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18. Despedida.

La distancia que construí entre  Mark y yo, es cada vez más notoria. Él se esfuerza por remediar sus errores, pero me siento triste y ausente como para darle demasiada importancia.

Por más que creí que la ausencia de Leah no iba a afectar mis ánimos, la frustración que me causa no haberme despedido de ella, se aferra a mi mente; dándole lugar a mi decadencia emocional y mi poca tolerancia hacia mí esposo.

—¿Qué pasa? —pregunta Mark. Sacudo la cabeza y pestañeo varias veces, ya que su repentina pregunta me saca de mis cavilaciones.

—Nada —respondo mientras doblo una de sus camisetas y la empaco en una maleta que tengo sobre la cama.

Finalmente hoy es la noche en la que Mark se irá durante tres semanas por su viaje de negocios. Sé que este tiempo distanciados nos hará pensar mejor sobre las cosas.

Ahora que Leah se fue, sé con más certeza que la idea de una separación sería una decisión meramente impulsiva, no solo porque se haya ido, sino porque no puedo tirar todo por la borda como si fuera tan fácil. Sin embargo, todavía palpita en mi mente mi fugaz relación con Amy. La culpa me carcome cada día más como si fuera un virus imparable que se come mis entrañas lentamente, y no tardará en devorar mi piel; ya de por si mi aspecto físico es deplorable.

En cualquier momento, esto podría causarme estragos preocupantes.

—¿Segura que estarás bien?

—Sí, estoy segura.

Ambos seguimos guardando sus cosas dentro de la maleta. Mark va a uno de los muebles que tenemos frente a la cama para tomar más de sus pertenencias y cuando se acerca de nuevo, veo que arroja la ropa a la cama y me toma de los hombros aún estando yo de espaldas. Siento su respiración en la nuca, sus manos descienden por mis brazos, su boca se acerca a mi cuello; sus brazos me rodean por la cintura y la sensación de incomodidad y de irritación me invade, por lo que me alejo de él en señal de notable rechazo.

—Vamos Jill, ha pasado mucho tiempo desde la última vez.

—No pretenderás que olvide todo lo que ha pasado solo para complacerte, ¿no?

—¿No me vas a perdonar nunca?

—Mark, necesito confiar en ti y eso va a tomarme tiempo. No puedo olvidar el hecho de que con solo verme conversar con alguien, hayas perdido la razón de la manera en que lo hiciste. Comprende por favor.

—Olvidas mencionar que no se trataba de cualquier persona. Deberías entenderme tú a mí.

—Puedo entender esa parte, pero no tu reacción tan desquiciada —reclamo a la vez que lo fulmino con la mirada—. Debes darte prisa, ya casi es hora de llevarte al aeropuerto.

Escucho un resoplido de su parte, pero ignoro su inconformidad y continúo empacando el resto de su ropa. Él se va al baño para tomar una ducha y yo solo suspiro, exhausta de lidiar siempre con lo mismo.

Sé que soy la persona más hipócrita que pueda existir en el mundo, sé que no merezco exigir confianza cuando yo también he traicionado la de él. Pero, ¿qué puedo hacer?, el remordimiento y el miedo aprisionan mi  mente y por eso soy incapaz de escoger las palabras correctas, solo me sale mentir.                             

Esperamos sentados en el aeropuerto hasta que vemos el resto de los compañeros de Mark llegar uno a uno. Se saludan amablemente y hacen referencia todos los lugares que visitarán durante su tiempo libre.

De pronto, una pelirroja llega deslumbrando el lugar y todos los presentes —incluyéndome—, voltean a verla. Ana llega saludando de mano y beso a cada uno de sus amigos, mientras que a mí solo me dirige una forzada sonrisa; me limito a hacer algún gesto hacia ella. Por la última conversación que tuvimos, digamos que sé que no soy de su agrado y ella tampoco del mío.

