7: Tregua
– ¡Vamos, Mika! ¡Habla conmigo! –insistió Armin, caminando junto a la chica que parecía agotada por llevar aquellas estúpidas muletas.
–Si sigues insistiendo con el tema, te voy a golpear –aseguró la chica señalando al rubio con una de sus muletas.
– ¿Por qué estás de tan mal humor?
–Porque las personas dejaron de burlarse de mí solo porque ese imbécil me ganó. Además, voy a perderme el partido del viernes. Ya había ensayado la rutina por mucho tiempo; es imposible que en su debut yo no vaya a estar. ¡Y adiós a la idea de ser reina del baile!
Armin le dedicó una amplia sonrisa a su mejor amiga antes de abrazarla y besarle sonoramente la mejilla.
–Con todo y lo que perdiste, Mika, quiero felicitarte. De verdad, lo que hiciste fue asombroso.
La pelinegra frunció el ceño mientras lo empujaba para alejarse de él.
–Aún no sé a qué te refieres –rezongó irritada mientras sentía sus mejillas teñirse de un suave rosa. Armin suspiró quitándole la maleta a Mikasa; aunque sabía que ella no necesitaba ayuda para que se la llevaran, le encantó hacerlo.
–Yo sé que te sentías la mejor por haber ganado diez festivales seguidos, pero lo que hiciste este año fue más impresionante que todos tus triunfos juntos –felicitó Armin con cariño.
Aquello simplemente la irritó aún más, y Mikasa chasqueó la lengua con fastidio.
–No entiendo de qué...
–Mikasa, si vamos con el doctor Jaeger, ¿qué crees que te dirá?
No quería ni siquiera pensarlo. Al llegar a casa tras el festival, Grisha había insistido mucho en revisarle el tobillo, pero Mikasa le había dicho que no se sentía de humor y que había pasado por la enfermería. También le había informado que le habían dicho que debería llevar unas muletas por varias semanas, pues la herida había sido grave.
¿Por qué había exagerado?
Fácil, porque no quería que nadie pensara que Eren la había vencido por talentoso, sino porque en realidad ella había tenido mala suerte. Una victoria era una victoria, y definitivamente el ojiverde se estaba regodeando en ella.
– Creo que eso no es asunto tuyo.
Armin le dio una mirada de complicidad.
–Tú y yo sabemos que te descubrí – afirmó el rubio bajando la voz para que nadie los escuchara–. Tú decidiste darle la victoria a Eren. Ibas a ganar otra vez, Mika, tenías todo de tu lado para ganar... y lo dejaste vencer.
La pelinegra se encogió de hombros.
– ¿Y por qué haría eso? Odio a ese imbécil y me habría encantado verlo completamente humillado. Simplemente tuve un descuido y me lastimé.
Armin rió suavemente antes de negar.
–Tengo que admitir que lo hiciste con tal convicción que nadie se dio cuenta, ni siquiera yo. Si no te hubiera visto el tobillo, me habrías engañado... creo que es lo más noble que has hecho en toda tu vida.
–Armin, de verdad no entiendo de qué estás hablando, y por favor, déjame en paz –la pelinegra se detuvo un segundo antes de arrebatarle la mochila a su mejor amigo y lanzarle una mirada de advertencia–. No se te ocurra decirle esto a nadie, ¿entendido?
–Hay una cosa que no comprendo... Mikasa, ¿por qué lo hiciste?
La pelinegra iba a decirle nuevamente a su mejor amigo que no entendía de qué estaba hablando cuando Eren pasó rodeado por un grupo de chicas. Los últimos dos días, desde que había ganado la competencia, siempre estaba rodeado de personas que lo felicitaban y lo admiraban. Mikasa rodó los ojos y le enseñó el dedo medio a Eren cuando este le lanzó una mirada de arrogancia.
–Aún se odian, ¿verdad? –preguntó Armin arqueando una ceja, y Mikasa hizo una mueca de asco.
–Claro que sí, odio a ese idiota –aseguró, pero una suave sonrisita se instaló en sus labios una vez se giró y se dio cuenta de que su mejor amigo ya no la estaba observando.
