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𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟸𝟿

Merchant, 20 de febrero de 1895

Al llegar a su hogar, lo primero que Theodore hizo fue contarle todo lo que había sucedido durante su viaje a Helen. Por alguna razón, sentía que ella debía conocer la verdad, aunque no fuera una creyente muy férrea de los médiums y espiritualistas.

—¿Y realmente crees que esa mujer estaba siendo sincera respecto a todo esto?

—Anotó la fecha de nacimiento de Raoul, así como su nombre completo. Nadie más que tú, yo y Bernie posee este tipo de información. También me habló sobre los bombones de Ganache, algo que nadie más que nosotros sabía. 

—Bueno, sí... supongo que tienes razón —ella suspiró, dejando su pincel dentro de un vaso de agua turbia.

Cuando su esposo reapareció, la señora Gauvain estaba ocupada pintando unas frutas, dentro de su estudio en la antigua habitación de Eleonor. Con el cabello tomado en un coque improvisado, vestido cubierto por un delantal sucio y las mangas dobladas hasta el codo, su apariencia se veía bastante lejana a la de la Helen severa y perfeccionista conocida por todos. Pero a Theodore, la visión no lo irritó. Por lo contrario, prefería verla así; libre, liviana, cómoda.

—Sabes, yo... estaba pensando.

—Eso nunca es bueno —ella bromeó, recogiendo un pincel más fino.

—Tal vez, yo no estaba alucinando del todo, ese día cuando huí de casa.

Su esposa volteó la cabeza para mirarlo, entre preocupada y curiosa.

—¿Te refieres al día en que tuviste esa crisis?

—Sí. Ese mismo —él cruzó los brazos—. Ese día... yo intenté hacer algo muy grave. Algo que no llegué a discutir contigo sobre. No tuve el coraje de hacerlo en ese entonces. Pero ahora... Ahora quiero ser sincero contigo y compartir la verdad. Mereces saberla... Necesitas hacerlo.

Al notar su vergüenza y su temor, Helen giró su cuerpo hacia él, dándole toda su atención.

—¿Qué?

—Yo... —Theodore comenzó a jugar con sus anillos para distraerse—. Salté al lago Colburgue.

—¿Al lago?... Pero era invierno.

Lo sé.

La expresión confundida de la señora Gauvain se morfó a una de espanto, luego de empatía y pena.

—Intentaste...

—Ahogarme... Sí —levantó la mirada—. Pero Janeth... ella me buscó entre las olas y las tinieblas, me trajo de vuelta a las márgenes y-y... me llevó a su casa. Arriesgó su vida para rescatarme.

—Ella... —Helen respiró hondo, buscando por una calma que le era imposible tener en el momento—. ¿Te salvó?

Theodore asintió, con una sonrisa entristecida.

—Si tú aún tienes un esposo y nuestros hijos un padre, es gracias a ella.

El pincel que la señora Gauvain sostenía se cayó al suelo, junto a las lágrimas que ya no podía seguir conteniendo. Su postura se desinfló, mientras todo el rencor y fastidio que le guardaba a su rival desaparecía.

Theodore no estaría vivo si ella no lo hubiera sacado de ese lago a tiempo. Theodore hubiera perecido, con una muerte miserable. Hubiera desechado su existencia completa, sus logros, sus ambiciones, su familia, si no fuera por aquella gentil mujer, a la que por años había envidiado y reprochado.

Mareada y conmovida, Helen usó el rincón más limpio de su delantal para secarse el rostro que, por primera vez en su vida, estaba cubierto de admiración y aprecio por su contrincante.

—¿Por qué?... —murmuró, soltando un exhalo dolido—. ¿Por qué saltaste?

—Ya no le veía sentido a mi vida. Mis padres estaban muertos. Raoul. Eleonor. Charles. Caroline... —frunció el ceño y tragó en seco, antes de continuar—. El dolor que sentía en la pierna solo fue una excusa para todos mis excesos. ¿Esas pastillas e inyecciones? Servían para apaciguar el resentimiento, luto y la agonía que torturaba mi alma. Pero no fueron el remedio que necesitaba. Me llevaron a actuar de manera irresponsable, inmatura, y a destruir todo lo bueno que me restaba... Rompí tu confianza. Engañé a Jane... Le rompí la promesa que le hice a su hija, de cuidarla y de amarla como lo merecía. Y, de paso, hice de payaso a Bernard —cerró los ojos y al abrirlos, no se sorprendió al sentir lágrimas escaparse de sus bordes—. La vida me arruinó el júbilo, pero mi tranquilidad, la arruiné yo. Y nada más que desespero me restó, así que... intenté escapar de mis problemas y de mi sufrimiento de la manera más cobarde posible. —dio de hombros—. Salté al lago.

