3. Irrision.
Llega el fin de semana, y estoy terminando de vestirme para ir a casa de la madre de Mark y así festejar a la esposa de su hermano, con la que no me llevo nada bien. Me resulta muy difícil poder llevarme bien con su familia, su hermano es con quien más he conversado y de todas formas no se puede decir que haya plena convivencia; es frustrante tener que pasar tiempo con gente que no te hace sentir bienvenida, pero es la familia de mi esposo y son como responsabilidad con la que debo cumplir.
Termino de subir mis pantalones cuando Mark entra a la habitación y me mira extrañado.
—Creí que usarías el vestido azul —supone a la vez que enarca una de sus cejas.
Volteo a verme al espejo para verificar mi vestimenta: uso pantalones de mezclilla y una camisa de franela a cuadros rojos y blancos desabotonada, que deja ver la blusa blanca que llevo debajo, sin mencionar que uso mis viejos, cómodos y siempre confiables Vans grises.
—Bueno... cambie de opinión, ¿me veo muy mal? —la tierna mirada de Mark me reconforta y da una repuesta que me tranquiliza.
—Con lo que te pongas te ves hermosa. Es más, te ves tan sexy que si no fuera porque se nos haría tarde, te quitaría toda la ropa en este momento.
—Sí, o quizá porque no te gusta —refuto con sarcasmo.
—Claro que no, te ves hermosa, pero ya debemos irnos. Te espero abajo.
Asiento y termino de arreglarme. No estoy emocionada en lo absoluto, preferiría quedarme en casa haciendo cualquier otra cosa que ver a la familia de Mark, aunque se escuche egoísta, pero siempre he pensado en que si a ellos no les importa tratarme con un poco más de tacto, yo no tengo porque hacerlo. Uno da lo que recibe, como dicen por ahí.
Escucho cuando Mark enciende el auto, una clara señal de que está desesperado por marcharse, y aunque yo esté lista, mi falta de entusiasmo hace que no desee bajar e irme. Sin embargo, en algún momento tengo que hacerlo y si tengo suerte, no tardaremos mucho tiempo en la reunión. Entre más rápido pase esto, menos dura será la agonía.
Finalmente llegamos a la casa de la tortura. Es una casa grande con bastante espacio y patio excelente para las reuniones, me gusta el sitio, más no la gente que lo habita. Mark llama a la puerta y su madre nos abre al instante. A él lo saluda con gran emoción.
—¡Mark por fin llegaste! —«Llegamos señora, no viene solo». Refunfuño en mis adentros— Oh, Hola Jillian —saluda con una amabilidad hipócrita.
—Buenas tardes —respondo a regañadientes pero tratando de disimular mi molestia. A pesar de su actitud merece, un poquito de respeto y de paciencia.
—Pasen ya estamos afuera, los esperábamos para comenzar a comer.
Entramos a la casa que en su mayoría es de madera muy sólida, es una casa muy hermosa.
Es la misma casa donde Mark y su hermano se criaron y crecieron junto a su madre y su padre. Ya hace tres años del fallecimiento del señor Dempsey, pero su recuerdo perdura en las múltiples fotos colgadas en las paredes. Hay cuadros con escenas de la familia donde se aprecian muy felices.
Me da nostalgia verlas, porque me recuerda a algo que yo deje de tener, cuando mis padres decidieron divorciarse. Incluso, puede que desde antes de eso.
La familia es de tradiciones conservadoras. Los domingos eran para levantarse temprano y acudir a la iglesia, desayunar después del sermón a algún restaurante cercano y concluir el día en un juego de béisbol para que los dos varones de la casa se empezaran a formar dentro de los gustos de su padre. El deporte siempre fue una costumbre para ellos.
Dentro del período escolar, ambos muchachos habían pertenecido al equipo local de béisbol de la ciudad, lo que les propinó cierto prestigio y fama entre los lugareños. Cabe mencionar que Kristy y yo éramos vistas como todas unas suertudas por haber conquistado los corazones de dos de los mejores prospectos. Obviamente, ella se lo tomaba muy en serio, por lo que su actitud de diva inalcanzable se acentuó aún más cuando finalmente Tomas, le pidió matrimonio.
