👑🌹 Capítulo 49
Me dejo caer en el sofá de la salita de descanso del bar después de una larga y dura jornada de trabajo. Bea me ha tenido repartiendo café constantemente, a pesar de que eran pocas las personas que querían una taza caliente de estas. La mayoría venían para consumir algún tipo de bebida alcohólica, pero la rubia no me ha dejado atender a esos clientes. Y todo como castigo por haber llegado tarde; a mí Jayden no me avisó de la hora en la que el local abría, así que yo no tengo la culpa.
Las tripas me rugen por el hambre que tengo. No me había parado a pensar que, tal vez, me haría falta traer al trabajo algo de comida. De no ser por la pelirroja de Masie y Joss, ahora mismo estaría desmayada. En la hora de comer, ella me ha dado un trozo de su bocadillo, él me ha dejado probar su ensalada y Bea me ha traído un refrigerio de la nevera del bar, el cual he tenido que pagar luego. Ahora mismo son las doce de la noche y sigo teniendo un hambre que me muero.
Joss, quien ha entrado unos minutos antes a la sala para cambiarse de ropa mientras nosotras cerrábamos el sitio, recoge sus cosas y se dispone a salir de la habitación. Pero antes de poner un pie fuera, este se gira y llama nuestra atención.
—Hasta mañana, chicas. Pasad una buena noche —nos dice sonriente, a lo que nosotras le contestamos de la misma forma—. Y Celia, encantado de conocerte. No te olvides de traer mañana el almuerzo. —Me guiña el ojo.
—Descuida. —Río.
En el instante en el que nos deja solas, procedemos a cambiarnos de ropa. Una vez que ya estamos listas, recogemos nuestras respectivas pertenencias y salimos del local. Bea cierra la puerta principal con llave.
—Os veo mañana, id con cuidado —habla Masie.
—Avisa cuando llegues a casa —le pide Bea.
La pelirroja asiente con la cabeza.
—Ha sido un placer conocerte, Masie —declaro.
—Lo mismo digo. —Sonríe ella—. Buenas noches.
Nuestra compañera se marcha y me quedo a solas con la rubia, quien me observa a la espera de que comience a caminar junto a ella.
—Te acompaño hasta la parada de autobús y me quedo allí hasta que llegue, ¿vale? —me informa.
—De acuerdo. —Asiento.
Ambas ponemos rumbo hacia la parada de bus, la cual está bastante cerca de aquí. A tan solo dos calles de distancia. El fresco de la noche penetra con facilidad en la tela de mi ropa, helándome la piel y los huesos. No dudo en agarrar los extremos de mi abrigo y abrocharme la cremallera hasta arriba del todo. Le echo un rápido vistazo a Bea, quien continúa andando con la mirada en el frente. Como veo que no tiene intención alguna de empezar una conversación, decido hacerlo yo con el fin de resolver unas dudas que me vienen rondando la mente desde hace unos días.
—Oye, Beatrice. ¿De qué conoces a Jayden? —cuestiono, curiosa.
Ella pone su mirada en mí durante un corto periodo de tiempo y sonríe.
—Tengo familia en Nueva Orleans —me recuerda—. Voy a visitarla todos los veranos.
—Ah, sí. Creo que llegaste a comentármelo —admito.
Bea me da la razón con un leve movimiento de su cabeza.
—Hace unos ocho años que le conocí. Aquella noche me escapé de casa por una pelea que tuve con mis padres y acabé en las afueras, junto a un polideportivo abandonado que me pedía a gritos que entrara. Era muy tarde, serían cerca de la una de la madrugada —me explica—. No había absolutamente nadie por los alrededores y, como a mí me gusta investigar este tipo de sitios, me adentré en el edificio.
