👑🌹 Capítulo 2
En cuanto salgo del ascensor de comisaría, justo en la primera planta, me dirijo con pasos firmes hacia el despacho de Dean. Sin embargo, antes de que pueda avanzar algo más de un par de pasos, unos dedos se enroscan en mi brazo, haciendo que me gire para ver de quien se trata. Mis ojos se abren tanto por la sorpresa, que se me llegan a secar un poco.
—Marshall... —susurro sin creerme que lo tenga frente a mí—. ¿Qué haces aquí?
Arrugo la nariz, mostrándole una leve sonrisa en mis labios que lucha por ensancharse debido a la ilusión que me provoca verle de nuevo por estos lares.
—He vuelto, niña —me hace saber, alegre.
La sonrisa en mi cara termina de agrandarse y mis ganas de abrazarle aumentan considerablemente. Habremos tenido nuestras diferencias, nuestras discusiones e injusticias, pero, he de admitir, que he echado muchísimo de menos a este gruñón sin causa.
—¿Eso quiere decir que Dean...? —Señalo con el pulgar su despacho.
—Así es. —Asiente y deshace el agarre de mi brazo—. El señor Collins se marcha.
En el momento en el que esas palabras salen de su boca, una alegría enorme me inunda el cuerpo al completo, de pies a cabeza. Tengo hasta ganas de saltar de la alegría, eso es una gran noticia. Por fin voy a tener vía libre para poder investigar a mi antojo y ayudar a Axel como es debido.
—Está recogiendo sus cosas —añade—. Ve con él. Quiere hablar contigo.
Muevo la cabeza en respuesta afirmativa y, luego, me doy la vuelta y pongo rumbo hacia el despacho de Dean. Cuando llego a mi destino, me relamo los labios y me armo de valor antes de acceder al lugar sin molestarme en llamar. El señor Collins aparece ante mí, recogiendo sus cosas y metiéndolas en una caja de cartón. No puedo evitar sonreír llena de satisfacción.
—¿Querías verme? —pregunto.
Él posa sus ojos en mí.
—Así es, señorita —afirma, metiendo su última pertenencia en la caja.
—Pues tú dirás. —Me encojo de hombros.
Dean se ríe levemente por algo que no llego a comprender, al mismo tiempo que coge la pequeña caja de cartón entre sus brazos para, después, acercarse a mí con pasos lentos.
—¿Qué ha pasado con el "usted"?
—Ya no eres mi jefe, no tengo por qué tratarte de usted —contesto sin más.
Cruzo los brazos sobre mi pecho y le muestro una sonrisa de medio lado en mis labios. Él me devuelve el gesto, escondiendo una carcajada en las profundidades de su garganta.
—¿De qué querías hablar conmigo?
—Quería decirle que todavía está a tiempo de renunciar al caso. —Endurece su expresión facial.
Mi cara adquiere una seriedad casi tan dura como la suya e, involuntariamente, trago saliva. Es como si esa simple frase hubiese causado temor en mi ser. No quiero tenerle miedo, no quiero dejar que me convenza de abandonar todo por lo que he peleado por conseguir. Es peor que un grano en el culo.
—No voy a dejarlo —sentencio.
—Se está ganando un sitio en el cementerio, señorita —asegura.
—Si ese es el precio por hacer justicia, moriré encantada.
Las palabras me salen con una firmeza que me llega a sorprender, pero no me arrepiento de haberlas pronunciado. Dean no dice nada, solamente se me queda mirando directo a los ojos, a modo de desafío y como si estuviese queriendo descifrar lo que está pasando por mi mente en ese preciso instante.
—No tiene ni idea de con quién está tratando, señorita Davenport —amenaza entre dientes.
—En realidad sí lo sé —afirmo.
Su ceño se frunce con confusión y su mirada se queda fija en la mía, completamente expectante. He estado pensando en todo lo ocurrido este mes y hay algunas cosas que me han llevado a averiguar su tapadera. Jayden, el día en el que yo tuve que hacer la iniciación, dijo que los Cobras eran el grupo más peligroso después de los Árticos y que, por esa razón, se habían prohibido las iniciaciones con ellos. Esto me ha llevado a pensar que existe una cierta rivalidad entre ambas bandas y que, por ese mismo motivo, Charlie pudo tener problemas de drogas con ellos, provocando los asesinatos aquel día.
—Eres uno de los jefes de los Cobras —declaro.
Una rápida y pequeña sonrisa aparece de repente en sus labios.
—¿Cómo lo ha averiguado? —indaga con curiosidad.
—Soy policía.
