16: Karanese
La habitación se sumía en un silencio inquietante mientras Eren y Mikasa, moviéndose con premura, empacaban sus pertenencias. La complicidad entre los dos jóvenes se intensificaba a medida que verificaban una y otra vez que las mochilas contenían lo esencial. Tras una revisión exhaustiva, Eren dejó una carta detallada dirigida a sus padres y a su hermano. Habían convenido inventar algunas mentiras piadosas, como que se mudaban juntos a Marley. Esta estratagema, confiaban, despistaría a sus padres, quienes no sospecharían que los buscaran en la cabaña. Eren sostenía que su padre apenas recordaba la existencia de la cabaña, pero ganar tiempo parecía ser lo más prudente. En caso de que los rastrearan en Marley, la inmensidad de la ciudad implicaba que podrían pasar semanas, o incluso meses, antes de descubrir que nunca habían estado allí. O, si acaso estaban allí, sería tan difícil como buscar una aguja en un pajar.
Mikasa, con lágrimas en los ojos, plasmó unas palabras para su madre, intentando explicar lo inexplicable y expresando un amor y agradecimiento eterno. Suplicaba con humildad que la perdonara.
A medida que la noche avanzaba, la oscuridad envolvía la casa Jaeger en un silencio absoluto. Eren y Mikasa, con corazones que latían fuertemente entre la excitación y el miedo, abandonaron la habitación por la ventana, deslizándose con cautela por la enredadera que serpenteaba por la pared. En el garaje exterior, se encontraron con el automóvil de Eren, listo para la huida. Habían decidido emplearlo para ganar tiempo y distancia antes de que alguien notara su ausencia.
Al abrir la puerta del vehículo, ambos se sintieron como fugitivos, pero la convicción de que estaban tomando el control de su destino y de sus propias vidas los impulsaba. Cerraron las puertas con cuidado después de depositar sus mochilas en el maletero. Al arrancar el suave motor, la realidad de su decisión los golpeó con fuerza. Mikasa apretó la mano de Eren buscando consuelo en el contacto, y él se estiró para besar suavemente a su novia. Le dirigió una dulce mirada mientras compartían un breve silencio, absorbiendo la gravedad de su elección. Observaron cómo la casa Jaeger se alejaba, perdiéndose en la oscuridad.
—Eren, ¿crees que podemos hacer esto? —preguntó Mikasa, su voz apenas audible sobre el susurro del viento, mientras observaba la ciudad apagada a través de la ventana, su mente llena de preguntas e inseguridades. Eren, sin embargo, mantenía la mirada fija en el horizonte, determinado a seguir adelante.
—Mikasa, estando a tu lado me siento capaz de hacer cualquier cosa —aseguró con una enorme sonrisa—. Estamos juntos en esto, mi amor. Y haré lo que sea para permanecer a tu lado.
La pelinegra tomó una bocanada de aire, su mirada fija en la carretera que se extendía infinitamente ante ellos.
—Sí, tienes razón. Creo que podemos hacerlo. Confío en ti.
Eren nuevamente tomó la mano de su novia y le besó los nudillos antes de depositarla suavemente sobre su regazo.
El silencio apenas era roto por el suave sonido de la radio que habían encendido tras alejarse de la casa Jaeger. La noche los envolvía en un manto de misterio mientras sentían libertad y pánico por lo que se venía adelante.
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Mientras avanzaban por la carretera, iluminada solo por las luces de su automóvil, Mikasa y Eren compartían historias, risas y planes para el futuro. El temor inicial que colgaba en el aire comenzó a disiparse gradualmente, dejando espacio para la complicidad y la confianza mutua. Después de seis horas de viaje, Eren divisó a lo lejos una estación de servicio. Decidieron hacer una parada para estirar las piernas, recargar combustible y comprar algunos víveres.
Siempre atento, Eren abrió la puerta para Mikasa y le ofreció su mano para ayudarla a bajar del automóvil. La chica la tomó encantada, y él la acercó, tomando su cintura para besarle suavemente los labios.
– ¿Qué te apetece comer, mi amor? –preguntó mientras se dirigían hacia la pequeña tiendita de la estación. Observaron los estantes llenos de snacks y bebidas que ofrecía el lugar.
–Lo que sea está bien para mí –respondió la pelinegra, sonriendo ante la simpleza de la situación, comparada con la complejidad de la que huían.