Helen, boquiabierta y herida por lo que acababa de oír, lo miró de arriba abajo, incrédula.

—¿Y no pensaste en mí? ¿En nuestros hijos? ¿En todas las personas que dependen de ti?

—Sí... pero estaba convencido de que estarían mejor sin mí.

—Estás demente.

—Lo estaba —él concordó, con una risa débil—. Pero Janeth me hizo ver a la verdad a los ojos y me convenció de lo contrario... me arrastró lejos de las corrientes frías de mi melancolía y me calentó el espíritu con su amor incondicional.

—Y gracias al buen Dios lo hizo —la señora Gauvain añadió, estirando su mano para tomar a la de su esposo—. No toleraría perderte, Ted.

Él no pensaba que aquella respuesta fuera verdadera de facto, pero sí sabía que era genuina en índole. Helen sobreviviría su pérdida y tendría un futuro esplendoroso, si él llegaba a morir antes de la viejez, estaba seguro de ello. Aunque ella misma se imaginara lo contrario.

—¿Ves ahora por qué la aprecio tanto?

—No. No es aprecio. Tú la amas... Ya te lo he repetido infinitas veces, no necesitas cuidar tus palabras a mi lado. Dime la verdad.

—Perdóname, es la costumbre. Al final, eres mi esposa.

—Siempre fui tu amiga primero. Que no se te olvide —Helen levantó su mano a sus labios y la besó—. Y sí... ahora entiendo por qué la amas. Si ese sentimiento no fuera reciproco, ella jamás hubiera saltado a ese lago a buscarte... Arriesgó morir de manera pavorosa por ti —la comprensión de los hechos al fin la golpeó con toda su fuerza—. Ella pudo haber muerto por ti —repitió, en una voz diminuta.

—Sí... —Theodore cubrió los dedos de su esposa con su otra palma—. Debíamos haber muerto ese día. El lago aún estaba congelado. Llovía. El aire era gélido. Sacarme del agua no aseguró nuestra seguridad. No, ese apenas fue el primer desafío que tuvo que vencer. Ella me arrastró de vuelta a su hogar, me desvistió, me secó... y agotó todas sus fuerzas para no dejarme morir.

—Creo, o mejor, que le debo una disculpa —Helen sacudió su cabeza, llorando.

Todos le debemos una disculpa. Yo especialmente. Pero no te cuento esto para hacerte sentir culpable por la manera en la que la trataste, para nada... Lo hago porque antes de saltar, yo... —respiró hondo—. Yo oí la voz de Raoul. Él me dijo que lo hiciera. Que me lanzara. Y como ya me sentía horrible, le hice caso.

—¿Y crees que realmente era él ahí? ¿Hablándote?

—¿Después de todo lo que me ha pasado? Sí —el hombre admitió, un poco atemorizado—. El chamán de los Onasinos me dijo, años atrás, que Raoul se había convertido en un espíritu errante. Un alma llena de odio, de resentimiento, que no logra despegarse del mundo de los vivos. Me pidió que rezara por él, que le hiciera ofrendas, pero... le he seguido el consejo y no creo que eso sea suficiente. Porque si la señora de Gaulle tiene razón y lo que viví en ese lago es cierto... Él no me ha perdonado. Por lo contrario, me detesta. Y me quiere ver muerto.

Un estruendo finalizó su oración. Theodore y Helen se levantaron de inmediato y salieron del recinto, a comprobar que sus dos hijos estaban bien y el ruido se debía a algún otro accidente.

Pero al revisar su propia habitación, la señora Gauvain supo que el sonido no se debía a un humano. El cajón inferior de su cómoda, donde guardaba las centenas de cartas intercambiadas con Raoul, se había desencajado del mueble como si alguien lo hubiera jalado adelante con bruta fuerza.

—¡Ted! —le gritó, caminando hacia los envejecidos sobres.

Al entrar, el hombre se palideció.

—¿No son esas?...

—¿Las cartas de tu hermano? Sí.

—Tenemos entonces nuestra respuesta —él se apoyó en el marco de la puerta y cruzó los brazos.

Helen, mientras las comenzaba a recoger, le lanzó una mirada asustada e insegura. ¿Sería aquella afirmación cierta? ¿O sería esto apenas una coincidencia?

Rogaba para que fuera una coincidencia. Rogaba para que Raoul en verdad hubiera encontrado la paz y que este espíritu ruin, quien sea que fuera, no pasara de un desconocido, de un Poltergeist* travieso. Porque si realmente él era el culpable de todo lo que le había sucedido a Theodore... No sabía si sería capaz de perdonarlo, en vida o en muerte.



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Poltergeist: Fenómeno paranormal que engloba cualquier hecho de naturaleza violenta, ajeno a las leyes físicas, que es producido por una entidad o energía imperceptible.

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