3: ¿Bromas?
– ¡Estoy muerto! –gruñó Levi, cayendo en el sofá y depositando su cabeza en las piernas de su hermana menor. Mikasa chasqueó la lengua y lo empujó con fuerza, tirándolo al suelo.
– ¡No me toques, estás sudando! ¡Qué asco! –rezongó Mikasa, y Levi se puso en pie furioso antes de volverse a tirar en el sofá, esta vez muy lejos de la pelinegra.
– ¿Y tú por qué estás de mal genio?
–Jaeger –contestó la chica sin apartar la mirada de su teléfono, pues estaba en su típica sesión de quejas con su mejor amiga.
– ¿En serio? Creí que habían hecho las paces –señaló Levi sorprendido mientras reposaba sus pies en la mesilla central. Mikasa se encogió de hombros.
–Sí, se supone.
Los días habían pasado y, de manera inusual, los chicos se las habían arreglado para no hacer un espectáculo frente a todos. Dejando de lado las malas miradas y los empujones por el pasillo, estaban prácticamente en paz. Sin embargo, aquel día, mientras exponía las ideas para el baile de verano, Eren la había contradicho en todo, diciendo que sus ideas eran estúpidas, cursis y sin sentido. Mikasa estaba totalmente irritada porque no lo había podido golpear, cómo le habría encantado hacerlo.
–Solo ignóralo, mocosa –señaló Levi con desinterés.
–Tú ignora a Zeke –espetó Mikasa, y Levi lanzó un gruñido.
–Ni que lo digas, hoy tuve que ir al hospital tres veces. ¡Maldita sea! –se quejó, y Mikasa le dio una mirada llena de pesar.
Levi era el capitán de la policía y era el mejor. Siempre que había algún herido, se encargaba de llevarlos al hospital para salvaguardar su vida. Últimamente, desde que Zeke había empezado a trabajar en el hospital, tenía que verlo muy seguido y explicarle lo que había sucedido, si es que lo sabía. La comunicación entre esos dos era terrible, así que no le sorprendió que estuviera tan de mal humor después del trabajo.
–Los hermanos Jaeger son detestables –se quejó Levi, y Mikasa se encogió de hombros.
–Me agrada Zeke –admitió Mikasa.
–Es un idiota y su obsesión por su hermano parece enfermiza. No puedo creer que exista alguien que ame tanto a su hermano menor. Yo apenas te tolero.
Mikasa chasqueó la lengua, pero antes de que pudiera decir algo, la puerta de su hogar se abrió fuertemente. Los chicos se giraron para ver de quién se trataba. Su madre había entrado, y la expresión en su rostro dejaba claro que algo no estaba bien. Levi tragó grueso pensando que lo regañarían a él; sin embargo, su rostro se relajó cuando notó que Bianca caminaba con paso firme hacia Mikasa, sosteniendo un sobre blanco en sus manos.
– ¿Explicaciones, Mikasa? –Espetó Bianca, su tono de voz mezclado con preocupación y enojo. Mikasa frunció el ceño, sin comprender completamente la situación.
–No lo sé... necesito el contexto –respondió la pelinegra en tono jocoso. Bianca le lanzó el sobre, y Mikasa lo abrió con nerviosismo.
Su rostro se volvió blanco al ver los resultados de unos exámenes de sangre con su nombre que indicaban un embarazo.
– ¿¡Qué significa esto, Mikasa Ackerman!? ¿¡Estás embarazada!? –Exclamó Bianca con una mezcla de incredulidad y furia. Mikasa se puso en pie, desconcertada, mientras que Levi palidecía completamente.
– ¡No, mamá! ¡No sé cómo llegaron esos exámenes aquí! ¡No estoy embarazada! Dios, ni siquiera tengo novio.
–Bueno... –intervino Levi–. Creo que los tres sabemos que no necesitas tener novio para estar embarazada... es conveniente, pero no obligatorio.
La pelinegra se giró hacia su hermano y le golpeó en la frente para arrojarlo hacia los cojines.
– ¡Tú no intervengas, idiota! –Gritó con histeria. Bianca se cruzó de brazos, escéptica.
–No es el momento para bromas, Mikasa; esto es serio.
– ¡Ya sé que un embarazo es serio! –Mikasa pateó el suelo–. ¡Pero yo no estoy embarazada!
