👑🌹 Capítulo 47
Voy arrastrando la maleta de ruedas por el suelo del aeropuerto de Arkansas a la vez que busco la salida entre tanta gente apelotonada por los alrededores. Sujeto con fuerza el trasportín de los felinos para evitar que alguien haga que lo tire sin querer. A cada paso que doy, voy moviendo la cabeza de un lado a otro, en un intento de divisar algún cartel que me indique por donde debo ir para salir del lugar.
Todavía tengo el corazón latiéndome a mil por hora, a pesar de que ningún guardia se ha dado cuenta de que estoy haciendo algo un tanto ilegal, sigo con los nervios a flor de piel. Tengo miedo de que alguien consiga reconocerme por aquí, al fin y al cabo, es donde me he criado.
Avanzo por el lugar, sin detenerme y con la cabeza levemente agachada para evitar lo que tanto temo. Sería mucha casualidad que estuviese algún conocido mío por aquí a estas horas, pero no puedo confiarme mucho. En cuanto salgo de entre la pequeña multitud que se ha formado por la zona, diviso la entrada de puertas acristaladas del aeropuerto. Respiro hondo y me encamino hacia allí a paso rápido.
En cuanto cruzo el umbral de la puerta, una ráfaga de aire frío colisiona contra mi cuerpo, hasta llego a preocuparme por la estabilidad de mi peluca. Por esa misma razón, me llevo una mano a la cabeza para sujetarla mientras simulo que me estoy rascando. En el momento en el que avanzo un par de pasos, el viento cesa y puedo dejar de sostenerme la cabellera postiza. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza en el instante en el que siento mis huesos helarse.
Busco con la mirada algún taxi que esté disponible por aquí cerca. Además de transporte, necesito refugiarme del frío. Mis dientes comienzan a castañear a los pocos segundos, así que decido caminar por la acera mientras continúo con la búsqueda para ir entrando un poco en calor. Estoy a nada de darme por vencida hasta que veo como uno de los vehículos públicos aparca cerca del bordillo. No dudo ni un instante en dirigirme hacia allí a un paso rápido para impedir que otra persona mucho más rápida que yo me lo quite.
Cuando llego al taxi, abro la puerta de los asientos traseros y meto la maleta y el trasportín con cuidado para no dañar nada. Hecho esto, me siento en mi respectivo sitio, cierro la puerta y me abrocho el cinturón.
—Buenas noches, señorita. ¿A dónde la llevo? —me pregunta el hombre que está en el lugar del piloto, mirándome por el espejo retrovisor.
—Buenas noches. Arranque, yo le voy guiando —respondo.
El conductor asiente no muy convencido y hace lo propio. Le habría dicho una dirección, pero no quiero que nadie sepa que me dirijo al lugar en el que reside mi familia, solo por precaución. Y hace tanto tiempo que no vengo aquí, que no me conozco el nombre de las calles que hay cerca de donde ellos viven.
Fijo los ojos en el reloj digital que hay en la pantallita del reproductor de música. Son más de las once de la noche, espero que, tanto mi madre como mis abuelos y mi tío, estén despiertos.
El hombre conduce hasta la carretera con precaución, mientras tararea una canción que emana de la radio. No la conozco, pero tiene un ritmo contagioso. Los minutos pasan y el taxista no abre la boca en el camino que llevamos recorrido, la única que habla soy yo para indicarle por dónde ir. En estos momentos me acuerdo de Claudy, quien me sacaba conversación como si nos conociésemos de toda la vida. Este, sin embargo, parece ser más callado.
Miro por la ventanilla, viendo como los primeros edificios del barrio en el que vivía antes pasan ante mis ojos. La nostalgia no tarda en invadirme el cuerpo. No puedo evitar echarle un vistazo a Bagheera en el instante en el que el callejón en el que lo encontramos aparece en mi campo de visión como un flash. La velocidad a la que vamos no me ha permitido detenerme a observarlo con más detalle.
Cinco minutos después, me percato de que ya estamos cerca de la casa de mis abuelos, por lo que le me dispongo a hacerle saber al taxista que necesito que pare por aquí. No quiero que me deje justo en el portal en el que vive mi familia, vamos a ser precavidos.
—Déjeme aquí, por favor —le pido desabrochándome el cinto de seguridad.
El hombre obedece y reduce la velocidad para después aparcar en el bordillo de la acera que hay a nuestra derecha. Le pago lo qué debo por el transporte y abro la puerta del coche. Luego de coger mis cosas, vuelvo a cerrarla y me mantengo de pie viendo como el vehículo se va alejando de mi posición.
