23: Aruani
— ¿Crees que Mikasa y Eren están bien? Todavía te veo muy preocupado —señaló la rubia, apretando suavemente la mano de Armin.
Tras despedirse de Mikasa, Eren y Zeke, Annie y Armin decidieron explorar el pueblo... a pesar de que no había mucho que descubrir. El pueblo era muy pequeño; sin embargo, los rubios paseaban por el centro, tomados de la mano, sumergiéndose en la atmósfera tranquila y amigable del lugar. La arquitectura antigua, muy bien conservada, revelaba la rica historia del lugar, con edificios de tejados rojos y ventanas adornadas con enredaderas floridas. La plaza estaba llena de vida, bullicio y felicidad. En medio de la plaza, una hermosa y antigua fuente de piedra creaba un sonido relajante al caer el agua fluidamente; bancos de madera la rodeaban, creando un ambiente sereno donde se podía descansar. Armin guió a Annie hasta uno de los bancos y se sentó allí, dejándola reposar sobre sus piernas.
— ¿Es tan evidente? —preguntó Armin y Annie asintió lentamente—. No lo sé, es solo que me preocupa que se estén apresurando al mudarse de una forma tan abrupta, sin decirle a nadie. Ese fue un acto un poco irresponsable.
— ¿Poco? Son un par de estúpidos —señaló Annie—. Pero amor, tienes que confiar en ellos. Mikasa y Eren son fuertes, y a pesar de todo, se nota que saben lo que están haciendo. Están juntos y felices; eso es lo que importa. Hacen un gran equipo —añadió rápidamente.
Armin asintió, aunque la inquietud seguía marcando su expresión.
—Lo sé, pero son mis mejores amigos. Son como mis hermanos. No puedo evitar temer por su futuro. No quiero que terminen con el corazón roto.
Annie tomó el rostro de su novio entre sus manos y lo besó suavemente.
—Amor, entiendo tu miedo, pero a veces necesitamos tomar riesgos para encontrar la felicidad, y ese par decidió que, huyendo juntos, donde nadie los separe, serán felices. Estoy segura de que, a pesar de lo idiotas que pueden llegar a ser, encontrarán la manera de superar cualquier obstáculo. Y como tú mismo lo dijiste, en cualquier caso, estaremos a su lado para protegerlos y ayudarlos, incluso desde la distancia.
Las manos de Armin se deslizaron por la cintura de su novia mientras la abrazaba fuertemente contra su pecho, agradeciendo tenerla a su lado en los momentos de intranquilidad.
—Gracias por estar aquí conmigo... y con ellos. Quiero lo mejor para mis amigos, y me asusta pensar que puedan terminar mal. Gracias por apoyar a Mikasa.
—También es mi amiga y la quiero mucho. No quiero que sufra —Annie le dio un beso en la mejilla a Armin mientras lo observaba con seguridad—. Todo estará bien, Armin. Mikasa y Eren se tienen el uno al otro —afirmó antes de ponerse en pie—. Ahora, Eren y Mikasa se fueron a trabajar y Zeke está ansioso por conocer a su tía, así que tenemos un tiempo libre para nosotros dos.
Armin sonrió brillantemente mientras la miraba con emoción.
—¿Tienes algo en mente, querida?
—Ya deberías conocerme —la chica se puso de puntitas para besar suavemente los labios de su novio—. Por supuesto que tengo algo en mente.
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El mediodía desplegaba su suavidad dorada; los rayos del sol, como hebras delicadas de oro líquido, se filtraban entre las ramas, creando un juego de luces y sombras danzantes en el suelo tapizado de hojas crujientes. El bosque cantaba en un suave susurro; las hojas, movidas por la brisa otoñal, llevaban consigo un aroma fresco y terroso. Las hojas vestidas en tonos cálidos que anunciaban la transición hacia el otoño colgaban de las ramas como obras de arte suspendidas en el tiempo. El verde vibrante de los helechos y musgos añadía un matiz fresco y vibrante al tapiz multicolor que se expandía por el suelo del bosque.
Los pasos de Armin y Annie resonaban acompañados por el susurro de las hojas secas que crujían al ser pisoteadas. Pequeñas motas de polvo flotaban en el aire, capturando los rayos del sol y creando un halo mágico alrededor de los troncos centenarios. A lo lejos, el suave murmullo de un río se dejaba sentir como la melodía de fondo que conectaba cada rincón de aquel sagrado Edén. El río, invisible, pero presente, aportaba una canción líquida, un constante recordatorio de que aquel lugar, lejos del ruido citadino, era un centro de paz. Definitivamente, aquel bosque, incluso lejos del centro de aquel pequeño pueblo, era un refugio de serenidad.
