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Merchant, 06 de mayo de 1908

Con todos sus hijos viviendo fuera de casa y con la mayoría de sus mucamas siendo recontratadas por Lawrence, Theodore comenzó a pasar más y más tiempo lejos de ella, durante el día. En su defensa, él hasta intentó convencer a Janeth a que se fuera a vivir con él, pero la mujer tenía demasiadas memorias en su hogar como para dejarlo ir.

Es lo último que me resta de Caroline.

Y este argumento lo hizo abandonar su propósito, convirtiéndose además en la misma razón de por qué no dejaría atrás su propio hogar por uno menor y más económico; era lo único que le restaba de su esposa e hija. Además, Lucien estaba enterrado en el patio trasero. No podía simplemente abandonarlo ahí.

Pero pensar en su actual situación de vivienda le levantó algunas dudas en la mente: ¿Qué harían cuando ambos se convirtieran en marido y mujer? Porque él tenía pensado pedir su mano en breve, y sabía que sería socialmente inaceptable que vivieran en casas distintas, estando los dos comprometidos. Pero, ¿eso siquiera le importaba? Ya estaban viejos, tenían vidas estables. ¿Quién se molestaría tanto por lo que hicieran o dejaran de hacer? ¿Y por qué debía él siquiera prestarles atención?

Theodore supuso que llegarían a un acuerdo así que el problema se presentara. Por ahora, no sería fructífero sufrir por suposiciones.

Sin embargo, algo por lo que sí valía la pena agonizar, era la reacción de Lawrence al descubrir sus planes de pedir a Jane en matrimonio.

El señor Gauvain sabía que a diferencia de todos sus otros parientes el muchacho sentía cierto disgusto por la mera presencia de la mujer. Le costó darse cuenta de ello, pero eventualmente lo hizo. La manera en la que su hijo pasaba de tranquilo a irritado todas las veces que veía u oía hablar de la "señora Grant" no podía explicarse por otro motivo; él la detestaba. Y francamente, Theodore hasta entendía por qué: era una potencial reemplazante para el antiguo puesto de su madre. Siempre lo había sido. Pero entender no es lo mismo a aceptar, y el periodista despreciaba la forma en la que el joven reaccionaba ante la simple mención de su amada. Por eso, lo convocó a una reunión privada, en su escritorio, así que pudo.

—El cumpleaños de Janeth se aproxima.

—¿Y?

—Le prepararé una sorpresa.

Su hijo respiró hondo.

—Hm —gruñó en vez de asentir, y cruzó las piernas—. ¿Qué harás?

—Le pediré que se case conmigo...

—No. Eso no es imposible.

La interrupción hizo a Theodore fruncir el ceño.

—¿Perdón?

—No lo harás —Lawrence afirmó con un tono serio, frío, muy lejano al empleado por él en su juventud. Ver como su carácter había cambiado desde entonces hirió al señor Gauvain aún más que sus palabras—. Mamá puede haberse ido, pero su memoria permanece. Y por suerte yo he heredado su sentido común. Ya he permitido que traigas a una puta a nuestras reuniones familiares, pero no dejaré que te cases con una. No le faltarás al respeto al apellido Gauvain de semejante manera.

—¿Cómo acabas de llamar a Janeth?

—¿Y acaso no es eso lo que es? ¿Una puta? —el hombre preguntó, con una malicia que desconcertó a su padre—. Mientras revisábamos las cosas de mamá, para ver lo que daríamos a caridad y lo que mantendríamos en esta casa, me topé con una caja dónde ella guardó todos sus diarios. Leí todas las entradas, desde que te conoció hasta el día de su muerte, y sé ahora quién es esa mujerzuela a quien dices amar. Una prostituta que conociste en un teatro y que al parecer cojiste tan bien que no quisiste dejar de lado nunca más...

Theodore se levantó con un salto y le pegó una cachetada estruendosa, callándolo a la fuerza.

Nunca había sido un hombre violento con sus hijos, pero aquella vil verborrea lo sacó de quicio.

—Te atreves a decir una mierda más sobre ella y sales de esta habitación sin dientes —aseveró mientras le apuntaba con el dedo—. Amo a Janeth, pese a su pasado, y gracias a él. Ella me ha salvado la vida más veces de lo que tú jamás sabrás y ha sido mi fuerza cuando no tenía ninguna. Me perdonó por mis fallas y me enseñó a ser mejor hombre, mejor marido, y mejor padre. Así que, si no tienes nada bueno a decir a su respecto, calla. Ella nunca te ha ofendido, ni te ha maltratado, así que no tengas la osadía de hacer lo mismo con su persona.