Cuando el automóvil desaparece de mi vista, pongo rumbo a mi destino. Camino con pasos firmes y ligeros, con la intención de llegar cuanto antes con mis seres queridos. No hay nadie por las calles, están totalmente desiertas y lo único que ilumina mi camino son las cálidas luces que desprenden las farolas que hay por el lugar. El sonido de las ruedas de la maleta traqueteando contra las piedras del suelo, también es lo único que se puede oír.
Aminoro el paso al ver que ya estoy a pocos metros del portal de mis abuelos. Al llegar, empujo la pesada puerta metálica y entro en el edifico. Acto seguido, subo las escaleras con dificultad por todo lo que llevo en las manos, hasta que llego a la primera planta. Lo bueno es que no tengo que subir mucho.
Me aproximo a la puerta que corresponde a la residencia de mis abuelos. Una vez ahí, levanto el puño y me dispongo a tocar la madera con los nudillos. Sin embargo, me detengo antes de que estos choquen. No sé por qué razón me da tanto miedo dar este paso.
Respiro hondo y calmo las pulsaciones de mi corazón. Una vez que me he armado con la fuerza suficiente, doy unos golpecitos en la puerta para avisar de mi llegada. Me mantengo en silencio para ver si puedo percibir algún ruido que me indique que están despiertos. No tardo en escuchar unos pasos apresurados viniendo hacia aquí. De manera repentina, la puerta se abre, dejándome ver a mi queridísima abuela.
Sus ojos azulados me escudriñan, intentando reconocer a la nieta que hay bajo el disfraz. Ella tiene su cabello blanco y corto recogido con una pinza atrás. Al ser bastante más bajita que yo, esta alza la cabeza para poder detallar los rasgos de mi rostro. Cuando me reconoce, se lleva una de sus manos a la boca.
—Hola, abuela —le saludo en un hilo de voz apenas audible.
Sin siquiera esperármelo, ella me agarra de la muñeca y tira de mí hasta meterme en casa. Cierra la puerta a su espalda y, a continuación, me envuelve entre sus brazos con fuerza. Esto provoca que, tanto el trasportín como la maleta, caigan al suelo. Los gatos se quejan por el golpe y me siento mal por haberlos dejado caer.
—Vida mía, estás aquí —solloza ella contra mi pecho.
—Estoy aquí, abuela. —Le correspondo el abrazo.
—Grace, ¿quién era? —La voz de mi abuelo se hace presente en el lugar.
Ambas nos separamos y nos giramos hacia la dirección de la que proviene la voz de Isaac. Él sale de la cocina con un yogurt en una mano y una cuchara en la otra. Creo que los he pillado cenando. Cuando mi abuelo me ve, se queda quieto y expectante. Sus ojos verdosos me escanean de pies a cabeza y con el ceño ligeramente fruncido. La cucharilla se resbala de entre sus dedos, por lo que supongo que también me ha reconocido.
—¡Cristty, Hank! Nuestro deseo de Noche Vieja está aquí —avisa él, acercándose con lentitud a mí.
Al oír sus palabras, arrugo la nariz. ¿Hoy es Noche Vieja? Con todo lo que está pasando ya se me había olvidado. He perdido completamente la noción del tiempo. Aunque las calles estaban bastantes tranquilas.
Isaac le tiende su postre a su esposa para que se lo sujete. Cuando tiene sus manos libres, me abraza como nunca antes me había abrazado. En el momento en el que apoyo la barbilla en el hombro de mi abuelo y miro hacia la entrada de la cocina, diviso a mi tío y a mi madre, observándome completamente embobados, como si fuera un espejismo que no tardará en desvanecerse.
Me aparto unos centímetros de mi abuelo, viendo sus ojos enrojecidos por las lágrimas acumuladas en ellos. Sin tardanza alguna, corro hacia los brazos de mi madre. Ella tarda en reaccionar, ya que sus brazos no me envuelven hasta que pasan unos cuantos segundos. La escucho llorar, y eso solo hace que las primeras lágrimas rueden por mis mejillas.
—¿Cómo es que estás viva? —me pregunta Cristty, deshaciendo el abrazo.
—No era yo la que estaba en comisaría esa noche —contesto.
Hank pasa la palma de una de sus manos por mis mejillas, acariciándola y apartando las lágrimas con su dedo pulgar.
—Hemos aprovechado la situación para que yo pudiera escapar —agrego.
—¿Escapar de qué? —cuestiona mi abuela, posicionándose a mi lado.
