4. Revelacion.
Finalmente llega el día.
Hace cuatro años que Mark y yo decidimos unir nuestras vidas para hacernos compañía el resto de nuestros días. Así lo juramos.
Cada año pienso en ese momento y retrocedo en el tiempo para recordar aquellos días que nos trajeron hasta hoy. No puedo quejarme, ha sido mi mejor amigo desde hace varios años, además de ser buen hombre y esposo —muy a pesar de ciertas manías de macho que he sabido enfrentar—.
Él ha estado en los momentos más difíciles, me ha apoyado siempre. En general, considero nuestro matrimonio como una buena unión.
Por la mañana antes de marcharme al hospital, me había sorprendido con una caja amplia y plana, la cual tenía un vestido blanco corto con flores rojas y de tirantes gruesos, la falda adornada con ligeros holanes.
Mark me hizo saber que le encantaría que lo usara para nuestra cena; así que aquí estoy, frente al espejo terminando de arreglarme, con un vestido floreado entallado en mi cuerpo.
La prenda deja a la vista algunos de los tatuajes que adornan mi piel, sobre todo uno del cual guardo gran nostalgia. En mi hombro derecho tengo grabadas dos fechas significativas en romano, una debajo de la otra. Mi fecha de nacimiento y la de un amor del pasado: Leah.
También sobre el escote de la espalda, se asoma levemente una enredadera con rosas, la cual abarca desde mi espalda del lado derecho, cruzando al extremo izquierdo, rozando mis costillas.
Definitivamente no es mi gusto en vestimenta, pero una vez al año está bien, además quiero que Mark vea que aprecio sus atenciones, aunque no sea precisamente de mi agrado. De vez en cuando hay que disimular y decir mentiras piadosas.
Opto por maquillarme un poco más de lo acostumbrado: colocando algo de base y polvo en mi rostro, un poco de delineador y máscara para pestañas. Invertí algo más de tiempo utilizando la pinza para el cabello, para formar ondas delicadas que apoyaran a enmarcar mi rostro y diferenciarlo de la rutina de verse desaliñado, como la mayor del parte del tiempo.
Antes de salir del cuarto, me detengo a observar el joyero que reposa sobre el tocador. Lo abro y veo los anillos de boda y compromiso perfectamente conservados por la falta de exposición. Suelo usarlos precisamente en nuestro aniversario, por lo que lentamente los embono en mi dedo anular izquierdo, no muy complacida.
Bajo a la sala donde él se encuentra para avisarle que estoy lista. Me ve asombrado, ya que no suelo vestirme de esta manera y menos arreglarme tanto como lo hice hoy.
Por su parte, Mark lleva puesto un pantalón negro de vestir, zapatos fórmales color negro y camisola azul cielo. No puedo negar que es un hombre muy atractivo que llama la atención de las mujeres cuando lo ven.
Tiene tez clara, cabello un poco largo ondulado de color castaño oscuro, el cual comúnmente reposa sobre su cara, solo que esta noche decidió peinarlo un poco, por lo que cada mechón se encuentra en su lugar. Es poseedor de ligeros músculos que le dan un aspecto protector pero sin llegar a ser de un físico prominente, es de estatura media y sus ojos son color chocolate.
Su perfecta dentadura se muestra a la vista mientras sonríe y me ve bajar las escaleras. Luego mira la hora en el reloj que le regalé. Cuando se da cuenta de todo el esfuerzo sobre humano que tuve que hacer para verme a la par de bien que él, me besa dulcemente.
—Pues, vámonos — me dirijo a él. No deja de verme, lo que me resulta un poco incómodo.
—Te ves realmente hermosa —por fin me dice. Creí que quizá no le agradaba lo que veía.
—Te lo agradezco. Disculpa si me he tardado, sabes que no estoy acostumbrada a esto —digo mientras me señalo a mí misma haciendo referencia a mi vestimenta y maquillaje—, pero me esforzado.
—Te ves preciosa, no tienes por qué disculparte. Vamos, tenemos que llegar a tiempo.
Emprendemos camino hacia un lugar el cual desconozco. Mark se tomó muy en serio lo de la sorpresa ya que no me ha dicho hacia a dónde nos dirigimos, por más que he preguntado.
Me he rendido, por lo que solo veo por fuera de la ventana del auto con la expectativa de que se tratara todo este misterio que ha formado con tanto empeño.
Normalmente el día de nuestro aniversario siempre es caluroso y hermoso, como si supiera a conciencia que es un día para celebrarse. Muy rara vez llueve o el viento incomoda y esta vez no fue así, pues veo las estrellas y el cielo despejado, envolviéndonos en un romance particular.
