26. Certeza.
Nos quedamos varios minutos en el auto, escenificando las posibles reacciones de mi padre y el cómo podíamos hacerle frente. Nos dimos por vencidos al darnos cuenta que sin importar cuán preparados estuviéramos, todo sería realmente impredecible, así que optamos por salir del auto para encaminarnos a la puerta.
Todo mi cuerpo tiembla del miedo, como si cada fibra de mi ser estuviera compuesta de gelatina en vez de huesos y piel.
Jared tomó la iniciativa y tocó directo en la puerta emitiendo sonidos con sus puños. Al cabo de un rato, Joseph Riley se asomó por la ranura que se formó entre la puerta y el arco de la misma.
—Hola, papá —saludo inmensamente nerviosa.
—Hola —corresponde dubitativo, mientras nos ve a mi hermano y a mí.
Su mirada demuestra cierta desconfianza, como si de antemano ya supiera que algo malo pasa y por ello estamos plantados frente a él.
—¿Podemos pasar? —Pregunta Jared, también algo nervioso.
Nos hace una invitación algo desinteresada, como sino tuviera otra opción más que permitirnos entrar porque ya estamos ahí. No parece emocionado en lo absoluto por el hecho de que sus dos hijos tuvieran intención de visitarlo.
—¿Cómo estás? —Le pregunto hipócritamente, con la intención de desviar un poco la tensión.
—Estoy bien —responde tajante. Jared entorna los ojos como diciendo «sigue siendo él, no ha cambiado nada y ni pienses que va a reaccionar positivamente con aquello que vas a decirle». Trago saliva.
—¿Qué los trae por aquí? —Interroga.
En ese momento, vacía algo de agua hervida en una taza que proviene de la tetera color azul, desgastada y quemada para proseguir con la preparación de un café, que cabe mencionar, no nos ofrece.
Parece como si ya presintiera algo, porque a decir verdad, no es cómo que Jared y yo lo visitemos frecuentemente. Casi siempre es por motivos de convivencia familiar o porque simplemente tenemos que comunicarle algo, que en la mayoría de las veces, no es algo precisamente bueno, así que para él ya es fácil deducirlo.
—Sí bueno, yo-yo tengo que hablar contigo —pronuncio con voz débil.
—Pues adelante —dice mientras toma un sorbo de su café negro.
Comienzo a sudar en silencio, siento las gotas de agua recorrer por mis costillas y caer sobre el borde del pantalón.
Por su parte, mi hermano se sienta en una de los taburetes situados en la cocina, asintiendo disimuladamente para darme ánimos y apoyo.
—Escucha papá, es sobre algo delicado de lo que debo hablarte, y espero en verdad que lo entiendas, aunque sé que no será nada fácil.
—Pues dilo, y sin rodeos —menciona sin gesticular.
Tomo todo el aire que a mis pulmones les es posible y se lo suelto sin rodeos, como lo pidió.
—Mark y yo... he-hemos considerado mucho sobre estos cuatro años de matrimonio que llevamos juntos. Han sido muy buenos, pero creemos que tenemos ciertas diferencias que...que impiden... impiden que sigamos con nuestras vidas unidas —Joseph, sigue bebiendo su café y me ve directamente a los ojos sin ofrecer señales de entendimiento—, los dos hablamos mucho sobre esto y... y ambos hemos decidido... divorciarnos —arrastro la última palabra para intentar suavizar la acción.
Es evidente que trato de modificar un poco las verdaderas razones del divorcio, pero sé que si le digo a mi padre que incluso Mark está de acuerdo con la separación, podría ser más razonable y no echarme la culpa del fracaso de nuestro matrimonio. Aunque sé que la verdad es totalmente opuesta.
El tema del divorcio no es algo ajeno a la familia. Recuerdo los amargos momentos que mi hermano y yo pasamos durante el proceso de separación de nuestros padres.
Tenían ya dieciocho años casados y en menos de un mes mi madre fue quien tomo la iniciativa, cuando mi padre me envió al hospital por los golpes que me dió cuando se enteraron de mi relación con Leah. Sin embargo, yo los recuerdo como un matrimonio feliz.
Mi padre proviene de una familia religiosa y conservadora, de ahí su exigencia porque todos siguiéramos las reglas del bien de Dios. Por otra parte, mi madre venía de una familia algo más liberal, pero que aún no tenían mucho conocimiento acerca de las personas que se atraían por su mismo sexo.
