👑🌹 Capítulo 50
Deslizo la punta del bolígrafo por el fino papel de la libreta que uso para anotar los pedidos de los clientes tras escuchar lo que la mujer quiere tomar. Son las cuatro de la tarde, apenas hemos terminado nuestro descanso para comer y esto se ha llenado en menos de cinco minutos. ¿Lo malo? Que la mayoría de la gente que viene a estas horas quiere un café. ¡Por favor! ¿Es que no puede llegar alguien que quiera una cervecita o qué sé yo? Llevo tan solo dos días trabajando y ya estoy recordando el odio que le tenía a las cafeteras y al olor de los granos de café. Pero será mejor que no me queje. Mis quejas son lo que me han traído de cabeza aquí.
Sonrío a la mujer y le hago saber que en unos minutos tendrá su café con leche listo. Arranco la hoja escrita y guardo el boli y la libreta en la cinturilla de la falda. Camino con cuidado hacia la barra para preparar todo lo que me han pedido. Cuando paso detrás de dicha barra, dejo el papel sobre la encimera y me dispongo a preparar la primera cosa de la lista: un café con leche. Pongo una taza bajo la cafetera y, tras configurarla, presiono el botón. Me mantengo unos instantes a la espera de que el proceso termine, totalmente tranquila.
—¡Bu! —dice alguien a mi espalda y agarrándome de la cintura, lo que provoca que yo pegue un salto debido al susto.
Me giro para ver de quien se trata al mismo tiempo que me llevo una mano al pecho para calmar los latidos de mi corazón desenfrenado. Bea es quien aparece junto a mí, con una sonrisa de oreja a oreja y riéndose a carcajada suelta. ¡Joder, no me lo esperaba!
—Me has dado un susto de muerte —le hago saber casi sin respiración—. ¿Y se supone que tú estás aquí para mantenerme con vida? —susurro con los ojos muy abiertos, a lo que ella sonríe.
—¡Tampoco es para tanto, glóbulo rojo!
Niego con la cabeza y suspiro. Después de que logro relajar mi pulso, prosigo con mi labor. Luego de ver que la taza tiene la mitad de café, la aparto de la cafetera y procedo a echarle leche caliente para acabar de llenarla. Bea sigue todos y cada uno de mis movimientos con la mirada, cosa que consigue ponerme un poco nerviosa. Una vez que he finalizado, dejo la taza sobre la bandeja que tengo a un lado de la encimera.
Me muevo hacia el mostrador y cojo un par de pastelitos de uno de los escaparates. Acto seguido, lo añado a la bandeja junto con un azucarillo y una cuchara pequeña. Antes de que pueda llevárselo a la mesa correspondiente, Beatrice se pone enfrente de mí, impidiéndome así el paso. Frunzo el ceño un poco confundida, sin embargo, aguardo a que ella me diga algo.
—Fui tras Jayden y estuve hablando con él sobre lo que había pasado. Él no estaba por la labor de revelarme todo en lo que andaba metido junto con sus amigos —relata sin más, continuando la historia que empezó ayer en la noche—. Le dije que no tenía por qué contarme nada que pudiese comprometerle, pero después de unos minutos charlando y discutiendo sobre mi presencia en aquel lugar, ya que no era bienvenida allí, se puso a llorar y ya no dudó en desahogarse conmigo.
Hace una pausa, demasiado larga para un momento como este. Tengo que llevar la bandeja a la mujer que me lo ha pedido y Bea se pone a contarme la anécdota justo ahora. ¿Por qué ahora? ¿No había otro momento? Esta mañana le pedí que por favor la siguiese y se negó rotundamente a hacerlo. Dijo que me lo contaría cuando menos me lo esperase solo para tenerme con los nervios de punta durante todo el día.
Está claro que no esperaba que se pusiera a narrármelo en este instante, pero estoy de trabajo hasta los topes. Ni Masie ni Joss han venido hoy; ella porque está enferma y él, supuestamente, porque tiene que cuidar de su hermana pequeña. Tanto Bea como yo sabemos que es mentira, que está cuidando de la pelirroja. Al parecer se gustan, pero ninguno de los dos se da cuenta.
Así que solo estamos nosotras dos para atender a toda la gente que hay hoy por aquí. Tengo otros tres pedidos esperando y estoy segura que ella es consciente de ello; se me acabarán acumulando muchos más... ¡La madre que la parió! ¡Lo ha hecho a propósito!
