𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟻𝟺
Merchant, 07 de febrero de 1905
Por pedido de Helen, su cuerpo fue enterrado al lado del sepulcro de su hija. La faena de cavar su tumba se demoró horas por culpa de una tormenta eléctrica, por lo que su entierro solo tomó lugar dos días después de su fallecimiento. Theodore no durmió durante todo el proceso y se mantuvo anclado al lado de su cadáver, hasta verlo descender a las entrañas de la tierra.
También permitió que el doctor Allix se quedara junto a él en su casa, sabiendo que el hombre genuinamente amaba a la fallecida y que estaba destrozado por su pérdida. Ambos se volvieron muy buenos amigos durante este tiempo, e incluso llegaron a conversar sobre las razones que impidieron a los Gauvain de divorciarse.
—Todo se reduce a los niños —el periodista afirmó, sirviéndole un vaso de whiskey al médico—. Queríamos que tuvieran una infancia normal. Que crecieran con una estabilidad que solo una estructura familiar fija proveería. Yo y Ellie tuvimos muchas peleas y discusiones a lo largo de nuestro matrimonio, pero esto fue algo en lo que siempre concordamos. Los hijos vienen primero.
—Pero ahora que ella ya no está y sus hijos ya crecieron... ¿Se casará de nuevo?
Theodore le entregó el vaso a Richard y tomó asiento detrás de su escritorio, donde ambos se habían encerrado a conversar.
—Ella me dio su permiso, así que... —dio de hombros—. Creo que lo haré. Eventualmente. Pero no ahora.
—¿Qué lo impide?
—El luto —el señor Gauvain respondió, luego de contemplar sus palabras con cuidado—. Aunque no sea de la misma manera en que usted lo hace, yo la amaba. Y no tenerla por aquí... es difícil. Me sorprende, de hecho, lo mucho que la extraño. No creí que su ausencia me dolería tanto como me duele.
—¿Cuánto tiempo estuvieron casados?
—Nos casamos en 1870. Así que... —hizo la cuenta con los dedos—. Treinta y cinco años.
—Vaya... —Richard bebió un sorbo del whiskey—. Bodas de Coral.
—Cinco años más y llegábamos a de Rubí —el periodista sonrió, entristecido.
—¿Y con la señora Janeth? ¿Cuánto tiempo llevan?
Nuevamente Theodore calculó con sus dedos.
—Veintidós años.
—¿Bodas de Porcelana? —el doctor alzó una ceja, luego de hacer una pausa dramática, y ambos se rieron de su aire dubitativo.
—No tengo ni idea. Solo sé que, con veinticinco, se cumplen Bodas de Plata.
—¿Y por qué no le pide matrimonio entonces? Hágalo en una ocasión especial.
—Tendré sesenta años en 1908, doctor. Hay que ver si ella seguirá interesada en mí para ese entonces.
—Señor Gauvain, si no lo ha dejado hasta ahora, dudo que lo hará en el futuro.
El periodista respiró hondo y asintió.
—Supongo que tendré que esperar para saberlo.
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