𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟺𝟿
Merchant, 08 noviembre de 1900
Mientras el señor Gauvain y la señora Durand terminaban de reescribir el capítulo inicial de "Fantasmas del Ayer", él se puso a morder uno de los extremos de su lápiz y a contemplar una idea que había tenido por la mañana.
Janeth, pese a haber vuelto a comer sin que él le impusiera presión alguna, aún tenía varios complejos con respecto a su cuerpo. ¿El principal? Engordar. Pensaba que un aumento de peso súbito lo haría alejarse de ella —lo que él consideraba ridículo, pese a reconocer como una inseguridad grave—. Por ello, ambos no habían tenido sexo en un buen tiempo.
La mujer temía que él se sintiera asqueado por el cambio de su fisionomía ahora que se estaba cuidando, y se negaba a siquiera darle una oportunidad de probarle que esto no era cierto.
Sumando esta situación al hecho de que Theodore se hallaba muy preocupado por su amante como para sugerir o incentivar cualquier acto sexual, significaba que ambos habían reducido su afecto físico a besos y caricias, nada más que eso.
Pero ambos habían charlado el día anterior y llegado a una conclusión: extrañaban la cercanía que tenían antes del relapso de la escritora y querían recuperar su intimidad.
Aquí nació el plan que el periodista actualmente tenía en su cabeza, y al que no conseguía parar de contemplar; hacer el amor frente a un espejo.
Quería que Janeth entendiera lo hermosa que se veía, en cualquier momento del día, pero especialmente en los más vulnerables y privados que ambos compartían. Tal vez, mostrarle su belleza desde su propio punto de vista era la mejor manera de probar su punto: ella era preciosa, desde cualquier ángulo, bajo cualquier luz, independiente de su tamaño y forma.
Él no estaba seguro de que esto funcionaría, pero estaba dispuesto a probar lo que fuera para ayudarla.
—Creo que tenemos que tomar un descanso... es la cuarta vez que leo el párrafo sobre la infancia de Scott y hasta ahora no logro descubrir por qué suena tan superficial y aburrido —ella se quejó, quitándose los lentes del rostro—. ¿Puedo abrir el vino que trajiste? Me dieron ganas de beber.
—Adelante —Theodore soltó el lápiz sobre la mesa de centro y se frotó el rostro. Confesaba que también estaba cansado de trabajar—. Voy al baño por mientras.
No mentía al decir eso. Realmente tenía que usar el baño, pero también aprovechó su tiempo para asearse lo mejor que podía, cubrirse de perfume y traspasar el espejo de cuerpo completo de ahí a la habitación de su querida editora. Lo posicionó al frente de la cama, como ya había planeado de antemano. Al volver a la sala, portaba una sonrisa satisfecha por el logro y un aire travieso por la anticipación —al que su acompañante percibió de inmediato—.
—¿Por qué esa cara, diablillo?
—¿No puedo verme feliz?
—No, esta cara no es de felicidad. Estás tramando algo —ella se le acercó y le entregó su copa.
—Puede que tengas razón.
—Tengo razón.
—Sí, ya... es cierto. Estoy tramando algo —se dio por vencido, aunque no perdió su expresión misteriosa—. Pero necesito tu permiso para llevar mi plan acabo.
Ella bebió un sorbo de su vino.
—Pues te escucho.
Como retaliación, él también bebió un poco del suyo.
—¿Te acuerdas de lo que hablamos ayer?
—Hablamos sobre muchas cosas ayer.
—Sobre como aún no te sientes cómoda con tu cuerpo.
De pronto, la conversación adquirió un tono más oscuro y serio. Janeth respiró hondo, tragó más alcohol y dejó la copa a un lado.
—Sí.
—Tengo una idea que quiero experimentar contigo. Solo si estás de acuerdo, claro.
—Hm. ¿Y cuál es?
Theodore dio un paso adelante y la miró a los ojos.
—¿Alguna vez ya has tenido sexo frente a un espejo?
—¿Qué?
—Es solo una pregunta... no tenemos que hacer nada que no quieras.