– ¿Quién es el padre? Mikasa, por favor, ¿en qué momento cometiste esta idiotez? ¿Eso fue acaso lo que te he enseñado? –Preguntó la mujer con zozobra.
La pelinegra respiró profundamente tratando de mantener la calma, aunque aquello le fue muy difícil.
–Mamá, te prometo... no, de hecho, te lo juro. No estoy mintiendo. No sé cómo llegaron esos exámenes a casa. ¡Te juro que jamás me los hice! ¡Es que no estoy embarazada!
La tensión en aquel lugar era palpable; Bianca miró fijamente a su hija buscando señales de engaño. Mikasa por su parte sentía una mezcla de frustración y confusión, pues no entendía cómo alguien podría jugar con algo tan serio como el resultado de un falso embarazo. Levi parecía estar en estado de shock, preguntándose quién había deshonrado a su hermanita menor.
– ¡Mamá! Te juro que yo no... –se interrumpió, bajando su mirada de nuevo a aquellos exámenes. Solo alguien podía tener acceso a una réplica tan impresionante del hospital de Shinganshina... y solo alguien era tan imbécil como para falsificar esos exámenes y meterla en aquel problema–. Eren...
Tanto Bianca como Levi observaron a Mikasa con pánico.
– ¿¡Eren es el padre!? –Sonsacó Bianca, aterrada.
– ¿Te dejaste tocar de ese mocoso? –Preguntó Levi, asqueado.
La chica lanzó un grito mientras arrugaba el papel antes de dirigirse hacia el perchero y tomar su cazadora.
– ¿A dónde vas? ¡Mikasa, aún no terminamos de hablar!
– ¡Voy a matar a ese imbécil! –Gruñó totalmente furiosa antes de salir de su hogar cerrando la puerta de un azote.
No podía creer que Eren llegara tan lejos.
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Mikasa sentía cómo la rabia invadía sus venas, haciendo hervir su sangre. En ese momento, sus manos apretaban con fuerza el volante de su automóvil mientras se dirigía a la casa de los Jaeger. Una mezcla explosiva de ira y deseo de venganza llenaba su mente. La incredulidad la embargaba ante la idea de que Eren hubiera llegado tan lejos como para jugar con algo tan serio como un embarazo falso. A medida que se acercaba a su destino, su corazón latía con furia y sus manos temblaban ligeramente.
Al llegar frente a la casa del doctor Jaeger, Mikasa descendió del vehículo y se encaminó hacia la puerta de entrada. Golpeó con tanta fuerza que el sonido resonó en todo el lugar. Después de unos momentos de tensa espera, la puerta se abrió, revelando a un Eren despreocupado que parecía sorprendido por la furiosa visita de Mikasa.
– ¿¡Qué demonios estás haciendo, idiota!? –preguntó Eren sin darse cuenta del huracán de emociones que se avecinaba.
Mikasa no perdió el tiempo y lo agarró del cuello de la camisa, empujándolo contra la pared con una fuerza que dejó a Eren sin aliento.
– ¿¡Qué demonios te pasa por la cabeza, imbécil!? ¿¡Falsificar exámenes de embarazo!? ¿¡En qué mundo esto es una broma!? –espetó Mikasa con rabia, su mirada perforando los ojos de Eren.
Aunque sorprendido, el ojiverde intentó librarse de su férreo agarre; sin embargo, Mikasa era mucho más fuerte que él y estaba decidida a obtener respuestas.
– ¡Suéltame, Mikasa! ¿¡De qué estás hablando!? ¡Si te dejaste embarazar, no es asunto mío! –gruñó Eren, luchando por respirar.
– ¿¡Crees que es divertido jugar con algo tan serio como un embarazo!? ¿¡O crees que soy tan ingenua como para no darme cuenta de tus estúpidos juegos!? –la voz de Mikasa estaba llena de desprecio.
Finalmente liberándose, Eren frunció el ceño con irritación.
– ¿¡Y qué esperabas después de que inventaste que soy gay!?
– ¿¡Algún tipo de masculinidad frágil que quieras cubrir!? –preguntó Mikasa furiosa.
– ¿¡Algún tipo de promiscuidad que te genere vergüenza!? ¿¡O es que acaso eres una pe...!?