—Siéntate y explícanos —me dice Hank, señalando el sofá y los dos sillones del salón que están a mi derecha.
Asiento con la cabeza y me dirijo hacia uno de los sillones. Tras sentarme, toda mi familia hace lo mismo en los sitios que quedan libres, a excepción de mi tío, quien va a sacar a los felinos del trasportín. Cuando él tiene a ambos animales entre sus brazos, se acerca a nosotros y los deja en el suelo, justo en el centro del salón para que podamos tenerlos vigilados. Grace abre los ojos de par en par al ver a Andrea.
—Cielo, deberías llevar a ese gato a un veterinario. Se le ha caído todo el pelo —me aconseja.
Una breve carcajada sale de mis adentros.
—Ese animal es así, vieja —contesta Isaac.
Mi abuela le echa una mirada de reprensión.
—Pues la vieja no te va a devolver el yogurt, mastuerzo —se queja ella.
Sin dudarlo ni un segundo, Grace hunde la cuchara en el postre y comienza a comérselo sin quietarle los ojos de encima a su marido. Él sonríe.
—Todo tuyo, cariño —le dice mi abuelo, guiñándole un ojo.
—A ver, rápido se nos han pasado todos los males, pero dejemos que la niña nos diga lo que ha ocurrido —interviene mi madre, poniendo orden en la sala.
Los presentes ponen toda su atención en mí. Sin más dilación, me quito la peluca junto con la redecilla de la cabeza y me desato la coleta, para después alborotarme un poco el pelo. Hecho esto, me dispongo a explicar lo que ha pasado en estos días.
—He descubierto a la verdadera asesina y ella lo sabe, por eso ha intentado matarme, para callarme —expongo—. También hay un grupo de narcotráfico en el que me infiltré por trabajo y se han acabado enterando de que soy policía, así que ellos también quieren verme muerta. —Río sin gracia por el nerviosismo que me acaba de invadir—. Por eso, unos amigos que están metidos en ese bando por obligación, me han ayudado a crearme una nueva identidad para así poder huir de todos aquellos que quieren ver mi cabeza fuera de su sitio. Eso es todo.
Miro a todos y cada uno de mis seres queridos, en un intento de descifrar lo que está pasando por sus mentes, pero no lo logro. Todos ellos me observan con una expresión cargada de seriedad y cierta sorpresa. Mi tío me mira con más miedo que otra cosa. Hank es abogado y yo me estoy saltando varias leyes que él defiende y debe defender. En cuanto a mi madre, mueve su pie sin parar como acto nervioso. Por dentro seguro que está pensando en volver al pasado y encerrarme en casa para que no me pueda ir a estudiar lo que me ha metido en este lío.
—Entonces, ¿quién era la chica de las noticias? —indaga Cristty.
—Chelsea. —Un nudo se me forma en la garganta al pronunciar su nombre.
Ella, al saber quién es la dueña de ese nombre, se levanta de su asiento y se acera a mí para darme otro abrazo más. Le he hablado tanto a mi madre de Chel, que le ha acabado cogiendo un cariño increíble.
—Si hubieses estudiado para veterinaria, ahora estarías investigando la supuesta calvicie que tu abuela cree que tiene tu gato y no en esta situación de película en la que seguro que muere hasta el apuntador —me recuerda Isaac—. Tú, en teoría, estás muerta, así que mi predicción se va cumpliendo.
Pues espero que no siga así.
—Has dicho que tienes una nueva identidad —afirma Hank—. ¿Cuál es?
—A partir de ahora me llamo Celia Jones y me he mudado aquí para trabajar —declaro—. Me han conseguido trabajo en el bar "Bad blood". La chica que lo lleva es de confianza y me ayudará hasta que todo se calme un poco.
—Oh, el bar de Bea —comenta mi madre—. El otro día la vi en el supermercado haciendo la compra. No ha cambiado en nada, está igual de guapa que siempre.
Cristty también conoce a Beatrice. Alguna que otra vez la he invitado a casa para hacer trabajos relacionados con el instituto y esas cosas. Creo que se alegra de que sea ella la persona que me vaya ayudar y no otra.
—De acuerdo, ¿y qué haremos si los vecinos la ven salir de casa? —inquiere mi abuela.
—Diremos que es la asistenta que cuida de vosotros y nos echa una mano con las tareas de casa cuando nosotros no estamos —dice mi tío, encogiéndose de hombros—. Además, es difícil reconocerla si no te quedas un buen rato mirándola.
—Me parece bien —opina mi abuelo.