—Bien compañeros, es hora de abordar el avión —dice un chico con lentes y cabello perfectamente peinado hacia al costado de su cabeza.

Todos comienzan a tomar sus maletas para dirigirse a abordar.

—Te estaré llamando. Voy a extrañarte mucho —Mark me dice al tiempo que me toma por una de las manos.

No quiero parecer fría con mi esposo, así que le sonrío lo más sincera posible. Se acerca a mí con la intención de darme un beso en los labios, pero me muevo súbitamente, lo que provoca que termine posando su boca en una de mis mejillas.

—Lamentamos interrumpirlos, tórtolos, pero se hará tarde —Mark me ve con tristeza; para reconfortarlo, le poso la mano en un hombro.

—Cuídate.

—Lo haré. También ten cuidado. Te amo —expresa entre un suspiro.

—Descuida, Jillian, lo cuidaremos muy bien —la pelirroja interrumpe nuestro momento dese la lejanía, al mismo tiempo que nos ve con una gran sonrisa de oreja a oreja.

Puedo sentirla llena de envidia: es cómo si se tratara de una serpiente liberando su veneno. Mark se ríe, pero yo no hago caso y mantengo mi rostro libre de expresiones.

Mark suelta mi mano y lentamente se  marcha para unirse a sus compañeros, hasta que desaparece de mi vista. Me quedo parada por un rato: me he quedado sola finalmente.

Disfruto de mis días conmigo misma, cosa que no había hecho desde hace mucho tiempo. Incluso en casa de mi madre no podía ni si quiera concebir la idea de tomar algunos minutos de paz, porque estaba prácticamente sobre mí, cuestionándome sobre las decisiones que tomaría con respecto a Mark.

Por fortuna, tuve oportunidad para hacer limpieza profunda en casa: tiré un montón de cajas rotas, saqué basura, reacomodé mis viejos libros universitarios, aquellos compañeros que apoyaron para encaminarme a mi logro.

Mientras continúo organizando el resto de las cosas, aprovecho para vaciar mi bolsa y tirar la basura que tenía resguarda en ella y así aprovechar mejor el espacio. Saco envoltorios de dulces y una pluma sin tinta, hasta que entre los papelitos plásticos alcanzo a divisar un pedazo de hoja: es un ticket de súper mercado que al reverso, tiene un número de teléfono con el nombre de Salma por debajo de las cifras. Entre cierro los ojos aturdida, ¿en qué momento tuvo oportunidad para dejarme la nota dentro de la bolsa?

Me estremezco de solo preguntármelo, pues su atrevimiento resulta sospechoso y solo puedo estar agradecida de no haberme involucrado más con ella.

Tomo la nota y una pequeña bolsa donde tengo algo de maquillaje barato que está por agotarse, y las dejo sobre el mueble de la televisión para terminar de guardar el resto de mis pertenencias.

Decido revisar por debajo del mismo mueble y verificar qué hay dentro de él que sea útil y que no. Voy en búsqueda de bolsas grandes para colocar en ellas los desechos.

Entre tanto, veo una pequeña caja de color guinda de cartón, cubierta por una capa delgada de polvo y pelusa: cuando la abro descubro en su interior una cantidad considerable de fotos y una que otra nota hecha a mano. La letra corresponde a la de Leah y las fotos, somos ella y yo sonrientes de cuando pretendíamos ser amigas, siendo la realidad muy distinta.

Había olvidado por completo esta caja y me sorprende que no haya visto la luz del día hasta hoy. No sé en qué momento se me ocurrió traer estos recuerdos a la misma casa que Mark. Supongo que la ha de haber confundido con material escolar, del cual no indagó nunca por no interesarle.

Dudo varios segundos si debo deshacerme de todo esto: la idea me causa varios nudos en el estómago y finalmente soy incapaz de botarlas. Cierro la caja y la hago a un lado junto a los libros que había ordenado anteriormente. Después y con la cabeza fría, pensaré que hacer con ellas.

