9. Envidia.
Hay una multitud exagerada de personas haciendo fila en la entrada del gran salón lujoso, donde se preparó la ceremonia de presentación del nuevo jefe de Mark. Pensé que sería algo más íntimo, pero al parecer la gente de alta sociedad, desea que se dé a conocer al nuevo dueño de la reconocida empresa a todo al que sea posible.
Mark afortunadamente se lleva bien con la mayoría, y parece ser alguien cercano a las personas que supongo yo a simple vista, son de un rango respetable.
No había estado en un evento de esta magnitud y comienzo a sentir que desencajo por completo con los estándares promedios de la gente que está reunida aquí; veo mujeres con hermosos vestidos de diseñador y joyas caras, mientras que yo me verifico y cuestiono si mi vestimenta es apropiada para la ocasión.
Disimuladamente veo mi vestido sencillo de tela satinada color plata, con escote v en el frente y la espalda descubierta que permite ver en todo su esplendor las rosas trazadas, exhibiéndose como si trataran de una pintura a punto de ser negociada al mejor comerciante. Mis tacones negros abiertos solo tienen alguna que otra pedrería barata, aretes negros brillantes mientras que omití los brazaletes y collar.
Destacan mis anillos de bodas y de compromiso, mi peinado es sencillo, lacio y con la partitura de lado izquierdo. Mark nota mi incomodidad.
—Te ves hermosa —murmura sujetando mi mano pero sin voltearme a ver.
—No me dijiste la magnitud de esto, quizá debí esforzarme más —refunfuño.
—Claro que no. Lo sencillo es elegante y es como te ves tú.
Suspiro. Igual ya no hay nada que remediar, solo espero que la gente me preste su atención lo menos posible, lo mejor para mi es pasar desapercibida, pero es prácticamente imposible ya que cada persona que se acerca al hombre a mi lado pregunta por mí y me presenta. Yo fingiendo amabilidad les doy la mano a quien me la ofrece.
En un momento de tranquilidad y mientras seguimos en la fila, observo la estructura del lugar: tiene grandes pilares en la entrada de color hueso al igual que el resto del edificio, es muy alto y tiene ornamentos en color dorado, las puertas son enormes de madera vieja pero bien conservada.
Entre tanto contemplar la distinguida construcción, percibo que una mujer de edad avanzada muy bien arreglada, vestido morado con plumas en el escote alrededor de los hombros que me mira con desdén. Puedo ver como observa con detenimiento el tatuaje de la enredadera de rosas mientras hace muecas, luego se pasa por mi hombro y ve el otro dibujo a la vez que enarca una ceja. Su gesto me molesta y me hace sentir bastante irritada.
—¿Soy o me parezco? —Interrogo rudamente.
La mujer cambia su semblante en cuanto me escucha hablar, luego me observa con molestia y gira su cabeza al lado contrario para ignorar mi pregunta.
—Hija de... —maldigo iracunda.
—Jill, basta —Mark frena mi cólera.
—¿Qué? ¿Acaso no te diste cuenta de cómo me miraba?
—Sí que lo hice.
—Bueno si no vas a defenderme, al menos permite que yo lo haga —refunfuño confundida por su reacción de indiferencia.
—No aquí con toda esta gente presente. No me hagas esto.
Lo veo con ambos ojos abiertos de par en par sin comprender en lo absoluto su cambio de actitud tan repentino. Hace tan solos unos momentos me hablaba con ternura y ahora parece que en vez de llevar a su esposa a lado, está acompañado de una niña pequeña que necesita que la controlen por desobediente.
En otras circunstancias, él hubiera defendido mi integridad sin importarle la situación ni de quien se tratara, pero por alguna extraña razón lo noto molesto y neutral, como sino tuviera ganas de lidiar conmigo.
Finalmente logramos entrar y veo que el lugar está radiante e iluminado elegantemente: brillantes candelabros plateados cuelgan sobre nosotros, los pisos blancos y limpios, las mesas del banquete están cubiertas por finos manteles en color blanco con bordados en dorado. Todo está tan pulcro y siento que mi imagen no combina ni con el lugar ni con el resto de los invitados. Mi incomodad se acrecienta.
