
Se curvan dócilmente, sin ningún lamento,
sin ningún quejido, sin ningún crujido,
sin vergüenza o sufrimiento.
Se doblan como lo han hecho
desde que el tiempo es tiempo.
Y a su lado, en el campo, las poáceas también bailan,
más apuradas y descontroladas,
completamente dominadas
por el vaivén de las ráfagas.
Bóreas* me saluda y me avisa que habrá tormenta.
No necesita demostrarlo mediante ningún instrumento;
cada vez que sus labios soplan esa brisa helada,
la atmósfera se inquieta; se vuelve eléctrica.
Y yo también lo presiento, en mis huesos doloridos,
en mi cuerpo cansado, en el creciente zumbido
que me invade los oídos.
Llega la lluvia a la ciudad.
Viene en breve la tempestad.
Pese a esto, decido abrigarme
y salir a caminar.
Bajo por la loma,
voy hacia la costa,
camino hacia el mar.
Siento las primeras gotas rebotar contra mi ropa,
siento la gélida temperatura bajar todavía más,
pero aunque esta idea sí parece loca,
decido la costa explorar.
Bajo la lluvia que cae, todo se ve más mágico.
Entre la niebla densa, todo se ve fantástico.
Y en este clima hostil, que sólo yo soporto
- y tal vez algunos marinos viejos, acostumbrados al puerto-
me encuentro libre de hacer lo que es insólito.
Me encuentro libre de correr, como un amante devoto,
a los brazos de alguien a quien no puedo amar en la radiante luz del día;
al triunfante encuentro con un alma que es mía
sólo en las tormentas más fieras, sólo en las tardes más frías,
sólo en las noches más oscuras; en las madrugadas más sombrías.
La lluvia me moja y me azota.
El trueno me ruge y me grita.
El cielo abre sus compuertas,
y el agua parece infinita.
Entre el cielo y el océano no hay diferencia.
Entre mi boca y su lengua no hay resistencia.
Ella me besa, y me besa, y me besa.
Y yo sonrío, pese al caos que nos rodea.
Y la sostengo cerca de mí,
sin temerle a la marea,
a los rayos, a los vientos,
a la naturaleza.
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Lomas: En Chile, terreno elevado, similar a cerro.
Bóreas: En la mitología griega, el dios del frío viento del norte que traía el invierno.
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