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20. Perdición.

Asumo que mis esfuerzos por vernos decentes, rindieron frutos: los hombres voltean a vernos y nos lanzan piropos lindos, aunque otros no tanto. No hacemos caso a los malos comentarios y mejor pasamos de largo. Estamos aquí con el único propósito de pasarla bien, y distraernos de todo lo funesto que nos rodea.

Nos adentramos al lugar que huele a humo de cigarro y alcohol; está parcialmente oscuro. Sino fuera por unas cuantas luces de colores que dan ambiente, no podríamos ver el camino a seguir.

La música suena muy fuerte y las personas bailan y beben; otros ríen a carcajadas y hay quienes lloran en los rincones. Leah me toma de la mano para llevarme al frente del lugar donde está la barra de las bebidas.

No soy una persona muy social, y casi siempre debo beber unas cuantas copas para empezar soltarme y divertirme un poco más. Leah también es algo reservada, pero con ayuda del alcohol es fácil que se convierta en alguien distinta.

Comienza por ordenar un gran tarro de cerveza, seguido de bebidas preparadas y fuma algunos cigarros. Como yo seré la conductora designada, me limito a solo beber un tarro de cerveza e imito la acción de fumar.

La música suena y suena a todo volumen,  ella se empieza a reír y observa a la gente que baila. Puedo percibir que lentamente entra en un estado etílico considerable, mientras yo intento controlarme.

Luego de un pequeño rato conversando entre nosotras, veo como un muchacho a lo lejos nos examina y susurra algo a sus acompañantes, se ríen y continúan con su charla. Están a espaldas de Leah, así que no nota la escena que yo sigo disimuladamente.

Al cabo de un momento, el sujeto se acerca amablemente y saluda con la mano, al tiempo que se acerca a nuestras caras para permitir que lo escuchemos mejor.

—Hola.

—Hola —saluda Leah, evidentemente incómoda. Yo me quedo callada y mirando.

—¿Te gustaría bailar? —Le pregunta directamente a ella. Me quedo quieta incapaz a de emitir algún sonido o hacer algún gesto.

Leah voltea a verme esperando una especie de aprobación de mi parte. No puedo prohibirle nada así que solo me encojo de hombros.

Decide aceptar la invitación del hombre y caminan unos cuantos pasos adelante: empiezan a moverse al ritmo de la música. Yo me quedo viéndolos mientras tomo un trago de vodka. No puedo evitar sentir un poco de celos al observarlos, así que no retiro mi mirada ni una sola vez.

Leah me ve ocasionalmente y cuando lo hace, evado su vista girando hacia otro lado, fingiendo demencia.

Sigo con los sentidos atentos, luego decido fijar la mirada en ellos a la vez que sigo bebiendo y fumando como consecuencia de mi enojo.

Noto fácilmente las vulgares intenciones del tipo, pues toma a Leah de la cintura con cierta malicia y le susurra cosas al odio. Ella tuerce la boca y entre cierra los ojos, intentando seguirle la corriente pero manteniendo su distancia.

Al cabo de unos minutos, Leah se acerca al oído del tipo y parece decirle algo que no le gusta mucho, hace una mueca y ella hace señas de disculpa. En seguida la tengo de nuevo a mi lado.

—¿Todo bien? —Me pregunta al oído.

—Sí. ¿Por qué regresaste? Se ve que te divertías —manifiesto y luego tomo otro trago de una nueva bebida de color rojo y naranja.

—¿Estás celosa?

—¿De quién? ¿De él? Ni si quiera te gustan los hombres —mi comentario no parece agradarle del todo, porque frunce el ceño. Tengo la sensación de haberme pasado con esas palabras.

Después se tranquiliza y relaja su rostro.

—A ti tampoco, y aun así estoy celosa de tu estúpido esposo —espeta, tomando una gran trago de cerveza.

Su comentario me asombra y abro los ojos lo más grande que mi anatomía me lo permite.

No sé qué decir al respecto, así que guardo silencio y hago caso omiso del comentario, al mismo tiempo que termino mi bebida. Ella pega su rostro más cerca del mío.

