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EnKaze II

El vociferar de las gotas de lluvia yacía en el suelo asfaltado de Inazuma, Nathan observa desde el ventanal de su casa cómo el fenómeno meteorológico inunda —metafóricamente— las calles de la ciudad. Inevitablemente muestra una mueca de desgana y decepción, dado que ese día iba a ser una cita con Mark en el parque de atracciones de la ciudad. Y siendo francos, ese no era su plan favorito, pero si se trataba de estar con su novio le satisfacía ir con él a un lugar que le gustase, más allá del campo de fútbol.

Empezó a llover minutos después de que se juntasen en la tienda de golosinas próxima al instituto a la que Mark acostumbra a ir, por lo que les faltaron segundos para ponerse a correr buscando refugio. Finalmente, el portal de la casa de Nathan apareció frente a sus ojos, encontrando un refugio bastante legal, que ya era algo importante.

Oh, casa sola...

Por supuesto que ese día los padres de Nathan estaban de viaje de negocios, básicamente todo se había alineado para hacer de su cita con Mark un desastre. Y no es que no le gustase estar con su novio en casa, no, en absoluto, es que le daba mucha vergüenza estar solo con su Mark en la comodidad de su casa.

Pero bueno, si quería hacer de su relación con Mark algo sano, bonito y duradero, debía perder esa vergüenza, fuera de la forma que fuera.

Nada más entraron a la vivienda decidieron turnarse para cambiarse la ropa, según las noticias llovería hasta la madrugada, por lo que era mejor que Mark se quedase a dormir.

Oh, Dios, eso sí que era vergonzoso para Nathan.

Mark no tuvo otra alternativa más que ponerse un pijama de Nathan, después de todo, tenían la misma talla —¡y eran pareja!— por lo que no fue un problema real. El peliazul se cambió primero, por eso esperaba en el salón mientras observaba la ventana y escuchaba el sonido del microondas calentando dos tazas de chocolate que se iban a tomar. 

—¡Ya estoy listo!— Mark llegó al salón y se acercó a Nathan.

El defensa observó el risueño rostro de su novio, su característica sonrisa reluciente y sus tiernas expresiones faciales; no pudo evitar pensar que se veía lindo sin su emblemática bandada naranja y con uno de sus pijamas puestos. Nathan sonrió enternecido y se acercó a Mark en no más de tres pasos.

—Te queda muy bien, te favorece el azul—comentó confidente.

Oh, esa escena definitivamente era vergonzosa, pero encima, un pedazo de cliché más grande que el reprobado de Willy en educación física.

—¡Gracias, Nathan!—Mark no se atrevía a decir motes cariñosos, pero lo que bien sabía hacer era abrir los brazos y aprisionar a su novio entre ellos.

De un momento a otro, mientras sus luceros permanecían conectados, los brazos de Nathan bajaron hasta aprisionar la cintura del portero, mientras que Mark los subió hasta el cuello del atleta. Las miradas de ambos se desvanecieron en un enternecedor negro traído por sus párpados, y tras inclinar las cabezas, juntaron sus labios suavemente.

Los besos siempre les daban un poco de vergüenza, pero de vez en cuando les gustaba hacerlo. Y a Nathan no le importaba que fuera cliché.

Se separaron en cuanto sintieron el sonido del microondas notificando que el chocolate ya había sido calentado. Se miraron por unas milésimas de segundo, Nathan tragó saliva y dio el paso que tanto tiempo llevaba esperando a hacer: tomó la mano de Mark y caminaron juntos hasta la cocina.

Nathan tomó sendas tazas de chocolate y le entregó una a Mark, advirtiendo por activa y por pasiva que estaba muy caliente y que no se quemase, pero bueno, la impulsividad del capitán hizo que esas advertencias fueran papel mojado y se quemó igualmente.

Aun así, Nathan rio un poco por lo acontecido, tomó la cadera de Mark con una mano y lo acercó a él para darle un beso en la frente.

—Te dije que te quemarías si no tenías cuidado...—reprochó, pero no de forma quejumbrosa o de reproche, solo rio levemente.

—¡No te rías!— se quejó un poco, pero enseguida cesó su protesta cuando Nathan entrelazó sus meñiques y empezaron a caminar de vuelta al salón.

Mark cortó el agarre de meñiques en cuanto llegaron al sofá y saltó de golpe para caer directamente en el mueble. El defensa peliazul se sentó con calma y tapó a ambos con una manta por encima.

Mientras la risa de Mark por haber hecho aquel salto llenaba la habitación de alegría, lo que dejó unos momentos para que Nathan pudiera pensar en lo que estaba pasando: había besado a Mark dos veces, una en los labios y otra en la frente, le había tomado de la mano, habían entrelazado sus meñiques y ahora estaban bajo la misma manta en el sofá. Sí, definitivamente no tenía motivos para sentir vergüenza, confiaba en Mark más que en nadie, y le amaba lo suficiente como para jugarse el tipo —como alguna vez mencionaban los comentaristas— y comerse balonazos en la cara solo para que no los tuviera que recibir Mark, y le importaba lo suficiente como para dejar el atletismo de lado y empezar a jugar al fútbol.

Sí, definitivamente amaba a ese risueño portero de hebras castañas. 

Y sí, podía ser un cliché, pero le gustaba ese cliché. Era su precioso cliché del que disfrutar cada día, y deseaba con fuerza poder llegar al matrimonio con él. Así que esta vez, tras darle un largo sorbo al chocolate, decidió ir levemente más lejos y acercó su mano a la pierna de Mark, acariciando su muslo para llamar su atención.

En ese momento, sus hormonas de adolescentes explotaron y ambos chicos se quedaron mirando unos segundos con un sonrojo en el rostro —aunque el de Mark era considerablemente más notorio—; Nathan se atrevió a hablar 

—¿Quieres ver un partido de fútbol, Mark? 

—Eh... ¡no! ¡O sea... sí! Pero siempre vemos lo que yo quiero, mejor que esta vez... veamos algo que quieras tú—se recompuso tras unos segundos y volvió a su habitual sonrisa carismática, calentando el corazón de Nathan todavía más.

—Gracias, Mark.

Nathan tomó el mando de la televisión y puso una película que ya llevaba interesándole desde hacía unos meses, por lo que no pudo evitar ponerla, sería mucho más especial verla junto a su adorado novio.

—Nathan, ¡te quiero mucho!—hizo una pausa mientras veía el atónito rostro del defensa— ¡No! ¡Te amo, te amo de verdad!

El corazón del velocista dio un vuelco que jamás había dado, Mark era adorable, y quería darle todo el amor que merecía.

—Yo también te amo, Mark, mucho más de lo que te lo he llegado a demostrar.

Las manos de ambos se entrelazaron de nuevo al compás que sus labios se juntaron en un casto beso que no buscaba nada más que el amor y cariño del otro.

Esa noche durmieron juntos, abrazados en la misma cama, sin importarles lo entumecidos que sentirían los brazos en el alba, simplemente querían amarse incluso en los brazos de Morfeo.

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