1: Conflictos
– ¿Nicolo? ¿En serio? –Preguntó Mikasa, observando a su mejor amiga con diversión mientras ésta le pintaba las uñas.
–No lo sé, es lindo, ¿está mal?
–No digo que no sea atractivo... algo grosero, quizá, pero... ¿tú no estabas saliendo con Connie?
–Sí, pero es un tonto –rezongó Sasha y Mikasa resopló, rodando los ojos.
–Claro, porque tú eres un genio –soltó con sarcasmo, y Sasha le dio una mala mirada.
–No solo es eso... es que es un buen amigo y no quiero arruinarlo teniendo una relación con él, ¿entiendes?
–Quizá debiste pensar en eso antes de comenzar a salir con él. La mejor forma de arruinar una amistad es tener un par de citas y dejar las cosas así.
–Yo... – Sasha se mordió el labio–. Hablaré con Connie, pero Nicolo... bueno es alguien bonito.
– ¡Solo te gusta porque sus papás son dueños de un restaurante y puedes comer todo lo que quieras! –Acusó la pelinegra.
–No, por supuesto que no –Sasha pareció ofendida; sin embargo, una suave sonrisita destellaba en sus labios–. Pero tengo que admitir que es un buen beneficio el poder tener comida gratis.
Mikasa resopló, pero antes de señalarle a su mejor amiga que estaba actuando como una tonta, sintió cómo alguien posaba su mano sobre su hombro. Mikasa se giró para encontrarse con la exagerada sonrisa de su madre, y la chica frunció el ceño.
"Oh no."
– ¿Y ahora qué me vas a pedir? –Preguntó con desasosiego; Bianca Ackerman suspiró mientras se sentaba junto a su hija. Definitivamente no podía engañarla ni por un segundo.
–Mika, mi amor, mi princesita...
–No cuido a los hijos de tus amigas, no presto ropa, no sé en qué lío se está metiendo Levi, y te juro que ya organicé toda mi habitación –advirtió Mikasa antes de soplar sus uñas para que se secaran.
– No se trata de eso, cariño –rezongó la mujer, y Mikasa hizo una mueca.
–Entonces debe ser algo muchísimo peor de lo que me imaginé –se lamentó.
–Si son malas noticias, yo me voy, al fin y al cabo, ya terminamos – comenzó Sasha cerrando el esmalte, pero Bianca negó con fervor.
–No, cariño, solo le pediré a Mika un favor, y como ella es tan buena hija, me ayudará con eso.
– ¡Demonios! –La pelinegra suspiró pesadamente antes de mirar a su madre con resignación–. ¿Ahora qué te traes entre manos, mujer?
Sasha parecía divertida mientras se metía un puñado de palomitas a la boca, claramente disfrutando la pelea que se avecinaba entre madre e hija. Típico entre ellas.
–Adivina quiénes se mudaron a Shinganshina –canturreó encantada.
–Mamá, solo pienso hacerte un favor. Y si ese resulta que es la adivinanza, lo dejaremos allí, ¿bien?
–A veces eres tan amargada –protestó la mujer encogiéndose de hombros–. El doctor Jaeger y su esposa volvieron a Shinganshina –anunció emocionada–. Y obviamente, sus dos hijos vinieron con ellos. Al parecer, Zeke va a empezar a trabajar en el hospital central. Y tú sabes que él adora al pequeño Eren, así que Grisha decidió también pedir el traslado a ese hospital.
"Oh no, por todos los dioses, que no sea lo que pienso. Por favor, por favor no". Rezó mentalmente Mikasa.
–Interesante –respondió en cambio, aunque su voz estaba desprovista de emoción.
–Exacto, y resulta que Eren va a ser trasladado al instituto de Stohess.
"Amigos, los dioses nos han abandonado".
–Entiendo.
–Van a ser compañeros de clase – señaló Bianca, aunque Mikasa ya se lamentaba eso–. Y estaba esperando que vinieras a comer esta noche con nosotros. Nos han invitado. No los hemos visto desde...
–Entiendo... ¿Levi va a ir? –Preguntó Mikasa, y su madre hizo una mueca.
–Cariño, ya sabes que él está muy ocupado. Hoy tiene que trabajar.
– ¡Entonces yo no tengo por qué hacerlo!
–Mikasa –la madre de la chica pareció agotada–. Por favor, cariño, solo será una cena. Siempre te agradó Carla, ¿no quieres saludarla?