Conforme nos vamos adentrando, Mark saluda con las manos y de abrazo a quienes se acercan y a quienes están un poco más lejos, hasta que por fin nos detenemos en lo que parece ser el centro del lugar.
Meseros van y vienen con grandes charolas con bocadillos, copas de vino y champán. Uno se detiene a ofrecernos algo: Mark toma una copa de vino y un delicado trozo de sándwich, como yo no tengo idea de que es el resto de la comida me limito a imitarlo tomando lo mismo que él.
—¡Mark Dempsey! —Escuchamos lejos. Ambos giramos nuestra mirada para descubrir quién saluda.
Un hombre mayor como de unos setenta años con un hermoso traje azul marino, camisola blanca y un pequeño pañuelo amarillo dentro del bolsillo del saco —bastante bien parecido para su edad— se acerca y abraza a Mark.
—Señor Lira.
—Me alegra que hayas podido venir. Supongo que está hermosa joven es tu esposa —dirige su atención hacia mí y emana una elegante sonrisa, deja ver sus perfectos dientes blancos y limpios.
—Así es, ella es mi esposa, Jillian.
—Mucho gusto —saludo mientras extiendo mi mano y la presiono contra a la del refinado hombre. Puedo oler con mayor precisión, el aroma de su colonia cara.
—Mucho gusto, soy Alejandro Lira —se presenta al tiempo que toma mi mano y posa sus labios en el dorso de la misma. Su gesto anticuado me causa gracia, una que reprimo para no soltar una risita imprudente—. Hacen una hermosa pareja. Mark es un excelente empleado, trabaja muy duro para mantener a su familia contenta —menciona a la vez que lanza sonoras carcajadas.
Asiento y me rio en señal de aceptación.
Él sigue hablando, ahora dirigiéndose a Mark para charlar sobre asuntos de negocios, cuando veo a lo lejos a alguien que mi mente quiere reconocer de entre viejos y añejados pensamientos. Dudo unos momentos, pero después de un pequeño rato, identifico que es la hermana de Leah. Al parecer, Kate está trabajando como una de las meseras del lugar.
Ella no me ve pero yo siento la vergüenza recorrerme. Me posiciono al costado de Mark, con la ilusión de mantener mi perfil bajo ante ella.
—¡Ana, ven aquí! —Un grito me saca de mi órbita y me obliga a prestar atención.
Una hermosa mujer pelirroja con vestido negro y piel blanca se acerca. Su belleza me impresiona, así que detengo todo a mí alrededor para dedicarme a observarla y admirar su perfección.
—Mi preciosa Ana —el hombre sigue adulando a la joven mientras ella se acerca para saludarlo de mano y beso. Sonríe radiante mostrando sus dientes níveos y hermosos.
—Querido Alejandro —corresponde la pelirroja.
—Mira quien se encuentra aquí, Mark y su hermosa esposa —me siento avergonzada por las palabras de éste hombre.
Al llegar ella, solo hace que yo me sienta muy por debajo de los estándares de belleza, ya que es muy bonita y la elegancia la desborda.
Es la primera vez que la veo y finalmente puedo ponerle un rostro a una de las preferidas del jefe. De vez en cuando Mark la mencionaba admirando su capacidad para trabajar, adulando su creatividad sin dejar de lado su buen ánimo, a pesar de que los últimos meses ella estaba algo deprimida por un proceso de divorcio que enfrentaba.
Recuerdo en alguna ocasión, haber escuchado a Mark en una conversación por teléfono con un compañero donde el nombre de Ana apareció, lamentado su reciente separación con un abogado reconocido, que parecía la golpeaba y humillaba. El proceso se había tornado difícil debido a las grandes influencias del hombre, quién se oponía a pagar una suma de dinero estrepitosa, de la cual todo mundo ignoraba su exactitud.
