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👑🌹 Capítulo 21

Kelsey.

Unas horas antes.

—¿Tu padre se desentendió de ti tras el divorcio? —indaga el taxista mientras conduce por una de las carreteras desiertas del barrio en el que hemos entrado.

Según él, es un atajo para llegar antes al aeropuerto.

—Así es —respondo mientras desvío la mirada hacia el trasportín donde se encuentran mis dos gatos, en uno de los asientos que hay a mi lado—. Se fue distanciando de mí y le dejó mi custodia a mi madre. Ya ni siquiera me llama para saber cómo estoy.

—Joder, cuanto lo siento, guapa. Es un fastidio —dice el hombre sin quitar los ojos de la carretera—. Te entiendo perfectamente, yo también vengo de una familia complicada.

Su mirada se posa en el espejo retrovisor interior del coche, en el cual puede observar mi reflejo, ya que me encuentro en la parte trasera de este.

—¿Sabes? —Sonrío levemente—. Me sorprende la facilidad con la que los taxistas sacáis un tema de conversación así sin más.

Ni siquiera sé cómo hemos llegado a sacar el tema de mi relación con mi padre. El hombre suelta una sonora carcajada de sus adentros al mismo tiempo que vuelve a pegar la mirada al frente.

—Es la costumbre —responde encogiéndose de hombros—. Después de tantos años en este trabajo te das cuentas de lo aburrido y pesado que se hace si no mantienes una conversación con tu cliente, por eso, después de tanto tiempo y práctica, ya te sale solo. Si te incomoda solo tienes que decírmelo.

—No, no. Tranquilo —me apresuro a decir—. Es agradable hablar con alguien que te comprende. Gracias por escuchar.

—No hay de qué, guapa. —Me guiña un ojo en el espejo para que pueda verlo.

Dirijo la mirada hacia la ventanilla de mi lado y observo los edificios y las farolas pasar a una velocidad moderada. Las luces de estas se van haciendo pequeñas según las vamos dejando atrás, y más grandes las que se van acercando por delante. Le echo un vistazo a la hora que es en la pantalla de mi móvil: son las ocho de la noche y debo estar en el aeropuerto a las nueve y media.

—¿Falta mucho para llegar? Debo estar allí un poco antes de las nueve —inquiero sin despegar la mirada del móvil.

—En menos de una hora llegamos, tranquila —comenta para luego comenzar a tatarear una canción, que desconozco, de la radio.

Bloqueo la pantalla del teléfono y vuelvo la vista a la ventanilla. Ni un solo coche, aparte del nuestro, aparece por el lugar. Al dirigir la mirada a la parte delantera del automóvil, mis ojos chocan con una fotografía pequeña, la cual se encuentra pegada en el espejo retrovisor interior y de la que no me había percatado hasta ahora. En ella hay una niña rubia muy sonriente, con su pelo recogido en un lazo rojo en lo alto de su cabeza.

—¿Es tu hija la de la foto?

—Sí, es la niña de mis ojos —confirma con ternura—. Igual de guapa que su padre, ¿verdad que sí?

Una risotada sale del interior de mi garganta; la verdad, es que la niña no se parece en nada a su padre. Él es moreno, con partes de su cabeza calvas, ojos marrones oscuros, una barba con tantas canas que parece que ha nevado en ella, y bastante larga. Parece un mago salido de «El señor de los anillos». Es Gandalf, pero con unos cuantos años menos.

—En realidad es la viva imagen de su madre —confiesa después de unos segundos sin intercambiar palabra alguna—. Ella murió hace un año de un derrame cerebral.

Mis ojos se abren de par en par al escuchar sus palabras, quedándome anclada al asiento y sin saber que decir. No me esperaba una confesión así, debió de ser muy duro perder a su mujer y madre de su hija; no puedo evitar que todo esto me recuerde un poco a la situación en la que se encuentran los Williams, pues Charlie perdió a su mujer en un ajuste de cuentas, dejándole solo con sus dos hijos, aunque para ellos la cosa resultó ser más complicada y peligrosa.