Eren asintió mientras escogía algo de comer. Después de llenar el tanque, pasar por los servicios para asearse y comprar sus provisiones, regresaron al automóvil. Mikasa se apoyó en el capó mientras encendía el teléfono. Hizo una mueca al darse cuenta de que tenía al menos 20 llamadas de su madre, otras 20 de Grisha y Carla, una docena de su hermano, 10 de Armin y casi 40 entre Sasha y Annie.
–Eren, amor, mira esto –dijo enseñándole el teléfono.
Eren, al revisar el suyo, también descubrió que tenía cientos de llamadas de sus padres. Armin y Zeke también intentaron llamarlo.
– ¿Crees que debamos avisarles que estamos bien? No quiero que se preocupen mucho –señaló Mikasa con angustia.
–Llama a Armin y explícale lo que está sucediendo, pero no le digas hacia dónde vamos.
– ¿No confías en él? –preguntó Mikasa sorprendida.
–Creo que es demasiado responsable y terminará soltando la lengua.
–No confías en él.
–Ni cinfiis en il –rezongó Eren–. No me hagas sentir culpable, es mi mejor amigo –protestó.
Mikasa lo observó con ternura antes de llamar a su mejor amigo.
No pasaron ni dos segundos cuando Armin contestó.
–Mikasa, por favor, dime que estás bien. ¿Estás con Eren? Por supuesto que estás con Eren, ¿con quién más estarías? Te hemos buscado desesperadamente –exclamó la voz angustiada de Armin al otro lado de la línea.
–Estamos bien, Armin. Mira, no puedo explicarte todo ahora; la señal es terrible, y apenas puedo escucharte –suspiró con pesadez–. Tan pronto como pueda, te contaré todo –respondió la pelinegra, con un nudo en la garganta.
Eren, al notar la tensión de su novia, la abrazó y le dio un beso en la frente. Ella se relajó un poco.
–Por favor, al menos dime dónde están.
–Lo siento, estamos en camino a alguna parte; la carta lo explica todo. Te llamaré pronto, lo prometo –aseguró antes de cortar la llamada. Mikasa se mordió el labio inferior, preocupada por las consecuencias de sus decisiones.
Eren le tomó el rostro entre sus manos y la miró con determinación.
– ¿Estás preocupada?
Mikasa asintió haciendo un puchero. Antes de que la ansiedad pudiera apoderarse de ella, la besó suavemente en los labios. La chica correspondió sin pensarlo, y Eren la abrazó por la cintura, atrayéndola más hacia su cuerpo.
– ¿Crees que está mal lo que hicimos?
–No lo sé, ¿y si nos hemos precipitado? –preguntó la pelinegra, sintiendo su estómago revolverse. Eren negó.
–Nos enfrentaremos a lo que venga. Todo estará bien, mi amor. Decidimos esto juntos y juntos enfrentaremos lo que sea necesario.
Mikasa sonrió antes de volver a besar a su novio.
–Tienes razón, a tu lado creo que puedo enfrentarme a cualquier cosa, pero ahora necesitas descansar. Deja que conduzca un rato –propuso Mikasa.
Eren asintió y se acomodó en el asiento del copiloto, dejando que la carretera y el suave murmullo de la música lo llevaran a un sueño profundo.
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Con Eren profundamente dormido y la carretera extendiéndose ante ellos, Mikasa se dispuso a tomar el volante. El listado de música resonaba desde los parlantes conectados a su teléfono, llenando el silencio de la madrugada mientras la pelinegra coreaba las canciones que se reproducían. Después de varias horas de viaje, el sol ya se asomaba en el horizonte cuando Eren comenzó a despertarse. Se frotó los ojos y se incorporó en el asiento antes de lanzar un gran bostezo.
–Buenos días, cielito –saludó Mikasa, sonriendo enternecida al notar su cabello revuelto y su camisa arrugada.
Eren estuvo a punto de responder, pero frunció el ceño al mirar confundido a su alrededor. Al ver un letrero sobre la carretera, intentó mantener la calma, pero la irritación se apoderó de él.
– ¿Dónde estamos? ¿Tomaste la salida correcta? –preguntó Eren.
Mikasa mordió su labio inferior, sintiendo la presión, y titubeó antes de responder.
–De hecho, el GPS dejó de funcionar un rato. Así que seguí por intuición. Pero no te preocupes –se apresuró a añadir cuando Eren abrió los ojos de golpe, mirándola con terror–. Seguro encontraremos la ruta correcta.
La expresión de Eren se volvió de furia al escuchar la confesión de su novia. Sin poder contener su enojo, la observó con exasperación.
– ¿¡Te perdiste!? ¿¡Cómo demonios te pudiste perder!? ¿¡Por qué demonios no me despertaste!? –gritó totalmente frustrado.