En pocas palabras, no los veían bien o mal, pero tampoco pensaron que dentro de su dinastía hubiera quien se atreviera a demostrarlo.
Ellos se amaban y nos dejaban saber que nosotros, sus hijos, éramos producto de esa unión pura y cariñosa llena de afecto, ansiosos por cubrirnos de ese delicado y tierno manto.
Pero mi madre no soportó más, cuando mi padre se opuso a que a Jared siguiera su sueño de ser músico y mucho menos, que me tratara como una criminal por estar enamorada de alguien que él no aprobaba. Fue ahí donde ella se dio cuenta que el amor no es suficiente para permanecer a lado de una persona.
—¿De qué estás hablando? —Pregunta enarcando una ceja.
—Hay diferencias entre nosotros. Ya nos estamos enamorados y queremos separarnos de forma amistosa, para que cada quien siga su camino —Joseph me sigue con la mirada y detiene la vista en mis manos nerviosas que se frotan entre sí.
Sé que no me cree en lo más mínimo, puesto que entre cierra los ojos y sigue observándome, como esperando el momento preciso para detectar algo que me descubra, pero intento mantenerme firme.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Creí que lo correcto era comunicártelo antes y en persona.
—No te creo, Jillian —confiesa molesto—. Es obvio el por qué de su separación. El matrimonio es algo que no se puede romper tan fácilmente y de la noche a la mañana. Algo grave debió pasar para que ambos tomaran esa decisión, si es que si fue idea de los dos.
—Sí, lo entiendo, pero bueno, el amor se acaba, ¿no?
—No. En su caso, no se acaba el amor donde nunca lo hubo —me quedo en silencio y helada.
Siempre fue consciente de que todo era una gran bola asquerosa de mentiras y aun así, no me apoyo.
—Sí, supongo —admito. Inmediatamente me percato que no es la mejor respuesta para darle.
Se acerca a mi dirección y después de verme fijamente por fracción de segundos, me planta la palma de su mano sobre el rostro, haciéndome girar completamente sobre el eje mi cuello.
—¡Papá! —Aturdida por el golpe, apenas oigo que Jared grita furioso.
De un instante a otro, lo veo a mi lado verificando que mi estado. Pero esta vez, no logró sacarme ni una gota de sangre o desencajarme la quijada.
Me invade la tristeza, porque por una vez en mucho tiempo, pensé que al final me comprendería.
—Eres una pérdida. No alcanzarás el perdón si te divorcias.
—¿Qué? ¿De qué perdón hablas? ¿Del de Dios, o el tuyo? Por qué siento que Dios si me ha perdonado hace mucho tiempo, al igual que todos los que me rodean, con excepción de ti —alego a regañadientes, evitando con todas mis fuerzas expresar totalmente, todo el coraje y la impotencia que siento.
—No metas a Dios en esto.
—¿Por qué no? Tú lo haces todo el tiempo para echarme en cara que soy un asco de persona, una vergüenza para la familia y que no seré merecedora del cielo. ¿Pero sabes qué? Lo intenté, me casé con un hombre del que no pude enamorarme por más que traté, solo para complacerte. No me interesaba que Dios me aceptara, quien quería que me amara eras tú; pero ni siquiera ese puto matrimonio de mierda logro que me aceptaras aunque fuera un poco. Y ya no puedo más, aguanté cuatro años pero llegué a mi límite, papá. No importa lo que haga, nunca vas a amarme tal y como soy. Así que mi decisión definitiva es divorciarme, estés de acuerdo o no.
La ira de Joseph comienza a salir por sus ojos. Tiene toda la intención de desquitarse conmigo, pero Jared lo detiene interponiendo su musculoso cuerpo entre los dos y sujetando a mi padre por las muñecas.
—No te atrevas a tocarla —lo condena.
Se libera bruscamente de las manos de Jared, y antes de que pudiera hacer o decir otra cosa, salimos de esa casa derrotados.
Estoy triste, pero al menos intenté hacerlo por la vía correcta. Aún tengo esperanzas de que alguna día mi padre logre quererme y aceptarme con todos y mis errores, y gustos diferentes.
Tengo el corazón latiendo a mil por hora y el estómago hecho añicos.