—Lo... lo siento mucho, de verdad —tartamudeo llevando la mirada a su rostro reflejado en el espejo.

—No pasa nada —me tranquiliza mientras me muestra una cálida sonrisa.

Vuelvo a mirar la pantalla de mi dispositivo, el cual desbloqueo al cabo de unos segundos para ver si hay algún mensaje en él, sin embargo, no hay nada; debería dejar de pensar en que Axel va a contactar conmigo, pues eso no pasará porque sigue estando muy enfadado conmigo. Respiro hondo y guardo el teléfono en uno de los bolsillos de mis pantalones.

—Ese maldito coche me tiene nervioso —espeta Claudy, el taxista, lo que hace que mire al frente—. Lleva detrás de nosotros desde que te he recogido.

Sus palabras me hacen fruncir el ceño, sin entender muy bien la situación. Giro mi cuerpo todo lo que el cinturón de seguridad me permite, para poder ver a lo que se refiere el hombre. Efectivamente, hay un coche negro siguiéndonos a una distancia prudente. La lejanía de este no me permite ver con claridad el rosto de las personas que van dentro, aunque puedo notar que tienen las ventanillas bajadas. Aparto la vista de ellos y vuelvo a ponerme en condiciones en mi sitio.

A pesar de que la respiración se me ha acelerado de golpe, intento tranquilizarme pensando en que puede ser mera coincidencia, que solo nos siga porque se dirige al mismo sitio o a uno que está por la zona.

—Claudy —pronuncio su nombre—. ¿Puedes acelerar un poc...?

Soy incapaz de terminar la frase, ya que algo atraviesa el cristal trasero del coche e impacta contra mi oreja; esto provoca que un grito ahogado salga del interior de mi garganta al mismo tiempo que me llevo la mano a la zona afectada. En cuanto la aparto, mis dedos se encuentran manchados de sangre y con pequeños trozos de cristal.

—¿Qué cojones? —La voz temblorosa del taxista se adentra en mis oídos.

En el momento que alzo la vista, una bala incrustada en el cristal del parabrisas aparece en mi campo de visión. Claudy la observa con los ojos abiertos de par en par y con un notable miedo en ellos.

—¡Acelera! —grito con los nervios a flor de piel.

Él, sin dudarlo un segundo, pisa el pedal a fondo, acelerando así todo lo que puede.

—¿Estás bien? —pregunta con preocupación.

—Sí —afirmo dándome la vuelta otra vez para observar lo que hacen los de atrás.

Al hacerlo, la imagen de una chica morena con medio cuerpo asomado por la ventanilla y apuntándonos con un arma más grande que ella misma, aparece ante mí; el miedo me recorre el cuerpo al completo. Va a abrir fuego otra vez.

—Claudy, tienes que despistarlos —le digo con la respiración agitada—. Van a volver a disparar.

—Estoy buscando un lugar en el que meterme para darles esquinazo —me hace saber mientras noto como nuestro coche coge cada vez más velocidad.

Llevo las manos hacia el bolso que está al lado del trasportín de los animales para poder sacar el arma y abrir fuego contra ellos, pero cuando estoy rebuscando en él, me acuerdo de que he dejado la pistola en comisaría antes de irme, ya que, de todas formas, no me iban a dejar pasarla al avión. Me maldigo interiormente completamente frustrada.

Dirijo la mirada nuevamente hacia atrás y, justo en ese momento, la chica aprieta el gatillo. La bala sale de la boca de la pistola a gran velocidad hasta colisionar contra una de las ruedas traseras de nuestro coche, ya que este pierde el rumbo y Claudy es incapaz de conducir derecho. Apoyo la espalda al respaldo de la silla en el momento en el que el automóvil comienza a moverse de forma brusca.

—¡Agárrate! —ordena el conductor aferrando las manos al volante.

Justo en ese instante, subo la vista hacia el frente, viendo así la pared de un edificio acercarse velozmente a nosotros. En escasos segundos, el morro del coche colisiona contra ella y mi cuerpo se va hacia delante en el acto, no obstante, el cinturón de seguridad evita que me coma el asiento delantero; joder.