—Dime, ¿te molesta que baile con él? —Pregunta con una mirada ardiente a la vez que ve mis labios de forma provocativa.

Dado su estado, se ríe nerviosa esperando una respuesta que no le brindo. En cambio, la veo con un gesto frío e indiferente para no demostrar que sí, en efecto, estoy celosa.

—¿No vas a decir nada?

—No. No vale la pena, Leah. Si empezamos hablar sobre esto, terminaremos peleando y no vinimos a eso.

Desvía la mirada para enfocarla al resto de las personas que se divierten y luego me ve fijamente. Yo sostengo su mirada por unos segundos. Su respiración se agita, se muerde el labio y yo me contengo de lanzarme sobre ella, hasta que rompe el silencio.

—Vamos a bailar —propone. Dudo en aceptar.

A pesar de la cantidad de alcohol que he ingerido, no ha sido suficiente para animarme a bailar en medio de tanta gente; sin embargo, no espera mi respuesta y me toma del brazo, llevándome a un lugar algo despejado.

Ella se empieza a mover a mi alrededor, pegando su cuerpo al mío de manera sensual y provocativa. Miro a todos lados para verificar quién nos pudiera observar, pero nadie parece darnos importancia, todos están inmiscuidos en sus propios asuntos.

Leah me toma las manos para hacerme imitar sus movimientos, y luego de un pequeño rato intentado, decido dejarme llevar para bailar con ella.

Los movimientos desmesurados que repentinamente mi ebriedad causan, hacen que poco a poco me maree más de lo que ya estaba, y que la risa se apodere de mi cordura. A duras penas puedo reconocer a Aaron Smith entonando Dancin, al ritmo de las luces neones, cuya luminosidad, me lastiman los ojos.

Por la adrenalina que le causa la canción, Leah empieza a moverse con más rapidez y se pega a mi cada vez más. De vez en tanto,  acaricia  mis brazos con las yemas de sus dedos y se coloca detrás de mí mientras huele mi cabello; juega con algunos mechones enredándolos entre sus dedos.

Siento como pasa uno de sus brazos por el frente de mi cintura y percibo sus pechos en mi espalda. Ella sigue bailando y yo intento concentrarme para hacer lo mismo, pero mis nervios me traicionan y me doy cuenta que apenas me muevo. Regresa para verme a la cara y posa sus codos encima de mis hombros, quedando nuestras caras, a unos cuantos centímetros de distancia.

Leah toca mi barbilla y acerca su dedo pulgar a mis labios para rozarlos ligeramente; se muerde el labio inferior en señal de deseo.

Comienzo a ponerme más nerviosa y respiro irregularmente, pero trato de no darle importancia y continúo contoneando mis caderas  tanto como el temblor de las piernas me deja. Ella baja sus manos y me toma por la cintura, apretándome contra su cuerpo y luego recarga su cabeza en mi hombro sin dejar de bailar. Yo la abrazo también.

De repente, siento que me besa el cuello e inevitablemente lanzo un leve gemido y presiono mis dedos en su cintura. Ella levanta su cabeza y me mira intensamente mientras seguimos fundidas en el abrazo anterior, hasta que sin previo aviso, me toma de la cara y me besa.

Siento como el corazón me va a estallar de felicidad y amor, había estado esperando por este momento y finalmente puedo sentir sus labios. Comenzamos a besarnos apasionadamente y sin importarnos nada más: su saliva humecta mi boca. Su lengua sabe dulce como una delicada golosina envinada, que solo causa que pierda más la sensatez. Un cosquilleo agradable se pasea por mis extremidades y dentro de mi pecho solo cabe el placer.

Luego de un rato considerable, caemos en cuenta de lo que hacemos y me percato de que Dancin ha terminado. Ambas nos fijamos en nuestro alrededor, y parece que sigue sin haber muchas personas que se fijaron en la escena que acabamos de protagonizar, con excepción de una que otra que nos levanta los dedos pulgares en señal de aprobación. Algo apenadas y sonrojadas, regresamos a la barra donde habíamos estado desde un inicio.