Armin y Annie habían decidido explorar el bosque en busca de paz y tranquilidad en ese día que tenían juntos a solas. Habían planeado tener una cita especial rodeados por la serenidad y la belleza de la naturaleza, algo que nunca experimentaban en Shinganshina. A pesar de no ser una ciudad excepcionalmente grande, como podrían ser Trost o Sina, era lo suficientemente ruidosa como para no tener un momento de verdadera calma. Por lo cual, los dos se sentían como en un cuento de hadas donde todo era simplemente fantástico. Bueno, casi todo, porque la preocupación comenzó a adueñarse de Armin al notar que, a pesar de la vista encantadora que ofrecía el bosque, estaban absolutamente perdidos.
Armin se aferraba a la mano de Annie, observando con angustia su teléfono.
–No hay señal y no conocemos el camino. Creo que esto no fue una buena idea, ¿y ahora qué haremos? –preguntó Armin, guardando su teléfono.
Annie, siempre serena y despreocupada, soltó una suave risa mientras negaba.
–No te preocupes, estamos aquí para disfrutar el día. Si seguimos caminando, llegaremos a algún lugar.
– ¿A cuál lugar?
– ¿Eso importa? Estamos juntos –afirmó la rubia.
Armin asintió, tratando de calmarse, mientras admiraba la belleza del bosque. Sin embargo, su corazón latía violentamente contra su caja torácica; de los dos, él se preocupaba más. Le encantaba la actitud calmada y relajada de su novia, que parecía dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. A medida que avanzaban, Armin se sentía cada vez más nervioso. La maleza se cerraba a su alrededor y el bosque parecía volverse más denso.
–Annie, creo que deberíamos dar la vuelta –sugirió Armin–. Esto parece un poco peligroso.
La chica suspiró antes de girarse para besar suavemente la mejilla de Armin.
–No te preocupes, amor. Estamos juntos y saldremos de aquí. Este pueblo no es lo suficientemente grande como para que nos perdamos en el bosque.
–Yo me siento bastante perdido –admitió Armin, y Annie lo observó enternecida.
–¿Quieres relajarte? –preguntó la rubia–. Yo sé lo que hago –mintió con despreocupación.
Armin aún parecía demasiado angustiado; sin embargo, se esforzó por relajarse. Se suponía que ese día ambos deberían estar tranquilos, y Annie parecía disfrutar de su compañía. Él debía hacer lo mismo, por lo cual asintió y se dejó guiar por su novia, caminando entre el espeso bosque. A medida que se adentraban más en el bosque, Armin notó que la luz del sol comenzaba a filtrarse tímidamente entre las hojas de los árboles. El crujir de las hojas secas bajo sus pies resonaba en el aire, creando una sinfonía natural que contrastaba con la inquietud que yacía en su interior. A pesar de sus preocupaciones, la actitud serena de su novia y la belleza de aquel lugar lo calmaban un poco. Los colores cálidos y dorados que pintaban los árboles decoraban el paisaje. La sonrisa de Annie era enorme, y sus ojos celestes brillaban de forma encantadora. Aunque perdido, Armin no podía negar la suerte que tenía por estar allí con aquella chica a la que tanto amaba.
De repente, Annie se detuvo y señaló emocionada hacia adelante. Armin siguió su mirada y notó un espacioso prado que se extendía frente a ellos. La hierba ondeaba suavemente con la brisa otoñal, y en el centro del prado, un árbol solitario destacaba con sus hojas doradas.
– ¡Es hermoso! –exclamó Annie entusiasmada.
Antes de que Armin pudiera reaccionar, Annie comenzó a arrastrarlo hacia el prado. Desordenadamente, pero de forma natural, se encontraba una pequeña montaña de hojas secas a la cual Annie no dudó en lanzarse, como una niña jugando en el jardín de su casa. Armin la observó enternecido, riendo ante la actitud juguetona de la chica. Le pareció encantador aquel contraste: Annie, con su ropa oscura y su actitud dura ante el mundo, lucía allí como una pequeña simplemente encantadora que no hacía más que enamorarlo.
Armin se acercó a su novia para ayudarla a incorporarse, y tomándola de la cintura, la abrazó contra él. Posó sus dedos bajo el mentón de Annie y lo elevó antes de acariciarle la mejilla delicadamente con los dedos, disfrutando de la suave piel porcelana de su novia. Observándola con adoración, notó cómo el paisaje en tonos dorados se mezclaba con el sol, iluminando el claro y haciendo brillar los cabellos dorados de Annie. En un lugar donde el color ocre los rodeaba, Armin se percató cómo los ojos azules de Annie brillaban de forma maravillosa; su piel pálida y su rostro levemente sonrojado tras aquella caminata, sus labios rosados y su encantadora sonrisa, lo cautivaron por completo.