Ese suceso había transformado la conducta de ella y concordaron en que lo mejor era solo apoyarla en el trayecto. Mark se compadecía mucho de la tal Ana, y a mí me daba la impresión de que a pesar de no conocerla, pretendía tener algo más que una amistad con él, probablemente con la excusa de sanar su corazón con ayuda de otra persona. Teoría que he confirmado hoy gracias a su actitud.
Dirige su mirada hacia Mark primeramente. Se acerca y lo saluda con un beso en la mejilla. Veo cómo le da un pequeño apretón en el hombro.
—Ella es mi esposa, Jillian —indica Mark presentándome con orgullo, pero yo noto como me mira unos segundos que parecieran una eternidad, una mirada que me incomoda. Después sonríe amablemente y me ofrece su mano para saludarla.
—Mucho gusto Jillian, soy Ana, compañera de Mark.
—Mucho gusto —digo tajante, pues me da la impresión de que no le agrado, a pesar de ser la primera vez que nos vemos.
De pronto, siento una mirada desconcertante que penetra con fuerza el área donde estamos. Aprovecho la plática de las tres personas que me rodean para buscar alguien que pudiera estar observándonos, no tardo mucho en encontrarla, pues a unos cuantos pasos de distancia, Kate se encuentra con una gran bandeja de bocadillos, sirviendo a otro grupo de personas.
Después, me ve fijamente negando con la cabeza ligeramente. Seguro escucho la conversación, suponiendo que pasó lo suficientemente cerca. Trato de ignorarla así que regreso mi atención a Mark y sus compañeros. Se ríen a carcajadas de algún comentario. Como me lo perdí, solo sonrió un poco para guardar las apariencias.
El resto de la noche me parece eterna, muero por irme a casa y descansar. Mi esposo me deja un momento sola mientras que habla con otros hombres y bebe de forma inusual, es incómodo puesto que no conozco a nadie y hacer amistades nuevas no se me da bien.
Miro a todas direcciones: los meseros van de un lado a otro para atender a los invitados, la gente conversa y ríe muy fuerte, me da la impresión de que todo mundo la está pasando muy bien, con excepción de mí.
A corta distancia está una mesa con pequeños panecillos, brochetas con frutas, sándwiches y copas de vino, me acerco a ella y para no molestar a las demás personas, me coloco por detrás.
Tomo una fresa que está sobrante en el plato de las brochetas y luego una copa de vino. Ingiero un gran trago de golpe, que me causa un leve mareo; hago una ligera mueca en señal de confusión. Me repongo del efecto repentino que me produce la bebida y sigo esperando por que el rato pase y Mark me diga que finalmente podemos retirarnos.
Después de un momento de soledad escucho las pisadas de alguien que se va acercando, hasta que me percato de la presencia de Ana a mi lado. Toma una copa de vino y yo volteo para verla: algo no me da buena espina.
—¿Te diviertes? —Pregunta mientras le da un sorbo delicado a su copa.
—Como nunca en mi vida —respondo con ironía. Me ve fijamente un poco confundida y después la comisura de sus labios forma una leve sonrisa.
Dirige su vista hacia al frente donde se encuentra mi esposo y las personas que están junto a él. Se queda viendo fijamente durante unos momentos.
—Eres muy afortunada, Mark es un gran hombre —voltea a verme. Sigue sonriéndome pero ahora siento algo de frialdad tanto en sus palabras como en sus gestos. No le digo nada y tampoco muestro acción alguna— pero seguro que tú eso ya lo sabes.
—Claro, es tan bueno que a veces siento que no lo merezco —desprendo de una de las brocheta un trozo de melón y lo llevo a mi boca.
De cierto modo lo que dije es verdad, él es muy bueno conmigo y a veces sé que no correspondo como él quisiera; sin embargo, no sé porque presiento que Ana intenta hacer algo para molestarme con esta conversación, por eso contesto con frialdad para no demostrarle que sus comentarios me afectan o me importan.
—Bueno, él te ama, puedo asegurar que el sí agradece que estés a su lado —enfatiza la palabra «sí» con un tono de voz peculiar, casi despectivo. Identificó que un poco de envidia sobre sale de su boca, tornando la plática en una circunstancia muy extraña y fastidiosa, pero no estoy dispuesta a permitir que pretenda hacerme sentir mal.
