𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟼𝟷
Merchant, 02 de diciembre de 1883
El director del teatro Odeón, el señor Ashman, había invitado a todo el elenco de la obra "Todos los Días el Mismo Viernes", más algunos de sus amigos íntimos y colegas de la prensa, a una fiesta en su suntuosa casa. Theodore había decidido ir, pero tuvo que llevar a Helen consigo para no levantar ninguna sospecha sobre su fidelidad a su matrimonio. La presencia de la mujer a su lado fue más política y estratégica que realmente placentera y necesaria, pero haberla traído al hogar del director no significaba que tenía pasar toda la velada a su lado. Por el contrario, la dejó entretenerse con sus amigas ricas en algún rincón desconocido de la residencia con amplia libertad, mientras él buscaba a Janeth.
Pocos meses habían pasado desde su reconciliación, pero él genuinamente estaba dando su mejor para que su última pelea fuera, en efecto, la final. Había parado de beber tanto, ya no tenía amoríos aleatorios en lugares oscuros de la ciudad, y le escribía notas todos los días para probarle que sus sentimientos eran reales y que no se desvanecerían tan rápido como esperaba. Sí, él estaba lejos de ser el hombre que ella merecía, lo reconocía, pero lo estaba intentando y esperaba, con todo su corazón, que esto fuera suficiente.
—¿La señora Durand no ha sido invitada a esta fiesta, por acaso? —Theodore le preguntó a su anfitrión, en voz baja, mientras este le servía una copa de champagne.
—Claro que lo ha sido. ¿No la has visto aún?
—No, me temo que no.
El señor Ashman señaló a las puertas que conducían afuera, a su porche.
—Me dijo que iría afuera a tomar aire fresco, hace menos de cinco minutos atrás. La última vez que la vi, se había ido al jardín por ahí.
—Ah... ya veo —el señor Gauvain recibió su copa—. Pues con su permiso, iré a conversar con ella. Debo felicitarla por su actuación en la obra.
—Claro —el director sonrió con desconfianza—. Adelante, eres libre. Solo mantén la discreción, ¿ya? Tengo más invitados aquí. No quiero causarles una mala impresión.
Theodore le dio unas palmaditas en el brazo.
—No te preocupes. Nosotros no somos nada más que amigos.
—Hm. Fingiré que te creo —Ashman sacudió la cabeza y se alejó de él riéndose, entretenido por la situación.
Luego de soltar un exhalo cansado, el señor Gauvain bebió un sorbo de su espumante y dejó la copa vacía sobre un mueble cercano. Metió la mano en el bolsillo de su frac y sacó la nota que Janeth le había enviado por la mañana.
Un críptico y corto "Tenemos que hablar" fue lo único que ella le escribió. Mitad amedrentado, mitad curioso, él se dirigió a la salida, guardando el trozo de papel de vuelta en su bolsillo después de darle una rápida ojeada. Si lo miraba por mucho tiempo, estaba seguro que perdería el coraje para confrontarla.
Mientras se iba de la sala el señor Ashman comenzó a tocar una compleja composición de Liszt en su piano, capturando la atención de todos sus invitados, incluyendo Helen.
Theodore supo que el anfitrión lo había hecho a propósito. Quería darle la oportunidad de huir de ahí sin ser cuestionado por su ausencia.
—¿Jane? —el periodista llamó su nombre en voz baja, una vez había llegado a la oscuridad del jardín—. ¿Estás aquí?
—Detrás del castaño —ella le respondió al instante.
Rodeando el árbol, él efectivamente la halló, de pie, apoyada en contra de su tronco. Se había quitado los guantes de la mano y ahora jugaba con ellos, con una expresión meditabunda que a él no le agradó en lo más mínimo.
—Hola —Theodore le sonrió, tímido.
Ella replicó la mueca, pero en sus ojos el hombre pudo ver que el gesto se debió más a cortesía que a alegría genuina.
—Hola.
—¿Qué haces aquí afuera, sola?
—Solo... pienso.
—¿Sí? ¿Nada más sucedió?
—Hm.
—¿Segura?
Jane suspiró. Miró a la casa. Toda su alegría desapareció.
—Hay algunas personas ahí adentro que no quería, ni quiero volver a ver.
—¿Clientes?
—Sí —tragó en seco—. Y bueno... tu esposa.
—No tienes que temerla. No te hará nada.
—Ya lo ha hecho.
Theodore frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
La actriz a continuación miró al suelo. Metió sus dedos adentro de su escote y de entre sus senos sacó un papel blanco, doblado. Luego de estirarlo hasta que volviera a su forma original, se lo entregó al periodista.