–Estás mirándome –señaló Annie sorprendida. Armin suspiró sin dejar de acariciarle el rostro con sus dedos y sonrió.
–Por supuesto.
– ¿Por qué lo haces?
– ¿Por qué no lo haría? Eres simplemente preciosa, Annie Leonhart – aseguró Armin.
Las mejillas de la chica se tiñeron de un profundo tono granate, pero antes de que pudiera decir algo, Armin la abrazó aún más contra su pecho, inclinándose para encontrar sus labios en un tierno y suave beso. Sus labios parecían encajar como si hubieran sido diseñados para permanecer juntos. A Armin le encantaba imaginar que aquella chica que tenía entre sus brazos había sido creada especialmente para él; sus manos, sus labios, todo su cuerpo parecía encajar como si fueran almas gemelas, la mitad de un ente que, al unirse, por fin, estaba completo.
Annie no dudó en rodear el cuello de Armin con sus brazos; sus manos se deslizaron por el corto cabello dorado del chico, disfrutando de su suavidad. Eran hebras doradas que se deslizaban por sus dedos, creando un agradable cosquilleo contra su piel. Sus labios eran dulces y gentiles, su aliento cálido y fresco. La forma en que sus lenguas se encontraban hacía que ambos jóvenes perdieran el aliento. Las manos de Armin se colaban bajo la ropa de su novia, acariciando suavemente su piel. Annie dio un brinco sorprendido antes de relajarse por completo; siempre la maravillaba, sorprendía y fascinaba el tacto de Armin.
El chico abrazó a su novia aún más fuerte contra su pecho, al tiempo que la arrinconaba contra el solitario árbol que yacía en medio de la pradera. Poco a poco, se fueron recostando en el suelo bañado de hojas secas, como una cama improvisada de la naturaleza para vivir ese momento juntos. Armin se posó sobre Annie; la chica deslizaba sus manos por los brazos de él mientras comenzaba a despojarla de su ropa.
Cuando se separaron por la falta de aliento, Armin observó a su novia con devoción. Su sonrisa era enorme y sus ojos celestes brillaban maravillosamente.
–Dime si quieres que pare, estamos en medio del bosque –recordó el chico, como si eso fuera un impedimento. La rubia negó mientras lo tomaba del borde de la camisa.
–Estamos en medio del bosque, así que hay que hacerlo –afirmó antes de sellar sus labios en un nuevo beso, ésta vez más apasionado.
Armin jadeó contra los labios sonrojados de la chica mientras, dejándose llevar, terminaba de desnudarla por completo. Se detuvo justo en el momento en que sus pieles se tocaron y se congeló, negando.
–No estaba preparado –musitó intentando alejarse, pero la chica lo impidió.
Las mejillas de Annie se tiñeron de un profundo color escarlata mientras sonreía tímidamente, antes de estirarse para rebuscar en el bolsillo trasero de su pantalón, el cual estaba tirado a un lado.
–Yo sí –admitió avergonzada, y Armin arqueó una ceja.
– ¿Acaso me has tendido una trampa, señorita Leonhart? –Preguntó divertido–. Así que ese era el truco, ¿me trajiste a este lugar para abusar sexualmente de mí?
La rubia echó su cabeza para atrás mientras soltaba una suave carcajada y se encogía de hombros.
–Caíste en la trampa, ahora no hay nada que puedas hacer para impedirlo –afirmó Annie.
–Créeme, no hay nada que quiera hacer para impedirlo –sentenció Armin antes de tomar el paquetito plateado y abrirlo con sus dientes antes de ponerse su contenido.
Las manos de Annie se aferraron a los brazos de su novio mientras éste entraba lentamente en ella con precaución para no lastimarla. Las piernas de la chica rodearon la cintura del rubio, acercándolo más a ella.
La mirada de Armin parecía completamente perdida en el momento. El tenue sol de un atardecer venidero bañaba sus cuerpos y sus cabellos dorados. Sus jadeos creaban una musicalidad excitante, combinándose con la suave brisa otoñal que creaba un ambiente mágico. Las suaves caricias de Armin arrancaban suspiros enamorados a Annie mientras se movía contra ella. Tras un largo rato, Armin se inclinó un poco hacia adelante para besar a Annie con urgencia, sintiendo que todo aquello acababa. La chica lanzó un gruñido abrazando a Armin contra su cuerpo, al tiempo que juntos alcanzaban el clímax.