—¿Hacer qué? ¿Decirte la verdad a la cara, como es? Era una prostituta, papá. Eso es un hecho que no tienes cómo negar. Que le hayas puesto los cuernos a mamá también lo es. Sé la verdad ahora. Así como sé que tus "viajes de negocio" súbitos, tus salidas inexplicables por la noche, tus "idas a la panadería" bien temprano por la mañana, eran mentiras. Todas y cada una de esas ocasiones, ¡mentiras!...

—¿Y qué hay de August Tubbs? ¿Huh? —Theodore preguntó, airado—. ¿Qué piensas de él?

—Un error de parte de mamá. Pero ínfimo, comparado a los que tú has cometido antes y después de que ellos estuvieran juntos.

—Nunca hubo un antes.

—Ha. Claro —Lawrence se levantó de su silla, para estar al mismo nivel que su padre—. ¿De verdad quieres que crea en ese cuento?

—No es un cuento. Yo no engañé a tu madre primero, ella me engañó a mí.

—¿Cómo puedes mentir con tanta convicción, señor Gauvain? Me fascina.

—¡No miento!

—¡¿Así cómo no mentías cuándo nos dijiste, a mí y a Lenny que la amabas?! ¡Por favor, papá! ¡No soy un idiota! ¡No voy a seguir cayendo en tus tonteras! ¡Te jodiste a medio puerto y ahora intentas fingir ser un hombre de valores, de familia! ¡Más mujeres te han visto sin tu ropa interior que tu propia esposa!

—¡VETE DE AQUÍ! —Theodore golpeó a su escritorio, para no darle una paliza a su hijo—. ¡No sabes de lo que hablas! ¡Así que vete! ¡VETE!

—¡Y siempre es así contigo! ¡No toleras oír la verdad y siempre te quieres escapar de ella! —Lawrence abrió la puerta—. Con razón Eleonor se casó con Charles y nunca volvió aquí, ¡se hartó de ti!

Esta última acusación marcó el fin de la pelea. Theodore vio a la silueta de su hijo salir de la habitación con pasos estruendosos y mientras él se iba, sintió todo su almuerzo escalar su garganta, sin explicación alguna. Mareado y con el corazón golpeando tan fuerte que podía escuchar a sus propios latidos, se sentó nuevamente y estiró su mano temblorosa hacia su vaso de agua. No alcanzó a agarrarlo. Escuchó una voz femenina entrar a su despacho, pero tampoco logró verla. Se desmayó tan rápido que ni logró entender qué le había pasado.

Cuando volvió a sí, estaba en el suelo, siendo amparado por la ama de llaves, dos mucamas, y el doctor Allix.

—Apártense por favor, él necesita aire —el médico insistió, y las muchachas retrocedieron—. Hey... míreme. ¿Cuántos dedos ve? —enseguida, le hizo una seña al periodista, quién forzó la vista y contestó:

—Dos.

—¿Cuál es su nombre?

—Theodore.

—¿Apellido?

—Gauvain.

—¿Cuántos hijos tiene?

—¿Vivos o muertos?

El doctor soltó un exhalo aliviado y miró a las mujeres a su alrededor.

—Él está bien. Me parece que solo fue un desmayo.

—Es la edad —Theodore bromeó e intentó levantarse.

—No, no. Usted se quedará acostado por unos minutos más.

—Tengo frío aquí y me duele la pierna. No lo haré.

—Ah —Allix puso una mano sobre su pecho y lo impidió de continuar con su cometido—. Descanse. Solo hágame caso por ahora.

Sintiéndose muy débil para contradecirlo, el señor Gauvain dejó que su cabeza atribulada volviera a descansar sobre el suelo, mientras sus empleadas se iban.

Por primera vez en años, deseó no estar sobrio. 

Detestaba pelearse con sus hijos.

Luego de dejar que una nueva pastilla de ácido acetilsalicílico se disolviera bajo su lengua, el doctor lo ayudó a levantarse.

—Si se vuelve a sentir mareado, siéntese en donde pueda y levante sus pies. Eso evitará que se desmaye.

—Gracias, Richard.

—De nada, Ted. ¿Ahora me puede decir qué pasó con Lawrence, que lo vi salir de esta casa echando humo por las orejas?

—Depende; ¿me jura que no le contará nada a Janeth sobre lo que ha escuchado de mí?

—Considérelo parte de la confidencialidad entre médico y paciente. No le diré nada.

—De acuerdo entonces... tome asiento. Yo le narraré todo desde la comodidad del suelo.


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