Las dos bebemos como locas después de nuestro beso y sin decirnos una palabra. Prefiero hacer como sin nada pasó, pero al parecer ella no piensa lo mismo.

Me sigue viendo intensamente, lo que me causa escalofríos. Siento que mis emociones están al mil por hora, porque por un lado en verdad añoraba obtener un beso de ella, pero me pesa en el alma no ser alguien libre que sea capaz de disfrutar de estos pequeños momentos donde me siento realmente plena y, sobretodo, yo misma.

—Lo siento —finalmente me dice, tomándome de la mano. Veo en su cara la culpabilidad. Ese gesto en ella me hace que me duela el corazón.

Sin decirle nada, la beso de nuevo sin contener ni un segundo más las ganas de tenerla. Ella me corresponde tiernamente y nos sonreímos, mientras nos tomamos de las manos, disfrutando el exquisito contacto mutuo.

De pronto, el mismo chico que estuvo bailando con Leah, se detiene frente a nosotras riéndose burlonamente.

—Oh, parece ser que es más que tu amiga —deja salir de su boca, mientras escupe la mitad de la cerveza ingerida, que sostiene a en una mano y sin dejar de sonreír— está bien, no soy celoso. Es más, quizá pudiéramos ir a divertirnos los tres, ¿qué dicen? —Leah y yo nos vemos la una a la otra estupefactas.

—No, gracias —ella responde, y me toma del brazo para alejarnos de ahí. Acto que no es del agrado del sujeto, por lo que en vez de dejarlo pasar, camina pisando nuestros talones.

Dejo de percibir la presencia de Leah, que se ha atrasado en el camino por la multitud de personas.

Cuando me giro para ver donde está, noto que el hombre la retiene mientras la toma del brazo y la jalonea bruscamente. En seguida corro para encontrarla, a la vez que ella trata de liberarse, pero por la fuerza del chico no lo logra.

—¡Suéltame! —Leah grita y sacude su brazo con todas sus fuerzas. El individuo se sigue riendo y me enerva ver que nadie hace algo por ayudarla.

Con toda mi furia lo empujo, logrando al menos que la suelte, pero mi comportamiento solo provoca más su ira.

—Oh, vaya. La chica sabe defenderse, o debería decir chico —expresa con una sonora carcajada.

—Cómo sea. Nos vamos —ahora yo tomo a Leah para llevármela, pero el individuo prácticamente me la arrebata como si fuera una muñeca de trapo.

—No, si apenas nos estamos divirtiendo. No seas aguafiestas. Préstamela un rato, solo le mostraré lo que es estar con un verdadero hombre y después te la regreso. A menos que quieras que a ti también te enseñe —toma mi barbilla, pero no se lo permito y le doy un manotazo para quitar su mano de mi cara.

Algunas personas empiezan a percatarse del altercado y dirigen sus miradas a nosotras.

—Ya  tenemos que irnos —advierte Leah, caminando a mi lado. De nueva cuenta parece no estar de acuerdo y para impedirle el paso, le da una bofetada que hace que me hierva la sangre.

Con toda la furia acumulada, formo con la mano un puño implacable que planto con mucha velocidad en su cara, causando aventarlo al piso y reventándole una parte de la boca.

Oímos gritos de dolor y de ánimos de quienes alcanzaron a ver mi hazaña. Sacudo la mano para relajarla y noto un color rojizo en ella. Sin dudas, el estado de ebriedad en el que se encuentra sumergido, me ha apoyado bastante.

—¡Así es como nos defendemos, idiota!

Acto seguido, Leah y yo nos largamos del lugar corriendo para evitar ser alcanzadas por el tipo o por la seguridad del bar.

Cuando llegamos al estacionamiento, nos reímos como dos desquiciadas hasta el punto de las lágrimas. Una vez más calmadas, nos subimos al auto y conduzco a casa de Leah.                               

Por fin llegamos a la casa y me quedo parada por unos segundos afuera de la puerta, pensando en si es buena idea volver a entrar. Instantáneamente, recuerdo que dejé mis pertenencias dentro.

