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17. Partida.

Después de un momento de distracción y de poner al día a Dafne sobre los sucesos recientes, vamos de regreso al hospital luego de salir a un restaurante cercano para la hora de la comida.

Voy transitando desolada y en silencio, pensando en tonterías que no tienen fin. Dafne solo me toma del brazo y se recarga en mi hombro mientras seguimos nuestro trayecto.

Mientras caminamos, veo a lo lejos a una mujer llorando recargada en la pared cerca de la entrada; al tiempo que nos acercamos identifico que se trata de Kate. Algo no está bien. Cuando finalmente estamos a la misma distancia la escucho con más claridad: llora devastada y murmura cosas que no entiendo.

—Kate, ¿estás bien? —llamo su atención. Ella voltea y al verme, llora más fuerte—. Kate....

—Mi padre... a-acaba de fallecer —Dafne y yo nos vemos la una a la otra sorprendidas. Mi sangre parece detenerse por una infinidad de segundos.

—Dios, lo siento mucho Kate —me acerco lentamente a ella y pongo una de mis manos sobre su hombro.

—Gra-Gracias.

—Si puedo ayudar en algo... sé que quizá no reconforte mucho, pero cuentan conmigo.

—Te lo agradezco —solloza, sorbiendo el líquido viscoso de su nariz. Dafne le ofrece un pañuelo desechable que guardaba en su bata.

—Mi más sentido pésame —menciona Dafne. Incapaz de emitir más palabras, Kate solo asiente y el llanto sale de su ser como algo imposible de sosegar—. Me retiro, te espero adentro —mi amiga murmura en mi oído, para luego ponerse en marcha al interior del hospital. Yo digo que sí con la cabeza en señal de aprobación.

—¿Leah ya lo sabe? —averiguo con el corazón apretado. La sola idea de imaginarla sufriendo, hace que yo viva su dolor como si fuera mío.

—Sí, acabo de avisarle y viene en camino —al escucharla, no puedo evitar que mi respiración disminuya imaginativamente.

—¡Kate! —a lo lejos percibimos un grito desgarrador. Es Leah que corre a toda velocidad. Las hermanas se abrazan y lloran a la par.

Me alejo un poco para darles espacio. Me parte el alma verlas de esta manera con una pérdida tan importante, pero me pregunto si hago bien en quedarme.

De pronto, Leah se aleja de su hermana y yo aprovecho para hacer un comentario.

—Mi más sentido pésame —lamento, frotando mis manos con ímpetu.

—Gracias.

Ambas dudamos sobre la acción más adecuada que debemos hacer. Tambaleamos un poco al no estar seguras si acercarnos; al final de cuentas y con nerviosismo, nos fundimos en un abrazo lleno de afecto.

—En verdad, lo siento mucho —le susurro. Aprovecho para inhalar profundamente el aroma placentero de  su piel, llenando mis pulmones hasta el último rincón.

Trato de disfrutar este instante lentamente, grabármelo y recordarlo lo que reste del día, ya que posiblemente esta oportunidad no se presente de nuevo; además, deseo mucho demostrarle mi solidaridad.

Después un rato, volvemos a la realidad y ella dirige su atención a su hermana.

—¿Dónde está mamá?

—Arriba, no quiere despegarse de él.

—Hay que volver.

Las dos me miran y se inclinan hacia él frente como un agradecimiento a mis condolencias y se adentran al interior del edificio para afrontar lo que viene después de su pérdida.

Sigo muy aturdida por la noticia, sé que no fui del agrado del padre de Leah  —y a decir verdad, tampoco hice esfuerzos por hacerlo cambiar de opinión— pero sé que su memoria es sagrada y guardo respeto a su recuerdo, pero sobre todo, agradezco que me haya regalado a una de las personas más importantes en  mi vida.                             

Recostada sobre la que una vez fue mi cama, no dejo de recibir mensajes por parte de Mark, sobre lo que he pensado de nuestra situación y cuando regresaré a casa. No he respondido ninguno.