Me incorporo con lentitud, llevando una de mis manos al cinturón para desabrocharlo, cosa que consigo a la primera. Al posar los ojos sobre Claudy, le veo tumbado sobre el volante con una brecha en la cabeza de la que sale bastante sangre. No pierdo el tiempo y procedo a levantarme del asiento para acercarme a él. A continuación, poso dos de mis dedos en su cuello y le tomo el pulso con la esperanza de que siga con vida. Y así es, está vivo.

Un suspiro de alivio sale de mis adentros al comprobarlo. Me vuelvo a sentar y me dispongo a recoger el trasportín de mis gatos del suelo del coche, ya que el impacto los ha hecho caer. Una vez entre mis manos, echo un rápido vistazo en el interior. Ambos gatos se encuentran acurrucados el uno con el otro, con los ojos muy abiertos y llenos de miedo. Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas hasta amontonarse en mi barbilla.

—Claudy, despierta —sollozo y muevo su hombro de un lado a otro para despertarle, pero este no responde; no me puedo ir sin él.

El sonido de la puerta de mi lado abriéndose, provoca que el corazón me pegue un vuelco y que dirija la mirada hacia esa dirección. Un chico desconocido para mí se asoma y, con una sonrisa maliciosa en sus labios, me agarra del pelo y tira de mí hasta conseguir sacarme del coche arrastras.

Mi cuerpo cae contra el asfalto, robándome un quejido de dolor. Cuando noto que me tiran del cabello hacia arriba, me levanto para evitar que me hagan más daño. Una vez en pie, el chico a mi espalda agarra mis brazos para impedir que me mueva. Mis ojos van a parar a los azules de Jayden, quien se acerca a mí junto con la chica que nos ha disparado y dos chicos más que, por cierto, me acuerdo de haberlos visto por el local.

—¿Qué mierda haces? —escupo con molestia en cuento se posiciona a unos metros de mí.

Este, simplemente, se me queda observando con una expresión neutra. Ni siquiera me muestra una de esas sonrisas retorcidas tan típicas suyas.

—Has salido en las noticias —comenta la chica por él, soltando una carcajada que consigue ponerme los pelos de punta—. Ahora todos sabemos que eres poli.

Los reporteros que estaban en la entrada del juzgado golpean mi mente al instante; ha sido por ellos.

—Los jefes se han enterado —añade Jayden—. Sabes demasiado sobre nosotros, así que nos han enviado a acabar contigo.

La voz con la que pronuncia cada palabra no transmite ningún tipo de emoción, es como si no quisiera mostrar lo que siente.

—Ya me ocupo yo —se ofrece la chica cargando la enorme pistola que tiene entre sus brazos.

Tras colocársela, me apunta con ella. Pasa la yema de su dedo por el gatillo a la vez que se relame el labio inferior.

—No, Candie —interviene el dilatas, apartando la pistola de mi dirección—. Si le metes un tiro les darás una prueba a la policía a la hora de investigar su asesinato.

La excusa que él ha dado es ridícula, ya que nunca han dudado en disparar a alguien cuando han querido, por eso pienso que, la razón por la que lo ha dicho, ha sido para librarme de que me metan un balazo entre ceja y ceja.

La morena suelta un suspiro de frustración ante sus palabras.

—¿Y cómo pretendes que la matemos? —cuestiona ella—. ¿Golpeándola o qué?

Jayden se queda en silencio, no dice ni una sola palabra. Sus ojos se mantienen fijos en mí, totalmente serios. Y, al parecer, esa es respuesta suficiente para que los dos chicos que se encuentran detrás de él se acerquen a mí todo lo posible.

—Nosotros nos encargaremos de eso —dice uno de ellos, el rubio, crujiéndose los nudillos.

Sin esperar un solo segundo más, aparto mis brazos de forma brusca de entre las manos del chico de atrás, consiguiendo soltarme. Sin embargo, no me sirve de nada, ya que el rubio que tengo en frente no duda un segundo en colisionar su puño contra mi cara, haciéndome caer al suelo de rodillas. Seguido de esto, el pie del otro golpea mi mejilla derecha, tirándome completamente en el asfalto. Con ayuda de mis manos intento levantarme, pero el chico a mi espalda vuelve a apresarme para hacerlo él.