Me recuerda a esas citas nocturnas en los cines al aire libre donde se podía compartir una película en la privacidad de un auto. No fue en mi tiempo, pero me hubiera encantado haber experimentado una cita similar.
Sin embargo, lo de hoy son cenas románticas a la luz de la luna o en su caso, en un restaurante. Supongo que es algo que deberé presenciar como ya es una tradición entre Mark y yo.
Me enfoco en la luna que está especialmente brillante y enorme, me fijo en los grandes edificios y las luces que alumbran la ciudad. Al poco tiempo, distingo que las edificaciones pertenecen a un área de la ciudad que es de las más lujosas. Las casas y los establecimientos son reconocidos por ser habitadas y visitadas por gente de dinero con altos puestos en empresas o en el gobierno. No tengo idea de a donde me llevan, pero intento no perder la cordura.
De pronto, Mark se dirige al estacionamiento de uno de los restaurantes más prestigiosos de los que he oído hablar y comienzo a sentirme nerviosa. Estaciona el auto y me abre la puerta, lentamente. Yo con los ojos muy abiertos me bajo sin quitarle la mirada inquietante de encima.
—Mark... ¿cómo hiciste esto? —inquiero atónita, evidentemente preocupada por cómo es que logro pagar esta reservación.
—No te preocupes, yo me las arregle.
—Pero, ¿cómo lo hiciste? —repito para obtener respuestas.
—Jillian, no te preocupes y disfrútalo. Es solo una noche. Llevo mucho tiempo planeando traerte aquí, así que todo está controlado —Mark trata de tranquilizarme, por lo que afirmo y lo sigo hasta la entrada.
Tiene razón, solo es una noche y además no se nos hará costumbre el venir; tampoco es que tuviéramos esa posibilidad.
Hemos sido muy cuidadosos con el hecho de derrochar a diestra y siniestra nuestro dinero, pues estamos ahorrando lo más posible para adquirir una casa más grande y bonita. Él dijo que compraríamos las que más me gustara a mí, sin importar el precio.
Entramos por la puerta principal, creada del cristal más brillante y pulcro que haya visto. Tan cristalino que podrías confundirte fácilmente suponiendo que no hay nada que intervenga con tu camino; sino fuera por unas elegantes y doradas manijas que se perciben, lo más probable es que terminaras estrellándote vergonzosamente en ellas.
En el interior y los costados, se ubican unos grandes pilares que nos reciben de color negro rutilante, los pisos en mosaico a blanco y negro te hacen imaginar que estás caminando sobre un tablero de ajedrez perfectamente lustrado. Puedo ver incluso el reflejo de mi cuerpo en él, cual espejo gigante.
Nos acercamos hacia la recepción del lugar, que se ubica un poco más al frente. Mark da su nombre y de inmediato nos guían hacia una mesa para dos. Mientras caminamos, no puedo evitar pensar que es el restaurante más refinando en el que mis humildes zapatos se han posado. Me preocupa dejar rastros de suciedad en los mosaicos más claros.
Las paredes son de un gris claro, las mesas vestidas con delicados y finos manteles blancos como el mismísimo algodón recién cortado, las sillas negras hacen juego con el suelo y las decoraciones de las mesas y las vajillas, cuentan con sensibles diseños dorados; hasta las servilletas parecen ser hechas a mano.
El mesero que nos atiende, nos indica una mesa ubicada al centro de una de las áreas más tranquilas del restaurante. En ésta, hay unas velas pintadas de dorado sobre unos pequeños platos negros, que logran un acabado perfecto y sofisticado, además de romántico. Ya nos espera también, una cubeta de metal con hielo y en su interior, una botella de champán.
Mark me extiende la silla para que pueda sentarme. De manera muy rápida el mesero nos ofrece los menús y en seguida nos disponemos a leerlos mientras se aleja y nos deja un momento privado para pensar que ordenar.
En cuanto abro las páginas de un pequeño cuadernillo de cuero negro con hojas blancas, letras en negro y el título del platillo en dorado, caigo estrepitosamente en cuenta, de que no reconozco nada de lo que ofrecen y no puedo evitar hacer muecas cada vez que leo los ingredientes, y las formas inusuales en los que fueron cocinados.
—No sé qué pedir, todo es tan.... extraño —volteo para mirar a Mark y me percato que también tiene gesto confundido, tampoco esperaba encontrar comida tan exótica y sofisticada, algo a lo que desde luego, no estamos acostumbrados. Lo encuentro en la misma encrucijada que yo, así que me rio por su expresión. Al darse cuenta, también se ríe porque ambos no tenemos idea de lo que estos menús tratan de mostrarnos.
