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𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟺𝟸

Merchant, 03 de septiembre de 1900

La primera mala noticia de la semana llegó el mismísimo lunes, cuando el señor Gauvain estaba terminando su jornada laboral. Awhina Tonrak, el nativo Onasino que a años conocía, había aparecido en su imprenta, demandando conversar con él. ¿El motivo de su repentina aparición? El chamán de su comunidad, Wairu, estaba enfermo. Y según las palabras del propio anciano, no le quedaba mucho tiempo de vida.

—Él me pidió que lo llevara, tanto a usted como a la señora Durand, a nuestro Knai —el hombre se refirió al poblado donde vivía—. Hoy mismo, si posible.

—¿Hoy? —Theodore cruzó los brazos—. ¿De veras es tan urgente?

—No estaría aquí si no fuera el caso.

Y esa respuesta dura fue lo que llevó al periodista a concordar, correr a casa, explicarle a Helen lo que sucedía y enseguida ir a buscar a Janeth. En el tiempo récord de una hora y media, él, ella y Awhina estaban sobre un barco, navegando por el lago Colburgue, viajando hacia el bosque.

Cuando llegaron, el señor Gauvain se vio forzado a concordar con el Onasino. El chamán se veía muy enfermo y su tiempo de vida definitivamente se estaba acabando.

Acostado en una esterilla gruesa, hecha de piel de venado y lobo, cerca de su altar y sus ofrendas, Wairu tenía los ojos cerrados, como si estuviera en una profunda meditación. A su alrededor estaban el cacique de la aldea y algunos de sus familiares y conocidos, así como el tabernero del Viking's, Griffin.

Feyen Theodore Gauvain... Len periodek, et Janeth Durand, len aglaundek —Awhina anunció la llegada de los forasteros, que, a este punto de la historia, ya eran figuras reconocidas en la comunidad.

Todos los presentes en la choza voltearon sus cabezas hacia el par, sorprendidos por su rápida aparición. Pensaron que vendrían en el día siguiente, dada la hora tardía en la que fueron avisados del precario estado de salud del chamán.

Halú —Theodore saludó a todos con su acento cargado, y el eco de la palabra fue emitido por su acompañante.

—Es bueno verlos aquí, queridos amigos —Wairu le respondió, abriendo los ojos—. Acérquense, por favor —los dos lo hicieron, con las manos tomadas—. Les agradezco por venir... sé que son personas muy ocupadas.

—Nunca tan ocupadas para no visitar a un amigo, Wairu —Janeth se agachó al lado del anciano y tomó su mano.

Él sonrió.

—Me hace muy feliz saber que ustedes me consideran un amigo... y triste, saber que esta será nuestra despedida.

Ninguno de los forasteros preguntó cómo él sabía, con tanta seguridad, que aquella sería su última noche vivo. Luego de todo lo que habían visto y oído de él, habían aprendido a no dudar de nada. De alguna manera, siempre tenía la razón en sus aseveraciones.

—Serás bastante extrañado —fue el turno de Theodore de agacharse a su lado, con el auxilio de su bastón—. Y somos nosotros los que le tenemos que agradecer, de corazón, por toda la ayuda que nos prestó y el cariño que nos dio, libremente. Necesitábamos de apoyo y usted lo ofreció. Gracias.

—Su gratitud es apreciada, pero confieso que no es necesaria. Solo cumplí mi misión en la tierra. Ahora será el turno de Mikai de ser el nuevo chamán... —el señor apuntó a un niño a su derecha, que no debía pasar de los diez años—. El don ha sido pasado a él.

—Sé que hará un excelente trabajo.

—Yo también —Wairu concordó, antes de voltear su cabeza a su izquierda, hacia el cacique—. Fetch len ywelkuq —el sujeto asintió con la cabeza, caminó hacia un estante cercano y recogió una bolsita de fieltro, a la que entregó al moribundo—. Esto es algo que les damos a los Onarit —forasteros—, a los que consideramos parte de nuestra familia, pese a todas nuestras diferencias —de la bolsa, él sacó dos anillos. Uno para Theodore, otro para Janeth—. Tan solo seis Onarits, desde la llegada de los colonos, han recibido este mérito. Yo quería dárselos en persona, antes de fallecer... Fue por eso, principalmente, que le rogué a Awhina que los trajera aquí, siendo jalados de la oreja si necesario —se rio—. Por favor, estiren sus manos —el par lo hizo, sin dudar—. Por los poderes conferidos a mí por el grandioso Dhaor, los designo Weñui Avilatkan, o nuestros amigos inseparables —enseguida, deslizó las sortijas en sus dedos índices—. A partir de ahora, son miembros honorarios de nuestra Knai.

—Gracias —dijo Theodore.

—Muchísimas gracias —añadió Jane, observando su anillo con asombro.

—Ahora que esto está hecho... —el chamán respiró hondo—. Puedo irme en paz.

—Sé que nuestras creencias difieren bastante, Wairu. Pero rezaré por usted —Theodore murmuró, con los ojos acuosos.

—Ambos lo haremos.

—Los estaré escuchando, del otro lado —el anciano tomó sus manos y las besó—. Cuídense, amigos.

Dos horas después de dicha conversación, el chamán falleció, con una sonrisa dichosa aún estampada en el rostro.


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