Me percato que me he quedado sin cajas donde terminar de guardar el resto de las pertenencias, puesto que he tirado la mayoría dado las condiciones en las que se encontraban, así que determino que lo mejor, es ir en busca de cajas pláticas nuevas.

Camino por la calle principal del centro de la Ciudad. Sopla aire fresco y las hojas secas caen de los árboles quedándose sobre el suelo, vistiéndolo de un cálido color naranja. Me siento libre por este escaso rato donde puedo estar sola, porque el resto del tiempo, lo paso frustrada.

Sigo mi recorrido lentamente volteando a ver los escaparates de las tiendas, cuando repentinamente choco con una persona de forma abrupta, tirando al suelo las bolsas que sostenía.

—Lo siento tanto —digo mientras me agacho para recoger mis cosas.

—No hay problema, Jill.

Alzo mi vista ya que reconozco ese tono de voz. Se trata de Leah, quien se coloca a la distancia del suelo donde yo estoy para ayudarme a levantar el reguero de bolsas y cajas.

—Leah, pero...¿qué haces aquí? —esbozo un gesto lleno de confusión.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, es que yo creí que no estabas aquí. Kate me dijo que habías regresado a tu casa, lejos de aquí.

—Así fue. Pero pensé que sería muy pesado para ella cuidar de mi madre sola, así que decidí regresar para apoyarlas.

—Oh, ella no me comentó nada de eso —un sentimiento de alegría florece dentro de mí.

Ella volvió y supongo que no se irá por una buena temporada. No sé si eso sea bueno.

Luego caigo en cuenta que Kate posiblemente me mintió. No, quizá incluso ella no contaba con que su hermana volvería, pero ya no sé qué pensar.

En su momento me oculto lo que sabía de Leah; sin mencionar las sospechas que tengo por no agradarle la idea de que charlemos, aunque sean escasas veces.

—¿Por qué debería haberlo hecho? —pregunta desconcertada.

No sé cómo responderle, así que me quedo en silencio avergonzada por mi sed de saber más. Termino por desviar el tema.

—¿Cómo sigues?

—Bien. Triste, pero bien —esboza una leve sonrisa. El cansancio la delata mediante su mirada y las ojeras que reposan sobre su aterciopelada piel.

—Me imagino, será un proceso largo.

—Si, lo sé.

—¿Y dónde te estás quedando? —se me ocurre cuestionar. Inconscientemente, busco toda información posible.

—En casa de Kate, en lo que encuentro un lugar.

—Suena bien —nos miramos tiernamente la una a la otra, sin poder decir más.

—Bueno yo... debo irme —menciona un tanto incómoda.

—Sí, yo igual.

Sin demostrarnos ningún gesto, cada quien camina lentamente siguiendo su trayecto.

Voy andando con dudas sobre si es ideal decir algo, detenerla o desearle buena suerte, cualquier cosa con tal de un último contacto, pero no logro decidirme.

—¡Jillian! —escucho que Leah me llama desde la distancia. Me giro y noto como camina rápidamente a mi dirección hasta quedar más cerca—, oye, quizá no sea una buena idea, y no quiero causarte ningún problema con tu esposo, aunque es lo más probable... no será buena idea, mejor olvídalo... —se percibe nerviosa. Se rasca la nuca con brusquedad, haciendo que sus mechones dorados se suelten de la pequeña cola de caballo.

—¿Cuál es la mala idea? —insisto curiosa.

—No me prestes atención. Es algo imposible.

—¿Cómo sabes eso si no eres capaz de decírmelo?

—Porque es lo obvio y lo justo.

—¿Vas a seguir ocultándome cosas? —trato de meter leña al fuego para lograr que confiese. Leah suspira entornando los ojos en señal de derrota.

—Solo quería saber si estás dispuesta a ir por ahí para charlar o tomar algo. Para limar asperezas.

