Extrañaba mucho convivir en familia, ya que habían pasado varios meses que me mantuve prácticamente alejada del mundo, sumida en tristeza y depresión por el divorcio, a pesar de que en ocasiones sentía que por fin todo mejoraría. Pero ahora, estaba tratando de reconstruir mi vida, seguir adelante con todo y que la mayoría del mundo se opusiera, o dijera comentarios negativos acerca de mi nuevo rumbo.

Estoy nerviosa, mientras acomodo las sillas detrás en el patio trasero de la casa de Jared. Los niños corren de un lado a otro, removiendo la tierra y el pasto húmedo, que causa un delicioso aroma a tierra mojada que me agrada.

—Tranquila —refunfuña mi madre, estresada por mi propia ansiedad.

—¿Qué tal si se arrepiente y no viene? —cuestiono al aire, buscando respuestas entre sus ráfagas.

—Va a venir.

Paso los próximos minutos manteniendo mi cabeza ocupada en cualquier cosa mientras la espera se hace eterna. Miro el celular cada segundo, esperanzada por un mensaje, o una llamada; hasta que el sonido del timbre de la puerta, me exalta y por ende doy un salto.

Acomodo mi ropa frente a la puerta antes de abrirla, y cuando lo hago, finalmente Leah está del otro lado, sonriente. Le correspondo con el mismo gesto y  rodeo sus hombros con mis brazos.

Huele a fragancia fresca, trae puesta una blusa a cuadros azul con gris y su dorado cabello recogido en una elegante cola de caballo, que apenas y se nota gracias al corto de cada hebra que conforma su melena. La invito a entrar.

Ella mira por doquier intentado ver a alguien.

—¿Dónde están todos?

—Afuera. Vamos —intento guiarla del brazo, pero se detiene de forma repentina.

—Espera. Estoy muy nerviosa. ¿Qué tal sino les caigo bien?

—Tranquila. Eso no va a pasar —le doy un delicado y fugaz beso para demostrar mi apoyo y animarla a continuar el camino.

Nos dirigimos al patio, y una vez mi familia nota su presencia estática en el marco de la puerta, dejan de hacer lo que hacían y se detienen a observarnos.

Hago muecas lo más discretas posibles para dar a entender que no es necesaria tanta atención y que dejen de incomodarla. Mi madre capta mi intención con prontitud.

—Oh, chicas. Adelante —invita. Hace señas con las manos para que nos acerquemos.

Creí que lo mejor para que la tensión se rompiera, era comenzar a presentarlos para que se forme un ambiente de confianza.

—Leah, ella es mi madre.

—Mucho gusto, Leah —Mamá toma la iniciativa y le sonríe al tiempo que extiende su mano.

Leah me ve buscando aprobación, así que yo asiento.

—Mucho gusto —corresponde.

—Él es mi hermano Jared y su esposa, Edna —amables, mi hermano y Edna la saludan. Todo comienza a fluir naturalmente.

Convivimos y reímos mientras degustamos la comida que está hecha por nuestras propias manos. Mejor dicho, por las manos de mi madre y de Jared, a quienes el arte culinario los ha bendecido mejor que al resto de nosotros.

Por fin me siento yo, me siento plena y segura con lo que tengo. Me siento feliz.

Las risas que salen espontáneas de sus bocas me causan escalofríos, pero unos agradables que llenan mi pecho de alegría. Me gusta ver a mi familia y a Leah felices. El panorama es perfecto.

El cielo comienza a verse pequeño en comparación a mí, puede decirse que ahora estamos casi a la par.

Es un día hermoso, y la vida también empieza a verse mejor. Anhelo más días como estos, ahora que tengo la compañía de quien siempre amé. Lo único que puedo desear, es que todo se mantenga así, así como tenía que ser desde un principio, a su lado.