—Hay otra cosa que debéis saber —declaro—. Axel llamará aquí para ponernos al día sobre lo que ocurre. No le cojáis la llamada, él dejará un mensaje en el buzón de voz. No sabemos si nos pueden estar escuchando, pero si es así, es mejor que no lo hagan, pues os relacionarán rápido conmigo y se levantarán sospechas.
Todos asienten con la cabeza, para hacerme saber que les ha quedado claro lo que les acabo de contar.
—Tengo una pregunta. ¿Quién es Axel? —indaga Isaac—. Sé que es el muchacho al que vigilabas, tu madre y tu tío nos lo han comentado. Pero ¿quién es para ti?
—Mi novio.
Mi madre se ríe por lo bajo como si de una bruja se tratase. Cuando la miro, esta me observa con una sonrisa de medio lado y una ceja arqueada, lo que me indica que va a soltar una de esas bombas que me pondrán en evidencia. Le suplico con la mirada que, por favor, se mantenga callada con ese tema.
—Solo diré que, al próximo susto, le corto los huevos. —Levanta las manos a la altura de su cabeza para aparentar inocencia.
Ah, no. Lo tuvo que decir. Me llevo la palma de una de mis manos a la cara para tapar la rojez de mis mejillas. Mi abuelo se empieza a reír como si no hubiera un mañana. Llego a temer que se le salga la dentadura.
—Agresiva —bromea su hermano.
—Pues Kelsey fue un susto y tu exmarido los sigue teniendo puestos —dice Isaac—. No diré nada más.
—Toma, para que vuelvas —le digo riéndome.
—Ya está bien. A la cama todo el mundo. ¡Ya! —nos ordena Cristty, un tanto molesta por el rumbo que ha tomado la conversación.
Mis abuelos suspiran y se levantan de sus asientos. Grace le entrega el yogurt vacío junto con la cucharilla a su marido, quien finge estar triste por no haber podido catar su postre. Cuando mi tío también se pone en pie para obedecer el mandato de su hermana, una serie de ruidos fuertes procedentes de la calle, nos sobresalta. Es el sonido de los petardos y los fuegos artificiales. Ya es Año Nuevo.
Bagheera y su compañera, se quedan quietos en el sitio mirando en todas direcciones, asustados. Estos no tardan en salir corriendo hacia algún escondite al no poder dejar de escuchar todo el alboroto.
—Feliz año, familia —nos desea Hank.
—Feliz año —repetimos el resto al unísono.
Mi tío se escabulle hacia su habitación mientras que mi abuelo camina hacia la cocina y mi abuela va a buscar algo que pueda usar de cama para los gatos. Cristty me deja un largo beso en la cabeza y luego se marcha hacia el pasillo que lleva a su cuarto.
Me levanto del sillón y corro hacia el teléfono fijo. Saco el pequeño papel en el que apunté el número de Axel antes de marcharme y lo marco. Lo dejo comunicar por unos segundos y luego cuelgo. Acto seguido, agarro la maleta y me dirijo hacia lo que era mi dormitorio de adolescente. Una vez que he llegado, me dispongo a quitarme las lentillas y a desmaquillarme con lo que he encontrado en el neceser de mi armario. Todo está en su sitio, nada ha cambiado.
Abro la maleta y saco un pijama. Tras cambiarme la ropa, me permito quedarme unos instantes observando con detenimiento mi habitación. En el escritorio tengo un montón de libros y cuadernos de estudio, incluso un diario. También hay un par botes con lapiceros y varias fotografías con mis padres, cuando ellos seguían juntos, y el resto de mi familia. En los bordes del espejo que hay contra el armario, hay muchas más fotos, aunque estas son con las amigas que tenía por aquí años atrás.
Hace meses que no sé nada de ellas y las echo de menos. Antes, hablábamos todos los días, pero la distancia nos fue alejando poco a poco, pues todas teníamos nuestras vidas y cada vez era más difícil contactar. Siempre estábamos ocupadas con una cosa u otra.
Niego con la cabeza para dejar de pensar en ello e intentar dormir. Debido a que no pegué ojo la noche anterior, ahora tengo mucho sueño. Sin embargo, cuando estoy a punto de deshacer mi cama, me echo atrás y salgo de la habitación. Camino en silencio para no despertar a nadie hasta llegar al cuarto de mi madre.
Una vez dentro, me tumbo a su lado y me acurruco contra su cuerpo, como en los viejos tiempos. Ella me siente, por lo que me rodea con uno de sus brazos y masajea mi hombro con delicadeza. Al cabo de unos segundos, me quedo profundamente dormida bajo el tacto de las caricias que tanto anhelaba.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro