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👑🌹 Capítulo 9

—¿Cómo que os dispararon? —exclama Andriu.

Nos encontramos todos en el coche, hace apenas unos segundos que hemos recogido a la pelo azul y a Fred del sitio en el que habíamos quedado antes de marcharnos a hacer nuestros respectivos trabajos; nos dirigimos a la casa de este último. Andriu está en el asiento trasero junto con Turner, ambos mirando a la pelirroja que está al volante con los ojos muy abiertos. Parece que a ellos también les ha pillado de sorpresa, aunque al moreno pronto se le ilumina la cara cuando un recuerdo en concreto le cruza la mente.

—Ese bando es conocido por sus trampas —nos comenta—. Antes mandaban a los iniciados a hacer una labor de esas y después de matarlos recuperaban la mercancía que ya les habían dado a los otros. Tú ibas, te confiabas, ellos creían que iban a conseguir lo que se les había prometido y lo único que recibían era un disparo.

—Pues casi nos matan —espeta Ann con la mirada fija en la carretera—. Creía que Jayden me ponía trabajos en los que no corriese ningún tipo de peligro. ¿Qué es lo que le ha hecho cambiar de idea?

Subo la vista hasta el espejo retrovisor interior, queriendo ver a los dos que están en los asientos traseros. Ellos se miran mutuamente y, a continuación, sueltan un sonoro suspiro.

—Él no tenía ni idea de esto —le defiende Andriu.

—Tiene razón. Ese bando dejó de hacer estas cosas hace cinco años, desde que la policía atrapó a varios de sus miembros —prosigue el moreno—. Pero parece ser que no aprenden. No saben pasar desapercibidos. Muchas bandas de los alrededores les han amenazado, ya que nos están poniendo en peligro a todos nosotros.

La verdad es que son demasiado escandalosos, el francotirador ha sido demasiado.

—Al menos tu tiro ha sido certero —digo y le echo un rápido vistazo a la pelirroja.

—¿Certero? —cuestiona ella, riéndose sin gracia—. ¡Apuntaba a su maldita cabeza!

Una suave carcajada sale de mi garganta.

—Pero le has dado, que es lo importante —le tranquilizo.

—Ann ha apretado el gatillo contra alguien, eh... —expone Fred con una sonrisa de medio lado plantada en su rostro—. Nunca lo habría imaginado.

—Me arrepiento de ello —asegura ella sin apartar la vista del frente—. Verás cómo me metan en la cárcel por esto.

—No lo harán. —Niega Andriu—. Le haré saber esto a Jayden. No te pasará nada.

Un suspiro nervioso sale de entre los labios de la pelirroja, la cual aprieta con fuerza el volante bajo sus dedos. Presiento que no dormirá muy bien esta noche; lo que ha pasado hoy ha debido marcarle mucho, pues es la primera vez que dispara a alguien y lo más posible es que lo haya matado. Por no hablar de las innumerables situaciones bárbaras en las que ha vivido desde que nació por el tema de la herencia. Decir esto con tanta normalidad me provoca un cortocircuito enorme en el cerebro, me estoy empezando a acostumbrar a este tipo de cosas y no creo que sea algo bueno. Este también ha sido mi primer disparo a una persona, pero no sé si es el hecho de que me prepararon para esto por lo que no me afecta tanto. Lo máximo que he hecho, ha sido disparar a las dianas de la academia de policía y a la rueda del vehículo que nos perseguía a Axel y a mí cuando tuvimos que robarle droga a los Panteras. Igualmente, espero no tener que volver a apretar el gatillo contra nadie. No obstante, siento que voy a tener que hacerlo más de una vez a partir de ahora, siempre en defensa propia, claro.

Pasamos el resto del trayecto en completo silencio, solamente con el ruido del aire golpeando el parabrisas, las ruedas corriendo por el asfalto y el del motor funcionando. Y algún que otro suspiro perteneciente a Andriu, quien no paraba de decir que se aburría demasiado como para estarse quieta sin hacer absolutamente nada, por lo que se dedicaba a suspirar para entretenerse bajo las quejas del chico sentado a su lado. Por suerte para él, llegamos a su hogar unos minutos después.

—Fred, esta es tu parada —le hace saber Ann.

Ella aparca cerca del arcén de la acera y él se desabrocha el cinturón de seguridad para después bajar del automóvil.

—Buenas noches —nos dice antes de cerrar la puerta.

—Adiós —respondemos las tres al unísono.