Estar alejada de él me hace ver las cosas de forma completamente diferente y me percato de cuanto he extrañado mi independencia. No puedo evitar sentir que la casa de mi madre no ha dejado de ser mi casa. La siento como mi verdadero hogar, pero soy consciente de que no puedo evadir las responsabilidades de esposa que asumí, haya sido lo correcto o no. Debo enfrentar las consecuencias de mis actos.

Oigo como alguien toco a la puerta, doy la indicación de que puede pasar y mi madre se asoma lentamente hasta quedar dentro del cuarto. Ella se sienta la orilla de la cama mientras pone una mano sobre mi pierna.

—Parece como si solo hubieran pasado unos cuantos meses desde que pasaste la última noche aquí.

—Lo sé. Extrañaba esto.

—No tienes que volver, Jill. No sabes cuánto me parte el alma verte sufrir así, y más porque sé que no puedo hacer nada.

—Mark se irá de viaje pronto, por varios días, supongo que tendré mucho tiempo para pensar en todo esto.

—¿Pensar sobre qué? ¿Y por qué hasta ahora? ¿Fue por su pelea o por qué Leah regresó? —veo al horizonte pensando en que respuesta dar.

Es una combinación, aparte que la culpa de mi infidelidad no me ha dejado, a pesar de que trato de no darle relevancia, la conciencia me consume por ese hecho.

«Deberías contarle» pienso en mis adentros. El considerarlo causa que me ruborice. «Si, anda, dile a tu madre que te acostaste con otra persona que no era tu esposo, idiota». Por más confianza que le tenga a mi madre, me cuesta un mundo entero contarle sobre ese asunto. Es mejor que me lo guarde, aunque me esté carcomiendo el cerebro como una bacteria peligrosa.

—Quizá es todo junto, pero el hecho de que Leah haya regresado no significa nada. Cada quien ya tiene su vida hecha —enfatizo resignada.

Mi madre se queda en silencio durante varios minutos mientras sigue consolándome con masajes cálidos. Decido moverme y recargar mi cabeza sobre sus piernas, por lo que ahora con sus dedos juega con mi cabello. Hacía mucho tiempo que no me sentía tranquila y reconfortada.

De forma repentina recuerdo a Amy y nuestros días juntas. Su recuerdo solo regresa para atormentarme como si fuera un fantasma clamando por mi alma para llevársela al infierno, aunque para mi mala suerte, ya estoy en él.

—¿Te sientes bien? Te noto afligida —mi madre inquiere preocupada.

Lo estoy en definitiva. Además de recordar mi infidelidad, viene a mi mente que el padre de Leah murió hoy, y yo, desearía poder apoyarla.

—Estoy bien, es solo que.... —dudo si continuar.

—¿Solo que, qué? —mamá me anima a terminar  la oración.

—Hoy me enteré que el padre de Leah falleció.

—Oh Dios mío. Pobrecita —un silencio nos abraza. El tema paternal es un asunto algo incómodo para mí, pero no puedo evitar que mi padre venga a mi cabeza con mucha nostalgia. Lo quiero y extraño aunque sé que él a mí no.

—¿Sabes en qué pienso ahora? En Joseph. Al menos Leah pudo pasar los últimos días con su padre, aunque no sé en qué términos. Me pregunto si algún día mi padre y yo podremos reconciliarnos completamente, antes de que... bueno, tú entiendes.

—Jill, sabemos cuál es el punto de vista de tu padre con respecto a ti. Aunque no estemos de acuerdo, de cierta manera debemos aceptarlo porque él no está dispuesto a cambiar. Tú no has hecho nada malo, solo queda esperar a que no sea él quien se arrepienta del tiempo perdido con sus hijos por culpa de sus prejuicios. Has hecho tantas cosas para tratar de recuperar su aceptación, incluso casarte con alguien a quien no amas, y aun así no cambia de parecer, pues que se joda.

Me impresionan las palabras empleadas por mi madre: tan perfectas y plasman completamente toda mi veracidad. Me limito a sonreírle para darle a entender que en realidad me da ánimos.

Mi padre siempre ha sido un hombre muy conservador y firme con sus ideales, pero cualquier persona consideraría que tratándose de su familia tendría cierto margen de tolerancia, más no es así.

