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27: Reunión familiar








– ¡Tres meses! ¡Habíamos acordado tres meses! ¡Eso es lo que dijimos! ¿¡Qué sucede contigo, Eren!? ¿¡Primero tu hermano y ahora tu padre!?

–Creí que te había agradado Zeke.

–Claro que sí, es un joven adorable y me divertí mucho hablando con él, pero habíamos quedado en un acuerdo.

–Lo sé, lo sé. Lo siento, tía Faye, pero papá vino por sorpresa y comenzó a gritarnos.

– ¿¡Y por eso tenías que delatarme a mí!? ¿¡Yo qué culpa tengo!?

– ¡No fui yo, fue Zeke! –Se defendió Eren–. Tía, papá no entiende de qué estaba hablando Zeke cuando preguntó si ya le había dicho la verdad sobre ti, y no supe qué decirle. Lo traje porque comenzó a preguntar.

La mujer suspiró, pasando su mano por su cabello.

–Tengo miedo de que me odie.

–Tía, Mikasa y yo escapamos de nuestro hogar, y él está más preocupado por nuestra seguridad que enojado por lo que hicimos.

– ¿No se enojó?

–Claro que sí, está furioso, pero está más preocupado. Así que, si nos perdonó por lo que Mikasa y yo hicimos, te perdonará por huir. Además, no fingiste tu muerte, solo te fuiste y las personas dedujeron otra cosa. Claro, si hubieran ido a un hotel, las cosas hubieran sido diferentes.

–Eren...

–Lo siento, tía Faye –el chico suspiró con pesadez mientras encogía los hombros–. Si no estás lista, le diré que fue una broma de mal gusto y lo llevaré a casa.

La mujer suspiró nuevamente, mientras un par de lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Eren la abrazó, acariciándole el cabello.

–Lo siento, ni siquiera debí venir.

–No... es decir, sí, bueno... –Faye tragó grueso mientras se alejaba–. Estoy enfadadísima contigo. Eres terrible para guardar los secretos, eres peor que tu padre para guardar los secretos. ¡Demonios! De tal palo, tal astilla –la mujer chasqueó la lengua–. Hazlo pasar, iré por un trago.

– ¿No es mejor té?

–Eren, voy a confesarle a mi hermano que me fugue; pensó por más de 20 años que yo estaba muerta. Créeme, los dos necesitamos un trago.

–Bien, lo haré pasar y me iré –afirmó Eren, y Faye rió histéricamente.

–Ah, no, Eren Jaeger, tú me delataste, tú te quedas.

–Creo que esto es algo íntimo, tía Faye.

–Igual que mi secreto y, aun así, lo confesaste. Así que ahora te quedarás conmigo.

–Pero yo...

–Quédate –insistió Faye antes de hacer un puchero–. Por favor.

Eren mordió su labio inferior, sintiéndose incómodo. No obstante, hizo una mueca.

–Está bien, pero que el trago sea doble para mí.

– ¡Tú eres menor de edad, jovencito!

– ¿En serio, tía? ¿Lo tendrás en cuenta justo ahora? –preguntó el chico, arqueando una ceja. La mujer hizo una mueca.

–Sí, tienes razón. Un trago doble para mi sobrino más chismoso –sentenció Faye antes de dirigirse hacia la cocina.

Eren salió de la gran mansión y se dirigió hacia el auto, donde su padre esperaba impacientemente.

– ¿Qué es este lugar?

–Aquí trabajamos Mikasa y yo.

– ¿Acaso trabajan para un narcotraficante? –preguntó Grisha, y Eren hizo una mueca.

–Por favor, no hagas ese comentario frente a Mika, o se molestará –pidió el chico antes de negar y cabecear hacia la casa–. Por favor, nos están esperando.

– ¿Quién?

–Ya verás, sígueme.

Grisha refunfuñó, sintiéndose de mal humor por no obtener respuesta; sin embargo, asintió y siguió a su hijo hacia el interior de la casa. Eren lo guió hasta la sala de estar. Si no hubiera estado aterrado, se habría reído de la ironía de sentarse en el mismo lugar donde él y Zeke habían hablado con Faye por primera vez. Su padre también lo haría después de tantos años.