Pronto llega el mesero para preguntarnos qué es lo que queremos. Mi esposo al no tener más remedio, solo señala una pasta con pechuga de pollo y ensalada: es el platillo que más se le parece a lo que comemos de vez en cuando, y yo por mi parte me limito a ordenar lo mismo para evitar sorpresas desagradables.
Durante la espera, platicamos sobre como nos fue durante el día en el trabajo; es una plática tranquila y amena. Agradezco no tocar temas como la cena de Kristy o el conflicto que tuve con su madre y tampoco sobre el tema de los hijos.
Al cabo de un pequeño rato, siento la necesidad de utilizar el baño del restaurante, por lo que le aviso a Mark y me levanto en búsqueda de los mismos.
Para evitar la pena de meterme en lugares equivocados, le pregunto a un mesero que veo pasar por la localización del sanitario, quién amablemente me la señala detrás de unos muros rugosos de los que caen hilos de agua, formando una serena cascada.
Al entrar, lo primero que noto es lo impecable que está y lo elegante que también es. Las paredes de azulejos blancos y grises hacen que un opulento porte lo engalane, los lavamanos son de mármol, las llaves del paso de agua son de color dorado con diseños elegantes que hacen juego. Frente a la puerta de la entrada y a lado de los fregaderos hay espejos de cuerpo completo.
Evito verme en ellos para no sentirme incómoda con mi aspecto, por lo que entro a unos de los cubículos, dándome la vuelta bruscamente sin prestarme mayor atención; sin embargo, a la salida me percato de mi sombra en el espejo. Me centro un poco más para alcanzar a visualizarme mejor. Aliso con las manos los holanes del vestido que comienza a arrugarse un poco.
No me siento yo, pero es solo por ésta noche.
«Pareces una muñeca falsa», me reprocho a mí misma. Nunca imaginé tener que hacer algo en contra de mi voluntad por complacer a alguien más, pero estoy consciente de que a veces hay que ceder para mantener las aguas quietas y relajadas, dentro de este océano llamado matrimonio.
Trato de no darle mucha importancia al asunto de la ropa ni de la imagen que tengo ésta noche.
Abro una de las llaves y humedezco las manos para luego tomar un poco de jabón en forma de espuma del dispensador.
En ese momento, escucho como la puerta se abre pero no presto atención y sigo masajeando mis manos a la vez que el agua resbala. A continuación, percibo como un silencio singular invade la habitación, solo para que la tranquilidad se viera irrumpida por una voz que me resulta familiar y que me provoca un leve estado de shock. Intento reconocerla a la misma vez que niego la posibilidad de que esa voz le pertenezca a quien sospecho.
—¿Jillian? ¿Jillian Riley? —Mencionan mi nombre con un hilo de voz.
Me quedo helada por unos segundos, hasta que finalmente el cuerpo me responde sosegado. Giro sobre mi eje de forma casi robótica, mi mirada se alza con parsimonia para averiguar y confirmar si mis sospechas son ciertas.
Efectivamente, se trata de quien me temía.
—Quién lo diría, te vuelvo a ver después de tanto...
Frente a mí, se encuentra una joven de cabello castaño oscuro y corto, ojos azul profundo con brazos y manos tatuadas hasta los nudillos, vestida con lo que deduzco, es un traje varonil costoso y de diseñador.
—Amy... —suspiro a la vez que jadeo de la impresión. Mis ojos no dan crédito a lo que ven.
—Vaya, sí que ha pasado tiempo, te ves tan... distinta —comenta mientras me observa de pies a cabeza. Sonríe con ironía.
—Tú sigues igual. Te ves bien —es lo único que mi cerebro procesa para decirle, ya que no puedo pensar en algo más. El silencio incómodo vuelve, pero ella no tarda en instaurar más diálogo.
—Gracias. Tú te ves diferente pero igual te ves muy bien. Me alegra que estés bien.
—Gracias, Tú... ¿cómo estás? ¿Qué te trae por aquí? —finalmente mi cabeza comienza a trabajar. Lenta, pero con seguridad.
—Estoy en una cena de negocios.
—Que bien, ¿ahora...ahora dónde trabajas? —tartamudeo.
—Soy editora en el periódico Debates.
—Wow, felicidades. Bien por ti
—Te lo agradezco. ¿Qué hay de ti? —inquiere, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Trabajo en el hospital general en el área de laboratorio.