Humedezco mis labios al sentirlos levemente resecos. El señor Collins me observa con esa sonrisa satisfactoria que no llego a comprender por mucho que lo intente.
—¿De qué tienes miedo? —cuestiono ladeando un poco la cabeza—. ¿Es que eres tú el responsable de los asesinatos?
—No lo soy, señorita —dice con total tranquilidad—. Usted y sus amigos no son los únicos que están siendo amenazados.
Acentúo el ceño ante sus palabras, a la vez que vuelvo a poner recta mi cabeza. No digo absolutamente nada al respecto, al ver como el hombre que tengo enfrente suspira como un aviso de que va a empezar a hablar de nuevo, le dejo que prosiga sin interrupción alguna.
—Señorita Davenport, quiero proponerle un trato.
Mi mirada se torna curiosa y expectante a lo que quiere decirme, pero no me dejo llevar. Nada me asegura que sea un buen trato o que sea, simplemente, una trampa.
—Le dejaré seguir con el caso para que demuestre la inocencia de su amigo siempre y cuando no mencione a los Cobras —explica—. Y si llega a descubrir a la persona culpable de los hechos, que no se le ocurra inculparla. Cuando usted haya conseguido limpiar el nombre del chico, deje el caso, por favor. Los dos ganamos.
Estoy unos segundos dándole vueltas a su oferta, intentando encontrar el engaño oculto tras esas palabras, pero la verdad es que no parece haberlo y me parece una muy buena oferta. Axel quedaría impoluto de esos asesinatos y podría conseguir la custodia de Phillip sin problemas. Además de que las amenazas cesarían porque él ni siquiera quiere encontrar a la culpable para meterla en la cárcel.
Carraspeo con la garganta.
—De acuerdo. —Asiento—. Trato hecho.
Dean vuelve a sonreírme y, luego, se dirige hacia la salida del despacho. En cambio, yo se lo impido en cuanto una pregunta que merece ser respondida se me pasa de golpe por la cabeza.
—Hay algo que quiero preguntarte —aviso y él se da la vuelta para poder verme—. Si no querías que yo siguiese con el caso desde el principio, ¿por qué no me despediste? Pudiste hacerlo desde que entraste en comisaría, de hecho, me amenazaste con hacerlo. Sin embargo, sigo trabajando aquí.
Él, tras unos segundos en los que, simplemente, se me queda mirando en silencio, me enseña otra de sus famosas e indescifrables sonrisas.
—Es usted policía —afirma—. Confío en que sea capaz de averiguarlo.
Dicho esto, se gira y sale de la oficina hasta que desaparece de mi vista. Reprimo una sonrisa en mis labios al entender la situación. La razón por la que no me ha despedido es porque una parte de él espera que yo descubra a la verdadera asesina. Al fin y al cabo, también está siendo amenazado. Motivo suficiente para querer pararme los pies y al mismo tiempo querer dejarme continuar con precaución. Tal vez este hombre no sea tan malo después de todo, aunque tampoco me voy a dejar llevar por las apariencias, nunca se sabe.
Voy a dar un paso hacia la salida para ir en busca de Marshall, pero apenas me muevo y él ya está entrando de nuevo en su preciado y viejo despacho con una caja de cartón entre sus brazos. Este camina hacia su escritorio y deja ahí sus pertenencias. Ya le estaba empezando a echar mucho de menos.
—Bueno, ponme al día, niña —pide.
Al ver la alegría con la que habla y actúa, me doy cuenta de que quizás él no sepa nada todavía de lo que ocurrió hace unas semanas.
—Señor Meadows... hace varios días mataron a Charlie aquí en comisaría —le hago saber con lentitud, fijando la mirada en él para estar atenta a todos sus movimientos.
Marshall, al escucharme, se queda estático en el sitio al mismo tiempo que sus ojos se abren de par en par. Hace intentos fallidos de hablar, pero lo único que sale de su boca por algunos segundos, son sonidos que se cortan en seco. Traga saliva.
—¿Le han matado? —quiere saber con la intención de confirmar lo ya dicho.
—Lo siento mucho —me disculpo.
Mi jefe camina hasta la silla de oficina que tiene tras la mesa y después se deja caer sobre ella, derrotado y sin poder creerse lo que acaba de escuchar. Charlie y él se conocían, tal vez fuese más amigo de Margott, pero la muerte del padre de Axel se le ha clavado muy fuerte en el pecho también.
—¿Se sabe quién lo hizo? —Sus ojos suben hasta los míos.
—No exactamente, pero estoy segura de que trabaja aquí —respondo y añado—: Aunque aún no puedo culpar a nadie.