– ¡No es mi culpa! –Espetó Mikasa a la defensiva–. El GPS dejó de funcionar, e intenté seguir mi intuición.
– ¿¡Intuición!? ¿¡Te guías por la intuición en un camino que no conoces!? ¿¡Pero es que eres estúpida!? –Preguntó totalmente furioso–. Sí sabes que los letreros están en la carretera por alguna razón, ¿verdad? Deberías haber prestado más atención –Eren apagó el estéreo con molestia–. Seguramente por estar cantando, no pusiste cuidado –gruñó conteniendo a duras penas su enojo–. ¿¡Cómo puedes perder el camino tan fácilmente?
– ¡No me grites, Eren! –Gruñó la pelinegra sin paciencia, elevando la voz en un tono desafiante–. ¿Acaso olvidas que soy yo la que está conduciendo y tomando decisiones aquí? El GPS dejó de funcionar, así que utilicé mi intuición. Deberías estar agradecido.
– ¿¡Estar agradecido contigo!? –Eren rió con amargura–. ¿¡Qué te pasa, niñita tonta!? Estamos en medio de la nada y nos perdiste –Eren lanzó una patada en su asiento–. ¡Eso me pasa por viajar con una princesita! ¡Jamás debí dejarte conducir!
Mikasa golpeó con fuerza a Eren en el brazo.
– ¡No es mi culpa! –Repitió de nuevo–. Tú estabas durmiendo como un tronco y las señales eran confusas. ¡No me grites! –repitió completamente indignada.
Eren no podía creer que algo tan simple como seguir indicaciones se convirtiera en un problema. Mikasa, por su parte, se sentía frustrada por la falta de comprensión y empatía de su novio.
– ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué eres tan tonta? –Gruñó Eren cruzándose de brazos.
– ¡Yo no soy tu chofer personal, deja de culparme por todo!
– ¡Ya basta! Ahora, solo detente un momento; necesito ver dónde demonios estamos. Esto me pasa por confiarle las llaves a una chica. Las mujeres no saben conducir.
Mikasa frenó de golpe, enviando a Eren hacia adelante. Afortunadamente, llevaba puesto el cinturón de seguridad; de lo contrario, habría salido volando por el parabrisas. La pelinegra se giró hacia su novio, observándolo con furia, y elevó un dedo hacia él en gesto de advertencia.
– ¿Qué dijiste? –le retó a repetir aquellas palabras. Eren, notando que había invocado al demonio, se encogió en su asiento y negó.
– Voy a buscar una solución para volver a nuestro camino –repitió en un hilito de voz.
Mikasa asintió, observándolo con resentimiento.
– Eso creí. Ahora, busca el camino, imbécil.
– ¿Me llamas imbécil a mí? ¡Fuiste tú la estúpida que se perdió!
Los gritos continuaron por un largo rato mientras los chicos discutían sobre el culpable de haberse perdido. La tensión entre ellos era palpable, y el viaje ahora se había empañado por el enojo mutuo. El auto, antes testigo de risas y conversaciones, se tornó en un escenario de discordia, donde la única compañía era el sonido de reproches y reclamos. El aire enrarecido dentro del automóvil se cargaba con la tensión de la discusión.
– ¡Eres una tonta!
– ¡Y tú un insensible! –Resonaban las palabras entre Mikasa y Eren.
– ¡No debí dejarte conducir!
– ¡Y yo no debí dejarte dormir! –Continuaba la tormenta verbal.
Sin embargo, en medio de esta disputa, un repentino golpeteo en la ventana del conductor interrumpió la acalorada discusión. Mikasa ahogó un grito al girarse para ver quién había tocado la ventana. El individuo tenía una apariencia intimidante: calvo, piel ligeramente morena, ojos marrones claros marcados por enormes ojeras bien ennegrecidas y una pequeña barba en el mentón.
Inclinándose hacia la ventana, volvió a tocar. Mikasa, congelada por el pánico, y Eren, notándolo, resopló y bajó la ventana del conductor.
– ¿Todo está bien, chicos? –Preguntó el hombre con amabilidad, tratando de calmar los ánimos; evidentemente, había notado la discusión.
La pelinegra, aún temerosa, se quedó en silencio mientras Eren, más alerta y dispuesto a comunicarse, tomó la palabra.
–Nos hemos perdido –anunció–. Estamos tratando de llegar al pueblo de Karanese.
El hombre sonrió y asintió.