—Luego de haberme confesado lo que se hacía en aquel polideportivo me pidió que no volviese por allí y que no dijese nada a nadie, pues le podría meter en problemas —prosigue—. A lo de no decir nada, obedecí, pero a lo otro...
—Como buena rebelde preadolescente que eras, volviste a ir —deduzco, terminando la frase por ella con las palabras que, seguramente, ella habría pronunciado.
—¡Bingo! —Se ríe—. Fui todas las noches durante todo el verano. Pero me aferré a las advertencias de Jayden y no entré en el polideportivo nunca más. Solamente observaba desde la lejanía hasta que él se percató de que yo estaba rondando por los alrededores. Fueron muchas conversaciones y peleas las que proferimos, pero con el paso del tiempo acabamos forjando una amistad. Me convertí en una ayuda externa, tanto para él, como para el resto de leales.
—Lo que yo decía, un ángel guardián —reafirmo.
Bea me guiña un ojo y me vuelve a mostrar una cálida sonrisa en sus labios.
—Arreglé la mala relación que tenían Jayden y Andriu. A Fred no me costó mucho convencerle para que volvieran a ser amigos. —Se encoge de hombros—. En cambio, Axel, estaba completamente reacio a reconciliarse con él. Era con el que más me costaba entablar conversación; por aquel entonces se le veía un chico muy reservado. No le gustaba que me metiera en sus asuntos, ni yo ni nadie. Llegué a pensar que me odiaba, pero no. Solo estaba siendo entrometida y eso no le hacía gracia. Lo capté a tiempo y me rendí.
—Te informo de que hace muy poco hicieron las paces —declaro como dato extra.
—Lo sé. Cierto murcielaguito me lo contó —asegura—. También me dijo que estabas saliendo Axel.
Los colores se me suben a las mejillas.
—¿Hay algo más que te haya contado ese puñetero murciélago? —cuestiono entre risas—. Solo falta que te diga qué tipo de sangre corre por mis venas.
—Cero negativo —contesta.
—¡Oh, venga!
—Es broma. —Una risotada sale de sus adentros—. ¡No me digas que he acertado!
Asiento con la cabeza para hacerle saber que ha dado justo en el clavo. Bea, además de tener aspecto vampírico tiene buen ojo para la sangre. Esto empieza a dar canguelo.
La rubia dirige la vista hacia la entrada del bar al escuchar que más personas están accediendo al lugar. Cuando sigo la trayectoria de su mirada, veo como un grupo de cinco chicos que creo que comparten nuestra misma edad, caminan hacia una de las mesas libres del local mientras hablan en voz alta y se ríen de algo que no alcanzo a escuchar.
—Ups, más clientes —dice ella con malicia en su voz—. Te lo dije. Seré tu peor pesadilla.
—Te odio —confieso.
—Me amas —corrige.
Al volver los ojos hacia el grupo de chavales, no puedo evitar fijarme en uno de ellos. Le conozco, iba con Bea y conmigo al instituto. Escaneo el rostro de los demás y me doy cuenta de que todos son conocidos, a excepción de uno al que no consigo verle bien, ya que se encuentra de espaldas a mí. La respiración se me entrecorta y el corazón se me acelera. Beatrice parece entender lo que está pasando.
—Lleva eso a la mesa correspondiente y atiende a las demás, yo me ocupo de ellos, ¿vale? —dice en un tono de voz lo bastante bajo para que solo nosotras dos podamos escucharlo—. Te estaré cubriendo. Si la cosa se pone fea, ve al vestuario y no salgas de allí hasta que yo te diga. No creo que te reconozcan, pero por si acaso no les mires.
Antes de que pueda decir algo al respecto, Bea sale de detrás de la barra y se dirige con pasos rápidos hacia la mesa de nuestros antiguos compañeros de clase. ¿Es que no puedo tener un día tranquilo?
Respiro hondo y me preparo para llevarle el café y los pastelitos a la mujer que me los ha pedido antes. Cuando paso al lado de la mesa de los chicos, agacho un poco la cabeza para que el pelo de la peluca caiga sobre mis mejillas y me tape un poco el rostro, cosa que consigo con éxito. En el momento en el que llego a mi destino, dejo todo lo que llevo en la bandeja sobre la mesa. La mujer me sonríe y me da las gracias, a lo que yo le devuelvo el gesto.
Al darme la vuelta para volver hacia el mostrador, me encuentro con que uno de los chicos me está mirando muy fijamente, justo el chaval al que no conseguía verle la cara instantes atrás. Ahora que ya puedo, también le conozco, como era de esperarse. Pero a él le conozco mucho más que al resto, y eso es lo que me asusta. Hago caso a Bea y no me quedo mirándole, simplemente continúo con mi camino.