Podría dejarlas y recogerlas otro día, pero quizá la situación sea incómoda de igual forma, sobre todo si Kate llega a verlas por casualidad. Sé que no tengo una buena impresión  ante ella después de conocer lo de mi matrimonio, y no quiero causarle disgustos a Leah con su hermana, menos durante una situación tan delicada.

La rubia melena que antes estaba peinada con delicadas ondas, ahora está desecha, solo dejando las puntas un poco rizadas como señal de que hubo más esfuerzo sobre ellas.

Ella sigue algo ebria aunque no tanto como antes, el susto que pasamos con el hombre del bar, logro que se nos bajara considerablemente el estado etílico en el que nos encontrábamos.

Leah gira para verme con gesto muy serio, como queriendo decir algo, pero como si hubiera algo que se lo impidiera.

—Solo entrare por mis cosas —menciono señalando el cuarto frente a mí, donde nos habíamos arreglado antes de salir.

—Claro. Adelante.

Camino a paso veloz y cuando estoy en el cuarto, me apresuro para guardar lo que quedo fuera de la maleta, cuando siento que Leah también entra.

Me ayuda a poner algunas de mis pertenencias dentro de la bolsa, hasta que finalmente termino de acomodarlo todo.

—Bueno, me voy. La pase muy bien —me despido cortésmente.

—Yo igual —suspira, viendo al piso.

Nos quedamos paradas en silencio sin hacer ningún gesto. Cada minuto que corre se torna más tensa la atmósfera de nuestro alrededor.

Pienso en moverme e irme rápidamente, pero el cosquilleo de la estimulación que su presencia me provoca, adormece mis extremidades incapacitándome por completo.

—Bien, me voy. Que descanses —me doy la media vuelta con la idea de salir huyendo por la puerta del cuarto, cuando Leah interrumpe mis pasos.

—Espera —regreso mi atención hacia a ella—. Tu vestido.

—Oh, no hay problema, puedes quedártelo —ofrezco. Leah hace una mueca de desagrado.

—¿No tendrás problemas con Mark? ¿Qué tal si se da cuenta que ya no lo tienes?

—Podré inventar alguna excusa. Además, no se dará cuenta, no es algo importante de todas formas.

—No. Te lo devolveré —insiste. Lanzo un suspiro ligero.

—Bien, si es lo que quieres.

—Sí, igual no creo usarlo en otra ocasión.

Me encojo de hombros al tiempo que asiento con la cabeza para darle a entender, que estoy de acuerdo con su decisión; aunque yo no temo demostrar mi inconformidad.

Solo alcanzo a mover un poco las piernas con la intención de salir para darle privacidad, pero de forma repentina y antes de darme la oportunidad de reaccionar con prudencia, saca los tirantes del vestido por sus brazos, dejándolo caer al suelo y quedándose completamente expuesta frente a mí. La única prenda que la cubre es la ropa interior inferior.

Me quedo helada y muda incapaz de pronunciar una sola palabra, solo observo su cuerpo desnudo, su piel blanca y tersa. Recuerdo ese pequeño tatuaje de estrella al costado de su ombligo y uno a lado de su muslo izquierdo.

Ese en especial me causa nostalgia, pues la había acompañado a hacérselo en uno de los estudios con menos fama porque en ese entonces, ninguna teníamos dinero para algo más digno y de calidad. Una pequeña jota con enredaderas y rosas rojas en la punta y base la decoran, similar al dibujo en mi espalda. La inicial de mi nombre como prueba de su amor por mí.

El calor continúa su recorrido ferozmente por todo mi cuerpo, incapaz de controlarse, solo me causa escalofríos y un sudor molesto.

Leah se agacha para levantar el vestido y luego lo extiende hacia a mí.

—Aquí tienes.

Me acerco lentamente y lo tomo, rozo sus dedos con los míos, lo que causa una pequeña descarga eléctrica en mis entrañas. Intento mantenerme firme y restarle importancia al momento.

Sonrío y me doy la vuelta caminando rápido a la entrada principal para irme inmediatamente, pero cuando me dispongo a abrirla, la mano de Leah aparece por uno de mis costados posándose abruptamente sobre la puerta, para impedir que pueda salir.