Al escuchar las fuertes carcajadas de Eren a lo lejos, se dio cuenta de que había valido la pena.
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No había sido su intención espiarlo, solo había ido por un vaso de agua, ya que, al despertarse en la madrugada, Mikasa sintió la sed apoderarse de su garganta. Quería evitar despertar a los que dormían pacíficamente, así que, con movimientos sigilosos, la joven descendió las escaleras en penumbras. Al entrar a la cocina y servirse un vaso con agua, un suave murmullo llamó su atención, por lo que se acercó sigilosamente a la ventana. En el patio exterior, entre las sombras, distinguió la figura de Eren entrenando arduamente. Los músculos del chico se tensaban con cada movimiento, y el sudor perlaba su cuerpo, apenas iluminado por la luz de la luna.
Mikasa quiso burlarse de él, decirle que era patético que se matara entrenando, que no conseguiría nada. Sin embargo, algo en su instinto le indicó que era mejor callar. Movida por la curiosidad, decidió salir por la puerta trasera para observarlo más de cerca. Se deslizó por el patio trasero con la destreza que siempre la caracterizaba, moviéndose como una sombra en la oscuridad. Estando allí, se dio cuenta de que Eren estaba haciendo un esfuerzo desmedido. Aunque las ganas de burlarse fueron grandes, cuando Eren se giró levemente hacia la puerta, la chica se escondió entre los arbustos. Eren observó en su dirección, como buscando quién le daba aquella mirada pesada que sentía. Al no ver a nadie, continuó con sus ejercicios. Desde la sombra y entre los arbustos, Mikasa observó a Eren entregarse por completo a sus ejercicios. Notó la determinación en su mirada, pero también percibió algo más que le revolvió el estómago: sus ojos color verde esmeralda estaban empañados por las lágrimas que se escapaban de ellos, surcando sus mejillas. Una tristeza infinita brilló ante la escasa luz de la luna, y justo antes de retirarse, escuchó un suave gruñido de Eren mientras se tiraba en el césped. Su cuerpo temblaba, estaba claro que parecía demasiado agotado.
‹‹¿Quién demonios entrena en la madrugada? No son ni las dos de la mañana. Lunático››, pensó con exasperación.
Sin embargo, unas suaves palabras provenientes del chico la hicieron detenerse.
–Me voy a vengar, Ackerman. Y Zeke... te prometo que te vas a sentir orgulloso de mí. Ya no voy a ser el chico débil que vas a tener que proteger siempre –un suave sollozo se escapó de los labios de Eren y Mikasa sintió su corazón hundirse; cuando creyó que no se podía sentir peor, nuevamente Eren pareció dialogar consigo mismo–. Si gano la competencia, ya nadie se va a burlar de mí por esa estúpida foto. ¡Tengo que hacerlo! –Se motivó Eren antes de volver a hacer flexiones.
Mikasa solía deleitarse en su posición de superioridad sobre Eren, pero en aquel instante no pudo evitar sentir compasión y pena al escuchar los murmullos de Eren. Además, la culpa la invadió. ¿Tanto daño le había causado al chico cuando difundió aquella embarazosa foto? Mikasa siempre había creído que Eren era un idiota sin sentimientos, alguien frívolo al que no le importaba nada, un mediocre y holgazán... pero allí estaba, esforzándose para demostrarle a ella que no era un debilucho, y más chocante aún, estaba dando todo de sí para poner orgulloso a su hermano mayor. A Mikasa nunca le había importado qué pensaba Levi de ella, sin embargo, parte de ello se debía a que ella siempre había sido una ganadora. Sus trofeos como animadora, el primer lugar en la clase y deportista, brillaban siempre en las repisas de su hogar. Pero en el caso de Eren, el chico siempre había estado escondido bajo la sombra de Zeke; en lugar de detestarlo, simplemente quería ponerlo orgulloso. Se estaba esforzando porque, para Eren, Zeke era la persona más importante en su vida; él era su hermano mayor y su amistad era única.
