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👑🌹 Capítulo 7

Las puertas del ascensor de comisaría se abren en la primera planta, dejándome ver a algunos de mis compañeros de trabajo caminado de un lado para otro; hoy debe de ser uno de esos días ajetreados para todos. Salgo de la cabina y comienzo a caminar hacia mi despacho, que se encuentra al final del pasillo, mientras hago lo posible para que la caja entre mis brazos no se me escurra y caiga al suelo. Porque ya bastante me está doliendo el hombro.

Una vez que he llegado a la entrada de mi oficina, hago malabares con las pertenencias de los Williams y procedo a abrir la puerta, para después darle un leve empujón con el codo. Entro en la sala, iluminada con solo la luz que entra por los agujeros de las persianas que se encuentran medio bajadas. Luego dejo lo que llevo entre mis brazos sobre mi escritorio.

Suelto un pequeño suspiro al quitarme el peso de encima mientras muevo mi hombro en círculos con lentitud, con la intención de estirar un poco los músculos y la piel de mi herida sin llegar a hacerme daño. Llevo la mano hacia el vendaje, acariciándolo con suavidad para ver si alguno de los puntos ha decidido soltarse; está en orden.

Llevo las manos a los laterales de la caja y me quedo observando las tapas de cartón superiores que me impiden ver el contenido, planteándome si debería echarle un pequeño vistazo ahora o hacerlo más tarde con más tranquilidad y detenimiento. Pero al darle un par de vueltas a las opciones en mi cabeza, me doy cuenta de que no pierdo nada con empezar a echarle una ojeada ahora, pues no tengo nada mejor que hacer por el momento. Tengo que esperar a mañana para interrogar a Dorian, Phillip está en el colegio y Bagheera y Sparkie estarán entretenidos corriendo de un lado para el otro.

Abro el embalaje sin perder más tiempo, viendo unos cuantos libros de tamaño variable en el interior. Lo primero que saco son tres: dos de Stephen King y otro de los cuentos recopilados de Edgar Allan Poe. Dejo los dos primeros en la mesa y me quedo con el tercero que he nombrado. Observo la portada durante unos pocos segundos y luego lo abro, viendo en la primera página escrito lo siguiente: "Propiedad de Axel Williams". Rápidamente, les echo un vistazo a los tres para ver si hay algo escrito entre las páginas, en cambio, no hay absolutamente nada.

Deposito los libros sobre la mesa y vuelvo la vista al interior de la caja. Lo siguiente que saco, es un par de libros de texto de medicina y biología. Hago lo mismo que he hecho con los anteriores, los abro y observo que en la primera página de ambos está escrito con letras diferentes: "Propiedad de Dorian Brad" y "Segundo propietario: Axel Williams".

Ahí va.

Los dejo junto con el resto y procedo a sacar los últimos que quedan. Seis álbumes de fotografías de un tamaño pequeño. Me quedo con uno en las manos, dejando los demás en el escritorio, con la intención de echarle un vistazo a las fotografías del mismo.

Es posible que la asesina se encuentre en alguna de ellas y eso sí que me ayudaría a avanzar. Pero antes de que pueda siquiera levantar la tapa, unos pequeños golpes en la madera de la puerta de mi despacho hace que deje el álbum de nuevo en la caja, al momento.

—Kelsey, tienes visita. —La voz de Rosa a mi espalda entra en mis oídos.

Al escucharla me giro hacia ella para tenerla de frente, lo que me hace darme cuenta de que va acompañada de Phillip. Al fijarme un poco más en él, puedo observar que entre sus brazos lleva algo recubierto con su propio abrigo, impidiéndome ver lo que esconde.

—¿Por qué no está en el colegio? —cuestiono.

Subo la mirada de nuevo a mi compañera de trabajo y ella dirige la vista hacia el niño al mismo tiempo que pone su mano sobre la cabeza de este.

—Uno de sus profesores llamó diciendo que se encontraba mal —contesta.

Já. Cuentitis aguditis.

—Ah, ¿sí? —Miro de reojo a Phillip.

El niño me observa con seriedad y acariciando a lo que tenga debajo del abrigo. Después asiente con la cabeza, dándole la razón a Rosa y con la intención de que yo crea sus palabras. Pues no cuela, majo.