Llegamos con mucho tiempo de anticipación, pues el estar en espera en casa de mi madre me provocaba inmensas ansias.
Me acompaña mi madre y desde luego, mi abogada Beatriz. Mientras sigo en la amarga espera, golpeo el suelo con la punta del pie. Volteo a ver a todas direcciones a cada rato para verificar quién entra y quien sale del establecimiento.
—Tranquila —me apacigua mi madre. Yo solo finjo una sonrisa.
Sin embargo, el estrés y los nervios me impiden mantener la calma y continúo con movimientos repetitivos para liberarme.
—¿Qué tal sino viene? ¿Qué tal si se arrepintió? —expreso para ambas mujeres, que me miran con aire preocupado.
—Tiene que venir. No tiene otra opción. —Betty me sonríe y pone una de sus manos sobre mi hombro.
Los segundos parecen horas y Mark no llega al juzgado. Solo faltan diez minutos para que llegue la hora acordada y yo me mantengo impaciente.
—Oh, mira, hablando del rey de Roma —señala Betty, dirigiendo su atención hacia el otro extremo del edificio.
Mark y su abogado caminan rápidamente. Él abrocha uno de los botones del saco color gris claro que cubre su torso bien formado. El alma me vuelve al cuerpo y sé realmente que esto va muy en serio.
Mis acompañantes y yo nos levantamos para acercarnos a la puerta, hasta que Mark queda delante de mí mientras su abogado saluda amablemente a Betty.
Mark me ve con gesto serio y su respiración es irregular, luego de una fracción de segundos me sonríe discretamente.
—Adelante. Pasen. —ordena un hombre ya bastante mayor, envuelto en un traje fino de color azul marino. El abogado de Mark.
Él me da el pase señalando la entrada con su mano. Un gesto caballeroso, así que entramos mi abogada y yo, dejando a mí madre en espera, afuera del pequeño cuarto donde nos introducimos.
Todos tomamos nuestro asiento respectivo, y mientras leen los acuerdos a los que llegamos, yo pongo atención a la mirada pérdida de Mark al tiempo que todos escuchan al hombre que habla.
Ya sabía que era lo que decía, puesto que anteriormente, Mark y yo habíamos quedado en un amigable acuerdo con todo lo que teníamos que hacer, así que no presto suficiente atención. Mi atención está completamente sobre él, su mirada perdida y seriedad, la vista clavada en la mesa frente a él, pero conservando la serenidad; de vez en cuando asiente cuando el abogado dice no sé qué cosa. Señal de que está escuchando cada palabra.
Lo último que pude oír fue que todos los bienes poseídos en nuestro matrimonio se venderían y se repartiría el dinero a partes iguales, incluyendo la casa, pero cada quien conservaría su propio automóvil. Así lo quisimos.
Luego veo que a Mark le tienden los papeles para que prosiga con la firma. En ese instante el corazón se me detiene a la par que su mano sobre el documento, diviso que no escribe y me pongo nerviosa, quizá se arrepienta en el último momento; pero el siente mi mirada y alza la suya, solo para darse cuenta que me mantengo alerta a su movimiento sobre el papel. Finalmente lo hace y firma.
Es mi turno de firmar, lo hago en ese instante, convencida de que es la decisión correcta.
Ya está hecho. Somos libres de seguir cada uno por su propio camino, como si nuestras vidas nunca hubieran coincidido, pero con un recuerdo que se desvanecería con el tiempo.
Todos nos levantamos pero los primeros en salir del cuarto son Mark y su abogado, seguidos por Betty y por mí. Tenía toda la intención de decirle algunas palabras a mi ahora ex esposo, pero no se me ocurría nada acorde a la situación. Es más, no creía en verdad que hubiera algo que pudiera decir para amenizar el momento.
No hice más que quedarme parada a lado de mi madre y Betty, viendo como Mark es consolado por su acompañante; sin embargo, de un momento a otro se detiene y luego gira su cabeza a mi dirección, viéndome con ojos llorosos, pero a pesar a ello, me sonríe.
Hago lo mismo como agradecimiento. Supe entonces que no hacía falta decirle nada y que, nuestras sonrisas eran todo lo que había que decir.
Luego, él se va del lugar. Sin saber por qué, ahora siento un vacío en mi corazón: no solo he perdido a mi pareja, sino también a mi mejor amigo y eso, era lo que más me dolía.
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