—¿Qué pasa? ¿Es que sois tan cobardes que tenéis que venir a por mí entre tres? —espeto con dificultad, haciendo que unas cuantas gotas de sangre salgan disparadas de mi boca.

—Yo lo llamaría ser precavidos —objeta el chico moreno que me ha dado la patada—. Sabemos que eres capaz de defenderte de uno con facilidad, pero de tres a la vez lo dudo mucho.

Dicho esto, me mete un puñetazo en el estómago con fuerza, provocando que me doble sobre mí misma. Intento nuevamente deshacerme del agarre del chico que tengo detrás, pero sus dedos se clavan en mis muñecas haciéndome gritar por el dolor que me causa.

—¡Cállate! —me chilla el rubio golpeando mi cara.

Mis rodillas fallan y estoy a punto de perder el equilibrio, pero no llega a pasar. Al notar como mi boca se llena de sangre, la escupo.

—¡Mira qué cosa más bonita! —La voz de la chica morena se adentra en mis oídos, haciendo que pose la mirada en ella.

Cuando lo hago, me percato de que está sacando a Bagheera del coche; no, mierda, no. La morena se lo acerca a la cara, lo que, a mi parecer, es un grave error. El gato saca sus uñas y no duda un segundo arañarle el rostro. Esto hace que sus manos lo suelten y el animal caiga de pie al suelo.

—¡Maldito gato asqueroso! —Se queja ella limpiándose la sangre de la cara.

Sin yo esperármelo, coge el arma de la parte de arriba del coche y apunta a Bagheera con ella. Jayden hace el ademán de frenarla; agarra su brazo para intentar evitarlo.

—¡No! —suplico para que frene, pero no sirve de nada.

La bala sale disparada hacia el cuerpo de mi gato, justo en su costado, dejándolo tirado en el asfalto. Nuevas lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas y siento como el corazón resuena por mi cabeza; soy incapaz de moverme. Mi cuerpo no responde a las órdenes que les manda mi cerebro; ni siquiera consigo parpadear. Las voces de los presentes me suenan lejanas, como si algo me impidiese escucharlas con claridad.

Un nuevo golpe en la cabeza hace que mi mente conecte con la realidad al instante, pudiendo volver a escuchar todo lo que pasa a mi alrededor. Patadas y puñetazos son recibidos por todo mi cuerpo, uno tras otro hasta que consiguen que caiga al suelo otra vez, sin ser capaz de moverme. El dilatas observa los movimientos que sus compañeros tienen sobre mí, con una mirada neutra.

—¡Eh! ¡Alejaros de ella o llamo a la policía! —La voz de una anciana se adentran en mis oídos.

Sigo con la mirada la trayectoria de su voz, hasta que doy con la dueña asomada en la ventana del edificio con el que nos hemos estrellado.

—Idos de aquí, ya termino yo con ella —habla Jayden.

Sus compañeros le obedecen y se alejan de mí. Muevo mi cabeza hacia el dilatas, quien se acuclilla para ponerse a mi altura. Sus manos recorren mi cuerpo en busca de algo. En el momento en el que saca mi móvil del bolsillo de mi pantalón, se queda mirándolo un rato.

—Dime la contraseña, Kelsey —susurra posando sus ojos azules en los míos.

No contesto.

—Mierda, Kelsey. No tengo mucho tiempo —se queja—. Dime la contraseña o no podré llamar a nadie para que venga a ayudarte.

No lo pienso más y le digo los números que la componen, con la voz afónica y entrecortada. Él mueve sus dedos por la pantalla lo más rápido que puede. Yo, mientras tanto, intento moverme, pero ninguna de mis extremidades parece querer colaborar; no responden.

—¡Voy a llamar a la policía! —La anciana vuelve a hacer acto de presencia.

Al rato, Jayden me devuelve el móvil.

—Enseguida vienen a por ti, aguanta.

Eso es lo único que me dice antes de incorporarse del sitio y alejarse de mí.

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