Carla Jaeger era sumamente encantadora, al igual que su esposo. El mayor de sus hijos también era simplemente agradable... el problema era el menor. Mikasa había crecido con aquel mocoso malcriado, habían estudiado juntos y en las fiestas familiares todos se reunían en la casa del doctor Jaeger. ¿Por qué? Su madre había ido a la universidad con Carla, y eran las mejores amigas en el mundo. Inevitablemente el doctor Jaeger y su padre también habían hecho buenas migas, pero cuando se trataba de los hijos, era mejor que no se vieran. Zeke y Levi no se soportaban el uno al otro, y ni qué decir de Mikasa y Eren.
–Mamá, si Levi no va a ir...
–Cariño, Zeke va a estar allá, y tú sabes que tu hermano es muy grosero con él –refunfuñó la mujer.
– ¡Y ese niñito malcriado es grosero conmigo! – Espetó la pelinegra.
– Mikasa, en primer lugar, solo eres dos meses mayor que Eren, deja de decirle "niñito", eso es de mala educación, y por favor, tú eres mucho más madura que tu hermano, sé que puedes comportarte.
–De hecho, no lo soy...
–No lo entiendo –interrumpió Sasha, que había estado escuchando la conversación de las mujeres en silencio, intentando comprender el trasfondo del asunto–. ¿Qué pasa? ¿Por qué no acompañas a tu madre? Mika, no seas grosera con ella.
– ¡Tú no te metas! –Espetó Mikasa–. No entiendes.
–No, por supuesto que no –obvio la castaña–. ¿Qué pasa, Mika?
–El menor de los Jaeger es insoportable, mamá.
– ¿Es lindo? –Preguntó Sasha con diversión y Mikasa hizo una mueca de asco.
–Odio a Eren Jaeger, siempre es tan petulante y se cree lo mejor.
–Cariño, no se ven hace diez años, recuerda que él no pudo...
–No me importa, lo detesto.
Hacía diez maravillosos años, Zeke había entrado a la carrera de medicina en la ciudad de Sina, y aquel rubio amaba profundamente a su hermano mayor. A pesar de ser un joven adulto, había hecho una tremenda pataleta para que sus padres se mudaran junto con él a Sina. Y Mikasa había descansado, pues ya no tenía que ver al mocoso malcriado de los Jaeger. Ni siquiera un año atrás, cuando su padre había muerto y el matrimonio Jaeger los había acompañado, había visto ese mocoso, pues se había quedado en Sina con su hermano mayor, pero para su mala fortuna, su némesis parecía volver.
– ¿Alguien me explica? –Refunfuñó Sasha.
– Mamá quiere que visite al anticristo –explicó Mikasa con fastidio–. Pero no lo haré.
– Mika, ¿por mí? Extraño a Carla, y ella quiere volverte a ver. Además, entiende que el año escolar comenzó hace tres meses y el pobre de Eren llegará a un entorno nuevo.
–Mamá, era amigo de Armin, ¿no? Seguramente se llevarán bien.
–Mikasa, por favor, ustedes son como hermanos –aseguró Bianca.
–No, por supuesto que no. Ya tengo un hermano idiota, no necesito otro –aseguró la pelinegra, y Sasha lanzó una suave carcajada.
– ¡Mikasa Angeline Ackerman Azumabito, ya basta! – Ahora Bianca pareció más firme–. Ni siquiera deberías pedírtelo como favor, sino ordenártelo.
– Pero... –
– ¡Vas a ir! – Decretó sin paciencia–. Así que Sasha, por favor, escógele algo bonito a Mikasa.
– ¡Pero mamá! –Gritó la pelinegra furiosa, y Bianca levantó un dedo.
–Traté de ser gentil, pero es una orden jovencita. No se te olvide que yo soy tu mamá. Irás –determinó con severidad antes de dejar nuevamente a las adolescentes completamente solas.
Mikasa lanzó un torrente de improperios antes de tirarse de espaldas sobre los cojines del sillón.
No podía creer que tenía que volver a ver a aquel mocoso malcriado.
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–Eren, por favor, préstame atención un segundo –reprendió Grisha, arrancándole los auriculares a su hijo. El castaño suspiró dramáticamente, pausó su juego y dejó el control a un lado.
– ¿¡Qué quieres, papá!?