Mi cuerpo se pone rígido y el calor sube de mi vientre hasta la cara. Es cómo si la historia se volviera a repetir y no debo cometer el mismo error, aunque muero de ganas de sucumbir hacia el deseo prohibido.

—Tienes razón, no es buena idea —suelto tajante, mientras mis propias palabras rebanan mi corazón en diminutos pedazos.

—Claro —Leah lanza una leve risita y cierra los ojos, como diciendo «sí, ya lo veía venir, pero al menos lo intente»— entonces... adiós.

Ella gira sobre sus talones y se va arrastrando los pies con mucho pesar.

Me quedo observando como su imagen se desvanece en la distancia. Mi cuerpo comienza a temblar por el miedo que me dan sus palabras, el adiós que ella me dice es cómo una advertencia de que no volveré a verla jamás, y eso me aterra. No. No quiero que eso pase.

—¡Leah! —Vocifero. «Alto Jillian, no lo hagas». — ¡Ya sabes dónde encontrarme! —Ella asiente sonriendo. Ya está, lo volví hacer.

Luego de eso, ella se va girando su cabeza de vez en cuando para verme y yo solo puedo sonreír cual adolescente; mi corazón palpita de emoción. Sin embargo, este suceso me hace recordar lo acontecido con Amy, lo que me causa que la alegría se esfume de un  instante a otro.

Sino fui capaz de controlar mis impulsos con ella, ¿cómo seré capaz de hacerlo con Leah? Mi temor de no verla de nuevo es más grande que mi capacidad de lógica y prudencia para negarme a la oportunidad que se me está presentando. Esta vez, si debo ser fuerte.                          

No paro de recibir llamadas y mensajes por parte de Mark: fotos de los lugares que visita y la comida exótica que le sirven. Afortunadamente, puedo tardar en responder los mensajes o no contestar las llamadas, poniendo de pretexto que estoy muy ocupada con mi trabajo. Cada vez me irrita más saber sobre él y lo único que ocupa mi mente es Leah.

El aroma a metal invade el lugar, acomodo y  saco una a una cada herramienta con mucha pesadez, ya que la desilusión me agobia porque no he tenido noticias acerca de Leah.

No dejo de cuestionarme y reprocharme por mi falta de voluntad para no caer ante lo encantos de la rubia; pero no pude rechazarla. Ella sigue provocando en mí un remolino de emociones: amor, deseo y dolor, todo al mismo tiempo. Amy tenía razón cuando dijo que Leah sería un tormento por el resto de mi vida. Un tormento todavía más presente por permitirme ceder ante él.

Sigo con la cabeza divagando en un mundo alterno, donde jamás nos separamos y continuamos con nuestra peculiar historia de amor; cuando de pronto, escucho que alguien toca a la puerta del pequeño cuarto y enseguida la abro: es Dafne.

—Oh, Hola.

—Hola, am... te buscan allá afuera. Quizá tengas un momento para atender antes del próximo paciente —murmura dudosa mientras evita tener contacto visual conmigo.

—Sí, supongo —intrigada salgo y recorro el pasillo. Siento como una oleada de dicha se adentra por mis ojos cuando miro que es Leah, quien espera con el resto de las personas que se encuentran en la sala.

—Hola —saluda con gesto tímido.

—Hola.

—Yo... no te quitaré mucho tiempo. Tuve un momento de distracción y pensé que quizá, si tú quieres... po-podemos ir a comer en tu hora libre. Solo si tú quieres —sugiere nerviosa mientras restriega las uñas en su cuero cabelludo, soltando levemente la pequeña cola de cabello que lleva.

Trato de contener mi felicidad y los gestos de joven enamorada que invitan a salir por primera vez.

Miro el reloj para agregar algo de emoción a la atmósfera, y así no dar una respuesta inmediata  que delate mis enormes ganas por aceptar.