–Ah, comprendo. No se preocupen. Es fácil perderse por aquí. Solo deben seguir recto por este camino y luego tomar la primera a la izquierda. Los llevará directamente a la plaza del pueblo. Debe estar a unos 20 minutos.
Agradecido, Eren recibió las indicaciones precisas del hombre. Cuando pensaron que la breve interacción había llegado a su fin, el hombre sorprendió a Mikasa metiendo la cabeza por la ventana antes de que arrancaran.
–Espera un momento, niño. ¿Te conozco de alguna parte? –Preguntó, mirando directamente a Eren, quien, algo desconcertado, negó con la cabeza.
–No lo creo. Venimos desde muy lejos. No somos de por aquí. Así que lo dudo seriamente.
El hombre frunció el ceño como si intentara recordar algo. Luego, sus ojos se iluminaron con sorpresa.
– ¡Por supuesto que te conozco! ¡Eres igual al viejo Jaeger! Esos ojos solo pueden ser heredados de él.
Eren parpadeó confundido.
–Mi padre... ¿Cómo sabes de él?
–No hablo de Grisha –señaló el hombre, divertido–. Hablo de su padre, el doctor Jaeger.
–Bueno, mi padre también es el doctor Jaeger –punteó Eren.
–Por supuesto, se me había olvidado que ese viejo testarudo había seguido los pasos de su padre. Supongo que el pequeño Zeke también siguió su camino como médico.
– ¿Conoces a mi hermano? –Ahora Eren parecía verdaderamente sorprendido.
–Bueno, supongo que, si tú estás así de grande, no es tan pequeño. Qué fortuna que tú te parezcas a Carla. Siempre fue demasiado bonita para Grisha –se burló el hombre mientras negaba.
–Vaya, usted conoce a mi familia –balbuceó Eren con desconcierto.
El hombre calvo asintió.
–Por supuesto. ¿No sabías que tu padre es de Karanese? Supongo entonces que ustedes van a la cabaña del viejo Jaeger –adivinó el hombre. Los dos chicos asintieron lentamente–. Estupendo, pero ni siquiera tienen que pasar por el pueblo –dijo el hombre–. Puedo llevarlos si gustan.
Mikasa y Eren intercambiaron miradas incómodas, tratando de discernir. Aquel hombre realmente aparentaba ser amigo de la familia del chico. Al final, ambos asintieron, reconociendo que la situación podría ser de gran utilidad.
–Excelente. Entonces, vamos. Los llevaré directamente a la cabaña –aseguró el hombre, subiéndose al auto antes de comenzar a dar indicaciones a Mikasa, quien lo siguió, aferrándose al volante con temor. Después de todo, habían permitido que un desconocido se subiera a su vehículo. No obstante, el hombre parecía bastante amigable y confiable.
Media hora después, los chicos entraron por una pequeña vereda, cruzaron un viejo puente y se adentraron en el medio del bosque. Finalmente, llegaron a un precioso monte donde, en lo alto de la cima, se encontraba una vieja cabaña. Ambos se sorprendieron al darse cuenta de que estaba notablemente cuidada y lucía bastante acogedora. El jardín era bello y cuidado.
–Pero no venimos hace mucho tiempo –habló Eren sorprendido–. ¿Cómo es que...?
Keith se llevó la mano al bolsillo y sacó un juego de llaves antes de tendérselo a Eren.
–Tu padre me encomendó cuidarla. Nunca sabía en qué momento iba a volver, así que quería que alguien le echara un ojo. Aunque hace diez años que no viene, quizá un poco más o un poco menos, no lo recuerdo –sopesó el hombre antes de chasquear la lengua–. ¡Maldito Grisha Jaeger, es un ingrato! –Se quejó.
Eren tomó el juego de llaves y, tras estacionar el vehículo en una zona plana, salieron del automóvil. A Eren le costó un poco encontrar la llave para abrir la cabaña, pero una vez lo hizo y abrió la puerta, él y Mikasa se sorprendieron gratamente.
Lo primero que notaron al entrar fue el aroma a madera envejecida y la tenue luz que se filtraba a través de las cortinas desgastadas, como si les dieran la bienvenida a un espacio íntimo y cálido. La sala de estar estaba decorada con muebles de madera maciza que invitaban a acurrucarse junto a la antigua chimenea de piedra. La cabaña contaba con solo dos habitaciones, cada una con un carácter propio. La habitación principal tenía una cama con dosel y colchas desgastadas, exhalando un aire nostálgico y antiguo. La segunda habitación, claramente, había sido de los hermanos Jaeger que habían habitado allí.
Mikasa tragó grueso.