Jane arrugó el entrecejo casi que sin notarlo y cierta angustia se reflejó en sus ojos. El periodista, entre arrepentido y aprensivo, también dejó su copa en un mueble cercano, apoyó su bastón en la pared, y tomó ambas manos de la mujer entre las suyas.
—Nunca lo he intentado —ella contestó, luego de unos segundos de silencio—. Pero si eso quieres, yo...
—No —Theodore la interrumpió—.Esto no es sobre lo que yo quiero. Es sobre ti. Si te apetece intentarlo, lo hacemos. Si la idea te aterra, no necesitamos ni mencionarla otra vez.
La mujer tragó en seco y sacudió la cabeza, lentamente al inicio, con más energía hacia el final.
—No quiero hacerlo.
—Está bien —él besó su frente, antes de voltearse hacia el pasillo e ir a correr el espejo otra vez.
Pero, antes de que pudiera salir de la sala, ella llamó su atención:
—T-Tengo una contrapropuesta.
Theodore se giró.
—¿Sí?
—En vez de hacer lo que has sugerido... quiero que me vendes los ojos.
Él inclinó la cabeza a un lado, sorprendido, y otra vez se le acercó.
—¿No quieres ver nada?
—No.
—Pero... pensaba que te daba miedo hacer eso. Renunciar a uno de tus sentidos.
—Y me da, mucho. Pero he estado pensado en lo que charlamos ayer y en el problema que tengo con la comida... y me he dado cuenta de algo; no es solo a engordar lo que le temo. Es a perder el control, sobre cualquier cosa. Sea mi peso, mi estabilidad financiera, emocional, mi rutina... Si no puedo dominar la situación y tener cierta ventaja sobre todos y todo, me estreso. Y pierdo la compostura... Eso también ocurre en el sexo. Confío en ti, no me malinterpretes. Pero hasta cuando estás siendo más activo que yo, no puedo rendirme por completo ante ti. No puedo entregarme sin condiciones, sin un plan. Me di cuenta de que siempre estoy pensando por adelantado en los toques que me darás, en si la puerta está cerrada o no, en si cambié la sábana antes de que llegaras o no. Mi cabeza siempre está llena de pensamientos aleatorios y difusos, que me impiden de concentrarme en el momento... ¿Me entiendes?
—Sí.
—Pues bien. Creo que eso se debe a mis ganas de tener todo bajo control.
—¿Y piensas que, con una venda, puedes practicar el perder un poco de esa autonomía? ¿Eso es lo que quieres hacer?...
—¿En resumen? Sí.
Theodore asintió, analizando sus palabras con la atención y el cuidado que merecían.
—Está bien. Si estás segura de que esto es lo que quieres...
—Lo estoy —ella respondió, con mayor entusiasmo—. Quiero poder entregarme por completo a ti, sin tener que verte para saber que puedo confiar en ti. No quiero tratarte como a un predador, al que tengo que mirar a todo momento... Quiero ser capaz de relajarme a tu lado, y quiero poder parar de asociarte con experiencias terribles de mi pasado, porque tú no eres como ninguno de los otros hombres con los que he estado...
—Lo entiendo —él acarició sus manos—. No necesitas explicarte tanto, de verdad comprendo lo que dices. Así que... intentémoslo. Pero recuerda que nada pasará si decides cambiar de idea a medio camino. Me dices una palabra y te quito la venda, ¿de acuerdo?
—Sí.
—Entonces... empecemos con algo más simple que sexo. Cierra los ojos —Janeth lo hizo, respirando hondo. Theodore, de pie a su frente, soltó sus palmas y usó sus propias manos para acariciar los costados de su torso, antes de abrazarla. En seguida, llevó su boca a su cuello—. No pienses en nada... Solo concéntrate en mí, ¿dale?
La editora no le respondió verbalmente. Pero sí llevó sus manos a la cintura del periodista, para confirmar su interés. Un aliento cálido rozó en contra de su piel y en seguida, un par de labios curiosos y una lengua gentil la tocaron, dejando un rastro de marcas rojizas por su paso. Un sendero húmedo hizo brillar la curva de su mandíbula, antes de descender a su clavícula expuesta —Janeth se había abierto los botones de su blusa por el calor— e iluminarla con su resplandor.