—Verás... —continúo viendo el segundero moverse con lentitud al tiempo que hago muecas de duda—. Creo que si tengo un momento a la hora de la comida.

—Me parece bien. ¿A qué hora puedes salir?

—A las dos —respondo demostrando indiferencia.

—Perfecto, vengo a esa hora.

—Bien.

Notablemente satisfecha por su logro, se retira del lugar muy sonriente. Los nervios se apoderan  de mi cuerpo y siento como el sudor me recorre la frente y lo brazos.

—¿Estás segura de lo que vas hacer? —cuestiona Dafne, quien estuvo todo este tiempo cerca, sin que me percatara de su presencia.

—¿Por qué? Solo iremos a comer.

—No creo que sea buena idea —puntualiza dubitativa. Sí, es obvio que todo este asunto suena descabellado, pero solo es una comida a la luz del día con varias personas en los alrededores. No es como si en medio del lugar, ambas optáramos por hacernos las exhibicionistas; por más que lo deseara.

—Entiendo tu punto, pero aún hay cosas pendientes que debemos platicar. Solo es una comida; además, sería todavía más sospechoso si estuviera tratando de ocultarlo —me defiendo.

—Sí, está bien. Ya entendí. Solo no hagas más locuras, acuérdate de lo qué pasó con Amy, se pueden causar otros mal entendidos.

—Lo sé —digo sin más, e introduciéndome al interior del laboratorio.                                    

El tiempo a lado de Leah transcurre muy tranquilamente, ambas disfrutamos de nuestra comida en un restaurante muy sencillo y bonito; no es un lugar recurrente al que vaya a comer, pues queda algo retirado del hospital.

Decidimos tomar este momento sin darle lugar a los reclamos, intentamos permanecer tranquilas y simplemente conversar de lo bueno, a pesar de ser de cosas escasas.

Estar a su lado me trae remembranzas agradables, es como si el tiempo no hubiera pasado nunca; reímos al recordar ciertos eventos de nuestra relación: como cuando fuimos al lago y por culpa de una mal pisada de mi parte, caí en el y por no sabe nadar, le saqué el susto de su vida. A pesar de que en el momento no la pasamos bien, ahora es algo que nos causa hilaridad. 

Nos contamos a grandes rasgos las anécdotas que creamos durante nuestro periodo lejos. Ahora sé que todo este tiempo trabajo como camarera en una cafetería Gourmet, ahí conoció a la chica que me encontró en el estacionamiento y salieron durante un año. La relación terminó porque era muy controladora y celosa, incluso no permitía que mantuviera contacto con su familia.

Andamos por el sendero construido por piedras decorativas de un hermoso parque. El día  nos cautiva, el cielo está despejado, el pasto y los árboles poseen hermosos y cálidos colores que adornan el paisaje.

No sé si sea solo mi imaginación, o me siento realmente plena bajo este ambiente en compañía de Leah. Respiro hondo el aire fresco, inflando mis pulmones y oxigenando mi interior. Intento curiosear más a fondo sobre Leah.

—¿Así que, renunciaste a tu trabajo? —la cuestiono.

—Sí, tuve que hacerlo. No puedo dejar a mi madre y a Kate solas después de la muerte de mi padre. Todo pasó tan repentinamente —ambas guardamos silencio algunos minutos mientras seguimos el camino.

—¿Qué te hizo pensar que era buena idea salir hoy? Me imagino que estás cansada y tienes pendientes que atender —me inmiscuyo discretamente.

—Sí, es verdad, pero desde que volví no había  tenido  oportunidad de salir a despejarme. Prácticamente después de mi madre y Kate, eres la única persona con la que me siento cómoda.

No puedo evitar sonreír tontamente y siento como mi rostro se sonroja por su comentario. Yo también no puedo negar que es alguien en quien confío plenamente; a pesar de tantos años sin  verla, la confianza sigue intacta.

Seguimos nuestro camino hasta que salimos del sendero y llegamos a la acera de la ciudad, siguiendo el rumbo hacia donde dejé estacionado mi  auto.

