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Merchant, 06 de diciembre de 1900

El cumpleaños de Nicholas aquel año fue más frenético y concurrido que sus predecesores. El chico en sí tenía un muy pequeño puñado amigos cercanos, pero la presencia de su hermano mayor —quien consigo llevó a su esposa, nuera, suegros, parientes diversos y compañeros de trabajo— terminó llenando a la residencia Gauvain de gente.

A tiempos Theodore no veía a su casa tan llena de vida y de risas. Celebraciones así de grandes no eran comunes. Helen las adoraba, pero él y su hijo menor, no mucho. Así que no fue sorprendente verlos de pie junto a la mesita de aperitivos que las mucamas habían dispuesto en la sala, devorando todos los bocadillos en vez de hacer conversación y fingir ser sociables.

Eventualmente, tuvieron que desapegarse de la comida y charlar con sus invitados. Pero era bastante obvio que lo hicieron contrariados.

Cuando todos se fueron y la festividad acabó, los dos estaban exhaustos.

—Papá, ¿puedo ir arriba a leer ahora? —el chico le preguntó, así que la puerta principal se cerró por última vez.

—Adelante, Nick.

—¡Oye! ¿Y qué hay de mí? ¿No quieres pasar más tiempo con tu querido hermano mayor?

—Tal vez otro día —el niño respondió, subiendo las escaleras con apuro.

Lawrence se rio y sacudió la cabeza. Llevó la copa de champaña que sostenía a los labios y bebió un sorbo. Su esposa estaba en el jardín, charlando con la señora Gauvain. Él se había quedado adentro, en el sofá, para hacer lo mismo con su padre.

Tenía pensado hablar sobre su viaje, pero el tema de conversación fue decidido de antemano por el propio. Theodore tenía una noticia que darle:

—Yo y tu madre llegamos a un acuerdo esta semana.

—¿Acuerdo?

—Con respecto a la cena de Navidad —el periodista hizo girar al licor en el vaso que sostenía, jugando con el vidrio para deshacerse de parte de sus nervios—. El señor Allix y la señora Grant no tienen familia en el puerto, por lo que pasarían esa fecha solos. Nosotros, por esto mismo, decidimos invitarlos a pasar nochebuena aquí.

A Lawrence le tomó un par de segundos recordar que Leónie Grant y Janeth Durand eran la misma persona.

—¿Es esto una broma?

—No —el señor Gauvain respondió con total seriedad—. Sabes que no bromearía sobre algo así.

—¿Y qué pasó con todo lo que me dijiste al respecto de "ocultar" nuestro Liaison? —el muchacho indagó, molesto.

—Ella es mi editora y co-escritora. No veo que hay de malo traerla aquí.

—Ambos sabemos que no es solo eso.

—Pero el mundo no lo hace —Theodore le dio una sonrisa engreída, que puso a hervir la sangre del joven.

—¿Y mamá está de acuerdo con esto?

—Lo está.

—Me dices eso porque es cierto, o en verdad la forzaste a que concordara con esta locura.

La expresión del señor Gauvain perdió toda su gracia.

—Nunca forcé, ni forzaré, a tu madre a hacer lo que sea. Sus decisiones y opiniones son sagradas para mí. La señora Grant solo vendrá porque ella me dio su permiso para invitarla.

—Perdón, pero me resulta difícil creer que ella, siendo la dama inteligente y estratégica que siempre ha sido, piense que esto sea una buena idea.

—A lo mejor tiene algo a ganar con la situación.

—¿Qué ganaría al traer al Liaison de su esposo a su propia casa? —a su lado, Theodore se quedó callado. Dejó que el joven descubriera la verdad por cuenta propia—. Me estás rompiendo un huevo...

—Cuidado con esa boca.

—¡No! ¡No me censuraré ahora! —Lawrence reclamó en una voz baja, pero agresiva—. ¿Por acaso me estás diciendo que el señor Allix y mi madre?...

—Yo no digo nada. Solo te ayudo a inferir una verdad que es evidente.

—En otras palabras, no la acusas de ser infiel pero sí delatas su infidelidad.

—¿Por acaso es infidelidad si todos los involucrados están informados de lo que sucede?

El muchacho soltó una risa molesta y corrió la lengua por el interior de su mejilla.

—¿Es un homicidio si la víctima pide para ser asesinada? ¡¿Qué tipo de pregunta es esa?!...

La puerta que daba al patio se abrió y risas se escucharon en la sala. Lawrence cerró la boca, se tragó su disgusto y ocultó su decepción con una sonrisa falsa.

—¿Ya volvieron adentro tan rápido? ¿Por qué? —Theodore preguntó, copiando la misma tranquilidad superficial de su hijo.

—El cielo afuera se ve pavoroso y creemos que lloverá pronto. Así que sería bueno si ustedes... —la señora Gauvain miró al muchacho y a su nuera—. Se fueran.

—¿De veras está tan nublado? —Lawrence se levantó de su asiento y terminó de beber su champaña con una sola tragada.

—Sin duda habrá tormenta en unas horas más.

—Tomo tu palabra como hecho, entonces. Nos vamos.

Judith concordó con su marido y luego se acercó a su suegro.

—Adiós, señor Gauvain. Fue muy bueno volver a verlo.

—El placer fue todo mío, querida —el hombre la abrazó—. Recuerden que pueden venir a visitar cuando quieran. Ah, y por favor, avísele a su madre y hermana que las estaremos esperando para la cena de Navidad. Están invitadas.

—Gracias por su hospitalidad, señor. Hablaré con ellas mañana —la muchacha miró a su esposo al separarse. Esperó a que él terminara de despedirse de la señora Gauvain y le preguntó:— ¿Vamos?

—Vamos.

—Tengan un buen viaje —Theodore les dijo, haciendo que Lawrence lo ojeara con desprecio antes de acompañar a Judith a la puerta.

Cuando los jóvenes se fueron, Helen se sentó a su lado y cruzó los brazos.

—Le contaste sobre la visita de Richard y Janeth, ¿no?

—Lo hice. No quise que llegara aquí y se sorprendiera con la presencia de ambos.

—Tomaste la decisión correcta —ella exhaló—. Pero, ¿no crees que hacer esto sea muy peligroso?

—Lo es —él la miró—. Pero ¿desde cuándo le hemos tenido miedo al peligro?

Helen sacudió la cabeza levemente. Su expresión angustiada se disolvió en una risa nerviosa, pero entusiasmada. Nunca había pensado, en toda su vida, que estaría haciendo algo así de riesgoso con Theodore como cómplice. Pero mentiría al decir que el prospecto no le resultaba divertido.


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