—¿Vamos bien? —él le preguntó al apartarse y la hizo abrir los ojos.
—Bastante —le respondió, algo ruborizada y con la respiración entrecortada por su deseo—. T-Terminemos de beber el vino... y vamos adentro.
Esto hicieron. Secaron las copas hasta que ninguna gota quedara y se comenzaron a desvestir ahí mismo, dejando sus prendas amontonadas con descuido sobre el sofá. Theodore deshizo el nudo de su corbata, le pidió a Jane que se volteara, y la usó para vendar sus ojos. Luego la llevó adentro, guiándola por el antebrazo. La sentó en la cama y le avisó que comenzaría a quitarle sus enaguas y corsé. Ella asintió, soltó un exhalo tenso, y lo dejó hacer lo suyo.
—Te ves preciosa, cariño —el hombre afirmó al finalizar la faena.
La recostó sobre las almohadas, examinando su rostro por cualquier señal de estrés o agobio. Al convencerse de que estaba relajada y tranquila, se acomodó sobre su cuerpo en la cama y comenzó a trazar su silueta con sus besos. Se concentró especialmente en alabar las zonas que ella más detestaba, como las estrías en su estómago, las cicatrices en los costados de sus piernas y rodillas, las curvas en su cintura, sus pechos pequeños y los lunares en sus brazos. Cuando ella percibió que sus muestras de cariño no eran aleatorias, sus manos encontraron la cabeza de Theodore y sus dedos se enterraron en su cabellera. Semejante demostración de anhelo y de aprecio lo motivó a seguir con sus planes.
Pasó varios minutos así, apenas llenándola de besos, explorando cada línea de su torso con su boca, hasta que de pronto, decidió aumentar un poco la intensidad de sus ministraciones y dar inicio al sexo en sí.
Mientras sus dientes mordían el labio inferior de su mujer, una de sus manos se movió más allá de su cintura, bajando por su vientre con cautelosa lentitud. Su dedo índice se hundió entre los vellos de su amante, se deslizó por su cuerpo cavernoso y encontró en segundos la glande que incontables otros hombres nunca siquiera se habían esforzado en hallar. Al hacerlo, sintió a Janeth estremecerse y la oyó soltar un gemido de placer. Esto, a la vez, lo hizo sonreír.
—¿Quieres continuar con la venda puesta, o te la quito?
—Puesta. Hasta el final —ella murmuró—. Quiero vencer este reto.
Theodore soltó una risa corta.
—Competitiva como siempre.
—Si siento que puedo ganar, voy a ganar —lo jaló del cuello hacia abajo y lo besó—. Me quedo con ella puesta.
Él, por su parte, besó de vuelta la esquina derecha de su boca.
—Como quieras.
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Cuando todo terminó, el señor Gauvain se quedó dormido. Jane, despierta y con los ojos al fin descubiertos, observó el subir y bajar de su pecho con una sonrisa pequeña, pero extremadamente emocionada, que solo aumentó al oír sus primeros ronquidos.
Sus ojos acuosos resplandecían con un brillo cariñoso.
Efectivamente ella había vencido aquel desafío y se sentía orgullosa de su logro. Pero nada la hacía más feliz, ni la dejaba tan satisfecha, como tener al hombre que más amaba a su lado, protegiéndola de su propio temor y alentándola a no rendirse ante a su autodesprecio.
—Te amo tanto... —sus labios se movieron sin el consentimiento de su cerebro, y por orden de su corazón—. Tanto que ni te lo creerías.
Luego, se acurrucó en su costado y cerró los párpados. En pocos segundos, él la abrazó. Aún dormía profundamente, pero su cuerpo no dudó en acomodarse para que ella se sintiera más segura.
Algunas lágrimas se deslizaron por la mejilla de Jane, pero no eran de tristeza.
Sino de júbilo.
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Nota de la autora: Detesto escribir escenas "maduras" pero aquí sentía que era necesario... Ojalá haya quedado decente jeje.
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