De la nada, cierta tensión se crea alrededor nuestro. Intento ver de reojo la expresión de Leah, pero solo está seria observando con detenimiento  hacia la nada.

Escucho como lanza un suspiro desolador, entrecierra los ojos y empuña ambas manos.

—¿Estas bien? —Inquiero dudosa. No responde; en cambio se detiene en seco y yo imito su reacción, esperando a que diga algo.

—¿Eres feliz? Es decir... ¿con tu matrimonio? —su pregunta  me causa un gran conflicto y no sé qué palabras utilizar para describir lo que siento.

—Es un buen hombre. Ha estado ahí para mí siempre —contesto intentando sonar convincente.

—Eso no contesta mi pregunta.

—Sí, lo soy —suelto en el momento. Leah lanza un resoplido, seguido de una risa falsa.

—Quisiera decir que eres  pésima mintiendo, pero la verdad es que no lo eres, y aun así, no te creo —refunfuña.

No salen más sonidos de mi boca, sé que continuar diciendo algo puede provocar que cabe más honda mi propia tumba, así que permanezco en silencio y con las manos metidas en las bolsas de mi chaqueta.

Ella comprende que no me agrada la idea de hablar sobre Mark y mi tumultuoso matrimonio: por lo que ablanda un poco la expresión para enternecer la mirada y observarme con compasión y dulzura.

Quedo embelesada por el azul claro de sus ojos, la perfección de su  blanco rostro y la calidez que emana el dorado de su cabello. En mi pecho brota una sensación de afecto y pasión  inagotable, más fuerte que nunca.

—Ya va ser hora de regresar —digo sacándome del ensimismamiento, mientras veo mi reloj que está a punto a marcar una hora exacta de ausencia fuera del hospital.

—Pasó el tiempo muy rápido.

Asiento a la vez que sonrío y continuamos el trayecto de regreso hacia mi vehículo.

Mientras nos acercamos, pasamos por una tienda de música, en cuyo escaparate hay un volante negro con colores rosa, azul, morado y amarillo; anunciando una noche exclusiva de promociones para chicas el fin de semana próximo. El club que ofrece tan tentadora  propuesta, es uno de los más prestigiosos y modernos de la Ciudad.

Me hace recordar en aquella noche cuando la conocí. Un sentimiento de nostalgia y ganas de revivirla me agobian. Ella continúa transitando, mientras sigo observando el volante en el vidrio, hasta que nota que no sigo sus pasos y  vuelve a mi dirección.

—¿Qué es?

—Un club donde habrá noche de chicas.

—Bebidas gratis. Ya tomaron mi atención.

—Deberíamos ir —propongo tratando de contener mi emoción. Ella de queda en silencio y duda en responder.

—No lo sé...

—Oh, claro. Disculpa mi imprudencia —me avergüenza olvidar su reciente pérdida. No es momento de pensar en bares ni fiestas cuando prácticamente han pasado pocas semanas desde el fallecimiento de su padre.

—No hay problema.

—Está bien yo entiendo. Siento haber sido tan  insensible.

Cuando menos lo imagino, llegamos al estacionamiento y me dispongo a subir, pero Leah se queda parada a mi lado.

—Yo me iré a partir de aquí. Tengo que llegar con Kate.

—Está bien —asiento desilusionada.

—Bueno. Adiós —dice un poco indecisa.

—Adiós —me despido, prácticamente arrastrando cada letra he intentado deshacer el nudo en mi garganta.

Veo que mete las manos a los bolsillos de su chaqueta para ocultar su nerviosismo y me sonríe mientras se va alejando de retroceso. Me rio, ya que me causa gracia verla caminar de esa manera.

Luego de unos cuantos pasos, se da la vuelta y sigue su andar de forma normal. Yo me subo a mi auto y me voy a toda prisa al hospital.

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