–Esta noche, Mikasa y su madre vendrán –anunció, y Eren apretó los labios hasta crear una línea recta–. Ya sabes lo que te voy a pedir, ¿verdad?
El joven cerró los ojos con fuerza.
Por supuesto que lo sabía. No habían parado de repetírselo durante todo el viaje, y parecía que insistían con ello. Diez años atrás, se mudaron a Sina porque su hermano Zeke consiguió una beca para estudiar allí. No es que la universidad de Shinganshina estuviera mal, pero no tenía nada que envidiarle a la universidad donde su hermano había estudiado. Que Zeke se ganara una beca allí era simplemente increíble. En ese entonces, Eren tenía ocho años y se había sentido muy triste por tener que separarse de su hermano mayor. Juntos habían hecho una pataleta para que sus padres se mudaran a Sina y no tuvieran que separarse. Sus padres, siempre comprensivos, habían concedido aquel deseo.
Eren no podía mentir, extrañaba a sus viejos amigos de la infancia, Armin, Connie e incluso a Jean. Pero había alguien a quien esperaba no tener que ver: Mikasa Ackerman. Ella era la hija menor de Axel y Bianca Ackerman, los mejores amigos de sus padres. Aunque habían crecido juntos, nunca dejaron de pelear. Mikasa era una joven mimada, grosera y malcriada, siempre se creía demasiado lista y mejor que los demás. Eren la detestaba. Y para su mala suerte, su hermano había conseguido un trabajo en Shinganshina. La oferta era increíble y nuevamente, toda su familia se había reestablecido en su pueblo de origen.
Dos días después de llegar a ese pueblo, tras desempacar, sus padres quisieron reencontrarse con Bianca. Un año atrás, Axel Ackerman había fallecido; esa fue la última vez que sus padres habían visto a aquella mujer. Ni Eren ni Zeke pudieron asistir al funeral porque estaban ocupados con sus estudios. Definitivamente, Eren no había extrañado a esa joven caprichosa, que seguramente se había convertido en una adolescente molesta.
– ¿Y si me quedo encerrado?
–Eren...
–O podría visitar a Armin, él aún no sabe que estoy de vuelta.
–Cenarás con nosotros, porque no vas a ser grosero con tu madre, que ha estado toda la tarde preparando todo para reunirnos con nuestros viejos amigos.
–Los tuyos –espetó Eren con irritación–. Papá, no me malinterpretes, sabes que Bianca me parece una mujer muy dulce, pero sus hijos...
–Levi no vendrá –interrumpió Grisha–. Parece que tiene trabajo esta noche.
–Excelente, ese enano es desagradable.
–Eren...
–Pero parece una perita en dulce comparado con Mikasa – concluyó Eren echando la cabeza hacia atrás.
–Por favor, Eren, Mikasa es una joven muy dulce, es maravillosa y muy lista. Quiero que le des una oportunidad, van a estudiar juntos.
Eren levantó la mirada con gesto impaciente.
–Exacto, ya voy a tener que soportar verla todos los días en la escuela, ¿y aparte quieres que finjamos ser amigos?
–Eren –Grisha se pasó la mano por los ojos en gesto de cansancio–. Al menos quiero que te comportes bien con Mikasa, ¿entendido? –Determinó Grisha mirando a su hijo con seriedad.
– ¿Por qué debería hacerlo? –Respondió Eren con desdén–. Esa niña es una mimada, llorona y engreída. No quiero tener nada que ver con ella.
El hombre tomó una bocanada de aire intentando reunir la paciencia que necesitaba para enfrentar a su terco hijo.
–Las cosas han cambiado, Eren. Ustedes dos son bastante mayores, no pueden pelear como si siguieran teniendo ocho años.
–Pero...
– ¡Te comportarás! ¿Entendido?
Eren apretó tan fuerte la mandíbula que sus dientes rechinaron, antes de chasquear la lengua.
–Está bien, si es lo que mamá quiere...
–Gracias, hijo. Sé que puedes ser maduro... cuando quieres.
–Como sea –rezongó frustrado y Grisha le revolvió el cabello antes de salir de la habitación del joven.
Eren no podía dejar de sentir un nudo en el estómago al pensar en interactuar con Mikasa. Recordaba sus disputas infantiles, las miradas de desdén y las palabras hirientes que se lanzaban mutuamente. Simplemente no podían estar cerca el uno del otro sin insultarse. Sin embargo, su padre tenía razón, su madre había estado toda la tarde preparando aquella estúpida cena, y no sería él quien arruinaría todo. Frustrado, se puso nuevamente sus audífonos y tomó el control de su videojuego.