Siento su aroma y piel desnuda muy junto a mi espalda, su aliento mese seductoramente el cabello sobre mi nuca. Comienzo a perder los estribos.

—Tengo que irme —apenas pronuncio. Los nervios se convierten en un nudo en la garganta que me impide hablar correctamente.

—No, por favor —su voz suplica, ocasionándome un temblor irremediable en las piernas y una sensación de hundimiento en el centro del estómago.

Me toma por el codo y me gira para que quedemos de frente. La veo fuerte y claro, su aroma me embriaga, y de nuevo siento el calor provenir de mi vientre y recorrerme hasta la última articulación. Leah me besa apasionadamente y yo no tengo la fuerza de voluntad para resistirme. Además, no es lo que quiero.

Como acto de reflejo, dejo caer el vestido que aún llevaba en mis manos, para sostener la cara de Leah y luego poder apretarla más a mi cuerpo.

Paseo mis manos por todo su torso hasta bajar a sus muslos, ella toca mis pechos tan desesperadamente, que me enloquece verla tan deseosa. Mientras nuestras bocas y cuerpos siguen fundidos, me arrastra hacia el cuarto; aquel del que no debimos salir nunca. Se deja caer sobre la cama llevándome con ella, me quedo encima y termino de desvestirla.

Admiro su cuerpo y la belleza tan natural que emana. Todo en ella me hace perder la cordura de esta manera tan pasional. Leah me hace recordar que cuando lo físico se mezcla con lo sentimental, todo cobra sentido, de tal forma que me hace sentir completa y plena, como si nada más en el mundo me pudiera brindar ese bienestar.

Me arrodillo por encima de ella y comienzo a quitarme el vestido, después ella me ayuda a quitarme la ropa interior hasta que ambas quedamos piel contra piel, besándonos y tocando nuestros cuerpos con mucho amor y delicadeza.

Mi corazón late sin parar, la felicidad que siento la expreso con múltiples gemidos. Nada me importa en este momento que no sea tener a Leah conmigo, que me pertenezca y pertenecerle solo a ella. Quiero complacerla y hacerla sentir tan bien como ella a mí.

No puedo negar más que la amo con todo mi ser y que jamás he dejado de amarla, por más esfuerzos que haya hecho. Nunca salió de mi corazón y de mis pensamientos.

Tocarla y besarla es como rozar el cielo con la punta de los dedos: su piel suave es como las mismísimas nubes, sus brazos cobijándome con esa calidez que solo el sol sería capaz de brindar y sus labios, emanando una lluvia que cae sobre mí, ayudando a  crecer cada vez más mi pasión.

Lentamente con la cruel idea de hacerme enloquecer, veo que lame desde mi ombligo hasta mis ingles, deteniéndose justo ahí, hasta que siento agradables y delicados movimientos en mi entre pierna. Luego de varios minutos, soy capaz de llegar al hasta la última consecuencia y al objetivo que ella deseaba. Respiro rápidamente para reponerme de la adrenalina del orgasmo recién experimentado.

Ella regresa para quedar a la altura de mi cara, pero lo único que quiero es terminar de complacerla, por lo que la sujeto de los hombros y enredo mis piernas sobre su cintura para girar nuestros cuerpos, quedando ella por debajo de mí. Introduzco mi lengua en su boca y froto su interior con cariño, haciéndola estremecer.

—Más...por favor...  —suplica jadeando.

Sin pensarlo dos veces, llevo mi cara algo más arriba de sus rodillas para imitar la acción con la que me hizo tocar las estrellas. Sus caderas se mueven al ritmo de la pasión hasta que escucho como libera toda su emoción mediante un sonoro y prolongado chillido de placer.

Las horas pasan, y ambas nos quedamos envueltas en la sábana sobre la cama, abrazadas y besándonos. No quiero que éste momento termine nunca; sin embargo, y repentinamente, vuelvo a mi dura realidad.

Sé que debo regresar a casa y fingir que soy una buena esposa, que atiendo los deberes hogareños y que espero con ansias la llegada de mi marido; pero lejos de llenarme de ilusión, el panorama me parece desolador.