Yo por mi parte, solo decía que era una mujer afortunada por tener a un excelente hombre que me hiciera compañía: guapo, atlético y por si fuera poco, inteligente y de excelentes calificaciones, graduado con honores de la universidad como Licenciado en Mercadotecnia.
Aun así, ambos jóvenes habían adoptado ciertas costumbres algo machistas de su padre, aspecto que no dejaba que me afectaran, puesto que yo no le permitía a Mark que se saliera con la suya cuando él intentaba imponerme sus reglas y creencias anticuadas. Mi rebeldía aún me precede y me he sabido apoyar en ella hasta la fecha.
El descontento de la señora Sarah Dempsey hacia mi persona, proviene desde que decidió compararnos a Kristy y a mí: ella viene de una buena familia, dueños de uno de los negocios de ventas de uniformes deportivos más reconocidos, también graduada con honores como contadora pública.
Mientras que yo... digamos que mis orígenes es lo único que le reconforta a mi querida suegra; mi padre dentista —mal pagado en uno de los hospitales públicos de la ciudad—, también proveniente de una familia religiosa, y mi madre cuenta con un buen título como licenciada en administración de empresas, pero como no encontraba trabajo de su profesión, decidió administrar una tienda de conveniencia cerca de casa.
Sin embargo, la mancha negra en mi historial, es la vida adolescente sin control que yo misma decidí crear dentro de bares, donde no pedían identificación a los menores de edad para consumir bebidas alcohólicas, sin mencionar que desde muy joven comencé a desarrollar un gusto por los tatuajes, perforaciones y la falta de interés por seguir las reglas. Atributos con los que yo contaba y que con obviedad, ellos no veían con ojos de aprobación. Pero a Mark nunca no le importó que yo tuviera uno que otro tatuaje en la piel y ciertos desórdenes en mi vida, siempre fue consciente de quién era y lo que había hecho. Aun así tuvo la valentía para enamorarse de mí y aceptarme.
Muy a pesar de la oposición de sus padres ante nuestra relación, de lo que la gente decía y de lo que yo misma había confesado sobre mi pasado, siempre siguió firme con su decisión de permanecer a mi lado, firmando el contrato que declaraba que a partir de ese momento, debíamos compartir nuestras vidas para estar en las buenas y en las malas. Razones de más para que ninguno de sus padres estuviera conforme con la elección de esposa que él había hecho cuando me lo propuso.
He sabido lidiar con eso hasta ahora y de cierta manera, su familia también ha sabido lidiar conmigo y las inmoralidades falsas que se me atribuían. Inmoralidades que cabe destacar, nunca han tenido un fundamento sólido, pues se basan en dimes y diretes de las personas que solo escuchaban la versión que querían. Digo, no es que no haya cometido errores, pero la gente suele distorsionar la realidad de lo que pasa en verdad.
Dejé de preocuparme por ello cuando me di cuenta que no tenía que rendirle cuentas a nadie, mucho menos a una familia estirada con creencias y costumbres del siglo pasado.
Mientras caminamos por el pasillo que lleva a la sala y la cocina, la madre de Mark se detiene y me dice señalado a la barra de la cocina:
—Oye Jillian, ¿puedes partir el pastel?
—Sí, no hay problema —ella sonríe ante mi buena disposición.
—Vamos Mark, tengo algo que mostrarte —y sin más, se lo lleva hacia afuera donde se encuentra el resto de la gente, dejándome adentro y sola.
Puedo entender el mensaje: de momento no quiere que me mezcle con ellos. Los veo alejarse con resentimiento.
Ésta mujer definitivamente no me traga y yo mucho menos. Por alguna razón, desde que me casé con Mark mi paciencia aumentó un poco, ya que en realidad mi carácter fuerte se reprime automáticamente, solo por el simple hecho de evadir cualquier situación incómoda que mi imprudencia pudiera causar.
