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𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟺𝟷

Merchant, 02 de septiembre de 1900

La boda de Lawrence Gauvain y Judith Hampton fue estéticamente hermosa, ostentosa, concurrida, y transcurrió mucho más rápido de lo que Theodore se había esperado.

Ya que el padre de su nuera había muerto, él se encargó de llevarla al altar y entregársela a su propio hijo. No tenía nada en contra de la señorita, por lo contrario, siempre se habían llevado muy bien, pero él no negaría que al ver el rostro de Laurie pensó por un segundo detener la boda y ganarse su desprecio eterno.

El muchacho sonreía, pero el brillo de sus dientes no se reflejaba en sus ojos. Parecía entusiasmado, pero el desespero detrás de su actitud jovial y energética era lamentable. Sin embargo, la decisión de casarse o no siempre sería suya. La última vez que Theodore intentó intervenir en la vida privada de sus hijos, terminó perdiendo a Eleonor y ganándose el desprecio de los Fouché, para siempre. No volvería a cometer el mismo error.

—Sean felices juntos —le dijo a la pareja, antes de moverse a un lado del altar, donde Helen lo esperaba.

La tomó del brazo y observó el resto de la ceremonia con una alegría igual de falsa a la demostrada por su hijo. En algún momento, su vista fue a parar a la muchedumbre a su frente, y al fondo de la iglesia de Saint Martin, cerca de uno de los vitrales, él vio a Maurice Geyser, intentando ocultar su decepción y su tristeza.

La escena le partió el corazón. Por instinto respiró hondo, a fin de mantenerse a sí mismo centrado y calmo. No había nada que pudiera hacer por los dos.

Per sacras ecclesiae leges mihi concessa potestas, pronuntio te virum et uxorem —el sacerdote dijo, seguido de palabras que el público general sí logró entender:— Puede besar a la novia.

Theodore no vio el beso. Sus ojos estuvieron pegados a la silueta distante de Maurice durante todo el tiempo. Fue su esposa, de hecho, quien lo despertó de su trance y lo llevó a la entrada de la iglesia, a despedir a los recién casados. De ahí se irían de viaje a visitar a los abuelos de Judith, que vivían en Carcosa.

—Ojalá se diviertan mucho y disfruten bastante su estancia en la capital —Helen les sonrió, luego de abrazar a su nuera y a su hijo.

—Tengan cuidado en el trayecto —el periodista añadió, haciendo lo mismo que su mujer—. Envíennos un telegrama así que puedan, por favor.

—Gracias y eso haremos —Lawrence respondió, intercambiando una mirada tensa con su padre.

No necesitó usar palabras para decirle que estaría bien. Theodore no le creyó, pero asintió con la cabeza de todas formas, indispuesto a discutir con él en un día tan delicado como aquél.

—Tengan un buen viaje.


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