¿Qué más daba?
Tendría que enfrentarse a la molesta niña de los Ackerman.
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La atmósfera en la casa de los Jaeger estaba cargada de tensión, a la vez que impregnada de nostalgia y alegría. Grisha y Carla se mostraban muy felices de ver a Bianca, mientras Zeke recibía a Mikasa entre sus brazos, elogiándola y comentándole lo preciosa que lucía y lo bien que había crecido.
–Desde que eras una niña, sabía que te convertirías en una mujer preciosa. Vas por buen camino –le dijo el rubio.
No obstante, la incomodidad se instaló tan pronto como Mikasa y Eren tuvieron que saludarse. A pesar del tosco saludo extendido por el chico, Mikasa simplemente lo ignoró, haciendo como si no lo viera ni escuchara. Ante esta situación, Carla, intentando romper la tensión, los llamó a la mesa de inmediato.
El tintineo de los cubiertos resonaba en el tenso silencio, mientras los ojos color verde esmeralda de Eren observaban con fastidio a Mikasa, y ella, a su vez, lo miraba con resentimiento.
–Bueno –intervino Grisha aclarando su garganta–. Mikasa, Zeke tiene razón, eres muy hermosa.
–Tu mamá nos comentó que estabas en el equipo de porristas –añadió Carla observando a la chica con orgullo–. Seguro que eso ha de ser divertido.
–También soy presidenta de la clase y trabajo en el comité de bienvenida y baile –señaló la pelinegra sonriendo presuntuosa. Eren chasqueó la lengua, y la chica lo miró con fastidio–. ¿Qué?
–Claro, siempre la niña perfecta. Tienes que estar metida en todo, ¿verdad?
– ¡Eren, basta! –Gruñó Carla dándole una fuerte palmada en el brazo a su hijo–. Lo siento, cariño.
–No te preocupes, Carla –exculpó Mikasa–. Eren siempre ha sido un patán.
– ¡Mikasa! –Gruñó Bianca.
–Chicos, cálmense –habló Zeke, intentando mantener el orden para no arruinar la cena de reencuentro. Mikasa y Eren intercambiaron miradas asesinas.
–Mikasa, por favor, prometiste comportarte –reprendió la madre de la chica.
–Claro que no, prometí acompañarte, eso es todo.
–Mikasa...
–Lo siento, mamá. Adoro a Grisha y Carla, pero Eren es insoportable.
–Porque tú eres un amor –espetó Eren con sarcasmo.
–Desde que éramos niños, este idiota siempre encuentra la manera de sacarme de quicio –gruñó Mikasa, apuntando con su tenedor a Eren, quien le devolvió la mirada desafiante.
–Recuerden los buenos tiempos –intervino Carla, tratando de suavizar el ambiente–. ¿Recuerdan cuando jugaban juntos en el jardín? Aquello era muy adorable.
–No era tan adorable cuando Eren enterraba mis muñecas en el patio –respondió Mikasa con desagrado.
– ¡Fue un accidente, niñita tonta! –se defendió Eren, recibiendo una mirada fulminante de Mikasa–. ¡No por eso tenías que abrirme la cabeza con un palo para partir la piñata en el cumpleaños de Armin!
– ¡Eso fue porque te atravesaste en mi camino, idiota! –rebatió la chica–. ¡Pero abrirte la cabeza no fue nada, te lo pudieron coser y nadie se dio cuenta! ¡Pegaste un chicle en mi cabello, imbécil! ¡Mamá tuvo que cortármelo!
–Bueno, ¿te gustó el look, no? Porque nunca te lo has dejado crecer –Eren señaló el cabello de la chica–. ¡Pareces un niño!
– ¡Y tú un idiota!
– ¡Mikasa! ¡Eren, ya basta! –Reprendió Grisha–. Dejen de comportarse como unos infantes. Estamos reunidos otra vez en familia, así que por favor compórtense.
La pelinegra apretó los puños con fuerza; sin embargo, no contradijo al hombre. Después de todo, era como un segundo padre para ella, por lo cual resopló y asintió. Eren refunfuñó, pero al notar la mirada furiosa de su madre, simplemente se encogió.