Desde que supo de mis preferencias, tuvo un rechazo inmediato hacia mí, y no fue hasta que le dije de mi matrimonio con Mark que me ha aceptado de forma parcial en su vida, aunque no con naturalidad. De hecho la única forma a la que puedo ir a visitarlo a su casa es acompañada de mi esposo, de lo contrario no es capaz ni de abrirme la puerta.

Todo se torna triste en mi mente, no puedo creer que lo que me ha pasado recién, me haga pasar por todos estos pensamientos que me desgastan, incluso pensar en mi padre me hace reconsiderar mi idea de la separación, es mi padre y lo quiero a pesar de su desprecio. Me he conformado con unas cuantas visitas para mantener una cercanía con él, pero no sé si ha valido la pena tanto sacrificio por algo que no me hace bien.                               

Han pasado ya varios días y no he visto ni a Kate ni a Leah en el hospital, supongo que han estado preparando todo para el funeral de su padre lo cual las tiene sumamente ocupadas. Me gustaría saber más y hacer algo; me gustaría estar al lado de Leah.

Mientras tanto, Mark sigue insistiendo con mensajes y llamadas para mantener contacto conmigo, no me queda de otra más que aceptar sus disculpas y lindas palabras. Parecemos dos adolescentes en proceso de reconciliación, solo que por mi parte, lo hago con hipocresía.

Mi padre aparece a cada momento cuando considero el tema del divorcio, y solo puedo escucharlo decirme que no debo dejarlo y que debo luchar por mi matrimonio.

De pronto, Mark me envía un mensaje que me llama mucho la atención: «Me acabo de enterar que me voy en cuatro días, por favor vuelve a casa».

No me agrada la idea de volver mientras aún esté ahí, y sé que estar sola me servirá mucho para revaluar nuestra situación, quizá piense que límites establecer y aclarar lo qué pasó con Leah para evitar llegar a los golpes de nueva cuenta.

Trato de convencerme de que es una gran idea, pero no puedo, no es lo que quiero; sin embargo, el sentimiento de que es lo tengo que hacer me invade. Al parecer, no tengo otra opción más que regresar.

Mi familia no está de acuerdo con que tome la decisión de volver a la que se supone es mi casa, pero a pesar de ello estoy dispuesta hacerlo, más que nada por mi padre, ya que no quiero decepcionarlo más de lo que ya está.

Tomo mis cosas, me despido de mi madre y salgo para subir a mi auto. Por más intentos que haga para alargar mi camino, siento como si en tres segundos ya hubiera recorrido todo el trayecto. Para mi buena suerte, Mark aún no llega.

Aprovecho mi tiempo a solas para organizar mis pertenencias y limpiar un poco, porque al parecer a Mark no le resulto del todo bien permanecer unos días solo.

Hay platos y vasos sucios dispersos en la cocina, en la sala hay ropa que fue aventada al azar y la cama esta con las sabanas prácticamente en el piso. Mark nunca ha sido un hombre desorganizado y sucio, pero deduzco que la culpabilidad no lo dejo pensar en otra cosa y mucho menos considerar la idea de no enterrarse entre la mugre.

Me toma gran parte de la tarde levantar, tirar y recoger todo el desorden, veo la hora y noto que es muy tarde; Mark aún no llega. Decido subir para tomarme un baño y acostarme a dormir antes de que esté en casa para evitar mantener contacto y entablar una conversación, pues no tengo ganas de hacerlo.

Me quedo dormida por un rato no muy largo, cuando escucho que la puerta principal se abre. Por varios minutos se percibe ruido hasta que pasos irregulares ser acercan por las escaleras y finalmente llegan al cuarto. Cierro los ojos para fingir que estoy dormida.

Un suspiro hace su presencia, seguido del silencio. Luego de eso siento movimientos sobre la cama y unos brazos me rodean, estrujándome levemente. El olor a licor me pica la nariz pero intento no hacer ninguna reacción y continúo con los ojos cerrados. Como me encuentro acostada de lado, no puede darse cuenta de las expresiones e intentos por disimularlo.

—Te extrañe —susurra débilmente.