—Tengo que volver a casa —le susurro al oído. Tanta cercanía me provoca morderle el lóbulo de la oreja. Ella se retira y gime de placer.

—No te vayas, por favor —responde.

—Debo hacerlo.

La miro a los ojos y la beso en la frente. Leah me abraza tan fuerte que me da demasiada tristeza tener que dejarla.

—Seguro tu esposo estará molesto por qué no llegaste a dormir, ¿no?

—No... no lo creo.

—¿Por qué estás tan segura de eso?, si yo fuera él, estaría enloqueciendo.

—Sí, seguro que sí, pero no es el caso porque... él no está en la ciudad. Está de viaje de negocios —Leah se levanta instantáneamente de la cama y me ve con asombro.

—No está, ¿y quieres irte? ¿Qué te impide quedarte aquí otro rato más?

—Ambas sabemos que esto no es correcto Leah —digo en medio de  un largo y desganado suspiro.

Ella se queda en silencio. Se levanta con parsimonia para después recargar la barbilla sobre sus rodillas que están flexionadas debajo de la sábana.

Acaricio su espalda con las yemas de los dedos, cuando sin reparo, suelta un comentario que me deja con la boca abierta y petrificada.

—Déjalo. Puedes divorciarte —añade con seriedad. Me levanto tan rápido como puedo, conmocionada.

—Estás bromeando, ¿no?

—Hablo en serio —repite bajo la misma postura.

Suelto una carcajada pero cuando veo que ella no se ríe y que en cambio su rostro es rígido, calmo mi impulso de reírme y mi expresión se torna fría.

—¿Acaso te has vuelto loca? —Digo subiendo mi tono de voz—. Leah, te recuerdo que te largaste como si nada te hubiera importado, ahora vuelves y pretendes que deje todo, ¿por ti?

—Así es —contesta con frivolidad.

—¿Con qué maldito derecho crees que te atreves a pedirme que lo deje? —Su seguridad me saca de quicio. Me levanto de la cama arrojando la sábana que me cubría sobre su cara— ¡Me abandonaste! ¡No te importó dejarme cuando más te necesitaba! ¡¿Con qué puto derecho me lo pides?!

—¡Tengo todo el puto derecho porque sigues siendo mía, Jillian! —Se exalta y también sale de la cama plantándose frente a mí con mucha firmeza—, sé que te lastime e hice todo mal, pero eso no quita el hecho de que te ame y quiera estar contigo. ¡Así que te exijo que lo dejes! —Las lágrimas salen rápidamente y su cara se pone roja—. No quiero perderte otra vez, no lo soportaría.

Pone mi rostro entre sus manos y recarga su frente sobre la mía. Nos vemos a los ojos y pronto el sentimiento  también se apodera de mí y comienzo a llorar junto con ella.

Me siento frustrada e impotente, quiero ser capaz de corresponderle completamente, pero sé que no puedo y no debo. El estómago y la garganta se me hacen un nudo en conjunto, mi llanto aumenta y la mandíbula me tiembla involuntariamente, quiero gritar y dejar que todo se vaya a la mierda, pero debo ser realista.

—No puedo dejarlo, Leah —murmuro. Ella se aleja de mí y aún con las lágrimas al borde de los ojos, respira hondo y se limpia la cara con las muñecas.

Le toma unos cuantos segundos conseguir  serenarse, aunque su cuerpo se contrae sutilmente. Retira la vista de mí y la enfoca hacia el lado contrario mientras pone una mano sobre su cintura.

Me hace sufrir verla de esa manera, pero no sé qué más puedo hacer, me siento entre la espada y la pared; acorralada y asfixiada, como si el mundo se fuera acabar en ese instante. Esa opción no suena mal, sería mejor que seguir con esta frustración e incertidumbre.

De pronto, el semblante de Leah se torna con una gran seguridad y de nuevo me ve desafiante.