Llegamos a la parada de autobús, por lo que frenamos y esperamos a que el transporte público llegue aquí. Mientras tanto, Bea sigue contándome la historia de cómo conoció a Jayden y al resto. Me permito hacer unas cuentas rápidas en mi cabeza; Beatrice tenía trece años cuando eso ocurrió, por lo que ellos tenían quince y Axel aún no había sido encarcelado, incluso su madre seguía con vida.
—Me tomé mi tiempo en tomar anotaciones de todo lo que veían mis ojos, ya sabes, para escribir el escenario en alguno de mis libros —prosigue, riéndose ante ese recuerdo—. Conforme iba avanzando en la oscuridad, me di cuenta de que no estaba sola en ese lugar. Había alguien llorando desconsoladamente y voces susurrantes que intentaban animar a esa persona y que a la vez discutían. No lo dudé ni un segundo y me encaminé hacia allí. Cuando llegué, había un grupo de tres chicos y una chica. Uno de ellos estaba apoyado contra la pared, parecía estar herido, pues sangraba mucho por la parte del costado. Y ella era la que estaba llorando.
Andriu, Fred, Axel y Jayden son los primeros que se me vienen a la cabeza y el corazón se me encoge. Tienen que ser ellos.
—Los leales... —susurro.
—Los leales —confirma.
—Andriu era la que estaba llorando.
—Sí. —Asiente con la cabeza—. Acababa de perder a su hermano.
Trago saliva para deshacerme del nudo que acaba de formarse en mi garganta. Recuerdo cuando Andriu me contó la historia de cómo perdió a su hermano, fue en la novatada. Joder, Bea se los encontró en el momento en el que terminaron la novatada. Por eso ha dicho que uno de los chicos parecía estar herido. Axel se clavó un hierro cuando perdió el equilibrio allí arriba.
—En la novatada, ¿verdad? Axel era el que estaba herido.
—Así es —responde—. Fred intentaba calmar a Andriu a la vez que le decía a Axel que, por favor, aguantase y que se presionase la herida. Jayden estaba un poco apartado de ellos tres. Todas las palabras hirientes que soltaba la chica iban dirigidas hacia a él.
Viene a mi memoria la breve historia que me contó mi novio cuando él aún no sabía que yo era policía; Andriu estaba enfadada con el dilatas porque pudo haber evitado que todos ellos hiciesen la novatada, pero por miedo, se quedó de brazos cruzados.
—Me acerqué para ayudar, pero tan rápido como se dieron cuenta de mi presencia, me intentaron echar a gritos. Me decían que yo no debía de estar allí y, teniendo en cuenta que ahora sé todo lo que se cuece en ese lugar, les entiendo —continúa con el relato—. Como buena preadolescente rebelde que era, me negué y me dispuse a ayudar. Tras un tiempo discutiendo sobre mi participación en sus asuntos, cedieron. Axel no estaba en tan buenas condiciones como para que perdiésemos el tiempo debatiendo sobre si me quedaba o me marchaba.
—¿No lo llevaron al hospital? —indago, ya que no conozco toda la historia, solo lo justo.
Bea niega con la cabeza y yo frunzo el ceño.
—Al parecer los que mueven los hilos allí no les dejaron irse. Los médicos harían muchas preguntas al respecto y se sabría la verdad, así que les obligaron a no moverse de aquel lugar —comenta mientras se encoge levemente de hombros—. Querían dejarle morir. Una vez muerto se desharían de él como con el resto de cuerpos sin vida.
—No sabía nada de eso... —le hago saber en un hilo de voz apenas audible—. Cuando me contaron lo que ocurrió, no entraron en detalles.
—Es normal, no son muy agradables. —Respira hondo y expulsa el aire en un suspiro—. Les pregunté si querían que llamase a alguien o a una ambulancia para el muchacho herido y, rápidamente, me contestaron que les dejase el teléfono. La desesperación que todos tenían y la esperanza que apareció en sus ojos al comprobar que llevaba encima un dispositivo móvil, me hizo darme cuenta que ni siquiera ellos tenían nada con lo que contactar con alguien. Ahí reafirmé mi teoría de que los habían abandonado a su suerte. Los habían incomunicado. Yo fui su salvación.