Era un cheque, de valor astronómico, aparentemente rellenado por él.
—Yo no... no firmé esto.
—Lo sé. Helen lo hizo.
—¿Qué?
—Forjó tu firma. Y me lo dio.
—¿Por qué? —el pánico de Theodore comenzó a crecer.
—Porque quiere que me aleje de ti —los ojos de Jane volvieron a encontrarse con los de él, pero ahora, estaban anegados por un desespero latente, doloroso—. Ella me buscó en el teatro ayer y me lo dio. Intentó comprar mi lealtad hacia ti, y no me dejó responderle nada. Me trató como a una cualquiera... como si fuera escoria. Y me acusó de solo estar contigo por el dinero. Me dio esto para que me alejara. Para que me separara de ti...
—Tienes que estar jodiéndome...
—Créeme, desearía que así fuera. Pero no.
Theodore gruñó hasta mostrar sus dientes, absolutamente furioso. Pateó el suelo y arrugó el cheque entre sus manos, para luego correr una de sus manos por su cabello y contemplar matar a su esposa por su crueldad. Pero por suerte, su rabieta duró poco. Pensó en la mujer a su frente, en las injurias que sufrió, y decidió dejar su molestia de lado, al menos por el momento. Y con un paso decisivo, la atrapó en un abrazo apretado y besó la cima de su cabeza.
—Lamento que hayas tenido que pasar por esto... y lo siento. De verdad lo siento. Helen es una perra...
—No, es tu esposa.
—¡No tenía el derecho!...
—Tenía todo el derecho...
—¡No! ¡No lo tenía!... ¡No debió tratarte así! —insistió—.Y yo... yo tampoco.
—Theo...
—No. Realmente lo siento. Hablaré con ella y haré que te deje en paz.
—No la lastimes.
—No lo haré... físicamente no. Pero ella escuchará lo que tengo que decirle. La obligaré a que lo haga.
Jane enterró su rostro en su pecho. Respiró hondo, se concentró en su perfume, y cerró los ojos para no llorar.
—E-Ella estaba hablando c-con un hombre que me atacó, Theo. Años a-atrás...
—¿Quién? ¿Helen?
—S-Sí.
—¿Quién es el hombre?
—Rubio. Tiene barba. Es alto.
—¿Allan Sullivan?
—No s-sé cómo se llama... Solo s-sé que tiene una m-marca de nacimiento en la mejilla.
—Entonces sí es Allan. Solía ser un amigo mío.
Jane se apartó de él, de golpe.
—¿Qué?
—Él es un periodista, así como yo. Es parte del equipo de redacción del Denver. Lo conozco... pero no puedo decirte que quiero volver a verlo ahora —su expresión rápidamente se volvió solemne y su tono, severo—. Le pediré al señor Ashman que lo expulse de aquí.
—No...
—Es un peligro para todas las mujeres de la fiesta, no tan solo tú...
—Las mujeres de la fiesta no son prostitutas ni cortesanas, Theodore —la respuesta afilada de la actriz lo hizo tragar en seco—. Él no las atacará. Sé muy bien que no lo hará. Solo lo digo para que m-mantengas un ojo sobre ella...
—No lo dejaré caminar suelto por aquí de todas formas, Jane. No es correcto. Así como no es correcto ignorar la manera como Helen te trató. Y por eso, no me quedaré de brazos cruzados, dejando que todo el mundo te lastime.
—Ya he tomado golpes más bajos, voy a soportar estos...
—¡Pero he ahí la cuestión! ¡Yo ya no te quiero ver sufrir más! —el señor Gauvain perdió su compostura—. ¡Así que déjame estar ahí para ti!... ¡Déjame ayudarte!
Jane lo miró de arriba abajo, al fin dejando que sus lágrimas se derrumbaran por su rostro. Abrió la boca para contradecirlo, pero al sentir que la preocupación y el cariño de su amante eran genuinos, ella no fue capaz de callarlo, o de llevarle la contraria. Por primera vez en mucho tiempo, se rindió ante sus deseos, y dejó que alguien más se encargara de protegerla. No tenía que admitirlo en voz alta para que él lo supiera; ella estaba exhausta, y necesitaba que alguien recibiera los golpes de la vida en su lugar, aunque tan solo por algunos minutos. Y ya que Theodore se estaba ofreciendo como voluntario con tanto amor y disposición, se sentía incapaz de decirle que no.
—De acuerdo —soltó un exhalo agotado—. Haz lo que tengas que hacer.
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