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👑🌹 Capítulo 41

El pitido que desprende la alarma de mi teléfono móvil, resuena por toda la habitación, despertándome en el acto. No tardo ni dos segundos en sacar los brazos del interior de las sábanas, tomar el dispositivo entre mis manos y apagar el sonido para no interrumpir el sueño de Axel. Hecho esto, vuelvo a dejarlo sobre la mesilla que hay al lado del cabecero de la cama, con mucho tiento de no hacer más ruido del que ya ha producido el aparato de por sí.

Cuando hago el ademán de salir de la cama, los brazos del chico al que quiero, rodean mi torso al instante. Esto hace que mi espalda caiga de nuevo contra el colchón, lo que él aprovecha para acomodar su cabeza sobre mi pecho. Le echo un vistazo para comprobar si está despierto, pero no es así, sigue profundamente dormido. Una pequeña sonrisa se hace presente en mis labios ante su inconsciente acción de mantenerme a su lado.

Agarro el brazo que está por encima de mi abdomen con suavidad y lo aparto hacia un lado con sumo cuidado. A continuación, me deslizo por el borde de la cama mientras coloco su cabeza sobre la almohada, delicadamente. Una vez que soy libre, salgo de su habitación de puntillas y me dirijo al cuarto de baño para darme una ducha rápida. En cuanto he llegado a mi destino, cierro la puerta y comienzo a quitarme la ropa que Axel me prestó la noche anterior para dormir de encima.

Me meto en la bañera y corro las cortinas. Abro el grifo del agua caliente y fría y regulo la temperatura para no quemarme ni helarme. Conseguido el punto intermedio, dejo que el agua caiga por todo mi cuerpo, relajando cada uno de mis músculos. Pienso en la conversación que tuve ayer con Williams y siento como se me forma un nudo en el estómago al recordar sus palabras.

Él no conoce a Rosa de nada, entonces ella no puede ser la culpable. Pero, si no es ella... ¿quién es? La siguiente persona que se me pasa por la cabeza es Lina, es posible que ella me haya mentido y todo esto lo tuviera planeado desde mucho antes. Pero Axel no dijo nada más después de confirmar que, exactamente, era la niñera de su hermano. ¿Chelsea, tal vez? Tampoco tendría sentido. Él la ha visto en diversas ocasiones y nunca ha reaccionado como si la conociera de antes. Aunque sus cambios repentinos en el color de su pelo me hacen pensar que es ella. Sin embargo, ¿qué motivos tendría para asesinar a la mujer de Charlie? Todo esto es muy confuso... He entrado en un laberinto del cual no sé salir. Ni siquiera tengo noción alguna de qué camino tomar.

Cojo el jabón y, tras echar un poco en la palma de mi mano, empiezo a pasarlo por cada centímetro de mi piel. Cuando termino, me aclaro y me dispongo a enjabonar mi cabello.

—Buenos días. —La voz somnolienta de Axel hace acto de presencia.

—Hola —le devuelvo el saludo, notando como en mis labios se dibuja una pequeña sonrisa.

Me masajeo el cuero cabelludo con el champú mientras aguardo a que vuelva a hablar, pero al no oír ni una sola palabra salir de sus adentros, decido hacerlo yo.

—¿Te he despertado?

—Sí, pero no pasa nada. —Se ríe.

Escucho como sus pasos se acercan hacia mi posición con lentitud, después dejo de percibirlos.

—Oye... gracias por lo de ayer —me agradece—. Por estar ahí y animarme.

—Sabes que no tienes por qué darlas. —Niego con la cabeza, a pesar de que no me puede ver.

Tras terminar de lavarme el pelo, dejo que el agua de la ducha caiga sobre mi cabeza para que retire el jabón que hay en él. Axel suelta un suspiro de molestia, lo que hace que frunza el ceño un tanto confundida.

—Me va a reventar la puñetera cabeza —se queja.

No puedo evitar soltar una breve carcajada.

—Eso te pasa por beber a lo loco. —Arqueo una ceja.

—Lo sé... —Suspira—. Creí que sería la mejor manera de olvidarme de todo lo sucedido en estos días. De la muerte de Andriu, de la traición de Fred, de las amenazas hacia a ti y... de mi pasado. Pero no ha funcionado.

En cuanto acabo de ducharme, cierro los grifos y procedo a escurrir el agua de mi cabello. Enseguida caigo en que se me ha olvidado coger algo importante que debo utilizar ahora, no puedo andar más despistada.

—Axel, ¿puedes acercarme una toalla? —le pido, sintiendo como el calor se me sube a las mejillas.

—Sí, espera.

Sus pisadas alejándose del cuarto de baño resuenan por todo el lugar. Me quedo a la espera de que venga con lo que le he pedido, abrazada a mí misma, como si alguien pudiese llegar a verme desnuda a pesar de que no hay manera de que eso suceda. Las gotas me resbalan por la piel hasta llegar abajo del todo, donde se crea un charco pequeño que acaba por marcharse por el desagüe.

