Capítulo 2
Meliodas caminaba por los pasillos del castillo ensimismado por la escena que había visto tiempo atrás. Todo ese acontecimiento lo había dejado muy pensante con respecto a esa chica. Hace años la esclavitud en Britannia había cesado, o al menos había disminuido considerablemente. Además de todo eso, le daba curiosidad el aura tan tétrica y deprimida que emanaba aquella chica.
Justo de casualidad se topó con aquella mujer, la sangre que la bañaba se había secado, pero no cualquiera notaría la sangre húmeda que goteaba. Meliodas sabía que eso era a causa de heridas frescas. Ella pasó por su lado sin mirarlo a los ojos, siguiendo órdenes.
—oye —llamó él queriendo que esta lo mirara, pero simplemente fue ignorado. Se aproximó más a ella y la tomó de su muñeca para detener su andar—. Te estoy hablando...
Quedó sorprendido cuando repentinamente fue aventado al suelo por la misma chica, aturdido por la increíble rapidez con que se movió. No había podido reaccionar al ser algo inesperado. Sangre caía en su mejilla, volvió en sí y se percató que estaba bajo la entrepierna de la mujer, ella sostenía su muñeca con fuerza con intención de romperla con tan solo un movimiento por parte de él; tomó su tiempo para mirarla a los ojos, pasmado quedó al no percibir nada en ellos, ni maldad ni bondad. Mirar aquellos ojos te hacía perderte en un abismo de total oscuridad. Meliodas no esperó más y se libró de su agarre, al tomarla del brazo la estrelló a ella al suelo, ahora habían cambiado posiciones.
Vio la mueca de dolor de la fémina, ella no pudo reprimirla ante tal fuerza; Meliodas se recriminó al hacerle eso, había olvidado que la razón para acercarse a ella era por las mismas heridas por las que se estaba quejando gracias a él.
—disculpa, no era mi intención herirte —se lamentó soltándola de inmediato, en seguida se apresuró a tenderle la mano para ayudarla a levantarse, más fue ignorado por ella, quien se levantó sola.
Ella lo miró con indiferencia, y no esperó más para irse al lugar destinado para ella, dejando a Meliodas atrás. Él solo se quedó viendo como ella se retiraba, causaba terror en los demás con su única presencia, y parecía que a ella no le afectaba tal cosa.
Iba a seguir su camino original, pero fue interceptado por nada más y nada menos que la reina de Lionés. Elizabeth le dedicó una sonrisa encantadora, alegre de haberlo encontrado, más se preocupó cuando vio sangre viajando por la mejilla del rubio. Se aproximó a revisar su malinterpretada herida.
—¿Qué te ha sucedido? —cuestionó de inmediato, tomó un pañuelo y empezó a retirar la sangre del rubio.
—no te preocupes Elizabeth, esta sangre no es mía —dice Meliodas, disfrutando del sutil tacto de la albina frente a él—. Es de la chica que acompaña a Merlín.
—¿Acaso ella se ha atrevido a molestarte? —cuestionó molesta por ese simple hecho, estaba lista para notificarlo con la dueña de aquella mujer— esa mujer no tiene ningún derecho a mirarte como a un conocido o a alzar la mano en tu contra.
Meliodas tomó las manos de la albina para que detuviera aquello, le sonrio de forma pacífica.
—relájate Elizabeth, solo ha sido un malentendido.
Después de las constantes replicas por parte de la albina, ambos decidieron pasearse juntos por los pasillos del castillo, queriendo pasar más tiempo juntos. Meliodas miró lleno de curiosidad a Elizabeth, si quería saber del tema con respecto a la mujer de oscura mirada, supone que Elizabeth siendo cercana a Merlín conocía algún dato de interés.
—Elizabeth ¿Qué sabes sobre esa chica? —empezó a cuestionas volviendo la mirada al frente para no mostrar demasiado interés. La albina tendía a ser celosa.
Ella lo vio, después pensó en cómo responderle adecuadamente.
—al igual que todos los demás, sé que aquella mujer es la esclava de Merlín —empezó ella recordando los detalles del primer día en que vio a Merlín siendo acompañada por esa mujer—. Había hablado con Merlín respecto a lo que pasó entre ella y Escanor, y al final me había enterado que la razón de su separación era esa misma mujer —dijo con poco de molestia por ese hecho—. Cuando Merlín empezó a tenerla a su lado, Escanor, al igual que Gowther, no aprobaron que ella estuviera cerca de Merlín; se negaron una y otra vez hasta que Merlín se cansó y se fue del que era su hogar. Al parecer, después de eso ellos no volvieron a buscarla.
—esto es demasiado. Pensar que cuando estuve aquí ellos eran la pareja más feliz; que Gowther estaba a la par con Merlín, hacían cosas grandes juntos. Eso era demasiado bueno como para acabar de esa manera... —opinó Meliodas aun incrédulo por lo contado. Conocía a aquellos dos individuos, sabía que sentían un gran aprecio por Merlín y se preocupaban por ella.