Pasaron unos minutos antes de que ella saliera de la cocina. Traía una bandeja en la cual estaban depositados tres vasos y una botella de un líquido color ámbar que Eren no reconoció. Faye evitó mirar a Grisha, que se había quedado completamente estático, observándola sin decir una sola palabra. La mujer sirvió los tragos y se los tendió a Eren y Grisha. Eren lo tomó, pero Grisha se quedó completamente estático, observándola. Resignada a que no le recibiría el trago, Faye lo dejó frente a él en la mesita central, se sentó en el sillón frente al sofá donde estaban ellos antes de tomar una bocanada de aire y, por fin, alzó su mirada para encontrarse con los ojos de su hermano mayor.

–Hola, Grisha –saludó con voz temblorosa–. No has cambiado nada... y, al mismo tiempo, te ves muy viejo –intentó bromear–. Seguramente eso es culpa de Eren.

–Faye –fue lo único que pronunció el hombre antes de desmayarse.








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– ¿Él está bien? –preguntó Faye angustiada al ver a Grisha caer desmayado entre los cojines–. ¿Qué le pasa? –sonsacó angustiada antes de chasquear la lengua–. ¿Qué pasa con ustedes dos? Deberían ser más como Zeke; él no se desmayó.

–Tía Faye, tú misma lo dijiste. Por más de veinte años, pensó que estabas muerta. No seas injusta con él.

Faye resopló antes de comenzar a darle suaves palmadas en el rostro a su hermano, intentando despertarlo. Después de un rato, eso funcionó; Grisha comenzó a parpadear rápidamente, intentando aclarar su vista. Al ver a su hermana, el pánico lo invadió.

– ¡No te vayas a desmayar otra vez, tarado! –rezongó Faye con irritación.

Grisha frunció el ceño antes de sentarse y negar con fervor.

– ¿Qué demonios estaba ocurriendo?

–Creo que debería irme –comenzó Eren, poniéndose en pie, pero Faye lo tomó bruscamente del brazo y lo sentó.

– ¡No te atrevas a dejarme sola, Judas Jaeger!

Eren hizo una mueca antes de asentir y tenderle el trago a su papá.

–Creo que lo necesitas –sugirió; el hombre asintió y lo bebió de golpe.

–Faye...

–Hola, hermano –saludó sonriendo con timidez.

– ¿Cómo es que? ¿Cómo demonios? ¡Se suponía que estabas muerta! ¿¡Por qué no estás muerta!?

– ¿Quieres que muera? –preguntó Faye, completamente asombrada, y Grisha negó con fervor.

– ¡Ya sabes que no me refiero a eso! Es que ¿¡cómo se supone que no estás muerta!? ¡Tú deberías estarlo!

– ¿Quieres que muera? –preguntó esta vez Eren.

– ¡Ya les dije que no se trata de eso! –gritó el hombre con histeria–. ¡Es que se supone que deberías estar muerta!

– ¿Preferirías que muriera? –sonsacó Faye.

– ¡FAYE JAEGER! – Comenzó a gruñir Grisha con irritación, y ella suspiró con pesadez.

–La historia es larga.

–Bueno, tenemos trago y toda la noche, así que necesito escucharla –gruñó antes de servirse otro vaso de aquel líquido color ámbar–. Habla ahora.

Faye hizo una mueca antes de asentir y sentarse junto a Eren, dejándolo en medio de ambos hermanos.







Había pasado ya un buen rato desde que Faye contó la historia. Grisha había permanecido en silencio durante toda la narración, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de enojo y asombro. Eren, incómodo por las miradas que se cruzaban entre Grisha y Faye, permanecía callado. Al finalizar, Grisha se quitó los lentes, dejándolos en la mesa central, y luego apoyó sus codos en sus rodillas, escondiendo su rostro entre sus manos.

– ¿Grisha? –preguntó Faye, pero Eren negó con la cabeza, indicándole que le diera tiempo.

Permanecieron en silencio durante otro par de minutos antes de que Grisha alzara la vista.

