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𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟺𝟶

Merchant, 01 de septiembre de 1900

Como ya se ha dicho antes, Theodore Gauvain se encontraba en un momento de profunda contemplación en su vida. No tan solo estaba reevaluando sus propias morales y virtudes, sino también estudiando sus traumas y los comportamientos derivados de ellos.

Sentía que Dios le había dado una nueva oportunidad de vivir después de aquel horrible día en las barricadas. Que ahora debía honrar el milagro de su sobrevivencia siendo un buen marido con Helen, buen padre con Lawrence y Nicholas, buen amante con Janeth, y buen patrón con sus funcionarios. Tareas que suenan lindas en teoría y son extremadamente difíciles de llevar a cabo en la práctica. Pero por su paciencia y dedicación, creía que estaba haciendo un trabajo decente.

Lo primero que hizo para asegurarse a sí mismo de que este era el caso, fue sentar a su esposa en su escritorio, cerrar la puerta, y pedirle disculpas formalmente por todas las veces que la había malhablado, humillado y desdeñado desde el inicio de su matrimonio. Ya le había pedido perdón antes por todos estos crímenes, pero nunca en un momento tranquilo, donde tuviera la cabeza fría y los sentimientos bien ordenados. Esto marcó bastante la diferencia.

—Ya no puedo seguir usando tu amorío con August como un arma en contra tuyo. No es justo. Me has probado suficientes veces que te arrepientes por haberme engañado... y con tu remordimiento me basta —le dijo, con los dedos entrelazados y los ojos clavados en Helen—. Así que daré mi mejor para no volver a hacerlo. Si sucede, no temas llamarme la atención por ello. Me rectificaré.

—¿Y por qué me dices esto así? ¿De la nada?

—Porque debo... y porque necesito hacerlo. Es el paso inicial en mi plan de volverme un mejor compañero para ti, y preservar nuestra amistad para el futuro —vio a su mujer alzar las cejas, entre sorprendida e incrédula, y siguió hablando:— El segundo paso es pagarte de vuelta por todas las veces que encubriste mis salidas y viajes con Janeth.

—¿Pagarme de vuelta?...

—Hablé con el doctor Allix, hoy mismo. Quiero que tú y él se vayan de viaje el próximo fin de semana. Tú decide el lugar y yo cubriré los gastos.

—Espera, ¿qué? —ella sacudió la cabeza, intentando deshacerse de su asombro.

—Si estás de acuerdo, claro —Theodore añadió—. Si no quieres viajar, nadie te obligará a ello.

Helen abrió la boca para hablar, pero por unos minutos, las palabras se le escaparon de la mente, dejándola vacía.

—¿Por qué? —fue la única duda que logró expresar, al romper su silencio.

—Ya te he dicho, me has ayudado a estar junto a Janeth en muchas ocasiones. Quiero devolverte el favor.

—¿Y qué le dirás a los chicos?

—Bueno, Laurie estará en su luna de miel para ese entonces. Y a Nicholas yo lo llevaré de pesca.

—¿Pesca?

—¿Qué tiene de malo?

La señora Gauvain, sin explicación alguna, se echó a reír. Luego se levantó de su asiento, rodeó el escritorio de su marido y lo abrazó por detrás, plantándole un beso cariñoso al lado de su cabeza.

—Gracias, Ted.

Él levantó una de sus manos a la muñeca de Helen y la acarició.

—De nada.


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