—a mí también me sorprendió... pero cuando vi a esa mujer por primera vez tuve un mal presentimiento —comentó cursada de brazos—. Esa mujer no le ha traído cosas buenas a nadie. Mínimo sirve para hacer las misiones. Nadie la quiere cerca... —temblaba de tan solo recordar la oscura mirada que lograba penetrar su alma y sentir la muerte misma ante ella.
—Elizabeth... —murmuró Meliodas por oír como se expresaba ella. Nunca lo había imaginado, aunque suponía era por el enfado que sentía hacia la mujer en cuestión.
<<Esa mujer es un completo misterio. Tiene a todos espantados con tan solo su presencia. Incluso logra inquietar a Elizabeth...>> —pensó analizando todo lo que la albina le había contado. Sabia a la perfección sobre el aura tan lúgubre que emanaba aquella mujer. Cualquier raza de nivel inferior sentiría miedo al verla, los de mayor nivel solo la sentirían como una amenaza.
Se había sumido en sus pensamientos largo tiempo, incluso no se percató de la mirada inquisidora de Elizabeth. Volvió en si al sentir su brazo ser rodeado. Alzó la mirada para encontrar los ojos azueles de Elizabeth bastante cerca de él, sus narices casi se rozaban y sus respiraciones se mezclaban.
—ya fue suficiente de eso, esa mujer no vale la pena mencionarla. En este momento me gustaría pasar tiempo de calidad contigo... si sabes a que me refiero —le susurró coqueta, le guiñó el ojo dejando más que claro el mensaje.
Meliodas la tomó de las caderas y acercó más su rostro, haciendo rozar sus labios.
—¿No temes que alguien nos vea? —preguntó retador, alzando su ceja de manera coqueta.
—tranquilo, no hay sirvientas por estos alrededores y Mael está tomando una siesta. Así que tenemos este momento para nosotros dos —respondió rodeando con sus brazos el cuello del rubio, subía su pierna hasta rodearla con la cadera del hombre—. Pero deberíamos irnos, no vaya a pasar algo inesperado.
Meliodas no dijo más, cargó a la albina y se apresuró a encontrar un escondite para empezar a explorar el cuerpo de la albina.
En un balneario a las afueras del reino de lionés, la mujer de oscura mirada dejaba que la sangre que antes bañaba su cuerpo se perdiera entre las aguas cristalinas, en silencio escuchaba como el agua seguía su curso por el río que brindaba agua al lugar donde ella estaba parada. El atardecer se vislumbraba a penas gracias a los rayos finales del sol que atravesaban los huecos entre las hojas. Para cualquier otro humano, aquel paisaje y el sonido melodioso natural del alrededor parecía algo precioso, pero a aquella mujer no le importaba, no encontraba como preciar aquello.
Después de finalmente quedar limpia, tomó las vendas que había traído consigo y empezó a cubrir sus heridas. Sus heridas eran varias, unas más profundas que otras. Para su mala suerte la venda no dio para más, por lo que algunas heridas estaban expuestas. Por tanto, usarlas ya se le habían acabado, había tratado de preservarlas en caso de emergencias.
—no pueden sanar de inmediato... —murmuró con una voz ronca, sentía el leve picor de las heridas que eran rozadas por pequeñas ráfagas de viento. Su situación era como la de cualquier otro humano.
Esperó a que su ropa pudiera secarse para poder volver al castillo, había recibido la estricta orden de volver de una manera decente al castillo después de recibir su castigo por la falta de respeto hacia los reyes de Lionés.
Había durado horas, su ropa ya estaba seca gracias a la potente brisa que llegaba a ese lugar, era muy de noche ya, la hora de cena había terminado hace dos horas, era probable que lo que le tocaba a ella se hiciese perdido.
No tardó mucho en volver a Lionés mejor de lo que estuvo, todo el que la veía apartaba espantado la mirada de ella, a pesar de ya no estar cubierta de sangre, aun pareciera que sí. Llegó al cuarto de Merlín, encontrándola a ella leyendo un libro con el ceño fruncido. Cuando se percató de la presencia de su subordinada, se levantó. No se veía contenta.
—¿Por qué no contestas mis llamados? ¿Crees que eres alguien para ignorarme? —cuestiono indignada, vio cómo su contraria se arrodillaba ante ella con la mirada puesta en el piso. No esperó respuesta para chasquear sus dedos.
La cinta que estaba aferrada a su piel comenzó a brillas, y en un segundo Merlín presenció como la electricidad aparecía rodeando el cuerpo de la fémina en el suelo. La mujer de oscura mirada frunció el ceño, apretó sus manos contra el suelo, se mordió el labio para no gritar, sentía un dolor insoportable en todo su cuerpo, pero no podía gritar, de lo contrario sería peor. Cuando la tortura cesó empezó a jadear agotada por haber aguantado aquello. Sintió como algo rasgaba la piel del brazo, eso sí era algo que podía aguantar.
—un pequeño castigo por ignorarme —dijo Merlín volviendo a la silla que anteriormente ocupaba, tomo su libro siguiendo con su lectura, ignorando a la herida—. Ve y tráeme una botella de vino del almacén.