– ¿Por qué no me dijiste nada? –preguntó con voz ronca–. ¿Por qué nunca me dijiste la verdad?

–Tenía mucho miedo –admitió la chica–. Creí que me ibas a odiar. Sé que Keith era tu mejor amigo.

–Lo era, pero tú eres mi hermanita.

–Papá no iba a estar de acuerdo. ¿Recuerdas cómo siempre hablaba de él? Decía que era un perdedor y un bueno para nada. Me decía que ese era el tipo de hombre en el cual jamás podía fijar mi vista, sin saber que ya era dueño de mi corazón. Te juro que nunca quise hacerme pasar por muerta.

–Es que... –la mujer suspiró con pesadez–. No lo supe hasta que volví. Creí que nunca me habían buscado porque me odiaban por haber escapado. Jens también desapareció. Supuse que se habían dado cuenta de que habíamos huido juntos.

–Jens Braun era un joven insignificante. Todos creyeron que simplemente se había ido. A nadie le importó, y todos estaban tan convencidos de la muerte de la hija del doctor Jaeger, ¿qué importa un joven insignificante?

– ¡No le digas así! –Gruñó Faye y Grisha hizo una mueca.

–Ya sabes a lo que me refiero. Nunca pensé así de él; era agradable. Sabes que solo señalo lo que el pueblo pensaba de él. Por cierto, lamento tu pérdida.

–Sí, yo también lo hago. ¿Estás enojado?

– ¡Por supuesto que estoy enojado! ¿¡No te das cuenta de lo que nos hiciste pasar!? –Gritó el hombre frustrado–. Tu muerte entristeció tanto a nuestro padre que...

– ¡Papá! –Interrumpió él antes de negar.

–Lo siento –se disculpó Grisha, pero ya era tarde; los ojos color esmeralda de Faye se llenaron de lágrimas. Eren suspiró mientras la abrazaba y le acariciaba el cabello, dándole una mala mirada a su padre.

–No es tu culpa, tía Faye; papá solo está enojado.

–Pero es la verdad –dijo Faye.

–No lo es –aseguró Grisha–. Lo siento, no debía decirlo. Papá ya era un viejo enfermo. No fue tu culpa. Iba a fallecer en cualquier momento.

–Pero yo aceleré el proceso.

–Ya no importa Faye; eso es parte del pasado –el hombre se pasó la mano por el rostro, intentando procesar toda la información–. ¿Por qué nunca me dijiste nada cuando te enteraste de la verdad?

–Creí que me odiabas. Cuando me enteré sobre la muerte de papá, creí que jamás me ibas a perdonar. No quería que me odiaras.

–Faye, hermanita... –el hombre tomó bruscamente a Eren de la nuca y lo apartó antes de hacerse en su lugar y abrazar a Faye–. Yo nunca te voy a odiar –afirmó. A pesar de todo su enojo, el hombre sintió una oleada de alivio. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras abrazaba a su hermana fuertemente–. Pensé que te había perdido para siempre.

–Lo siento, no quería eso. Yo simplemente quería estar junto a la persona que amaba. No quiero que te enojes.

–Eso es inevitable, Faye. Durante más de un año, supiste que yo pensaba que estabas muerta y nunca dijiste nada –rezongó el hombre–. Pero ya no importa. Estás viva, y eso significa todo para mí –el hombre besó la frente de su hermana–. ¿Puedo conocer a la pequeña?

–Está durmiendo ahora, pero Eren y Mikasa vendrán a trabajar mañana, la conocerás entonces. Después de todo, supongo que gracias a este mocoso estarás viniendo todo el tiempo a Kanase –la mujer miró a Eren con cariño–. Es un buen chico. No te enojes con él por escapar.

–No lo defiendas porque hiciste lo mismo –rezongó Grisha antes de revolver los cabellos de su hijo–. Definitivamente, los Jaeger son unas cabezotas.

La mujer sonrió divertida.

–Eso te incluye, ¿sabías?

El hombre rodó los ojos y asintió.

–Sí, eso lo tengo clarísimo.

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