El señor Meadows se lleva las manos a la cara, cogiendo una gran bocanada de aire que después comienza a expulsar lentamente.
—Vale. Kelsey, tienes que investigar más a fondo esto. —Aparta la espalda del respaldo y apoya los codos en la mesa, alterado.
—Antes me gustaría demostrar la inocencia de Axel —le comento—. Como su padre ha muerto y él sigue siendo culpable de los asesinatos, Phillip irá a un orfanato. Me gustaría impedirlo.
Mi jefe se queda durante unos segundos pensando en lo que le he dicho mientras juega con los dedos de sus manos. Al cabo de un rato, dice lo siguiente:
—Está bien. Después de demostrar su inocencia empezaremos a investigar el asesinato de Charlie y el de las demás víctimas.
—Gracias, señor —agradezco sonriente.
—Pero tienes que encontrar las pruebas suficientes para llevar el caso a juicio —advierte—. Si no, no valdrá de nada.
—Las encontraré —aseguro—. ¿Y qué pasará con Phillip ahora?
—La custodia del niño puede tenerla cualquier policía de por aquí mientras se investiga el caso. Encontraré a alguien que se ocupe de él.
Sus palabras me dan esperanzas.
—Me gustaría que se quedara conmigo. —Cruzo los brazos sobre mi pecho—. Ahora mismo no estamos en una situación en la que podamos confiar en cualquier miembro del cuerpo policial, señor.
Él asiente con la cabeza dándome la razón.
—No sé quién se habrá ocupado de él desde entonces, pero haré que te lo lleven esta tarde a casa —me dice volviendo a tumbarse en el respaldo de la silla.
Asiento levemente con la cabeza. Tras unos segundos en los que ninguno de los dos dice nada, Marshall comienza a rebuscar algo de entre los cajones de su escritorio con una prisa que me desconcierta. Al no encontrar lo que busca en ellos, pasa al siguiente, murmurando a saber qué durante el proceso. En cuanto da con el objeto deseado, suelta un leve suspiro. Acto seguido pone unas llaves sobre la mesa y me las señala.
—Son del despacho que hay al final del pasillo, ahora es tuyo —informa—. Así podrás investigar el caso con más tranquilidad.
Mis ojos se abren un poco más de lo normal por el repentino acto de mi jefe. Miro las llaves y, tras unos instantes en los que me quedo completamente anclada al suelo, me acerco y las tomo entre mis dedos.
—Muchas gracias, Marshall —le agradezco en un susurro, sin dejar de observar el objeto de mi mano.
—No me las des, te lo mereces. —Sonríe.
Ahora que lo pienso detenidamente, esto sin Rosa no hubiese pasado.
—Me alegro de que, el día que cogí sin permiso el informe, usted hiciese caso a Rosa y me diese otra oportunidad. —Aprieto con fuerza las llaves, aún sin creer lo que está pasando—. Gracias por no despedirme.
Mi jefe frunce el ceño ante mis palabras y me mira con confusión en su rostro.
—La verdad es que Rosa fue quien me dijo que debería despedirte —objeta—. Yo me negué a hacerlo y ella acabó por dejar de insistir.
Ahora la que arruga el entrecejo soy yo.
—Eso no lo sabía.
—Pues ahora sí. —Vuelve a sonreírme—. Ahora ponte a trabajar.
—Sí, señor.
Una vez que me despido de él, camino hacia la salida del despacho del señor Meadows.
Primero Rosa me dice que en el informe no hay ningún cabo suelto, que todo está en orden, aunque Marshall haya admitido que ella estaba tan engañada como él respecto a esto. Luego resulta que ella quería que me despidieran, a pesar de que Dexter me dijo todo lo contrario. Y, por último, sucede la pelea de mi compañera con Dean, en la que ambos se amenazan. No obstante, ella me explicó los motivos por los cuales se estaban peleando; el señor Collins quería que le ayudase a enterrar el caso de Axel y se negó. Ahora mismo no sé qué pensar. Dean me ha dicho que él también está siendo amenazado, pero las razones que me dio Rosa son buenas. ¿Qué está pasando aquí?
Cuando salgo de la oficina, me quedo parada en la entrada, observando todo a mi alrededor con expectación. Rosa aparece hablando con otra mujer, justo a mi derecha. Ella se comunica de forma alegre, con cara de no haber roto nunca un plato. La rubia, al notar mi mirada sobre ella, gira su cabeza y cruza sus ojos con los míos. Esta alza la mano y me saluda acompañando el gesto con una de sus cálidas sonrisas.
Rosa... espero estar muy equivocada contigo.
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