La mujer arrodillada se levantó tambaleante, cuando recuperó su equilibrio se encaminó a cumplir el recado de su ama.
No pudo decir nada en su defensa, no podía. Sabía que cualquier acción en contra de su ama sería razón para aumentar el nivel de dolor que ella pudiera experimentar. Era algo habitual, pero el dolor no desaparecía.
Llegó al almacén, al entrar se encontró una inmensa oscuridad con la que cualquiera se perdería, pero ella ya estaba acostumbrada a eso, además, conocía perfectamente ese lugar. Escuchó algo caerse de un estante, pero lo ignoró, aunque el origen del ruido estaba en su mismo trayecto. Cuando se dirigió por las botellas de vino en los estantes de la pared contraria, su mirada se percató del rubio que tenía contra un estante a la albina, si se observaba el alrededor se notarían las bragas de la fémina colgando en el estante detrás de ellos. Ambos estaban en pleno acto sexual.
Ambos vieron a la recién llegada en shock, sintiendo pánico al ser descubiertos, ni si quiera se podían mover. Sin embargo, la fémina de oscuros cabellos siguió su camino, pasó justo por el lado de Meliodas, chocando levemente su hombro, tomó la botella de vino encargada y no esperó otro segundo para salir de allí, ignorando olímpicamente lo que sus ojos habían visto.
<<No lo entiendo...>> —pensó la de hebras oscuras.
En el almacén aquellos dos individuos volvían a ponerse sus pertenencias, balbuceando incoherencias. No sabían que decir con lo que acababa de pasar, ella había pasado por su lado sin decir palabra alguna o mostrar interés en ellos, ni si quiera volteó la mirada para verlos. Realmente a la mujer le parecía indiferente, pero la albina pudo malinterpretar su indiferencia.
—¡No puede ser, nos han descubierto! —dijo solo para el rubio, toralmente exaltada por la mirada e esa mujer— ella le contará a Merlín, esto no puede ser posible. Esa maldita...
—cálmate Elizabeth, no nos apresuremos. Por ahora hay que pensar en que hacer —dijo Meliodas con el ceño fruncido. No quería que lo que tenía con Elizabeth se acabara en ese instante.
—¡¿Cómo quieres que me calme cuando nos han visto ya?! —cuestionó molesta por lo dicho por Meliodas— si los demás lo descubren mi reputación caerá por los suelos, me señalarán y mirarán juzgándome... —dijo entre sollozos, dejándose caer ante el fin que ella creía inminente. Meliodas se puso a su lado y la abrazó tratando de consolarla y calmar sus miedos. Iba a hablar, pero ella se adelantó— Meliodas... tienes que hacer que ella mantenga la boca cerrada —pidió desesperada—. No puedes permitir que ella nos delate.
—pero ¿Qué puedo hacer yo? —cuestionó extrañado Meliodas, sin poder imaginarse que podría hacer para garantizar el silencio de esa mujer.
—¡No lo sé! ¡Amenázala, sedúcela, haz lo que sea para que ella nunca diga algo! —dijo desesperada, tomando las manos del rubio.
—Elizabeth, ¿Te estas escuchando? —cuestiono Meliodas incrédulo.
Ella lo analizó, se calmó, recuperando la cordura que había perdido. Pero sus ideas seguían firmes.
—Meliodas, eres el demonio más poderoso de tu clan, todos te temen y respetan; además, eres muy guapo como para que alguien pueda resistirse a ti —dijo acariciando la mejilla del rubio—. Solo no quiero que lo nuestro termine, me la paso muy bien a tu lado. Quiero que esto siga, pero para eso hay que asegurarse de que no nos descubran, ¿entiendes? —le sonrió serena para poder convencerlo.
—sí, pero no sé si pueda hacer esas cosas... —murmuró él inquieto. Dudaba poder intimidar o seducir a aquella mujer. Además, sería como traicionar a Elizabeth si lo segundo se llegara a dar.
—tranquilo, yo sé que tú puedes —animó Elizabeth—. Además, sé que a pesar de todo yo estoy en tu corazón... —murmuró, se acercó a sus labios dándole un beso apasionado que él correspondió.
Al separarse, él suspiro derrotado.
—está bien, lo haré —dijo con confianza en sí mismo. Después de todo era Meliodas.
<<Pero antes de recurrir a medidas desesperadas, trataré de hacerlo de la forma más fácil y sutil posible. Tampoco quiero herir sus sentimientos...>> —pensó Meliodas considerando a la mujer de oscuros ojos.
Pero no todo es tan sencillo, nada de lo que considera es lo que realmente es.
Si supiera que no es tan fácil.
Hola gente linda!
Espero todas estén muy bien y se estén cuidando!
Espero les haya gustado el capítulo de hoy. Dejen sus comentarios sobre lo que ha sucedido entre estos tres personajes y que piensan de cada uno :3
Me encantaría leer sus comentarios :3
Weno, sin más que decirles, nos leemos en el siguiente capítulo!
(Trataré de sacarlo más rápido para no dejarlos en mucha espera).
BYE BYE! :D
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