Turner rodea el coche y camina con pasos lentos hacia su portal mientras saca las llaves de los bolsillos de su chaqueta de cuero negra. Justo cuando mete la llave correspondiente en la cerradura, Ann se apresura a desabrocharse el cinto. La miro un tanto confundida, pero ella no tarda en girarse para hacernos saber a su hermana y a mí lo que pretende.

—Voy... voy a acompañarle.

—Sí, no vaya a ser que se pierda —interviene Andriu con sarcasmo en sus palabras.

Me permito reírme levemente ante su comentario; sé perfectamente por dónde van los tiros. La pelirroja, tras rodar los ojos, abre la puerta del vehículo y sale. Luego de cerrarla, se acerca con rapidez a Fred. Él se da la vuelta, confundido, pero al cabo de un rato, ambos entran en el edificio, desapareciendo de nuestra vista sin más.

—Kelsey —me llama la pelo azul, haciendo que me gire en el asiento para poder verla—. Pon música o algo, que me aburro.

—¿Qué emisora pongo?

Vuelvo a apoyar la espalda en el respaldo del asiento y llevo los dedos hacia la radio del coche, comenzando a toquetear todos y cada uno de los botones en un intento de dar con el que enciende el cacharro. Estas modernidades no van conmigo, soy una negada de la nueva tecnología en automóviles.

—Cualquiera, pero pon algo. —Se incorpora de su sitio para ver más de cerca lo que hago.

—Esto no se enciende.

Frunzo el ceño y suspiro con frustración al no ser capaz de encender una simple radio. He tocado todo lo que había por tocar y nada ha hecho que esta cosa comience a sonar.

—A lo mejor está rota —opino parando de intentarlo.

—Pues déjalo, ya me entretengo yo dándome cabezazos contra la ventanilla.

Se echa hacia atrás hasta que su espalda toca de nuevo el respaldo de su asiento. Un largo y sonoro suspiro sale de sus adentros; ya empezamos otra vez. Con la intención de frenar la acción de entretenimiento de Andriu, opto por matar mi curiosidad haciéndole una pregunta que me lleva rondando desde que he entrado hoy al local de los Árticos.

—Oye, ¿qué hay entre Jayden y tú?

—Absolutamente nada —contesta alzando sus hombros—. Es algo... algo raro.

Ya veo.

Un par de minutos después, la puerta del piloto se abre de golpe, provocando que ambas dirijamos la mirada hacia Ann. Esta se sienta en su asiento de forma inmediata, con una notable tiritera debido al frío, incluso llega a frotarse los brazos para intentar entrar un poco en calor antes de abrocharse el cinturón y ponerse a conducir.

—Hay que ver el frío que hace —se queja y cierra la puerta lo más rápido que puede—. Se nota que estamos en diciembre, eh.

Cuando la pelirroja dirige su mirada hasta a mí, lo primero que me llama la atención de su rostro son sus labios. Estos estaban pintados de un rojo intenso cuando llegué al local. Estaban. Bueno, lo siguen estando, pero... jé. Digamos que ahora es lo más parecido al Joker que he visto, en cuanto a maquillaje se refiere.

—¿Quieres repasarte el pintalabios o te damos algo para quitarte los restos? —cuestiono mirando su boca con cierta gracia.

La chica abre los ojos como platos y sus mejillas se enrojecen en el momento en el que se da cuenta de lo que está ocurriendo. Rápidamente, se lleva las manos a la boca e intenta quitarse el desastre que tiene en los labios. Su hermana se incorpora del asiento y acerca su cara a Ann, viendo así lo mismo que yo.

—No me lo puedo creer —comenta la pelo azul entre risas—. Podríais haber terminado ya la faena esta noche.

Al escuchar estas palabras salir de sus adentros, una sonora carcajada sale disparada del interior de mi garganta, lo que provoca que Ann se ponga aún más colorada. Casi igual o más que el color de su pelo y pintalabios.

—Kelsey, en la guantera hay toallitas desmaquillantes —avisa Andriu y señala el lugar sin dejar de reírse—. Dale una.

Asiento con la cabeza en respuesta afirmativa con una sonrisa en la que enseño toda mi dentadura presente en mi rostro. Esto sí que me lo veía venir.

🐈

—Chelsea, ya estoy en casa —anuncio nada más llegar.