—Aquí la tienes. —Su voz me saca de mi embobamiento al instante.

Estoy durante unos segundos mirando la cortina, esperando a que una de sus manos se asome por ella con la toalla, pero eso no llega a pasar. Arrugo el entrecejo y, a continuación, las corro hacia un lado sin más demora. Cuando hago esto, Axel aparece en mi campo de visión con la prenda desplegada y en alto, lo que le impide verme.

Escondo una sonrisa en mis labios y salgo de la bañera. Una vez fuera, me acerco a él y carraspeo la garganta para hacerle saber que puede soltar la toalla y dármela. Sin embargo, cuando la baja unos centímetros, me envuelve el cuerpo con ella al mismo tiempo que me da un fuerte abrazo. Parpadeo un par de veces, anonadada, y él deja un beso en mi mejilla. Siento que mi cara va a explotar.

En el momento en el que se separa de mí, agarro la prenda y me la coloco en condiciones, sacando los brazos fuera y remetiendo el extremo sobrante en un lateral para impedir que esta caiga sin permiso.

—Estás colorada —se burla, turnando su mirada entre mis ojos y boca.

—¿Y de quién es la culpa? —Alzo las cejas.

Axel posiciona sus manos a ambos lados de mi rostro y acerca sus labios a los míos, rozándolos muy suavemente. Estoy totalmente quieta, aguardando a ese beso que no llega. Llego a la conclusión de que lo está haciendo aposta para hacerme de rabiar, parece que ha aprendido muy bien de mí durante el tiempo que llevamos juntos. Eso me recuerda a que hace mucho que no le fastidio como solía hacer antes, así que es hora de romper esa racha.

—Si tú no me besas, yo tampoco lo voy a hacer —le advierto en un susurro.

Él se separa un poco de mí y me mira con curiosidad.

—¿Por qué? —pregunta extrañado.

—Sé que lo haces para fastidiar —afirmo—. No voy a caer. Eso de hacer de rabiar a la gente es mi hobby, así que prepárate.

—¿Es esto una guerra, entonces? ¿A ver quién cae antes? —Se ríe.

Asiento con la cabeza, a la vez que le observo con malicia fingida.

—Acepto el reto. Vas a perder —me asegura, cruzando los brazos sobre su pecho.

Me humedezco los labios y estoy unos instantes meditando lo que estoy a punto de hacer. Opto por hacer caso a esa idea que ronda por mi cabeza y vuelvo a coger los extremos de la toalla. Tras quitármela de encima, la dejo caer al suelo, quedando desnuda ante él. Axel se atreve a echarle un rápido vistazo a mi cuerpo y, luego, regresa sus ojos profundos y oscuros a los míos. Este sonríe de medio lado mientras deja escapar una risita muda de sus adentros; acto seguido, desvía la vista hacia su izquierda.

—Si querías ropa solo tenías que pedirlo —comenta entre risas, con el mismo tono burlón de hace un rato.

Él se da la vuelta y camina hacia su habitación de manera despreocupada. Me llevo una mano a la frente por lo mal que me ha salido el plan y aguanto la vergüenza que me ha venido a invadir ahora. Después, me agacho para recoger del suelo la toalla y vuelvo a cubrirme con ella.

Al cabo de un minuto, Williams vuelve con varias prendas de vestir entre sus brazos. Cuando está a pocos pasos de mí, me la entrega y se queda observándome con cierta diversión. Abrazo su ropa contra mi pecho y bajo la mirada, en un intento de bajar la rojez de mis mejillas. Su risa reaparece a la vez que él toma los codos de mis brazos y se acerca unos centímetros a mi rostro.

—No ha funcionado, reina —asegura, negando con la cabeza.

—Ya lo veo. —Escondo la cara entre su ropa.

Una carcajada de su parte retumba por todo el baño. Noto como una de sus manos se posan en mi cabeza y revuelven mi cabello con suavidad.

—Voy a preparar el desayuno —avisa.

Escucho como sus pasos salen del lugar y se dirigen hacia la cocina. Alzo la cabeza y suspiro, dejando escapar todo el aire retenido en mis pulmones.

Jé, he fallado.

🐈

A cada paso que doy hacia el ascensor de comisaría, siento que los ojos de las pocas personas que hay en la planta baja están fijos en mi nuca, lo que logra incomodarme y hacerme sentir una completa intrusa; siento que me juzgan, aunque no sea así.

Aprieto la bolsa con las pruebas que tengo dentro de uno de los bolsillos de la sudadera de Axel y continúo con mi camino sin prestar mayor atención a las miradas expectantes de mis compañeros. A pesar de que son una minoría los que no paran de vigilar mis movimientos, no puedo evitar que el temor esté presente en mí. No sé si serán los infiltrados de los Árticos o los aliados de la asesina; ni siquiera sé cuántos tiene, o si, simplemente, está sola en esto.