Hago caso omiso del comentario como si nada hubiera pasado y de un momento a otro, oigo ronquidos provenientes de mi costado. Me cuesta creer que Mark venga ebrio, no sé si de verdad considerar que la causa haya sido mi ausencia, o si hay algo más que lo esté atormentando que yo aún no sepa. De tanto pensar, sin darme cuenta me quedo dormida.

Durante la mañana el silencio reina. Ninguno de los dos se atreve a mencionar una sola palabra y el ambiente es muy incómodo.

Desearía haberme quedado en casa de mi madre; además, no sé si hacer mención sobre el estado en el que Mark llegó, pero como me hice la dormida, comentarlo no tendría sentido; lo dejo de lado como si eso no hubiera ocurrido nunca.

—Me alegra que estés aquí —dice mientras desayunamos. No digo nada, en vez de eso sonrío muy desganada, solo con la comisura de mis labios— bueno, tengo que irme, nos vemos más tarde.

Se despide dándome un beso en la frente y después se va. Suspiro, puesto que siento un gran alivio de que por fin me haya quedado  sola, aunque sea por unos minutos, en lo que debo salir de la casa para dirigirme al hospital.

Una vez allá, le pregunto a Dafne si de casualidad ha visto a Leah o Kate por los alrededores, pero su respuesta es negativa.

No tengo manera de contactarlas para saber algo sobre ellas; más que nada, de Leah. Quizá todavía estén con los preparativos del funeral, pero a juzgar por la cantidad de días que han transcurrido desde que lo supe, dudo mucho que incluso no haya sucedido. Soy una tonta al tener esperanzas si ha pasado demasiado tiempo.

Caminando por los pasillos y de forma sorpresiva, veo a Kate caminar en mi dirección, no dudo ni un segundo en llamar su atención.

—Hey, Kate —ella dirige su vista a mí.

—Oh, Hola.

—¿Cómo estás? —luego me doy cuenta de la imprudencia que cometí con mi cuestionamiento tan fuera de lugar—, pregunta tonta, disculpa.

—No te preocupes. Estoy triste, pero bien, dentro de lo que cabe —sus ojos se humedecen ligeramente.

—Lo imagino. ¿Qué hay de tú madre?

—Está bien, le está costando un poco más de trabajo, pero todo está dentro del proceso normal.

—Sí, claro —dudo un momento si es buena idea preguntar directamente por Leah, pero al final, me animo—. Y Leah, ¿Cómo lo lleva? —Kate me mira fijamente, como si pretendiera adivinar las razones por las que pregunto de forma tan pretensiosa.

—Está bien. Ella ya regreso a su casa.

Siento como mis venas empiezan a escarcharse, hasta el punto de percibirlas congeladas, dado el frío cruel con el que sus palabras vienen acompañadas. Mi cuerpo tambalea un poco, y trato de guardar las apariencias al continuar como si lo que me dijo no me afectara en lo más mínimo.

De manera que no volveré a verla, ni siquiera para despedirme adecuadamente; la misma historia de hace  años se repite, aunque en situaciones distintas.

—Entonces tendrás que cuidar de tú madre por tu cuenta.

—Eso parece. Leah me ayudará con dinero, o con lo que pueda desde la distancia.

—Eso es bueno —digo fingiendo alegría para disfrazar mi decepción.

—Sí, lo es —un silencio incómodo se hace presente. Termino de romper el hielo despidiéndome con la excusa de que debo regresar a mis labores.

—Bueno... Nos vemos, espero que reciban el consuelo que necesitan por su pérdida. Cuídate.

—Gracias. Hasta luego.

Kate se va y yo me recargo en la pared para terminar de procesar la noticia de la partida de Leah. No puedo evitar sentir tristeza e impotencia. Mi corazón palpita de forma irregular y el pecho se contrae, causándome un dolor tan real como mis miedos.

Creí que tendría la oportunidad de mirarla de nuevo o poder decirle algo para reconfortarla durante su dolor; sin embargo, ya no podré hacerlo.

No es la primera vez que se va sin decir nada: si pude superarlo en aquella ocasión, podré con una segunda, aunque no estoy segura si quiera de haber superado ese día en que simplemente desapareció de mi vida.

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