Armin suspiró cayendo a un lado antes de girar sobre su cuerpo para dejar a Annie sobre él. La joven se acurrucó contra el pecho de Armin, temblando encantada, sin saber si era por el frío otoñal o por los espasmos que aún invadían su cuerpo.
–Oh diablos, eso fue maravilloso –musitó la rubia plantando suaves besos en el pecho de Armin, quien suspiró depositando suaves besos sobre la cabeza de la chica antes de negar.
–Abusadora –acusó abrazándola fuertemente contra su pecho y meciéndola entre sus brazos.
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—Armin, ¿crees que estamos dando vueltas en círculos? —preguntó Annie, mirando a su alrededor con cierta preocupación. Armin la observó, arqueando las cejas.
—¿Ahora te preocupas? —le reprochó él.
—Bueno, ya conseguí lo que quería. No quiero morir en el bosque.
El rubio observó con exasperación a su novia antes de rodar los ojos y atraerla para besarle la frente.
—La verdad, no estoy seguro. No veo ningún camino. ¡Demonios! Nena, si querías hacer el amor, podríamos ir a un hotel o posada como las personas normales —rezongó Armin mientras intentaba que su teléfono tomara algo de señal.
El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. Las hojas secas crujían bajo los pasos de Annie y Armin, y la penumbra del crepúsculo empezaba a extenderse, creando sombras que se alargaban entre los árboles. Annie apretó la mano de Armin mientras caminaban, tratando de mantener la calma a pesar de la confusión que reinaba a su alrededor.
A medida que avanzaban, el bosque parecía volverse más denso, con las ramas de los árboles entrelazándose como si intentaran retener a los jóvenes perdidos. El viento susurraba entre las hojas, llevándose consigo el murmullo del bosque.
—Tal vez deberíamos retroceder y tratar de encontrar el camino de regreso —sugirió Annie, mirando hacia atrás como si esperara ver una ruta clara.
Armin frunció el ceño; habían salido del claro hace ya un rato y no podía verlo desde lejos. Intentar encontrarlo de nuevo podría ser peligroso si se perdían aún más. A pesar de haber intentado seguir la ruta por la cual llegaron, cada árbol parecía ser una copia del anterior, y el crepúsculo les jugaba malas pasadas al distorsionar las sombras. Con la llegada de la noche, la temperatura empezó a descender y una suave brisa hizo que Annie se abrazara a sí misma para conservar su calor. Notando aquel gesto, Armin se quitó inmediatamente su cazadora y la posó sobre los hombros de su novia.
—Vamos a salir de aquí, mi amor. Lo prometo —dijo Armin con más confianza de la que él mismo sentía.
La luna comenzó a asomarse entre las ramas, iluminando débilmente su camino, mientras los jóvenes intentaban hallar una salida clara. A lo lejos, escucharon el suave sonido del río fluyendo como una melodía que los guiaba a través del oscuro laberinto. Sin dudarlo, los chicos decidieron seguir ese sonido, ansiosos por encontrar alguna señal de civilización que les indicara que estaban en el camino correcto. Después de un rato, el ruido del agua se hizo más fuerte y finalmente emergieron entre los árboles para encontrarse frente a un sendero iluminado por la luz plateada de la luna. Siguiendo el camino, se sumergieron en un silencio solo interrumpido por el susurro del viento entre las hojas y el murmullo del río.
A medida que avanzaban, la oscuridad cedía ante la luz de la luna, revelando una pequeña cabaña al final del sendero. La madera desgastada y las ventanas con cristales empañados le daban a la cabaña un aspecto encantador y misterioso. Armin y Annie corrieron hacia la cabaña, ignorando el lujoso automóvil estacionado frente a ella. La esperanza de haber encontrado la salida y a alguien que los guiara hacia la cabaña de Eren y Mikasa los llenó por completo. Llamaron a la puerta y rápidamente se escuchó la vieja madera que crujió al abrirse. Los chicos suspiraron y cerraron los ojos con alivio antes de abrirlos para observar a la persona que estaba frente a ellos.
Como si estuviera ensayado, Armin y Annie saltaron hacia atrás al encontrarse con una dura mirada de ojos color marrón claro detrás de unos anteojos circulares. Justo cuando estuvieron a punto de correr lejos de aquella cabaña, el hombre los rodeó bruscamente con sus brazos mientras se inclinaba para hablarles al oído.
–Armin, Annie, qué gusto verlos por aquí. Diría que me sorprende, pero estaría mintiendo – habló Grisha con molestia.
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