—A este paso te vas a convertir en nuestro ángel de la guarda. —Sonrío con ternura—. Primero Axel y luego yo.
La rubia suelta una carcajada que consigue romper la tensión que ha creado su historia a nuestro alrededor. Ahora siento que puedo respirar con mayor facilidad y tranquilidad. Por un momento he pensado que este pequeño relato era más reciente de lo que en verdad es y ya me estaba poniendo un poco nerviosa.
—Llamaron al padre de Axel, quien llegó todo lo rápido que pudo junto con un anciano que parecía tener conocimientos de medicina. Se lo llevaron a saber dónde, pero al menos supe que todo salió bien cuando lo vi por segunda vez. —Bea cruza los brazos sobre su pecho al sentir una corriente de aire frío, con el fin de impedir que el fresco penetre más en su piel—. Yo me quedé junto con los otros tres. Fred seguía junto a Andriu intentando tranquilizarla. Ella no cesaba la lucha contra Jayden. Solo paró cuando él optó por irse. Yo fui con él.
Ella hace una pausa y yo me quedo observándola a la espera de que siga hablando. Sin embargo, la atención de Bea se fija a algo que se aproxima hacia aquí, a mi espalda. Cuando me giro para seguir la trayectoria de su mirada, me percato de que mi medio de transporte ya está llegando y que me voy a tener que ir en pocos segundos. Miro a Bea, suplicante, para que me haga un pequeño resumen de lo que queda de historia. No quiero irme sin haber escuchado todo.
—Bea, hazme un súper resumen —le digo de carrerilla—. Por favor.
—Nah, te dejo con la intriga hasta mañana. —Arquea una ceja y me muestra una sonrisa felina.
—¡No, me niego! —exclamo—. Venga, no seas así.
—Tu autobús —avisa en cuanto este aparca a nuestro lado—. Buenas noches, Celia.
El bus abre la puerta de entrada y aguarda a que yo me dispongo a entrar. Le echo una última mirada de súplica a la rubia, quien niega con la cabeza para dejarme claro que no hablará más del tema por ahora. Suspiro, rendida y, tras despedirme de ella con un beso en la mejilla, subo al transporte. Le pago el billete al conductor y, justo antes de que el hombre cierre las puertas, Bea me adelanta lo siguiente:
—Además de un ángel de la guarda, soy muy buena Celestina. —Me guiña el ojo, cómplice—. Nos vemos mañana, pequeño glóbulo rojo.
Bea se marcha y las puertas se cierran. Avanzo por el estrecho pasillito del bus hasta sentarme en uno de los asientos del medio. No me hace falta pensar mucho en lo que ha dicho para saber a lo que se refiere, ya que lo sé perfectamente. Ella hizo que Jayden y Andriu se vieran con otros ojos.
🐈
Mi abuela me abre la puerta de casa tras mi llamada y me deja entrar. Cuando la cierra tras de mí, mi madre sale de la cocina junto con mi abuelo y me miran con una pizca de miedo en sus ojos, lo que consigue preocuparme un poco. Doy unos pasos al frente mientras voy quitándome la peluca, la redecilla y el abrigo. Echo un rápido vistazo a mi tío, el cual se encuentra sentado en el sofá con un libro entre sus manos. Él me mira con los labios apretados en una línea fina y serio. En cuento desvía la vista hacia su hermana, hago lo mismo. Aquí pasa algo.
—¿Pasa algo? —inquiero dejando en el respaldo del sillón que hay a mi vera, las prendas de ropa y del disfraz que me he quitado.
Mi abuelo y mi madre se miran durante unos segundos, como si se estuvieran diciendo algo sin el uso de palabras. Grace decide intervenir, por lo que se pone a mi lado y pasa una de sus manos por mi espalda.