Cierro la puerta de mi piso a mi espalda a la vez que deslizo la chaqueta que llevo puesta por mis brazos para poder quitármela. Una vez que la tengo fuera de mi cuerpo, la cuelgo en el perchero que tengo a mi vera. Escucho unos pasos cerca de mí, por lo que supongo que mi amiga me ha escuchado y viene a ponerme al tanto de lo que le sucede a Phillip, pues sé que le ha llevado al médico en mi lugar.

—Tu amiga se ha ido hace rato —contesta una voz.

Arrugo el entrecejo al darme cuenta de que esa voz no pertenece a Chel en absoluto, lo que hace que me quede estática en el sitio; ¿qué? Me doy la vuelta con rapidez, hasta que una mujer rubia, con el pelo suelto, cortado a ras de sus hombros y de unos increíbles ojazos azules, aparece justo enfrente de mí, a tan solo unos cuantos pasos.

—Mamá... —susurro al verla.

—¿Qué hacías fuera tan tarde? —Cruza los brazos sobre su pecho—. Son cerca de las doce de la noche, Kelsey.

Sin molestarme en responder a su pregunta, corro hacia a ella para darle un fuerte abrazo. Cristty no pierde ni un solo segundo en corresponderme y apretarme contra su cuerpo, haciéndome sentir su calidez y el olor de su perfume favorito. El recuerdo de cuando se lo quitaba a escondidas en mi época adolescente me golpea la mente, lo que provoca que una sonrisa se haga presente en mi rostro.

—No te creas que el abrazo va a conseguir que me olvide de lo que te he preguntado —advierte y me da palmaditas en la espalda.

Vaya. Mi madre se separa de mí, rompiendo nuestro enlace, para así poder mirarme cuando yo comience a explicarle las cosas.

—Estaba en el trabajo terminando de organizar algunas cosas del informe —respondo sin más, quitándole importancia.

—Ah, bueno. —Es lo único que dice—. Por cierto, ese niño que vive ahora contigo está durmiendo en tu cama. Se ha pasado la noche vomitando. Al parecer tiene una indigestión.

Ay, pobre.

—Ahora que ya estás aquí, me voy al hotel. Estoy agotada —agrega y suelta un sonoro suspiro cargado de cansancio.

Estoy a punto de pedirle que se quede conmigo, pero tan rápido como me acuerdo de que no tengo más sitio, opto por callarme. No pienso dejar dormir a nadie en el suelo, está congelado en estas fechas y no tengo absolutamente nada para hacerlo más cómodo. Así que solo asiento con la cabeza, sonriente. La mujer que me dio la vida pasa por mi lado para coger su abrigo del perchero. Cuando ya lo tiene y su mano libre toca el picaporte de la puerta, se queda quieta. Mira la madera de la misma sin hacer absolutamente nada. Después reacciona.

—Ah, no. Espera, que aún me falta echarte mi sermón de madre. —Se da la vuelta con el ceño fruncido.

Uy. Se ha cabreado.

—Conoces a un asesino por tu trabajo, al que tienes que vigilar... —comienza a hablar.

—Él no es...

—Calla —interrumpe mostrándome la palma de su mano—. Y en un mes comienzas a salir con él. Y yo me entero de esto justo el día que cortáis vuestra relación —prosigue—. ¿Por qué razón soy la última en enterarme de las cosas? Soy tu madre, Kelsey.

Sus ojos se quedan fijos en los míos, esperando a que yo reaccione y diga algo al respecto.

—Bueno, en realidad no teníamos nada serio... —me excuso mostrándole una sonrisa en la que se puede ver mi dentadura, lo que a ella no parece hacerle gracia—. Vale, lo siento.

—Ahora no vale sentirlo —se queja y cruza los brazos sobre su pecho por segunda vez—. ¿Es que no has aprendido nada de tus padres? Conocí a tu padre en el trabajo y mira cómo hemos acabado. Divorciados y cada uno en un extremo del océano. No puedes mez...

—Mezclar el trabajo con mis sentimientos —termino la frase por ella, rodando los ojos.

—Eso mismo —confirma todavía algo enfadada—. Bueno. Al menos espero que, si has hecho algo con ese chico, hayas usado...

Antes de que ella termine la frase, mis ojos se abren de par en par al acordarme que de que no usamos ningún tipo de protección. Mi madre observa la expresión de mi cara con detenimiento y, al cabo de unos instantes, sus ojos se abren igual que los míos. ¿Podría empeorar más esto?

—Me cago en el padre que te fundó —espeta.

Se gira y abre la puerta.

—¿A dónde vas? —inquiero confundida.

—¿Hace cuánto os acostasteis? —cuestiona ignorando mi pregunta.

—Pues... hace casi tres semanas más o menos.

—Voy a una farmacia de guardia a por un test de embarazo, no te duermas —ordena—. Y recuerda que el condón sirve también para que no pillar ninguna ETS. Aunque bueno, tú conoces a ese tío más que yo.

Los presos reciben controles regularmente, así que creo que no hay por qué preocuparse de eso. En cambio, el tema del embarazo si es más posible. Cristty, al pronunciar estas palabras, sale de casa como alma que lleva al diablo. Más vale que esa cosa dé negativo.

🐈

Una media hora después, tanto mi madre como yo, nos encontramos en el cuarto de baño esperando a que el test nos diga el resultado de la prueba. Estoy sentada en la tapa del váter, con los codos apoyados en las rodillas y la barbilla sobre mis manos, mirando ese cacharro que está colocado en el suelo para que ambas podamos verlo. Hace rato que he meado en esa cosa y aún no sale nada, me estoy poniendo histérica.

—¿Ya has sentido náuseas? —pregunta mi madre, observándome de pie justo enfrente.

—Sí. Al oler la leche —afirmo con la voz temblorosa—. ¿Cuánto más hay que esperar? —Alzo la cabeza y la miro.

—Un minuto. —Mira el reloj de su muñeca.

Aparto la barbilla de mis manos y me incorporo hasta que mi espalda queda recta. Una de mis rodillas comienza a moverse de abajo hacia arriba rápidamente y de forma constante, como un acto nervioso. El minuto se me está haciendo eterno. En el momento en el que el tiempo finaliza, mi madre me hace un gesto con las cejas para indicármelo.

—Míralo tú. Yo no quiero —le pido mordiéndome el labio inferior con fuerza.

Cristty, tras rodar los ojos, se agacha a coger el test de embarazo del suelo. Una vez entre sus manos, se queda unos segundos observándolo y, después, sube los ojos hasta los míos.

—¿Y bien? —pregunto, impaciente.

—Estás embarazada —contesta con una seriedad que consigue ponerme la piel de gallina.

Mi corazón pega un vuelco en mi pecho y la garganta se me comienza a secar.

—¿Qué? —Es lo único que sale de mi boca.

—Nah, es broma hija. —Suelta una breve risotada, lo que provoca que mi pulso vuelva a su ritmo normal—. No estás embarazada. Ha dado negativo. —Me lo muestra.

—¿Y para qué cojones me dices lo contrario?

—Para darte una lección.

Cuando pronuncia estas palabras, una risa lo más parecida a la de una bruja, se adentra en mis oídos. Acto seguido tira el test en la basura que hay a su espalda y yo tengo que llevarme la mano al pecho para quitarme el susto que me ha pegado la falsa noticia de encima.

—Eso no se hace —me quejo.

—Oh, venga. Que no es para tanto —le quita importancia—. Pero entonces... ¿por qué la leche te ha dado náuseas?

Ambas nos miramos sin decir ni una sola palabra, pero mis ojos se abren un poco al acordarme de que Phillip está malo del estómago. Me levanto del váter y me dirijo a la cocina con mi madre pisándome los talones. Una vez que he llegado, saco la leche de la nevera y leo la etiqueta de la botella. Ups, seguro que seré una mala madre en el futuro.

—Está caducada —aviso pasándole la botella a Cristty—. Por eso Phillip está malo. Le ha sentada mal el desayuno.

Mi madre abre el envase y se acerca a olerlo. Al instante, una mueca de asco se hace presente en sus labios.

—Tira esto, anda. —Me devuelve la leche.

Cuando la tengo en mis manos hago lo que me ha pedido sin demora alguna. Si es que, con tantas cosas que se me han juntado en todo este tiempo, ni siquiera sé en dónde narices tengo la cabeza. Voy a tener que revisar cada alimento para ver si algo más me ha caducado o qué. Y hacer la compra pronto.

—Phillip no se quejó —comento—. No me dijo nada al respecto. Pensé que era cosa mía.

—Pues ya ves que no. —Se encoge de hombros.

Ella se da la vuelta y sale de la cocina. Yo la sigo.

—Voy a irme ya —dice volviendo a coger su abrigo del perchero—. Hasta mañana, mi niña.

—Hasta mañana, mamá.

En cuanto estas palabras salen de mi boca, mi madre abre la puerta y sale de mi casa, no sin antes sonreírme tiernamente. No sé qué haría sin ella, la verdad.

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