¡No puedo creer que esté él aquí! Hay muchos bares por la zona. ¿Por qué mierda ha tenido que venir justo a este?
En cuanto llego al mostrador, me quedo apoyada en la encimera por la parte de fuera, dando la espalda a los clientes que comen y beben sus consumiciones. Saco la libreta y el bolígrafo y me dispongo a tachar todos esos pedidos que ya he realizado y entregado.
Estoy así por unos cuantos segundos, no tardo mucho en acabar, pero sí lo suficiente para que alguien se me acerque por detrás y me rodee la cintura con sus brazos. Sus manos me aprietan contra su cuerpo, presionando mi vientre con suavidad. Esto provoca que me tense en el sitio y se me corte la respiración. Siento como el corazón me late en la cabeza. Es él.
—Cuanto tiempo sin verte, nena —susurra cerca de mi oído, poniéndome la carne de gallina y dándome unas tremendas ganas de vomitar—. Fui ayer a tu entierro. ¿Qué es esto? ¿Una broma?
—Quítame las manos de encima —le ordeno entre dientes.
Sus dedos se aferran con fuerza a mi piel y, acto seguido, me hace darme la vuelta hasta que quedar de cara a él y con la espalda contra la barra del bar. Sus ojos oscuros se mantienen fijos en los míos y un par de mechones de su cabello negro caen sobre uno de sus párpados. En el momento en el que pone sus manos sobre el mostrador, a ambos lados de mi cuerpo, sé que ya no tengo escapatoria.
—¿Vas a explicarme lo que pasa? Se supone que estás muerta.
—No tengo por qué darte explicaciones —sentencio.
Él se ríe levemente.
—Estuvimos saliendo en el instituto, creo que tengo derecho a saberlo.
El recuerdo en el que Jared empezó a llamarme "microondas" por no querer acostarme con él se apodera de mi mente, llenándome de rabia y repugnancia hacia su persona. Las ganas de patearle los huevos aumentan muy fuertemente en mi ser.
—No tienes derecho a nada —escupo con desprecio—. Tú mismo lo has dicho, "estuvimos". Lo nuestro es historia, si es que alguna vez hubo un nosotros.
—Veo que tienes más agallas que antes —observa.
Miro por encima de su hombro en busca de Bea, en un intento de pedirle ayuda. Para mi surte, ella ya nos tiene dentro de su campo de visión, por lo que no tarda en mover la cabeza hacia mi derecha. Creo que quiere que vaya hacia allí. Dirijo la mirada en esa dirección y veo que allí se encuentran los baños. Regreso la vista a Jared y le agarro con fuerza una de sus muñecas. Tras abrirme paso, le llevo hacia el lugar indicado por la rubia instantes atrás.
Bajamos los escalones y me adentro en el cuarto de baño de las chicas. Una vez aquí, cierro la puerta y le suelto de mi agarre. Cruzo los brazos sobre mi pecho mientras que él mira el lugar con detenimiento y cierta diversión en su expresión facial. Se pasea durante unos segundos y luego se pone enfrente de mí. Este arquea una ceja y yo trago saliva. Espero que Bea no tarde en venir a socorrerme.
—¿Por qué me has traído aquí? ¿Vas a darme el polvazo que me debes?
—No.
—Me debes uno —repite.
—Lo que te debo es la hostia que no te di.
Jared vuelve a reírse.
—Venga, Kelsey. —Sonríe de medio lado.
Un carraspeo de garganta detrás de mí interrumpe la charla entre nosotros dos. Me giro unos centímetros y veo como Beatrice carga una pistola entre sus manos. Oh, mierda.
—¿Y tú qué? ¿Has venido a devolverme lo que me debes? —cuestiona mi amiga apuntándole con el arma sin ningún miedo.
—¿Qué mierda te debo yo a ti, loca? —espeta Jared entre risas.
—Los cien dólares que me robaste de la caja registradora la última vez que estuviste aquí —responde la rubia.
Mi ex hace pasar la saliva por su garganta y da un paso hacia atrás.
—Hagamos una cosa, Jared —le dice Bea—. Esos cien dólares son mi soborno para que tú cierres el pico en cuanto a Kelsey se refiere y te marches de mi bar ahora. Yo no te denunciaré y me ahorraré una bala. ¿Qué me dices?