—¿Tienes hambre, cariño? —me pregunta ella sonriente.
—La verdad es que sí —admito—. ¿Qué tal mi entierro?
El silencio vuelve a reinar entre nosotros. Arrugo el entrecejo, confundida. Sé que suena raro que pregunte algo así, pero debo hacerlo para ver si ha habido algún inconveniente o alguien que no se haya creído que estoy muerta.
—Tienes una lasaña en el microondas —me dice Cristty, evadiendo el tema.
Acentúo el ceño y decido no insistir por el momento. Lo haré después de llenar mi estómago con esa deliciosa lasaña que mi madre me ha preparado. Hacía mucho que no comía una de las suyas, mis papilas gustativas ya la echaban de menos. Incluso he empezado a salivar antes de tiempo.
Sin mediar más palabras, me encamino hacia la cocina. Saco el plato con el trozo de lasaña del interior del microondas, ya que he comprobado que lo han recalentado recientemente, y procedo a dejarlo sobre la mesa. Pero en el instante en el que me doy la vuelta para ir a por los cubiertos que me son necesarios, me quedo estática. Ni siquiera me he percatado de su presencia al entrar aquí. Ver esos ojos azules me han dejado sin habla. Con que esto era lo que pasaba...
—Hola, hija —saluda mi padre, Dante, dando un paso hacia a mí—. ¿Cómo estás?
—Muerta —contesto sin más.
—Sí... tu madre me ha comentado lo que está pasando —me informa un tanto nervioso—. Ahora debo llamarte Celia, ¿verdad?
—¿Ahora? —Río sin una pizca de gracia—. Debiste llamarme hace mucho tiempo, ¿no crees? Cuando podía utilizar mi verdadero nombre sin correr peligro.
—Sí, lo sé. Lo siento mucho, cariño —se disculpa y avanza otro paso hacia mí—. Estoy dispuesto a arreglarlo. Estoy dispuesto a compensarte todo el tiempo perdido.
Cruzo los brazos sobre mi pecho y cojo una bocanada de aire que después expulso con lentitud. Él acorta la poco distancia que hay entre nosotros y me toma de las muñecas para descruzar mis brazos. Cuando logra su cometido, baja sus manos hasta las mías y las agarra con suavidad.
—Y también estoy dispuesto a empezar ahora —prosigue—. Por eso quiero que te vengas conmigo a España mañana por la mañana, allí estarás más a salvo.
Aparto las manos de las suyas de inmediato y me alejo unos centímetros de él mientras niego repetidas veces con la cabeza.
—No me voy a mover de aquí —aseguro—. ¿Mamá sabe esto?
—Lo sé, cielo —interviene Cristty asomándose por la puerta de la cocina—. Y lo apoyo.
Ah, no. Tú también no.
—Pues no pienso irme de aquí. Axel y los demás cuentan conmigo para acabar con todo lo que nos ha metido en este lío —sentencio—. Tú estás dispuesto a compensarme, bien. Yo no estoy dispuesta a abandonarlos. Estoy dispuesta a luchar.
El pelirrojo de mi padre me observa con los ojos abiertos de par en par, al contrario que mi madre. Ella se mantiene neutra, parece que se imaginaba cual sería mi decisión. Puede que sea verdad que en España esté más a salvo que aquí, pero no pienso huir mientras ellos se quedan en el campo de batalla dando sus vidas por salvar la mía y por conseguir la libertad que anhelamos.
Cuando veo que él va a abrir la boca para decir algo al respecto, hago el ademán de irme. Sin embargo, a mi cabeza llega algo muy importante de lo que me estoy olvidando, así que retrocedo. Tras recoger el plato de lasaña y un tenedor de uno de los cajones del lugar, salgo y me encamino hacia mi habitación para comer tranquilamente.
No hay nada que una buena lasaña de mamá no pueda arreglar.
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