TaiYuki II
TW: mención al TLP (trastorno límite de la personalidad), descripción de autolesiones.
Brazos entumecidos, garganta seca de tanto gritar, un dolor intermitente por todo su cuerpo y un agotamiento mental superlativo. Las piernas de Yukimura temblaban mientras él trataba de apoyarse en la pared para caminar, fracasando por el flaqueo que sentía por el dolor, teniendo que recostar su hombro en la mencionada pared.
Su rostro demostraba cansancio y sus ojos reflejaban el más puro de los terrores, mas, sin embargo, ni una lágrima dejaban caer. El aturdimiento de su cerebro se vio interrumpido cuando, sin poder controlarlo, sus manos se posaron sobre su cuero cabelludo y empezaron a frotar con rabia, clavando las uñas y, posteriormente, bajando por todo su rostro y cuello, parando en la clavícula, cuando las uñas ya habían arrasado con la piel de su cabeza en una vivida catarata de velocidad. No se quejó en ningún momento del dolor.
Caminó con dificultad, arrastrándose al lado de la pared y notando cómo la fricción erosionaba la piel de su brazo. Sus ojos todavía no lloraban, pero su interior podría jurar estar inundándose. Yukimura trató de pensar con claridad, no sabía qué había sido el detonante de ese episodio tan repentino, su mente estaba tan ofuscada que no podía pensar con claridad, y de tanto intentarlo se desesperó, golpeó su frente contra la pared y repitió la acción varias veces, notando cómo unas pocas lágrimas querían resbalarse, mas sin hacerlo al final. El temblor de su cuerpo aumentó, sus piernas flaqueaban más que antes y el dolor de los contundentes golpes que se había dado en ellas le provocaban dificultades para moverlas. Se desesperó más, se abrazó y empezó a frotar raudamente sus dedos contra su brazo, sin llegar a clavar las uñas, pero causando una fricción dolorosa que cada segundo aumentaba más de intensidad.
—Hyoga...—musitó Taiyo, entrando en la habitación en la que se encontraba el susodicho— ¿qué te pasa?
El tono de voz preocupado de Taiyo desestabilizó aún más a Yukimura, quien trastabilló hacia atrás mientras una intensa sensación de miedo, casi pánico, se cernía sobre él.
—A-aléjate de mí—. El tono de voz de Yukimura, entrecortado y melancólico, dejaba ver el pavor que sentía. Taiyo no pudo evitar querer acercarse, pero esperó a ver qué pasaba, solo moviendo suavemente una mano hacia adelante y marcando un gesto de preocupación en su rostro.
Yukimura se retorció sucintamente.
—¡Déjame!, ¡déjame!, ¡déjame!—gritó visceralmente mientras negaba en un intenso frenesí con la cabeza, y, de pronto, llevó la boca hasta uno de sus brazos, hincando sus dientes con fuerza, descargando mucha furia en el mordisco, al punto en que escuchó un sonido extraño que lo alarmó para detenerse, dejándose ver la marca de sus dientes en el brazo.
—¡Hyoga! Escúchame, no voy a hacerte daño... estoy aquí para ti.
Taiyo tenía miedo, no de Yukimura y de sus reacciones violentas, sino de herirlo más, le aterraba la idea de empeorar el estado de su novio en vez de ayudarlo. El chico de hebras azules negó con la cabeza varias veces mientras temblaba y se abrazaba; Taiyo caminó lentamente hasta él, quien al verlo cara a cara rompió a llorar por completo, cayendo una infinita cascada de lágrimas de sus pupilas. El de pelo naranja no supo qué hacer, más que abrazarlo.
Estuvieron en silencio unos segundos, segundos en los que Yukimura no pudo parar de llorar y temblar abrazado a su novio, quien acariciaba su espalda y le daba pequeños besos en la frente, mientras el temblor desaparecía poco a poco. La mano de Taiyo que acariciaba la espalda de Yukimura subió hasta su cabello, hundiéndose entre esas sedosas hebras y mimando el cuero cabelludo del peliazul, que ocultaba su rostro en el hombro de Taiyo.
—Llora, llora todo lo que quieras, nunca voy a decirte que no llores si no es lo que necesitas—. La voz de Taiyo siempre relajaba al nacido en Hokkaido, y esta vez lo ayudaba a calmarse un poco.
El abrazó se extendió por unos minutos en los que Taiyo mimaba a Yukimura en silencio. Si algo había aprendido Taiyo, es que si Yukimura no hablaba no tenía que pedirle hacerlo, ya hablarían en un momento menos delicado. En un momento dado, el de hebras naranjas volvió a besar la frente de Yukimura, para luego tratar de separar el abrazo.
—¡¡No me dejes solo!!
Yukimura dejó escapar ese grito desgarrador que hizo que el corazón de Taiyo diese un vuelco. El de cabello azul Taiyolozó con intensidad para después asesirse aún más a Taiyo, buscando desesperadamente que no se fuera.
—Calma—. Acarició su espalda una vez más, sonriendo con tranquilidad—. No me voy a ir hasta que estés bien.
El excapitán del Universal se movió un poco para ver a los acuosos ojos de Yukimura, los cuales estaban asustados, mas no reflejaban el intenso terror que antes emitían, por lo que Taiyo sonrió y le besó la nariz, cosa que hizo sentir un agradable escalofrío en el delantero de hielo y pudo sonreír un poco, volviendo a abrazar a Taiyo y musitando quedamente en su oído.
—Te amo.
Una hermosa sensación de calor se apoderó de Taiyo al escuchar las palabras de Yukimura, pues su respiración se iba calmando progresivamente, ya no temblaba y razonaba que quería estar abrazado a él, señales de que Yukimura empezaba a estabilizarse. El abrazo se mantuvo unos minutos en los que el peliazul poco a poco dejaba de llorar, pasando a ser un abrazo mutuo en el que ambos disfrutaban la calidez del otro. Taiyo se separó de Yukimura, acunando su rostro con ambas manos y dando un rápido vistazo a Yukimura, viendo las heridas que se ocuparía de tratar al llegar a casa.
—Mi amor, vámonos a casa—. Sonrío de esa forma tan específica que ablandaba el corazón de Yukimura.
—Gracias, Taiyo—. Se atrevió a decir.
El recién mencionado sonrió más ampliamente, para entonces, tras soltar el rostro del peliazul, entrelazar sus dedos con los de Yukimura y darle un beso, empezando a caminar juntos hacia casa sin separar los dedos un solo segundo.
Yukimura caminó sonriente, la vida junto a Taiyo era como vivir constantemente en el cielo, con la sensación de abrazar las nubes y tocar la luna solo con un salto, y cada vez que se resbalaba y caía en sus miserias, sabía que su amado de hebras naranjas estaría ahí para él.
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