—Así que lo hiciste, ¿no? Te convertiste en Química bióloga. Felicidades —responde, dando un ligero aplauso.
Nuevamente me escanea de pies a cabeza y yo comienzo a sentir un calor que proviene de mi vientre y se extiende velozmente por el resto de mi anatomía, hasta que veo como su mirada se detiene específicamente en mi mano izquierda. Me doy cuenta que nota mi anillo de bodas y el de compromiso. Sorprendida, abre los ojos al mismo tiempo que intenta disimular su perplejidad.
—¿Te casaste? —suelta sin más rodeos. Yo nerviosa y tímida le contesto.
—Si... —el mutismo aparece por unos cuantos segundos, que parecen ser una eternidad. Finalmente ella decide abrir la charla de nueva cuenta.
—Sí que ibas en serio... Ha de ser muy afortunada —agrega entre cerrando los ojos, con una expresión que me cuesta descifrar. Sus palabras son como patadas en mi rostro.
La situación se torna cada vez más incómoda y a pesar de ello no se rinde. No se va por las ramas al querer indagar más a fondo.
—¿Te casaste con Leah? Felicidades —su afirmación me remueve las entrañas. Como si en vez de eso, tuviera una serpiente que se enrosca bruscamente adentro del estómago.
—No... —susurro desganada. La palabra apenas sale de mi boca.
Antes de que la situación se ponga más tensa, busco algún pretexto que me ayude a salir de esta disyuntiva y termine diciendo otras cosas de más, por la falta de autocontrol y la inquietud que su presencia me desencadena.
—Bueno, debo irme. Fue un gusto saludarte y me alegra que estés tan bien. Cuídate —manifiesto, mientras intento salir del baño, pero como ella está justamente en la entrada, roso muy cerca de su cuerpo, logrando captar ese aroma dulce que la caracteriza desde siempre. Un aroma que creí haber olvidado y que incluso después de tanto, aún me resulta familiar.
—Hasta luego, suerte para ti también —se despide a la vez que me voy alejando. Logro salir del cuarto y voy rápidamente a la mesa con Mark. Inmediatamente, nota desde lejos que mi expresión esta desencajada.
—¿Te encuentras bien, Jill?
—Sí —contesto cortante—. Que bien que ya trajeron la cena. Podemos comer para poder regresar pronto a casa —agrego, realmente aliviada de que la cena esté servida.
—¿Ya quieres irte? —La decepción y confusión brotan en su rostro— ¿Te sientes mal? ¿Quieres que te lleve al doctor?
—No, no, para nada —digo instantáneamente, para evitar que se preocupe más de la cuenta por algo que no tiene relevancia. Al menos para él.
—¿Entonces?
—No por nada, en serio. Solo cenemos, ¿quieres? —me apresuro a llevarme el primer bocado e intento desviar la conversación a otra parte—. Esta delicioso, ¿ya lo probaste?
—Sí, esta excelente.
—Sí, quizá pudiéramos tratar de cocinarlo en casa. Intentar hacer la versión económica, ¿no crees?...
—Buenas noches —la voz femenina de antes se pronuncia.
Amy se encuentra justo de tras mío y yo puedo predecir que nada bueno surgirá al aparecerse frente a Mark.
—Buenas noches —dice, enarcando una de las cejas.
—Disculpen mi intromisión. Solo quise pasar a saludarlos. Mi nombre es Amy. Amy Hunter, soy... un vieja amiga de Jillian —siento la mirada de ambos clavadas en mí y yo solo deseo que me trague la tierra.
De nueva cuenta me llevo un bocado de comida para no tener que decir nada. Sonrío ligeramente con la boca llena.
—Oh, pues mucho gusto. Soy Mark, su esposo —cierro los ojos como acto de reflejo, deseando desaparecer. Al abrirlos, noto una cara de seriedad en Amy, que ahora está más cerca y a mi costado. Me ve con frialdad y puedo distinguir que no cree lo que escucha.
Me percato de un resentimiento oculto que no ha desaparecido.
—Mucho gusto, Mark —Amy estira su mano hacia él. Ambos corresponden el saludo—. Gusto en verlos. No los molesto más, se ve que la pasan muy bien.
—Sí, es nuestro cuarto aniversario de bodas —comparte sin escatimar en información. No puedo con más con la imprudencia de su parte ni con las miradas ocultas y fulminantes que ella me lanza cada que procesa lo que oye.
