25: Recuerdos
— ¿Cómo es que no puedo solicitar la intervención de esos teléfonos? —preguntó Levi, completamente indignado.
—La familia Jaeger casi presenta una denuncia en tu contra por amenazar la vida de Eren. ¿Qué demonios te pasa?
—Erwin, por favor, estamos hablando de Mikasa.
—Levi, eres mi mejor amigo y sabes que te adoro, pero si rastreas sus llamadas, no solo estarás cometiendo un delito de invasión a la privacidad, sino que también tendré que expulsarte de la policía. Por favor, hermano, no me hagas esto.
—Erwin, necesito encontrarla.
—Si no hubieras dicho que ibas a matar a su hijo, probablemente Carla y Grisha Jaeger no hubieran decidido presentar esa denuncia en tu contra. Tu madre los apoyó, Levi. Tienen miedo de que cometas una estupidez, y sinceramente, yo también –Erwin acarició sus sienes mientras se sentaba frente al escritorio de Levi y se inclinaba sobre él para observar al pelinegro con seriedad–. Tenemos toda la policía de Marley buscándolos, pero no podemos hacer nada más.
— ¿¡Y si no están en Marley!?
—El chico puso en su carta que estarían allí –corrigió Erwin.
— ¿No te parece muy obvio? —preguntó Levi, molesto—. Si no querían ser encontrados, ¿por qué demonios pondrían la ubicación?
—Vamos, Levi, son muy jóvenes y lo suficientemente idiotas como para huir de casa. Marley es una ciudad gigantesca. Seguramente pensaron que allí estarían a salvo.
—No confío en que estén allí –rezongó Levi–. Eren puede parecer estúpido, pero no lo es... tanto. Al menos permíteme intervenir el teléfono de su hermano, Zeke.
—Es el que menos puedes intervenir. Zeke Jaeger dejó en claro que te denunciará en el instante que lo hagas.
—Por favor, estamos hablando de mi hermanita –rezongó Levi.
—Levi, te adoro, pero si continúas insistiendo con eso, te voy a suspender hasta que aparezca tu hermana. Y si nunca aparece, peor para ti.
—No creo que sea necesario llegar a esos extremos —afirmó Hange—. Levi, se va a controlar y no va a hacer ninguna estupidez, ¿verdad?
El pelinegro rezongó antes de chasquear la lengua y tirarse sobre su silla. Asintió de mal humor.
—Está bien, seguiré procediendo como se debe. Y por favor, solo envíen alertas a cada ciudad y pueblo de Paradis. No quedaré tranquilo hasta que encuentre a Mikasa. La encontraremos, pero tienes que controlarte —afirmó Erwin—. Por favor, mantén la calma y verás que todo saldrá bien.
—Sí, sí, como sea. Me portaré bien —espetó el pelinegro, muy molesto, cuando su novia y su mejor amigo se retiraron de la sala, Levi resopló—. Sí, claro, ¿quedarme quieto? Encontraré a Mikasa. Y Eren Jaeger, te juro que te mataré —rumió antes de tomar su teléfono para hacer una llamada.
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— ¿Cómo es posible que le hayas contado a Eren sobre Faye? —preguntó Grisha completamente furioso mientras daba vueltas por la cabaña.
—Lo lamento, aunque no es mi culpa —rezongó Keith—. Grisha, están en la cabaña donde tú creciste con Faye, y después de la muerte de tu padre, te negaste a guardar sus cosas. Evidentemente, las iban a encontrar. ¿Qué esperabas?
– ¿Sabes qué es lo que no esperaba? ¡Qué Eren huyera con Mikasa y que llegaran justamente a la cabaña donde yo crecí, y donde no solo perdí a mi hermana siendo devorada por lobos, sino también a mi padre que murió por la tristeza! ¿¡Qué demonios pasa con la familia Jaeger!?
– ¡Son tercos y obstinados! ¡Eso pasa! —señaló Keith—. Mira, amigo, ya sé que debí preguntarte antes de decirle la verdad a tu hijo, pero, ¿no te parece justo que la sepa?
— ¡Genial! Ahora no solo huyeron de casa porque creían que los separaríamos. Eren debe estar detestándome por no haberle dicho la verdad.
—Sí, por cierto, hay algo más... —habló lentamente Keith y Grisha se giró bruscamente para observarlo con irritación.
— ¿Cómo que hay algo más?
—Creo que la muerte de Faye no fue lo que más lo afectó... aunque por supuesto, eso sí que le sorprendió.
—¿De qué estás hablando?
—En mi defensa, eres un terrible mal amigo. ¿¡Crecimos juntos y no me puedes llamar de vez en cuando!?
–Keith, ¿De qué estás hablando?
—Quizás si yo estuviera más enterado de tu vida, no estaría abriendo la boca y diciendo cosas que no debería.
– ¡Keith Shadis! —Gritó Grisha furioso—. ¿¡Qué está pasando!?
—Puede que sin querer... sin pensar... sin saber, le dijera a Eren que Carla no es la mamá de Zeke...
Grisha palideció por completo antes de tomar un cojín del sillón y tirárselo a Keith, que lo esquivó rápidamente.
— ¿¡Qué le dijiste qué!?
– ¡Yo no sabía que él no sabía! Hablamos sobre tu familia y el tema salió.
– ¡Keith Shadis! —Gritó Grisha con histeria—. Pero ¿¡qué demonios pasa por tu mente!?
—Bueno, ¿¡yo qué iba a saber que tú le ocultas la verdad a tus hijos!? ¡No tenía ni idea!