La cena continuó con risas nerviosas y conversaciones forzadas. Zeke le contaba a Bianca y Mikasa sobre sus años en la universidad, trató de distender el ambiente con algún comentario sarcástico, pero solo logró que Carla lo mirara con reproche. Grisha, por otro lado, intentaba no meterse en las discusiones, sabiendo que su papel como mediador era complicado. Todos hacían el mayor esfuerzo para que Eren y Mikasa no tuvieran que conversar.
– ¿Y dónde está Levi? –Preguntó Carla notando la ausencia del hijo mayor de los Ackerman–. Lo extraño tanto.
–Ay, nena, ¿para qué te miento? No quiso venir. Ya sabes cómo se comporta con Zeke –Bianca le sonrió con cariño al aludido–. No quería que fuera grosero.
–Y aun así trajiste a tu mocosa, Bianca. Qué triste que pensaras en mi hermano y no en mí –se lamentó Eren, y Mikasa le lanzó una mirada desafiante.
–Eres un imbécil. Si te hace sentir mejor, estoy aquí por obligación.
–No empiecen –gruñó Grisha, y Carla suspiró con cansancio.
–Mikasa, más bien, ¿por qué no nos cuentas sobre estos años en la escuela? Supongo que todos los chicos siguen allí, ¿cómo está Armin? ¿También siguen Connie y Jean allí?
Mikasa se encogió de hombros, limpiando la comisura de sus labios con una servilleta.
–Sí, Armin y yo seguimos siendo los mejores amigos. Connie y Jean se distanciaron un poco de nosotros después de que Eren se fuera –explicó sonriendo educadamente–. Realmente mi mejor amiga es más cercana a ellos que yo.
– ¿No son suficientemente geniales para ti?
– ¡Eren! –Reprendió Grisha, pero Mikasa ignoró completamente al castaño.
–Y pronto comienzan los juegos de verano –añadió la chica muy animada.
– ¿Todavía siguen haciendo eso? –Preguntó Carla emocionada–. Recuerdo que Eren detestaba participar.
Mikasa sonrió con petulancia.
–Es que siempre ha sido un terrible perdedor. Yo sigo siendo la ganadora invicta –celebró sonriendo brillantemente.
–La niña perfecta –canturreó Eren con amargura, recibiendo un fuerte golpe en la cabeza por parte de su hermano mayor; sin embargo, Eren no se inmutó–. Todos sabemos que te dejaba ganar porque siempre has sido una niña llorona.
– ¿Dejarme ganar? ¿Con tu estado físico? Por favor, Eren, siempre has sido patético.
– ¡Tú eres una tramposa!
– ¡Y tú un...!
– ¡Bueno, ya basta! –Bianca aclaró su garganta con fuerza–. Mikasa, tú y yo vamos a ayudar a Carla con los trastes.
–No, para nada, ustedes son mis invitadas –renegó Carla.
–Por favor, mamá, deja que te ayude, aunque... –Eren fingió un gesto pensativo–. Quizás si la niña perfecta se parte una uña podría llorar. Creo que yo me encargaré –determinó poniéndose en pie.
– ¿Seguro? Los platos quizás sean muy pesados para ti, siempre has sido tan delicado.
– ¡Mikasa! –Reprendió Bianca.
–Eren, ya basta, no seas grosero –gruñó Zeke.
–No te preocupes, Carla, yo me encargo –aseguró la pelinegra sonriendo mientras tomaba todos los platos y comenzaba a apilarlos. Eren tomó las copas y las sujetó rápidamente.
–No, yo no hago. ¡Mikasa, deja todo ahí! ¡Eres una idiota y seguro que no podrás hacerlo bien!
– ¡Chicos! –Gruñó Grisha con exasperación.
– ¡Yo me encargo! –Vociferó Mikasa–. ¡Déjalo ahí!
– ¡Tonta!
– ¡Eres un idiota!
Los chicos comenzaron a tomar todos los trastes que podían entre sus brazos para llevarlos hacia la cocina, empujándose el uno al otro. Carla suspiró con pesadez, y Zeke le acarició el brazo.
–No te preocupes, mamá, prometo que repondré todo lo que rompan.
Carla estuvo a punto de refutar y decirle a su hijo mayor que seguramente Mikasa y Eren no podían ser tan infantiles; sin embargo, escuchó unos gritos antes de que sonara un fuerte estruendo de los platos rompiéndose. La mujer negó apoyando su mejilla en su mano.
–Está bien, que sea un trato.
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