—No sé qué quieres decir con que él sí lo agradece, pero estoy consciente de ello y yo también estoy muy agradecida. No sé que tan al tanto estés de nuestro matrimonio, pero ambos nos conocemos muy bien para darnos cuenta de lo que sentimos el uno por el otro, no es necesario que terceros nos lo señalen —sonrío de forma hipócrita y observo como se da cuenta que sé a donde quiere llegar con esta charla.
Entre cierra un poco sus ojos, yo también la veo directamente sin hacer gesticulaciones y aguanto la mirada. Se ríe débilmente y se da por vencida.
—Que tengas buena noche —por fin rompe el momento de tensión.
—Buenas noches —contesto tajante. Ella se aleja.
Tomo otro gran trago de vino de la copa que conservo, todavía aturdida por la posición determinante y contundente de la chica.
De pronto, me percato de nueva cuenta de la presencia de otra persona, pero ahora del lado contrario de donde Ana había aparecido antes.
Roto sobre mi cuerpo unos cuantos grados para saber de quién se trata y me percato que Kate recoge las copas vacías que están en la mesa.
Mientras sigue con su atención en los cubiertos y sin mirarme a la cara, finalmente me dirige la palabra.
—Así que, ¿tienes esposo? —me quedo muda y sin hacer algún movimiento, pongo mis ojos hacia el frente evadiendo contacto visual con ella a como dé lugar. Ella se da cuenta que no sé que decir así que continúa con el interrogatorio— ¿Es en serio? ¿Te casaste con un hombre?
—Así es —afirmo a secas. Ella me ve incrédula.
—Jillian, ¿en qué momento te paso esa idea por la cabeza?
—Pregúntale a tu hermana —tomo otro trago de vino. Kate me ve atónita por mi respuesta.
—¿Vas a culpar a Leah por tus errores?
—No es un error. Fue una decisión que tome, y quizá no fue su culpa pero su jodida actitud influyó en gran parte. —Kate calla y solo niega con la cabeza
—Ella tuvo sus buenas razones.
—No hay justificación, Kate —comienzo a sentir el enojo brotar y expandirse por mi ser.
—¿Ya hablo contigo sobre lo que le pasó?
—Sí, ya tuvimos una plática acerca de ello. No hay justificación para lo que hizo. Pase años esperando por saber de ella, imaginado que lo peor le había pasado y a nadie le importó como me sentía. Incluso tú, cuando te busque para que me dijeras si sabías algo, dijiste que no, pero siempre supiste donde estuvo o dónde podía encontrarla y me negaste cualquier indicio de ella —Kate cambia su expresión: veo un poco de tristeza cuando le revelo mis sentimientos.
—Lo siento Jillian, pero le debía lealtad a mi hermana.
—Lo sé. Pero ya no importa.
—De todas formas, casarte no era la solución.
—Bueno, Leah tuvo sus motivos para largarse sin decirme nada, yo tuve los míos para casarme —el silencio se hace presente, supongo que mi respuesta hace que Kate reconsidere mi situación—. Supe lo de tu padre. En verdad lo siento mucho.
—Gracias —se limita a decir.
—Oye, no se lo dije a Leah, pero yo trabajo en el hospital y si creen que pueda ayudar en algo, no duden en buscarme por ahí
—Te lo agradezco —Kate emana una forzada sonrisa.
—¿Leah se quedo esta noche allá? —inmiscuyo curiosa.
—Sí, yo tenía que trabajar así que ella está con mi padre.
—¿Cómo está tu madre?
—Devastada.
Nos quedamos otro rato en silencio, ella sigue recogiendo las copas y platos. Mark comienza hacerme señas para que me acerque hacia él.
Espero que ya sea hora de marcharnos.
—Tengo que irme —aviso a Kate. Ella deja de hacer lo que hacía y me mira.
—Siento mucho lo de Leah, espero algún día puedas entender.
—No importa, Kate. Ya pasó —ella asiente con tristeza. Me alejo del lugar y voy en dirección a Mark.