Y como si eso no fuera suficientemente malo, Mikasa le había arruinado su último año escolar, difundiendo aquella foto. Además de los rumores. La culpa la abofeteó cuando recordó que, aparte de Armin, Eren estaba completamente solo... y seguramente no la estaba pasando nada bien.
–Lo siento –musitó para sí misma antes de deslizarse nuevamente hacia el interior de la casa y subir las escaleras rápidamente.
La chica se dejó caer en su cama y, mirando hacia el techo, sintió cómo el remordimiento apretaba su corazón. Jamás imaginó que vería a Eren Jaeger en una situación tan humana. Suspirando con pesadez, se prometió a sí misma que haría algo para compensar eso...
...y el momento llegó justo en la competencia. Mikasa había deseado derrotarlo con todas sus fuerzas. Ganar significaba convertirse en la reina del baile de verano y nominarse para el baile de graduación. Era su último año en la escuela y quería vivirlo al máximo. Sin embargo, al observar a los Jaeger tan emocionados y devotos a su hijo, la culpa la golpeó de repente, recordándole la noche en el patio trasero con Eren. Realmente, ese joven se veía tan derrotado.
Fingir una lesión para permitir que Eren ganara fue la decisión más difícil de su vida, pero no se arrepentía.
Claro, no había que malinterpretar las cosas. Mikasa no lo toleraba; simplemente le resultaba insoportable. Sabía que, si las cosas seguían tan mal entre ellos, terminaría ahogándolo con una almohada mientras dormía para no tener que volver a escuchar su voz. Sin embargo, el orgullo reflejado en los rostros de la familia Jaeger al ver a su hijo menor triunfar, y la alegría en los ojos verdes de Eren al observar a su hermano mayor con felicidad, hicieron que valiera la pena.
Después de esa victoria, Eren se volvió aún más insoportable y no perdía la oportunidad de recordarle a Mikasa que él la había derrotado. La pelinegra tenía que morderse la lengua para evitar gritarle que simplemente ella lo había dejado ganar por caridad.
¿Por qué seguía callando?
La respuesta era fácil. Al ver a Eren rodeado de personas siendo feliz y encajando en la escuela, se sentía algo mejor. La culpa había desaparecido. Eren ya no era el estúpido chico de falda y sostén; ahora era la persona que había derrotado a la gran Mikasa Ackerman. A regañadientes, la pelinegra recordó que no solo era su último año, sino también el de ese chico. No quería que lo pasara mal por su culpa; no soportaría ese peso sobre sus hombros. Además, ver la alegría y el orgullo brillando en los rostros de Grisha y Carla era su mayor recompensa. Después de todo, ellos eran como unos segundos padres para Mikasa.
¿Y sobre su baile?
Bueno, por terca, tonta y malhumorada, tendría que despedirse de ese sueño.
Mikasa suspiró mientras se quitaba los audífonos y los guardaba en su estuche antes de tomar sus libros y ponerse en pie. Metió todo en su mochila para salir de la biblioteca. Permanecía allí porque en ese lugar nadie la fastidiaba ni le preguntaba qué se sentía ser una perdedora. Además, debido a su supuesta lesión, no podía asistir a las prácticas como animadora. No queriendo perder el tiempo, había decidido utilizarlo para reforzar sus estudios.
Mikasa se dirigía al estacionamiento cuando una voz la sobresaltó.
– ¿Sabes? Si vas a fingir una lesión, al menos deberías utilizar tus muletas.
Mikasa se giró bruscamente hacia una chica que sostenía esas herramientas.
–Oh, mierda.
Las había dejado en la biblioteca. La pelinegra le arrancó bruscamente las muletas de las manos a esa rubia.
– ¡No estoy fingiendo nada! –Rezongó avergonzada.
Por suerte, las clases se habían acabado, y en la escuela solo permanecían aquellos que se quedaban estudiando en la biblioteca, que no eran muchos en realidad, y los deportistas para sus prácticas, aunque ellos estaban en el campo de entrenamiento.