Sin duda, cuando me ofenden no vacilo ni un momento en defenderme de quien sea, cuando sea necesario; aunque en ocasiones con esta familia he estado a punto de perder los estribos.
Hoy, sospecho que puede ser uno de esos días en lo que se entorpezca dicha habilidad. Quizá, eso puede ser una causa potente para que no me aprecien, ya que no dudo en responder tajante, ni siquiera a su madre, siempre y cuando la situación lo amerite.
Realmente espero que no sea una de esas veces. Si quieren que me quede rezagada en la comodidad de su casa lo haré, al fin y al cabo no tengo ganas de convivir con ellos.
Después de un rato considerable, Mark entra en mi búsqueda.
—¿Por qué no has salido?
—Estoy partiendo el pastel, como me lo pidió tú madre —el sarcasmo empieza a fluir en mis palabras. No pienso ocultar mi molestia.
—¿Tienes treinta minutos cortando el pastel? —me pregunta extrañado.
—Quiero que quede perfecto —espeto mientras entorno los ojos y suelto un poco de veneno, para liberar la furia que hay en mi interior. Mi esposo empieza a sospechar que estoy enojada por la situación, y comienza a masajearse las sienes con el dedo medio y pulgar, como no queriendo perder la paciencia.
Él sabe perfectamente cómo suelen terminar estos eventos cuando yo también pierdo la serenidad, así que su preocupación también va en aumento.
—Vamos, tienes que salir en algún momento.
—Si salgo o no, les va a dar completamente igual y yo estoy muy cómoda aquí —lo digo a la vez que continúo rebanando el pan de chocolate con betún frente a mí, con una delicada hipocresía.
—Jillian, no seas inmadura. Vamos afuera, todos estamos esperando.
—¿Por mí, o por el pastel?
—Jillian.... —Mark suspira.
No deseo causarle molestias, principalmente porque se trata de su familia y sé que él no tiene la culpa de nuestras diferencias. Más vale que termine por ceder. «Inhala y exhala, Jillian».
—Bien, pasaré al baño y después saldré con ustedes —resignada, decido tratar de convivir con la familia.
—Está bien, pero no te tardes más de la cuenta —advierte. Digo que sí con la cabeza y me encamino hacia el baño.
Oigo como Mark sale de la casa porque platica con sus sobrinos, producto de la relación de su hermano y la insoportable de Kristy; incluso así, son niños buenos a quienes sin duda alguna aprecio con todo mi corazón.
La ventana del baño queda en dirección al patio trasero, donde todos se encuentran conviviendo, así que inesperadamente escucho un poco de la plática que tienen. Distingo fácilmente la voz chillona de Kristy.
—¿Dónde está tu mujer? —cuestiona. Escucho como Mark le comenta acerca de mi ubicación. No parecen percatarse de que estando yo aquí, puedo oírlos fuerte y claro
—Lleva tiempo ahí no crees, deberías buscarla, otra vez —«Ah, con que fue ella la de la idea de buscarme e interrumpirme en mi momento más cómodo dentro de la cocina». Concluyo internamente.
—No, no va a tardar.
—¿Está enferma o algo así? —su madre interviene.
—No, bueno no lo sé. No que yo sepa —responde, comenzando a dudar.
Es obvio que sino he comentado nada al respecto es porque estoy perfectamente bien; pero no hay problema, que mamá siga metiendo ideas raras a tu cabeza. Sin embargo, esa no es la idea más loca que escucho.
—¿No estará embarazada? Quizá esta vomitando —agrega su madre.
Una ola de calor producida por un ataque de cólera, me llena por cada rincón. En qué cabeza cabe decir algo así. Quisiera estar presente para detener sus palabras, pero para su buena suerte no me encuentro ahí; porque de no haber sido así, no sé qué hubiera hecho.
De momento, sigo prestando atención a las barbaridades que dicen.
—¿Eso es verdad, Mark? ¿Finalmente seré tío? —su hermano lo cuestiona bastante emocionado.
—Eh, no. De ser así no hubiera podido contener la noticia más tiempo.