La firmeza con la que Beatrice sujeta el arma me asusta. Jared me mira de reojo y vuelve a tragar saliva. Tras unos segundos pensando en una respuesta que dar a la pregunta de mi amiga, él asiente repetidas veces con la cabeza, temblando ante su penetrante mirada.
—Vuela —ordena ella señalando la salida del baño.
Jared nos echa un rápido vistazo y luego sale corriendo del lugar. Suelto una bocanada de aire al notar que estaba reteniendo la respiración en lo más profundo de mis pulmones. Me acerco a Bea con los nervios a flor de piel, completamente alterada. Ella, simplemente, me sonríe.
—¿Qué has hecho? Puede denunciarte por amenazarle con un arma de fuego.
—Cari, es de juguete. —Apunta con la pistola al techo y aprieta el gatillo, haciendo que solo un sonido seco se escuche a nuestro alrededor.
Abro la boca sorprendida y sin saber qué decir. Me abalanzo a sus brazos riéndome más por los nervios que por otra cosa y ella me corresponde. Su mano sube y baja por mi espalda con mucha delicadeza, acariciándomela en forma de ánimo.
—Tranquila, pequeño glóbulo rojo. Tu ángel de la guarda ya está aquí.
🐈
—Ya he llegado —aviso a mi familia en el momento en el que pongo un pie dentro de casa de mis abuelos.
Mi abuela se empeñó en que me llevara una copia de las llaves.
Cierro la puerta a mi espalda y me encamino hacia el salón, lugar en el cual se encuentran presente mis abuelos, tío y madre. Ellos me saludan de vuelta y me sonríen. Dejo las llaves sobre la mesita de centro y procedo a quitarme la peluca y la redecilla, como siempre. Esto se está volviendo rutina. Ya hasta me escuecen los ojos de las lentillas, supongo que será porque no estoy muy acostumbrada a llevarlas.
—Axel ha dejado un mensaje en el contestador —me informa Cristty—. Decía que iban a empezar algo esta semana, no ha especificado.
Me quedo estática en el sitio ante las palabras de mi madre. ¿Empezar? Espero que no sea lo que estoy pensando...
—¿Has borrado el mensaje? —inquiero mientras me quito el abrigo de encima y lo dejo sobre uno de los brazos del sofá.
Ella niega con la cabeza, por lo que me doy media vuelta y camino hacia el pequeño mueble que sostiene el teléfono fijo. Tras tocar los botones correspondientes, tanto yo como el resto de mis familiares, nos quedamos atentos a lo que sonará a continuación. Unos segundos más tarde, la voz de mi novio se hace adentra en mis oídos.
—Sé que esto no te va a gustar nada... —Suspira—. Pero vamos a comenzar durante estos días con el plan y... Lo siento mucho. —El mensaje finaliza.
Siento como mis ojos arden por las lágrimas amenazando por salir. No puede ser... No puedo creer que vayan a atacar sin contar conmigo. Quedamos en que me cuadrarían en sus planes y me acaban de dejar fuera. Quiero llorar y patear a Axel al mismo tiempo, esto no es justo. Esta también es mi lucha. No podré soportar una muerte más...
—¿Qué quiere decir con eso? —indaga mi tío.
—Que no contarán conmigo para acabar con los que nos quieren hacer daño —respondo en un hilo de voz apenas audible.
—Pues bien, ya no tienes nada que te retenga aquí. Vete a España con tu padre —me dice Cristty.
—¡No me voy a ninguna parte! —sentencio, notando todas las lágrimas rodar por mis mejillas.
Me apresuro a borrar el mensaje y, luego, camino hacia mi habitación a paso rápido. Cuando estoy dentro, cierro de un portazo y me dejo caer en el suelo, apoyando la espalda contra la madera de la puerta. Lloro con ganas a pesar de que intento ahogar los sollozos en el interior de mi garganta. Flexiono las rodillas y las abrazo contra mi pecho con fuerza. El aire comienza a faltarme en los pulmones, siento que me asfixio por momentos y no soy capaz de tranquilizarme.
Apoyo la cabeza contra la puerta, cojo aire por la nariz y lo suelto por la boca. No sé por cuánto tiempo estoy así, queriendo asimilar que ya no hay nada que yo pueda hacer. Pienso en escaparme y coger un vuelo de vuelta a Nueva Orleans, pero eso dejaría destrozada a mi madre, no puedo hacerle eso. Pero tampoco puedo quedarme de brazos cruzados y, sin embargo, es lo que parece que todo el mundo quiere. Que me quede mirando cómo mis amigos mueren por una causa que nos perjudica a todos.
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