–No te preocupes, no había nadie por allí. Aunque definitivamente eso demuestra que no eres tan lista como pareces ser. Ya lo había sospechado en la competencia. Pero esto me confirma: nunca estuviste herida.
–Gracias, Leonhart –rezongó Mikasa, caminando con ayuda de sus muletas; la rubia caminó a su lado.
–Creí que tú y Jaeger se odiaban.
–Lo odio –aseguró Mikasa, y Annie arqueó una ceja.
– ¿Estás segura? Porque mira, perder tu título de princesita por alguien a quien odias no me parece muy lógico.
– ¿Buscas fastidiarme? ¿Acaso se lo vas a decir a Eren?
Mikasa y Annie jamás se habían llevado bien; eran como el agua y el aceite. Mientras Mikasa era una estudiante de dieces, presidenta de la clase, jefa de animadoras y voluntaria para los eventos escolares, Annie apenas aprobaba sus clases con sobresaliente, lucía como una pandillera siempre vestida de negro y era el ser más asocial que la pelinegra hubiera conocido jamás. Andaba en una horripilante motocicleta que parecía más un instrumento mortal. Ellas apenas si habían cruzado palabra; aquella era su conversación más larga.
–Por supuesto que no le diré. Eso no es asunto mío, y no me importa. Solo tengo curiosidad.
– ¿Sobre qué? –preguntó Mikasa fastidiada.
– ¿Por qué lo hiciste? No pareces del tipo abnegado.
– ¿Estás diciendo que soy mala persona? –Mikasa la miró ofendida.
–No, de hecho, no. Pero no pareces el tipo de persona que se sacrifica por las personas que ama, mucho menos por las personas que odia.
– ¡Tú no me conoces, Leonhart, así que cállate! –tronó Mikasa furiosa.
–Está bien, guardaré silencio... con una sola condición –la rubia sonrió con malicia.
– ¿Me estás amenazando?
–Creo que la palabra correcta es "extorsión", pero sí.
Mikasa gruñó furiosa mientras sacaba su cartera.
– ¿Cuánto dinero quieres por tu silencio?
–Yo no quiero tu dinero, niñita tonta.
– ¿Entonces...? –Annie resopló mientras sacaba un cuaderno de su mochila. Tras anotar algo, arrancó una hoja y se la tendió a Mikasa, quien frunció el ceño al notar un número allí, probablemente el contacto de ella–. ¿Quieres que seamos amigas por correo? –preguntó Mikasa burlona. Annie bufó, rodando los ojos.
–Claro que no, estúpida, no me importas –Annie sonrió angelicalmente–. Haz que tu amigo Armin me invite a una cita y estaremos a pases. Si no, creo que todos se enterarán de que tú eres una mentirosa y que Jaeger, en definitiva, es un perdedor que tiene a sus pies a la capitana de animadoras.
– ¡No me tiene a sus pies! –gritó Mikasa, sintiendo su rostro arder.
–Bueno, entonces creo que la historia que voy a inventar será épica –señaló divertida antes de alejarse de Mikasa, sonriendo victoriosa.
La pelinegra gruñó y arrojó la hoja de papel antes de entrar bruscamente al auto.
No podía creer que la estuviera extorsionando.
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–Lárgate, perdedora. Armin y yo vamos a ver una película –gruñó Eren entrando acompañado del rubio. Mikasa resopló sin despegar su mirada del libro–. ¿Acaso eres sorda?
– ¿Acaso eres idiota? –preguntó Mikasa con aburrimiento mientras cambiaba la página–. Te guste o no, y créeme, yo misma lo detesto, ahora no es tu habitación, es nuestra habitación. Y no me pienso mover de aquí.
– ¿Todavía te duele el tobillo, niñita? –se burló Eren, y Armin le dio una suave palmada en el brazo.
–Ya, Eren, no seas desagradable. No me molesta que Mika esté aquí.
–A mí sí –espetó el chico.
–Bueno, somos dos contra uno, así que no me iré –Mikasa se encogió de hombros, y Eren suspiró dramáticamente antes de tirarse en la cama.
–Ya te lo dije, es una molestia.