—Vaya, me perdí de mucho, ¿no, Jillian? Cuatro años de matrimonio —distingo el sarcasmo en sus palabras y en sus labios encorvados formando una sonrisa falsa—. Felicidades. Pero bueno, me retiro. Nuevamente mucho gusto Mark. Espero saber de ti pronto, Jillian.
Amy se despide guiñándonos un ojo y diciendo adiós con la mano. Gracias porque el momento más incómodo del día ya se terminó; sin embargo, los cuestionamientos solo están por comenzar.
—¿Qué carajos acaba de pasar? —pregunta Mark un poco perplejo.
—Una amiga vino a saludar —le digo, mientras sigo comiendo y sin mirarlo a los ojos.
—De casualidad, ¿no será ella la razón por la cual querías irte?
—Claro que no, porque sería ella una razón.
—No lo sé, tú explícame —sugiere, mientras apoya sus codos sobre la mesa y recarga el mentón sobre el dorso de ambas manos.
Sé que con todo esto no se dará por vencido hasta que no le diga la verdad; me conoce muy bien como para identificar aquellas cosas que me molestan y, definitivamente se dio cuenta que la presencia de Amy me desconcertó demasiado.
—Jillian, por favor...
—Mark, solo cenemos, ¿sí? No es necesario explicar nada —comienzo a irritarme por su insistencia, pero mi reacción solo lo hace desconfiar más y él también comienza a enojarse.
—¿Qué me estás ocultando? Estoy seguro que esa mujer no llegó a presentarse nada más porque sí; me di cuenta como te veía. —Opina, atando cabos sueltos.
Me siento derrotada porque sé que no podré seguir ocultando más esta parte de mi historia.
—¿De verdad quieres saber? —pregunto, arrojando el tenedor sobre mi plato.
—Creo que es obvio —contesta muy seguro de su petición.
—Bien —no me queda otra salida. Respiro hondo antes de contarle en resumidas palabras, lo que ocurrió con ella hace ya algunos cuantos años.
—Recuerdas a Leah, ¿no?
—Como olvidarla —afirma con tono irónico.
—Antes de Leah yo... bueno yo... —intento capturar palabras en el aire, de forma que lo que tengo que confesar, se exprese con la debida elocuencia y calma, pero fracaso ya que siento que no hay manera en la que esto se pueda apaciguar. Opto por simplemente decirle sin más rodeos.
—Salí con Amy hace algunos años —Mark me ve sin expresión alguna, hasta que habla para hacer otra pregunta.
—¿Y por qué te miraba como si te odiara?
—Porque lo hace —manifiesto, cerrando los ojos. Me he dado cuenta que he hablado sin pensarlo, ya que sé que esa respuesta le causará más curiosidad a Mark.
—Debe haber una razón y quiero saberla —otra vez respiro hondo y nerviosamente sigo con la historia.
—Conocí a Leah cuando todavía salía con Amy —tomo una pausa antes de seguir.
Froto mis manos, porque estoy muy nerviosa y porque mi esposo no conocía esta parte de mi pasado y sé que se enfadará por habérsela ocultado. Me hace una seña para que prosiga
—Yo... yo... —las palabras se atoran en mi garganta.
—¿Tú? ¿Tú qué, Jill? ¿Qué hiciste? —presiona para que continúe. Más vale que lo diga de una vez antes de seguir prolongando su desesperación.
—Yo engañe a Amy con Leah —escupo sin vacilar. Ya está, lo dije. Mark no hace ni dice nada. Me mira con un gesto neutro que me pone de nervios. Yo me enfoco en terminar mi platillo, evitando verlo a los ojos.
Después de unos segundos de asimilar la información, Mark se frota la cabeza con los dedos de su mano izquierda.
—¿Por qué nunca me contaste sobre Amy?
—No lo sé, pasó hace mucho tiempo y sinceramente no creí que habría necesidad de que lo supieras. No contemplé que volvería a verla y menos en estas circunstancias —declaro. No quise recordar esta parte de la cual no me siento orgullosa. Cometí un grave error y no imaginé nunca que después de tanto tiempo la vida me cobraría mi mal comportamiento de esta manera.
Después de mi confesión Mark no hace nada y no continúa con más preguntas, solo trata de terminar su comida pero veo que le es difícil concentrarse en lo que está haciendo. Durante el resto de la noche, no vuelve a dirigirme la palabra y respeto eso.
Sé que mi silencio le causa conflicto y desconfianza, además yo me siento avergonzada por lo que hice, a pesar de los años es algo de lo que no he sido capaz de olvidar, al igual que no he superado cada uno de los errores que he cometido.
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