– ¿Hay algo más que Eren sepa por tu culpa?
—No, creo que no...
–Eres un idiota —rezongó Grisha, tirándose en el sofá—. Siempre has sido un bocazas, eso no va a cambiar, ¿verdad?
—Probablemente no —admitió el hombre, tirándose junto a Grisha—. Lo siento, amigo.
—No importa. Creo que tienes razón —admitió Grisha a regañadientes—. Debí haberle dicho la verdad desde un principio, sobre Faye, sobre Dina... Eren no se merecía que le ocultara eso —Grisha soltó una carcajada llena de amargura, y Keith lo miró con curiosidad.
— ¿Enloqueciste?
–Probablemente —admitió Grisha en medio de un suspiro agotado–. Es solo que empiezo a entender la ironía.
—¿La ironía? —preguntó Keith.
—Sí, todos estos días me he preguntado por qué Eren no confió lo suficiente en mí como para decirme que tenía una relación con Mikasa, pero no tengo nada que reprocharle. Yo tampoco tuve la confianza suficiente en él para decirle la verdad sobre Faye y sobre Dina.
–Eres su padre, es diferente.
–Keith, la verdad es la verdad, y la honestidad es importante en cualquier tipo de relación. Todos estos días he pensado que él no me amaba lo suficiente como para decirme la verdad. Ahora entiendo que las cosas no son así. Yo lo amo demasiado, y aun así le oculté cosas. Soy un terrible padre —aseguró el hombre, quitándose los lentes con una mano mientras la otra la pasaba por su rostro—. Entiendo si me odia.
—No te odia Grisha. Es un adolescente enamorado y no quería que lo alejaran de su linda novia.
– ¿Cómo están? —preguntó Grisha, dejándose caer sobre los cojines del sofá.
—Están bien Grisha. Ya no son unos niños, aunque discutan como tal —Keith soltó una suave carcajada—. En serio, discuten mucho. Los conocí discutiendo, y siempre que los veo están discutiendo... pero están haciendo las cosas bien. Eren es muy fuerte, y Mikasa es muy responsable. Son como el agua y el aceite, pero al mismo tiempo parece que se complementan a la perfección. —Grisha soltó otra carcajada amarga, y Keith nuevamente arqueó una ceja—. Y ahora, ¿qué ironía te persigue?
—No sé, quizás fui demasiado ciego. No sé en qué momento ese par dejó de odiarse y comenzó a amarse. Parece imposible, siempre estaban discutiendo.
—Te lo dije, siguen haciéndolo.
—Sí, pero están juntos y se quieren lo suficiente como para dejar todo atrás solo para permanecer unidos —Grisha suspiró con pesadez—. Ay, Axel... si pudieras ver lo mucho que ha madurado tu niña... tan bella, tan fuerte y paciente.
— ¿Axel? —Preguntó su amigo confundido.
—Es el papá de Mikasa... siempre dijo que Eren y Mikasa discutían tanto, que terminarían casándose –recordó Grisha con voz rota–. Era mi mejor amigo —señaló con melancolía, y Keith resopló mientras se cruzaba de brazos.
—Entiendo, me cambiaste y te olvidaste de mí —bromeó, intentando animar a Grisha, que soltó una suave risita mientras negaba.
—Es extraño volver a este lugar... tiene tantos recuerdos que duele, quería olvidarme de que existía. No entiendo por qué Mikasa y Eren decidieron venir aquí.
–Probablemente por eso. Creo que es el último lugar en el mundo en el que tú hubieras buscado, si yo no te hubiera llamado.
—Sí, supongo que tienes razón. Eren es muy listo —Grisha alzó la vista y sonrió de lado al notar que sobre la chimenea reposaba una vieja foto descolorida por el paso de los años, pero perfectamente enmarcada. Se puso en pie y caminó hasta allí para tomarla en manos—. No puedo creer que todavía la tengas.
–Es mi recuerdo más valioso —afirmó Keith, acercándose para observar la fotografía que los retrataba a él y Faye abrazados en la celebración del décimo quinto cumpleaños de ella.
—Estaba tan feliz cuando papá le regaló esa cámara instantánea, que lo primero que me pidió fue que les tomara una fotografía. Dijo que la conservaría eternamente, una para ti y una para ella —recordó Grisha, y Keith tragó grueso. Grisha le palmeó la espalda—. Nunca te casaste —señaló y Keith negó–. Nunca dejaste de amarla —Keith volvió a negar—. Amigo... me habría encantado que siguieras con tu vida. No creo que a Faye le hubiera gustado verte tan solo.
—No estoy solo —rezongó Keith—. Su recuerdo vive en mí.
Grisha estuvo a punto de abrir la boca para decirle que no era eso a lo que se refería cuando escuchó que llamaban a la puerta de la cabaña.
—¿Puedes abrir? —preguntó Keith—. Creo que la cena ya está lista, y tengo que sacarla del horno.
Grisha asintió y se dirigió hacia la puerta para abrirla. Al hacerlo, notó a dos jóvenes saltando hacia atrás, pálidos por completo. El rostro de Grisha se endureció mientras los observaba con molestia. Justo en el momento en que los jóvenes intentaron huir, él los atrapó, abrazándolos por el cuello e inclinándose hacia su oído.
—Armin, Annie, qué gusto verlos por aquí. Diría que me sorprende, pero estaría mintiendo —habló Grisha con molestia.
Nuevamente, cómo este capítulo es corto, lo complementaré con el siguiente, que también es algo corto.
Por eso hoy, doble actualización.
¡Disfrútenlo!
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