–Los dos lo son –admitió Armin, y sus dos mejores amigos lo fulminaron con la mirada–. En fin, ¿qué quieres ver?
–Lo que sea, escoge tú –Eren se encogió de hombros mientras se ponía en pie–. Iré por bebidas y algo de comer.
–Tráeme algo de tomar –ordenó Mikasa, y Eren le lanzó una mirada llena de fastidio.
– ¿Quieres un vaso de cianuro?
–Con hielo, por favor –respondió mordaz, y Eren chasqueó la lengua mientras salía de su habitación, rezongando que él no era el esclavo de nadie y que, si ella quería algo de beber, entonces que fuera a buscarlo.
–Mikasa, ¿cuándo van a dejar de pelear? –preguntó Armin, mirando el catálogo de películas en el televisor.
–Cuando nuestros padres por fin se den cuenta de que esta es una idea estúpida, y pueda volver a mi casa –refunfuñó la pelinegra, dejando su libro sobre su mesilla de noche–. En fin, me alegra que estés aquí. Quería verte.
Armin sonrió brillantemente y le lanzó un beso.
–Gracias, yo también te extrañé.
–Sí, sí, como sea –Mikasa se estiró para tomar su mochila y revolver entre ella; allí encontró el papel que Annie le había dado, y se lo entregó a Armin, el rubio arqueó una ceja.
– ¿Un regalo para mí?
–Llámala e invítala a salir –demandó.
– ¿Perdón? –Armin volvió a fijarse en el nombre antes de negar–. ¿Annie Leonhart? No, ni lo sueñes.
– ¿Por qué no? Ella es muy linda.
–Mika...
– ¿Por mí?
–Mikasa, ella me da miedo. Claro que no, si quieres buscarme novia, por favor que sea una menos aterradora.
–Armin, necesito que lo hagas por mí.
Mikasa le relató la conversación que había tenido con Annie y le explicó sus amenazas.
–Y si no sales con ella, va a decir un sartal de idioteces. Por favor, Armin, necesito tu ayuda.
– ¡Así que sí dejaste ganar a Eren!
–Gracias, capitán "obvio" –Rezongó Mikasa–. Por favor.
– ¿Tanto te afecta que las personas sepan que lo dejaste ganar?
–Ya te dije que no solo va a decir esa estupidez –Mikasa palideció–. Peor aún, las personas van a creer que me gusta Eren Jaeger. ¡Qué asco! –Mikasa hizo una mueca y negó–. Por favor...
–Mika...
– ¡Armin! –La voz de Mikasa sonó firme–. Me felicitaste por dejar ganar a Eren y me dijiste que había sido un acto muy noble. Si de verdad te pareció tan noble, entonces haz esto por mí y no arruines lo que hice. ¿Cómo crees que se sentirá Eren al enterarse que lo dejé ganar?
Armin suspiró pesadamente y asintió.
–Está bien, la llamaré al llegar a casa – bufó el chico de mal genio mientras era abrazado por Mikasa.
Eren entró a los pocos segundos y los observó muy juntos. El castaño hizo una mueca de asco y miró a su amigo con decepción.
– ¿Ya andan juntos? Armin, dijiste que Mikasa no era tu tipo, creí que tenías mejor gusto.
La pelinegra se separó de su mejor amigo y arqueó una ceja.
– ¿Así que no soy de tu tipo? –Preguntó ofendida. Armin la observó con diversión.
– ¿Quieres salir conmigo? Estoy libre el viernes, lindura –soltó coqueto. Mikasa lo golpeó con una almohada.
– ¡Dios no! ¡Por supuesto que no! –Negó riendo mientras lo observaba con exasperación–. Además, tú ya tienes una cita –recordó, logrando arrancarle una suave carcajada al chico, que le besó la frente y se sentó a su lado. Eren le tendió de mala gana un refresco a Mikasa, quien frunció el ceño observándolo con desconfianza–. ¿Está envenenado?
–No, pero escupí en él –aseguró el castaño y Mikasa le mostró el dedo de la mitad antes de tomar el vaso violentamente.
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