La pelinegra no lo pensó dos veces antes de empujar su mano abierta contra la mejilla de Eren para darle una fuerte bofetada, interrumpiendo la frase del ojiverde. Su mano le quedó ardiendo, pero notar la mejilla completamente sonrojada e hinchada del chico fue su recompensa. Eren, aturdido por la bofetada, se llevó una mano a la mejilla mientras miraba a Mikasa con incredulidad y rabia contenida. La tensión en la habitación era palpable, y ambos se enfrentaban con miradas desafiantes.
– ¡No te atrevas siquiera a insinuar que soy una cualquiera! ¡Y no te atrevas a comparar nuestras situaciones, Eren! –espetó Mikasa, respirando con fuerza para controlar su furia–. ¡Falsificar un embarazo no tiene comparación con una simple broma sobre tu orientación sexual! ¿¡Tienes idea del problema en el que me pudiste haber metido!?
Aunque aún resentido por la bofetada, Eren no podía negar la gravedad de sus acciones. Una mezcla de arrepentimiento y testarudez se reflejaba en sus ojos verdes. Quizás había llegado demasiado lejos.
– Solo estaba tratando de devolverte una pequeña dosis de tus propios juegos. No pensé que te lo tomarías tan en serio.
Mikasa soltó una risa amarga llena de desprecio.
– ¿En serio, Eren? ¿Crees que puedo tomarme a la ligera algo como un embarazo falso? ¿Qué demonios tienes en la cabeza, demente?
La expresión de Eren cambió de indignación a reflexión, pero aún se aferraba a su orgullo herido.
–Bien... admito que me pasé de la raya, pero tus bromas tampoco son inocentes. ¿Cómo demonios se te ocurrió decir que Armin y yo teníamos una relación?
Mikasa apretó los dientes. Estaba bien, quizá se había pasado un poquito de la raya, pero se mantuvo firme.
–No es lo mismo, Eren. Tú has cruzado una línea que ni siquiera deberías haber rozado. ¡Esto no solo me afecta a mí, sino también a más personas, lunático!
Eren rascó su cabeza, visiblemente incómodo.
– ¿A quién más afecta? –preguntó con irritación y Mikasa lo fulminó con la mirada.
– ¡A mamá y a mi hermano! Ahora creen que soy una cualquiera y que me embaracé sin tener novio. Mamá todavía no se repone después de la muerte de papá, ¿y te pareció gracioso que pensara que tiene una adolescente lo suficientemente estúpida como para embarazarse? ¿No pensaste en las consecuencias de tus acciones?
La atmósfera se volvió aún más tensa, y Eren, sintiendo el peso de las palabras de Mikasa, bajó la mirada un momento. Si su madre se enteraba de lo que había sucedido –y evidentemente lo iba a hacer–, lo castigaría de por vida.
–Tal vez me excedí –murmuró, aunque no sin cierta resistencia.
Mikasa elevó su mano queriendo volver a golpearlo; sin embargo, después de apretar el puño, lo bajó.
– ¿Quieres jugar sucio? Está bien, pero espero que no termines llorando como una niñita. La vas a pagar, Jaeger, lo juro –sentenció antes de salir de aquella casa pisando fuerte y prometiéndose a sí misma que le devolvería aquella broma con creces.
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–Mikasa, en verdad no quiero hacerlo –rezongó Sasha siendo arrastrada por su mejor amiga hacia las duchas de los chicos; la pelinegra chasqueó la lengua.
–Tú me has involucrado en situaciones muchísimo peores, así que ahora me acompañarás en esto –espetó la chica antes de llegar a la puerta–. ¿Estás segura de que no hay nadie más adentro?
–Ya te las dije, Hitch me aseguró que Eren siempre es el último en salir de las duchas porque no le gusta vestirse frente a nadie, tú sabes que es una de las mayores acosadoras de Eren. Y tú misma te diste cuenta qué ya todos los chicos se fueron.
–Está bien –la pelinegra tomó una bocanada de aire–. Casillero 302, ¿verdad?
La castaña chasqueó la lengua y asintió; Mikasa sonrió orgullosa mientras vigilaba a su alrededor.
–Quédate aquí y avísame si alguien llega –ordenó Mikasa.
– ¿¡Y cómo lo haré!?
–No sé, grita.
–Pero eso nos delataría.
–Sasha por primera vez: piensa en algo, solo... mantente alerta. No tardaré.
–Oh por todos los dioses, ser tu amiga cada vez es más difícil –rezongó Sasha–. Bueno date prisa antes de que me arrepienta.