—Bueno, no sé qué esperan para hacerme abuela. Moriré sin conocer a tus hijos.
Me quedo atónita al escucharla.
Antes de casarnos le comenté a Mark sobre mis deseos nulos de ser madre, puesto que nunca ha sido prioridad en mi vida. Él acepto mi condición, así que me extraña que no se los haya comentado antes, incluso en este mismo momento. Debo salir inmediatamente antes de que otra cosa suceda.
Al salir al patio con el pastel en las manos, noto que siguen la conversación, pero nadie se ha percatado de mi presencia, por lo que camino despacio para acercarme y escuchar un poco más sobre la plática antes de interrumpir. Entonces su madre sigue soltando más palabras sin sentido.
—Llevan cuatro años casados y no puede ser que todavía no tengan hijos. Quizá haya algún problema de salud... ¿no la haz llevado a revisión?
—No madre, es solo que de momento no está en los planes. Estamos disfrutando nuestra etapa. Estamos bien solos por ahora —menciona poco convencido de sus propias palabras. Se supone que estaríamos bien solos el resto de nuestro matrimonio.
No puedo creer que no sea capaz de decírselos, pero si no lo hace él, lo haré yo.
—Más adelante será incapaz de concebir. Lo del reloj biológico es muy cierto. Deberían apresurarse antes de que sea muy tarde.
—No se preocupe —interrumpo tratando de contener mi molestia— Mark y yo ya habíamos tomado una decisión antes de casarnos. Yo no deseo ser madre y él lo sabe, así lo decidimos. Nada tiene que ver si soy estéril o no, si es que lo pensó —lo digo sin más rodeos a la vez que tomo asiento y sonrío con malicia.
Me alegro de tumbar sus ilusiones sin consideración alguna.
Todos se quedan en silencio mirándome, yo solo me dispongo a tomar una rebanada de pastel perfectamente cortado por mí misma, al tiempo que lo muerdo lentamente.
—Nadie me compartió esa decisión —refunfuña la señora de la casa, bastante inconforme. Pero quien se cree qué es.
—Bueno, no tenemos por qué hacerlo. Con que él y yo lo sepamos es más que suficiente.
—Pero Mark se ve tan ilusionado con la idea de formar una familia, ¿de verdad serás tan cruel como para negarle esa oportunidad? —ahora la venenosa de Kristy, se entromete. Poco a poco voy perdiendo la paciencia; tengo que calmarme.
—No —insisto, mientras tomo aire poco a poco para no enloquecer—, él estuvo de acuerdo con la decisión, ¿cierto, Mark? —él se dedica a evadirme la mirada. Me doy cuenta de que no está compartiendo mis pensamientos como lo había hecho hace cuatro años.
—Bueno, de momento no es prioridad. Lo veremos con el tiempo —con esa respuesta me contra dice completamente y hace que me quede helada.
Cuando me casé con él, sabía que esa era mi decisión. Me enoja saber que ahora no la respeta.
—No Mark, no cambiare de opinión —tajante se lo hago saber.
—Bueno, uno nunca sabe si en un descuido pueda ocurrir algo —Kristy añade mientras se ríe ligeramente por la comisura del labio y toma un sorbo de agua. La fulmino con la mirada.
—No tenemos una vida sexual de la cual presumir, así que dudo mucho que un descuido ocurra. Además, cuando llega a pasar, tomamos nuestras precauciones, no por nada hemos pasado cuatro años nosotros solos.
De nueva cuenta reina el silencio, la incomodidad se hace presente y Mark me ve con desaprobación.
Trate de contenerme, pero ellos no cooperaron del todo así que no es toda culpa mía. No pienso seguir con la discusión, así que me limito a continuar con una conversación que no llevará a ningún lugar.
—Bueno, espero les agrade el pastel. Yo misma lo corté —rompo el hielo, desbordando veneno y tomando otra de las rebanadas.