Al ver que las puertas del ascensor se abren para dejar salir a su único tripulante, aprovecho y entro en él con cierta prisa. Debo encontrar a Marshall y hablar con él sobre lo que pasó ayer lo antes posible. Presiono el botón que corresponde a la primera planta y espero a que el elevador haga correctamente su función. Durante lo que dura el trayecto, dejo a la vista el nerviosismo que llevo encima mediante los continuos golpecitos que doy con la planta de uno de mis pies en el suelo.

En el momento en el que llego a mi destino, me encamino hacia el despacho de mi jefe en su busca. Vuelve a pasarme lo mismo que al entrar en el edificio, algunas de las personas que trabajan aquí me observan de una manera amenazadora y poco sutil. Al alcanzar la puerta de la oficina del señor Meadows, la abro y entro sin más demora. Él posa sus ojos en los míos y los ensancha un poco, a la vez que se levanta de su asiento de golpe. Parece preocupado y asustado.

—Kelsey, ¿pasó algo ayer? Esta mañana me dijeron que las cámaras de seguridad quedaron inutilizadas mientras estabas aquí —me pregunta de carrerilla, sin apartar su mirada escudriñadora de mí.

Como respuesta a su cuestión, tiro la bolsa con las pruebas sobre su mesa. Marshall dirige la vista hacia ese lugar y frunce el ceño. Tras tomarla entre sus manos, examina el contenido sin sacar los objetos del plástico.

—Ella estaba allí con Lina y conmigo —comento—. Encontré el teléfono en el delantal de Chelsea y la lentilla en el suelo de su vestuario.

Las facciones de su rostro me muestran sorpresa.

—¿Es ella la asesina? —Me mira.

Niego con la cabeza.

—La lentilla es de color verde y Chel no las usa. —Las manos me sudan, por lo que me las seco en los pantalones disimuladamente.

—¿Entonces quién es? —Arruga el entrecejo.

—Pienso que es Rosa. Aunque ahora estoy dudando de ello. —Suspiro con frustración.

Mi jefe vuelve a sentarse en su respectiva silla, con lentitud.

—Explícate —me pide.

—Rosa tiene los ojos verdes y la asesina los tiene azules, ¿quién dice que no está utilizando las lentillas para alterar su aspecto físico? Lo mismo pasa con su cabello, se lo ha podido teñir para ocultar su verdadero color, el castaño —expongo mi teoría—. Y ese móvil de prepago lo debió dejar en las cosas de Chelsea para despistar. —Lo señalo con un leve movimiento de mi brazo—. Pero ayer, cuando hablé con Axel sobre esto... Él me ha asegurado que no la conoce de nada, que no la ha visto nunca. Eso me desmonta todo, señor...

Marshall guarda la bolsa con las pruebas en uno de los cajones de su escritorio con llave y suspira. Se mantiene unos segundos pensando en algo y luego habla.

—¿Axel te dijo algo más acerca de eso? —indaga.

—Sí. —Asiento con la cabeza—. Dice que las veces que está cerca o piensa en ella, siente un tipo de temor que no sabe de dónde proviene. Porque, como ya le he dicho, no la conoce.

—¿Él te ha descrito en algún momento la apariencia de la asesina?

—No, quien lo hizo fue su vecino Dorian. Axel solo me contó que se trataba de una mujer y que, por mucho que intentaba acordarse de ella, le dominaba la ansiedad y solo era capaz de ver un rostro borroso en sus recuerdos, nada más.

El silencio nos envuelve por unos instantes en los que mi jefe vuelve a detenerse a darle vueltas a algo en el interior de su cabeza. Después, alza las cejas y pega su mirada iluminada en mí.

—Sé de alguien que puede resolver este enigma. —Dicho esto, se pone en pie y camina con rapidez hacia un mueble metálico con varios cajones que hay en la esquina derecha de su despacho, al fondo.

Abre varios de los cajones, los revisa y rebusca en ellos con insistencia. En el momento en el que da con lo que tanto buscaba, lo saca. Son unos guantes de látex.

Tras dejar todo como como estaba antes colocado, se acerca a mí de manera apresurada y me tiende lo que ha cogido hace escasos segundos. Los tomo entre mis manos y le observo a la espera de que me diga que es lo que pretende.

—Voy a ir a hablar con Belly, la criminóloga. Ella nos dará un poco de luz en este tema —me explica—. Mientras tanto, quiero que busques la cajetilla de lentillas en las pertenencias de Rosa. Si la que has encontrado es de ella, tendrá más. Cuando termines, ven a buscarme al puesto de esta mujer.

Ni siquiera me da tiempo a aceptar su orden, ya que sale disparado del lugar, dejándome completamente sola. Hago lo mismo que él y salgo de su despacho. Justo en ese instante, diviso a Rosa salir de su respectiva oficina, por lo que me pongo los guantes donde corresponde y me encamino hacia allí sin más demora.

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