—Bueno, os dejo a solas. Tengo cosas que hacer —comenta la rubia dando un paso hacia atrás.

—De acuerdo, gracias por traerle —agradezco.

La mujer me muestra una amplia sonrisa en su rostro antes de marcharse y desaparecer de mi vista. Phillip entra a mi despacho con pasos lentos y cuidadosos, como si temiera que yo le pegara un bocado.

—¿La cuentitis aguditis ha vuelto? —Cruzo los brazos sobre mi pecho y arqueo una de mis cejas.

—No estoy mintiendo. De verdad que me encuentro mal —me asegura en un hilo de voz apenas audible.

Sus cejas caen hacia abajo, mostrándome una expresión de malestar en su rostro a la vez que hace un puchero con sus labios. Alzo ambas cejas, sin creerme del todo sus palabras, pero sus constantes pucheros y la palidez de su rostro hacen que deje de dudar de él.

—¿Qué es lo que te ocurre? —Me arrodillo frente a él para estar a su misma altura.

—Me duele la barriga.

Al escuchar sus palabras, llevo una de mis manos a su frente para tomarle la temperatura, pero no tiene nada de fiebre. Será algo que le he sentado mal.

—Ahora vamos a casa y me quedo contigo, ¿vale? —propongo, apartando la mano de su piel.

Este frunce el ceño y niega enérgicamente con la cabeza, a lo que yo acentúo el ceño confundida.

—Voy a cumplir doce años, sé cuidarme yo solo. No necesito que te quedes conmigo. Ya soy mayorcito —suelta de golpe, con algo de molestia en su voz, lo que provoca que abra los ojos de par en par.

Vaya con el niño.

—Además, estarías perdiendo trabajo —agrega.

—No voy a dejarte solo en casa. —Niego con la cabeza.

Este acentúa su ceño e hincha sus mofletes algo cabreado por la situación. Yo, simplemente, suelto un leve suspiro ante su comportamiento al mismo tiempo que ruedo los ojos, dejándolos posados en el bulto bajo el abrigo y entre sus brazos.

—¿Qué llevas ahí? —inquiero señalándolo con un movimiento de mi cabeza.

—Estaba sola en la calle —me hace saber destapando el bulto con lentitud.

Un gato sin pelo, con la piel sonrosada y ojos azulones, aparece en mi campo de visión de golpe.

—¡Ostras, un alien! —grito por la sorpresa que me ha causado ver al animal entre los delgados brazos del niño.

Phillip, tras tirar su abrigo al suelo, me fulmina con la mirada.

—No es un alien. Es una gatita —corrige notablemente molesto por mi comentario.

—Una gata alienígena. —Me encojo de hombros, provocando que él frunza el ceño—. Y muy cara...

Me encanta hacerle de rabiar. Bueno, a todo ser viviente.

—¿Nos la podemos quedar? —me suplica el hermano de Axel.

Llevo una de mis manos a la cabeza de la gata sin pelo y acaricio su piel arrugadita con suavidad, lo que hace que ella cierre los ojos a gusto por el tacto de mis dedos. Me parece raro que anduviera sola por la calle, pero bueno.

—Está bien —accedo—. ¿Cómo la llamamos?

—Andrea. —Sonríe de oreja a oreja.

—Andrea, la nueva novia de Bagheera —comento entre risas.

Dejo de acariciar la piel de la gata, y en el momento en el que ella nota la ausencia de mis dedos en su cabecita, se remueve entre los brazos del muchacho para después pegar un salto hacia el suelo. Esto lo aprovecha para olfatear todo lo que hay a su alcance. Esperemos que no arañe nada o Marshall me echará de comer a los perros del cuerpo policial.

—Kelsey... —La tímida voz del pequeño Williams me saca de mi embobamiento, haciendo que le mire—. Mi padre está muerto, ¿verdad?

Mis ojos se abren de par en par al escuchar esa inesperada pregunta, haciendo que las palabras se me atasquen en la garganta y no salgan. Sin embargo, mi silencio parece ser suficiente para responder a su cuestión, ya que sus brazos se enrollan alrededor de mi cuello a los pocos segundos. Paso los brazos por su espalda y le doy un fuerte abrazo que acaba pegándole a mí del todo, provocando que sus lágrimas rueden por la piel de mi cuello junto con sollozos silenciosos.

—¿Ha sido mi hermano el responsable de eso? —susurra con miedo en su voz.

La pregunta consigue ponerme la piel de gallina. No me acordaba que Charlie le metió mentiras en la cabeza para proteger a sus hijos.

—No —respondo deshaciendo el abrazo para poder verle la cara—. Tu hermano no ha tenido nada que ver. No es un asesino.

Sus ojos llorosos se quedan fijos en los míos, totalmente confundido. Las lágrimas cesan de golpe, aunque algunas de ellas siguen cayendo hasta amontonarse en su barbilla.

—Mi padre me dijo que sí —afirma.

—Tu padre te ha mentido. Tu hermano no hizo nada malo —aseguro.

Llevo mis manos hacia sus mejillas para apartar las lágrimas que han decidido salir de nuevo.

—¿Por qué me iba a mentir? —Su voz sale quebrada.

—Porque quería protegerte. A ti y a Axel.

—No entiendo nada —confiesa.

Niega con la cabeza lentamente, frustrado al ser incapaz de comprender lo que está pasando. Y es normal, yo en su lugar también lo estaría.

—Phillip... ¿recuerdas algo de lo que pasó el día en el que te dispararon? —indago con la intención de obtener más información.

Pongo una mano sobre el hombro en el que le dispararon, donde su herida ya tiene que estar más que cicatrizada. Él asiente en respuesta afirmativa y se sorbe los mocos.

—Pero mi padre me dijo que las cosas no pasaron así —me dice alzando la voz.

—Olvídate de lo que te dijo tu padre y cuéntame lo que recuerdes.

Él desvía la mirada de la mía, con el ceño fruncido, pensando en los sucesos que tuvieron lugar aquel día. La expresión decaída de su rostro me hace ver que no le está resultando fácil hurgar en esos recuerdos tan dolorosos, y me siento mal por preguntarle acerca de ello. No obstante, es necesario si quiero salvarlos a ambos de las etiquetas que ya tienen puestas.

—Recuerdo que unas personas entraron en casa a la fuerza —responde después de unos segundos—. Y que una de ellas mató a mi madre.

—¿Solo eso?

Asiente una vez más, regresando sus ojos a los míos. Agarro sus húmedas mejillas y le planto un beso en la frente a la vez que acaricio su piel con los dedos pulgares de ambas manos.

—Venga, coge a la gata. Nos vamos a casa. —Me levanto del suelo.

Él, tras mostrarme una pequeña sonrisa en sus labios, comienza a caminar hacia Andrea, la cual se encuentra tumbada debajo del radiador y a punto de quedarse dormida. La gata no es tonta, desde luego.

🐈

—¡Phillip! ¿Qué te apetece cenar? —grito desde la cocina.

Mientras que espero una contestación, lleno los comederos de los animalitos de la casa. Andrea observa como echo la comida en su respectivo cuenco junto a Bagheera, relamiéndose los bigotes. Una vez que termino de hacer esto, dejo el saco detrás de la puerta de la cocina y me quedo observando a los felinos y a Sparkie, quien no va a dudar ni un solo segundo en abalanzarse sobre los comederos ajenos para comerse el contenido. Este chucho es todo un glotón, acabará con todos mis ahorros.

—¡Phillip! —Vuelvo a llamarle al no recibir respuesta.

Dejo reposar las manos en mis caderas y continúo mirando cómo los dos gatos se tiran el uno encima del otro, juegan a darse golpes con sus respectivas patitas y se enseñan los colmillos de vez en cuando. Tras apartar la mirada de ellos, salgo de la cocina y me dirijo hacia el salón en busca del pequeño Williams, sin embargo, allí no hay ni rastro de él.

—¿Phillip?

Al pegar la vista al frente, veo que la luz del cuarto de baño está encendida, por lo que decido acercarme a la entrada a ver lo que ocurre. Cuando giro en la pared que hace esquina, me encuentro con que la puerta del lugar está abierta, así que me dispongo a aproximarme a ella. En el instante en el que me asomo, me topo con Phillip arrodillado enfrente de la taza del váter y con sus brazos rodeándola.

—¿Estás bien, cielo? —inquiero con preocupación.

Me acerco rápidamente a él, quien niega con la cabeza sin apartar la vista del fondo del retrete.

—Tengo ganas de vomitar —me dice casi afónico.

Paso una de mis manos por su espalda y le acaricio con suavidad.

—Te dije que no era cuentitis aguditis —agrega.

Jé.

—Venga, levántate y ve a vestirte. —Le tiendo la mano—. Te llevo a urgencias.

El muchacho posa su mano sobre la mía y yo se la apreso con suavidad para ayudarle a ponerse en pie. Ambos nos dirigimos a mi habitación para buscarle algo de ropa que ponerse para el camino de ida al hospital. Mientras que él rebusca por los cajones que le adjudiqué, me dirijo al salón para coger mi teléfono móvil y pedirle a Chelsea que me acerque al centro hospitalario con el coche. En cambio, antes de que pueda siquiera marcar su número, unos golpecitos en la puerta me detienen. ¿Quién será a estas horas?

Con el ceño fruncido y el dispositivo móvil en mano, camino hacia la entrada de mi casa lo más rápido que puedo. Nada más llegar abro la puerta y la pelo azul de Andriu aparece dentro de mi campo de visión, con los brazos cruzados sobre su pecho y una expresión facial que me indica que no está especialmente feliz hoy. Noto como el hermanito de Axel se posiciona a mi lado; la curiosidad le ha podido.

—Ha llegado el momento, Kelsey —comenta ella con esa voz tan suave que le sale a veces.

—¿Una entrega? —cuestiono aun sabiendo la respuesta.

Andriu asiente con la cabeza y se muerde el labio inferior con fuerza.

—No puedo dejarle solo. —Señalo al niño—. Se ha puesto malo. Ahora íbamos al médico.

—¿No puedes llamar a alguien para qué se quede con él? Recuerda que es importante que hagas esto.

Inmediatamente pienso en Chelsea, por lo que asiento en respuesta afirmativa.

—Pues corre, que tenemos prisa —apremia chocando sus palmas para que llame rápido a quien tenga que llamar.

Andriu accede a mi piso después de cerrar la puerta a su espalda y se posiciona al lado de Phillip, esperándome. No pierdo ni un solo segundo y, tras desbloquear la pantalla del teléfono, busco el contacto de mi amiga entre todos los de mi agenda. No obstante, el grito de la pelo azul logra sobresaltarme y retrasar mi acción.

—¡Pero Kelsey! ¿Por qué has afeitado a tu gato?

La miro y sigo la trayectoria de su mirada, topándome con la gata sin pelo a los pies de Phillip. Sus ojos regresan a los míos, completamente abiertos al igual que su boca. No puedo evitar reírme a carcajada suelta debido a su confusión.

—No es Bagheera —explico—. Es una gata esfinge.

En sus labios se forma una pequeña mueca de asco y su entrecejo se arruga acentuando esa emoción en su rostro.

—Pues que sepas que da grima. —Lo señala con el dedo—. Que fea es, joder.

Pues a mí me encanta.

—Pues que sepas que se llama Andrea. Como tú. —Sonrío de medio lado al proporcionarle tal información.

Los ojos de Andriu se abren un pelín más, dando la sensación de que podrían salirse de sus órbitas en cualquier momento.

—¿Qué? ¿Por qué? —Se muestra indignada.

—Porque tiene cara de Andrea —interviene Phillip, dándole obviedad a la frase.

La amiga de Axel pone toda su atención en el niño y le muestra su dedo índice como advertencia.

—¡Yo no tengo cara de gato pelado! —se queja ella y, acto seguido, se señala la cara.

Phillip suelta una sonora carcajada, contagiándomela a mí al instante.

—No tiene gracia —niega la pelo azul.

En realidad, sí que la tiene. Ruedo los ojos y desvío la vista hasta el móvil que sostengo entre mis dedos. Una vez que logro marcar el contacto de mi amiga, me llevo el dispositivo al oído y espero a que ella esté disponible y decida descolgar la llamada. Solo espero que no pierda a Phillip como al resto de niños que ha cuidado. Aunque bueno, este es un poco más grande, así que dudo que tenga muchos problemas. Espero.

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