–Vaya, es tan... –se detuvo, encontrando difícil expresar sus emociones en ese momento.
–Lo sé, es preciosa –aseguró Keith, y Mikasa asintió con fervor–. He intentado mantenerla lo mejor posible sin cambiar las cosas, incluso después de la muerte de Faye. Tu abuelo se mudó poco después de eso –explicó el hombre, dirigiéndose a Eren–. Y tras la muerte de tu abuelo, tu padre apenas venía un par de veces. No quiere venderla por la memoria de su hermana, pero tampoco es capaz de estar aquí mucho tiempo.
— ¿Faye? ¿Hermana? ¿De qué estás hablando? –Sonsacó el ojiverde.
–De Faye, tu tía. Bueno, ella falleció estando muy niña –obvió Keith–. Si la hubieras conocido, era adorable.
– ¿¡Tuve una tía!?
–En teoría –comenzó el hombre–. No, murió mucho antes de que tú nacieras.
– ¿¡Y yo por qué no sabía eso!?
— ¿¡No lo sabías!? Uy, creo que no debí decir eso –ahora el hombre lucía realmente incómodo–. Lo siento, creo que debería irme.
–Espera un momento...
–Si necesitan cualquier cosa, vivo a diez minutos de aquí, en una cabaña en dirección al norte. Gracias por acercarme. Por cierto, que pasen una buena tarde, chicos, no debería discutir tanto.
—Espera un momento, tienes que explicarme...
–Lo siento, tengo prisa –aseguró el hombre, cerrando la puerta a sus espaldas.
Mikasa y Eren se observaron, aún sin entender qué acababa de suceder. Sin embargo, con la furia aún represada, ambos se miraron con fastidio.
—Sigo enojada —señaló la chica.
Eren frunció el ceño, cruzándose de brazos.
—Sí, bueno, yo también estoy bastante molesto.
— ¿¡Por qué tenías que portarte como un idiota!? ¿¡Por qué tienes que ser tan dramático!?
— ¿¡Dramático? —Eren resopló—. ¿¡Y si nos hubiéramos perdido!? ¿Y si nos hubiera sucedido algo malo? ¿¡Cómo te atreves a hacernos perder así!? —Gritó Eren, con la rabia nuevamente desbordándose.
—No exageres —respondió Mikasa con tono desafiante—. ¿Qué es lo que te asusta tanto?
—Estábamos en medio de la nada, ¿y si te hubiera pasado algo malo?
—No soy una niña indefensa, ¿sabes?
Eren apretó los puños, sintiendo que la discusión escalaba a niveles innecesarios. Al fin, ya habían llegado. Respiró profundamente antes de hablar.
—Mikasa, eres, por mucho, la persona más importante que existe en mi vida y te amo. Si vinimos a vivir juntos, se supone que debemos ser responsables el uno con el otro. No puedo permitir que nada malo te pase —gruñó, caminando hacia ella para tomarle el rostro entre las manos—. ¿Por qué eres tan irresponsable contigo misma? ¿Sabes lo que me pasaría si algo te sucede?
El corazón de la pelinegra dolió por la ternura. Suspiró mientras se ponía de puntillas, rodeándole el cuello a Eren con sus brazos.
—Te amo, bobo, pero no me vuelvas a gritar así o si no, la convivencia va a ser imposible.
—Entonces deja de hacer tonterías —gruñó el chico molesto antes de rodearle la cintura con sus brazos—. Te amo, boba, cuenta conmigo la próxima vez.
—Bien, no quería despertarte y molestarte —refunfuñó Mikasa haciendo un puchero encantador.
—Me molestó más la posibilidad de que estuviéramos perdidos y en peligro —aseguró antes de besar el puchero de su novia—. Ahora ve a explorar la cabaña, y si descubres algo sobre esa tal Faye, por favor, házmelo saber —pidió Eren, acariciándole las mejillas a su novia—. Yo entraré el equipaje, y tú busca por mí.
Mikasa atrajo a Eren hacia ella con fuerza, buscando sus labios en un beso cargado de urgencia. Cuando se separaron, el aire parecía pesar sobre ellos, dejando que un suspiro escapara de Mikasa.
—Discutimos demasiado, la convivencia va a ser imposible –repitió Mikasa, su voz reflejando preocupación—. Eren, ¿y si nos equivocamos?
El ojiverde negó con la cabeza, tomando las manos de su novia entre las suyas antes de llevarlas a sus labios.
–Somos estúpidos e impulsivos –admitió con una sonrisa sincera–. Pero vamos a lograrlo. Juntos –añadió con determinación.
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