—Bien, entonces mírame a los ojos —toma mi cara entre sus manos—, dime que no me amas. Si me lo dices, juro por Dios y por mi Madre que te dejaré en paz para que sigas con tu estúpido y falso matrimonio —expresa entre dientes, reprimiendo el coraje que invade sus extremidades, manifestándose en forma de ligeros temblores.

Cierro los ojos con el propósito de procesar mejor lo que acaba de pedirme. Después los abro y solo me encuentro con sus ojos azules inundados de agua salina. Dos océanos a punto de desatar un desastre a su paso.

Intento tomar el valor para pronunciar la frase que sería la llave de mi escape, el punto final en la historia, la última mutilación que mi corazón recibiría para dejar de sufrir por ella.

—Yo... —comienzo a decir. Desvío la mirada hacia el suelo. Verla así, solo me imposibilita para continuar hablando.

—¡Mírame a los ojos, Jillian! —Mueve bruscamente mi cara para que retome la atención en ella.

—Y-yo no... —La boca y las palabras vibran impasibles. Intento con todo mi ser pronunciar la oración, pero soy consciente de que si lo hago, no la volveré a ver nunca más, y esa idea me aterra—. Yo no... no... ¡ah! —Vocifero sacando toda mi frustración— ¡No puedo!, No puedo hacerlo, maldita sea —las lágrimas se apoderan de mi razón y mi tranquilidad para darle paso a la verdad— te amo y nunca he dejado de amarte —confieso entre sollozos.

Leah me abraza y me besa en repetidas ocasiones. Su afecto solo llena mi pecho de regocijo. Hacía tanto tiempo que no sentía esto, que ya había olvidado lo que era el amor mutuo, el deseo y la estabilidad que una persona puede otorgarte.

—Está bien, si no quieres dejarlo no lo hagas, pero tampoco me dejes a mí —poso mis ojos sobre ella mientras frunzo el ceño.

Me confunde su propuesta, de hecho, no estoy segura de entender a qué se refiere, o mejor dicho, prefiero no hacerlo.

Una vez maquinada la idea dentro de mi cabeza, suelto el llanto todavía más fuerte. Simplemente no puedo creer lo que me pide, no es correcto y no debería pasar.

—No Leah, nadie se merece esto —digo mientras despejo el agua de mi rostro.

—Claro que sí. Yo me lo merezco —me toma de las manos—: No merezco nada más que las sobras de tu amor, y estoy dispuesta aceptarlas. Prefiero eso a perderte. Si no quieres dejar a Mark está bien, pero tampoco me dejes a mí, por favor.

Me resulta inaudito que me esté ofreciendo esta propuesta. Sé que he cometido error tras error y que tengo más que ganado el mismísimo infierno, pero llegar estos extremos; incluso a mí me parece demasiado. 

No, no puedo hacerle esto a Mark ni a Leah, pero cuando la veo a los ojos, siento la calma en mi interior, como si después de tanto tiempo la tormenta por fin se disipa para llenarme de tranquilidad.

Intento imaginar cómo sería mi vida si regresara a la rutina con Mark; no me gusta para nada lo que veo. Simplemente no puedo estar sin ella otra vez, mi corazón terminaría por  dejar de latir. Leah es el calor de la sangre que mantiene mi cuerpo cálido y vivo.

—Te amo tanto, Jillian —sus palabras entran vibrando por cada poro de mi piel, reconfortando mi alma.

—Yo también te amo.

Sin pensarlo dos veces, dejamos que la pasión del momento llene cada rincón de nuestros cuerpos. Nos besamos y sin premeditarlo, estamos en la cama de nuevo demostrándonos el amor que nos profesamos, ese que no se ha desvanecido.

Mi cuerpo relajado entrelazado con el de Leah, forman el panorama perfecto. Nuestra piel iluminada por la sutil luz de la luna nos proporciona una noche romántica, que no deseo que acabe.

Soy consciente de qué debo tomar decisiones cómo una adulta y dejar de pensar cómo una niña encaprichada: no solo se trata de mí, sino de gente a mi alrededor que puede resultar muy lastimada.

Me pregunto si seré capaz de hacer lo correcto y al mismo tiempo, luchar por lo que en verdad quiero.

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