El resto de la tarde no transcurre amenamente, sin mencionar que no felicité a Kristy hasta el momento en que nos fuimos. Todos hablaban entre ellos y evitaban incluirme en la charla. Yo no hice esfuerzos por seguir la corriente. El único que me dirigía la palabra de vez en cuando era Mark, pero de manera distante, pues su disgusto aún prevalecía en su actitud. Supongo que gracias a ello, al poco tiempo decidió que lo mejor era irnos y yo no pude estar más de acuerdo, aunque sabía que llegando a casa la cosa no sería mejor.
Inevitablemente, cada vez que vamos a visitar a su madre o a su hermano, estas discusiones siempre ocurren: yo me siento menos preciada por todos ellos y él hace como si ese rechazo no formará parte de nuestra realidad, además considero que no hace mucho por resolverlo.
Por fortuna, yo misma he sabido defenderme y soy consciente de que no debo ser una razón para que él discuta con su familia. Sé de primera mano lo que es no tener una buena relación con gente tan primordial como la familia. Bendito matrimonio.
Puedo decir que el ambiente después no fue tenso, se notó como Mark hizo un esfuerzo por no continuar molesto y yo hice lo mismo.
Me encuentro con los ojos cerrados sentada en uno de las mesas de la estancia, mientras disfruto de una cálida y alentadora taza de café, al tiempo que reviso los pendientes que tengo cuando escucho llegar a Dafne muy animada; temo que va a preguntar cómo fue mi fin de semana.
Tiene el conocimiento perfecto de lo mal que me llevo con la familia de Mark, así que después del momento tenso y repulsivo de pasar un rato con ellos, viene la parte terapéutica de recordarlo cuando se lo cuento a ella, ya una vez con los ánimos tranquilos.
—Buenos días —saluda sonriente.
—Buenos días.
—Y bien, ¿cómo te fue con tu familia política? —inquiere curiosa, a la vez que toma asiento y apoya su mentón en el dorso de ambas manos alzadas.
—Como sino lo sospecharas —masajeo las sienes. Al recordar el momento me provoca dolor de cabeza, pero trato de sonreír a pesar del malestar.
—¿Tan mal fue esta vez?
—No es que haya sigo peor, solo que estoy cansada y no sé cuánto tiempo tendré que soportarlo. No quiero causarle conflictos a Mark —Dafne comprende la gravedad de la situación, y en vez de reír solo me ve con compasión, puedo suponer que no sabe que palabras utilizar para causar un alivio.
—¿Ya hablaste con Mark?
—Siempre es lo mismo, no cree o no quiere creer qué hay un problema. Pero da igual, supongo que lo mejor es simplemente evitar conflictos.
—No puedes hacer eso. Es desgastante.
—Claro que sí y no tengo otra opción, además ya me las arreglaré —Dafne solo suspira, sé que desconoce cómo reconfortarme y lo entiendo, es difícil estar en estas circunstancias. Para mi buena suerte desvía el tema.
—¿Y están listos para mañana? Ya cumplen cuatro años de lindo matrimonio —sonríe más emocionada e ilusionada de lo que yo estoy.
—Sí, supongo.
—¿Qué vas a regalarle a Mark? Una gran noche de pasión, supongo —sugiere en medio de un susurro. Su opción me causa escalofríos.
Cabe destacar que nuestra vida íntima es escasa desde que nuestra relación empezó, y hacerlo en la noche de nuestro aniversario parece más una tradición que un gusto.
Me rio nerviosa y no respondo. Trato de pensar en algo que ayude disimular mi falta de emotividad.
—Le compré un reloj y le enviaré un desayuno personalizado a su trabajo —su cara cambia de emoción a desilusión.
—¿Eso es todo? —pregunta decepcionada por mi comentario tan gris. Creo que quizá si lo hubiera dicho con alegría —por lo menos fingida—, lograría menos frialdad en mi respuesta ante fecha tan significativa.
—Se me acabaron las ideas —confieso mientras cruzo los brazos frente a mi pecho.
—Ash, eres la mujer menos romántica que conozco. Mejor ya vámonos al laboratorio antes de que congeles aquí —su comentario me da gracia así que no puedo evitar reírme a carcajadas.
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