Me acerco poco a poco y me percato de un notable aroma a alcohol proveniente directamente de él. Se ríe de algunos comentarios que no alcanzo a distinguir, que provienen de sus amigos.
—¡Aquí está mi linda esposa! —Vocifera al tiempo que me toma rudamente por la cintura y besa en la mejilla con brusquedad.
Hago un ademán de desacuerdo y me libero de entre sus brazos demostrando molestia ante su actitud inapropiada, pues me doy cuenta que es producto del exceso de las bebidas embriagantes corriendo por sus venas.
—Ni pienses que vas a conducir en ese estado. Voy a manejar yo —sentencio a regañadientes.
—Estoy bien, no necesito que tú conduzcas. Además, en mi estado, es más probable que lleguemos sanos y salvos que si tú nos llevarás, a las mujeres no se les da el volante.
Tanto él como sus amigos lanzan sonoras carcajadas, las cuales terminan por consumir mi paciencia.
—¿Ah, sí?, bueno entonces regresa tú solo porque yo no voy a ir contigo. Te espero en casa, si es que eres capaz de llegar.
Todos detienen sus risas para observarme salir del lugar, prácticamente huyendo.
Me dirijo hacia la acera para pedir un taxi que me lleve a mi destino, pero tras de mí alcanzo a oír las pisadas de alguien que se acerca con prontitud.
—¡Jillian! —Una voz masculina me detiene— espera, solo fue una broma.
—No me pareció que lo fuera. Más bien lo sentí como algo que tenías reprimiendo desde hace tiempo y que finalmente pudiste sacar.
—Claro que no. Olvida lo que dije, soy un idiota. Toma las llaves y llévanos a casa, por favor.
Dudo un momento y luego froto mi frente para aclarar mis ideas. Termino por tomar las llaves y nos dirigimos al vehículo.
Luego de una larga noche por fin podemos irnos. Vamos en el auto camino a casa bajo un pesado silencio, cuando sin previo aviso Mark rompe la bruma del momento.
—Veo que tú y Ana se llevan bien, platicaron un buen rato —dice sonriente. Lo veo con una ceja alzada y regreso mi vista al frente, haciendo caso omiso de su comentario— ¿No fue así?
—Que ella te lo diga —respondo en seco. Mark ya no toca el tema de Ana pero pasa a otro todavía más incómodo.
—¿Quién era la chica con la que hablabas? ¿Alguna otra ex novia de la que deba enterarme? —Aprieto mis manos sobre el volante, evidentemente molesta por sus insinuaciones y giro un segundo para fulminarlo con la mirada, trato de calmarme un poco antes de decir algo.
—No, pero estabas cerca —se lo digo de forma hostil y cortante.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
—¿Y quién era?
—La hermana de Leah —noto la tensión en el ambiente y percibo cómo su cuerpo se pone un poco rígido al escuchar su nombre.
—¿Qué quería? —Pregunta con tono serio y sin gesticular.
—Solo hablamos un poco.
—¿Sobre qué? Si puedo saber —su insistencia me comienza a irritar porque sé que pregunta para averiguar sobre Leah y lo que pudieron contarme.
—Sobre ella y sobre mí. Su padre está muy enfermo y le ofrecí mi ayuda en el hospital.
—¿Qué le pasa a su padre?
—Tiene cáncer —se queda pasmado mientras continúa contemplando el exterior a través de la ventana.
—¿Y sabe algo sobre Leah? —Indaga. Me sorprende la forma tan directa en la que ha hecho la pregunta, dudo si es buena idea comentarle sobre su aparición, pero presiento que no es el momento, así que opto por decirle una pequeña mentira.
—No lo sé. No pregunte —contesto fríamente.
—¿Así que prácticamente está ella sola lidiando con su familia? Vaya hermana la que tiene —se mofa. Si él supiera.
Me quedo en silencio, sin atreverme a verlo a los ojos. Toda esta situación se hace más grande y no tengo el valor de ni siquiera contárselo como si se tratara de un comentario simple sin importancia. Continúo callando con temor de que diga algo más; que altere la veracidad de mis palabras.
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