Mikasa apretó una de las mejillas de su mejor amiga antes de entrar rápidamente a los vestidores de los chicos. Al notar que estaba solitario, dejó escapar una suave bocanada de aire antes de dirigirse hacia el casillero que le había indicado Sasha. Quitándose uno de los ganchos del cabello, comenzó a forzar la cerradura, tal y como le había enseñado su hermano para cualquier ocasión de emergencia. Una vez escuchó el "click" del seguro del casillero ser abierto, la chica sonrió triunfante, y tomó la ropa de Eren antes de sacar lo que había traído: una de sus pequeñas faldas de animadora y un sostén. Metió la ropa limpia del chico en su mochila, junto con el teléfono de él, arrojó la sucia en la basura y cuando escuchó a lo lejos la única ducha funcionando, ser cerrada, dio un brinquito antes de cerrar el casillero en silencio y salir corriendo como alma que llevaba el diablo. Tomó a Sasha de la muñeca y juntas huyeron lo más rápido que le daban sus piernas.
Ya quería ver la cara histérica de aquel idiota.
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Eren no estaba furioso, sino lo que le seguía. No había mejor manera de describir su estado de ánimo tras salir de la ducha y abrir su casillero, solo para darse cuenta de aquella desagradable sorpresa: su ropa había desaparecido por completo. No encontró ni una sola prenda de lo que había llevado a la escuela como cambio de ropa para después de la clase de gimnasia; ni siquiera estaba la ropa sucia y sudada que había usado hacía tan solo unos minutos. En su lugar, una diminuta falda de animadora y un sostén en un chillón tono rosa ocupaban el espacio. Eren se quedó allí, plantado con la incredulidad pintada en su rostro, mientras miraba la extraña combinación de ropa que le quedaba como única opción. La furia creció dentro de él al entender que no solo había perdido su ropa, sino también su teléfono, por lo cual pedir ayuda no era una opción para él.
‹‹Esa maldita idiota lo pensó todo muy bien››.
Mikasa se las había ingeniado para hacer desaparecer incluso su medio de comunicación, y él estaba completamente indefenso. Eren juró venganza en aquel mismo instante, pero primero tendría que lidiar con la vergüenza de vestirse con la ridícula ropa que la chica le había dejado. El rostro del ojiverde estaba teñido de un profundo color granate mientras se ponía a regañadientes la falda de animadora para cubrir su desnudez. Metió el sostén en la mochila, decidido a solo salir con la faldita. No podía creer lo humillante que era aquella situación. Se miró al espejo tratando de encontrar algo de dignidad en su reflejo, pero solo podía ver a un chico furioso y avergonzado atrapado en un atuendo que ni en sus peores pesadillas había imaginado.
‹‹Lo pagarás, Ackerman, lo pagarás así sea lo último que haga››.
Eren, ahora vestido de manera ridícula, salió del vestuario con determinación. Sabía que no podía quedarse allí para siempre y necesitaba recuperar su ropa y su teléfono antes de que la noticia se esparciera por toda la escuela. Se juró a sí mismo que Mikasa pagaría por aquella estúpida broma de mal gusto, pero primero debía encontrar una solución a su situación actual. En completo silencio y aprovechando que la mayoría de los alumnos se encontraba en clases, Eren caminó por los pasillos, evitando las miradas y las risas a su alrededor. Sin su teléfono, no podía llamar a nadie para pedir ayuda, y eso solo aumentaba su frustración. La venganza de Mikasa había sido cruel y calculada, pero Eren estaba decidido a darle una respuesta que ella nunca olvidaría, aunque en ese momento su prioridad era encontrar una salida de esa situación sin dejar que su orgullo sufriera más daño del necesario. Necesitaba salir de la escuela; no importaba si el resto del mundo lo veía desnudo, pero no quería que lo vieran de esa forma sus compañeros.
El chico suspiró tranquilo cuando miró una de las salidas laterales, la más cercana al gimnasio, y corrió hacia ella, con tan mala suerte que justo allí se encontraba Mikasa sonriendo victoriosa y con el teléfono en alto.
–Sonríe, precioso –soltó con burla antes de capturar el momento justo en que Eren estiraba lo que más podía la faldita e intentaba cubrir su desnudez.
Diez minutos después, toda la escuela tenía la foto de Eren en aquella diminuta ropa. Su reputación había quedado por el piso. Eren ahora estaba humillado y completamente sediento de venganza.
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