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𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 1

Merchant, 07 de agosto de 1892

Theodore volvió a hospedarse en la residencia Durand y no tenía planes de regresar a casa en breve. Además de no saber cómo superar el luto causado por la muerte de Caroline, tampoco sabía cómo lograría perdonar a su familia por lo que le hicieron antes de su partida.

Entendía por qué la boda de Eleonor debió ser apurada, pero ¿no invitarlo a la ceremonia? ¿Que lo hicieran enterarse sobre todo a través de una empleada? Tales gestos no tan solo le rompieron el corazón, también lo humillaron.

Le habían arrebatado el que sería uno de los momentos más preciosos de toda su vida; entregar a su hija a su yerno en el altar. Jamás la pudo ver caminando por la nave de una iglesia con su blanco vestido y velo, llorando y sonriendo de amor. No pudo besar su frente y decir que estaba orgulloso de ella. No le pudo exigir a Charles que la cuidara, o guiñarles un ojo a ambos antes de alejarse. Ninguno de sus sueños sobre aquel día se cumplió. Y por ello, se sentía traicionado, de la manera más vil y cobarde posible.

Pero lo que más lo molestaba era saber que todo se hubiera solucionado si alguien, cualquier persona, le hubiera escrito una carta antes del evento, explicándole porqué tuvieron que apresurarlo. Eso era lo único que quería y esperaba, un poco más de atención y de respeto. Pero claro, nadie reconoció sus sentimientos como válidos y prosiguieron a hacer lo que hicieron sin demandar su presencia u opinión.

No obstante, de todos los culpables, era a Helen quién él más despreciaba. Porque ella conocía el real motivo de su ausencia. Sabía hacia dónde había viajado y porqué. Pudo haber convencido a los demás de desistir de aquella locura a tiempo. Le pudo haber escrito también, pero decidió dejar la pluma en el tintero, y un centenar de palabras sin decir.

Los únicos dos seres que no tenían correlación a esta injuria eran Lawrence y Nicholas. Ambos aún eran muy jóvenes como para tener una voz activa en el desastre y ser capaces de detenerlo. No podía resentirlos. Pero tampoco podía permanecer en aquella casa por su bien. Estaba demasiado cansado, enojado y triste como para ser un buen ejemplo para ambos. Prefería dejarlos a solas con su madre, que ponerlos a merced de su constante irritabilidad y sarcasmo. Merecían mejor que eso.

Por eso, no sabía cuánto tiempo estaría lejos de su hogar. Ni quería pensar en ello, si era sincero. Estar con Jane, pese a su creciente melancolía y su desánimo, era mucho mejor a estar rodeado de víboras y canallas. Al menos su pesar era honesto.

Además, ya que ella había perdido su empleo en el teatro, él le había vuelto a ofrecer la oportunidad de trabajar como su editora y co-autora permanente. De esta vez, la mujer aceptó. No tenía nada de interesante sucediendo en su vida, ni profesión, familia, o siquiera un pasatiempo que ocupara su cabeza. Theodore pensó que escribir la ayudaría a sobrellevar mejor su luto, y que le ofrecería a la vez una manera sana de escapar de su triste realidad, aunque tan solo por un puñado de horas.

Ambos conversaron extensamente sobre el próximo libro que el señor Gauvain quería escribir, sobre los temas que quería explorar, cuánto él le pagaría por cada manuscrito y cuáles reglas debían establecer entre los dos para laborar en paz. Luego de mucho debate, llegaron a un acuerdo:

1. Nada de sexo o afecto durante sus reuniones y revisiones de texto.

2. El sueldo de Jane sería fijo. Ella no quería que le diera una moneda a más de lo necesario por sus esfuerzos.

3. Ella continuaría usando su viejo seudónimo; Leónie Grant.

4. La decisión final sobre qué hacer con el contenido de la obra debía ser unánime. Si alguno de los dos discordaba con algo, debían conversar sobre sus ideas con civilidad y llegar a un consenso sin pelearse.

Con estos puntos en mente, comenzaron a redactar la última parte de una antigua obra de Theodore, llamada en "En el Margen del Mundo".

La historia estaba dividida en cuatro tomos, de los cuales tres ya habían sido publicados. Cada uno poseía personajes e historias inspiradas por una parte distinta de la vida del señor Gauvain. El primero había sido basado en su infancia y su adultez. El segundo, en su fallecido hermano, Raoul. El tercero, en su familia y su vida de casado. Ahora solo le faltaba publicar el cuarto, cuya narrativa giraría alrededor de Jane, su pasado, sus vivencias, y todo el sufrimiento que había soportado para llegar a su actual edad.

Ella había aceptado ser el objeto de sus contemplaciones de antemano, claro, así como le había dicho que sí a su propuesta de escribir la mitad del libro por cuenta propia. De tal manera, el tomo tendría dos puntos de vista; el de una cortesana, y el de uno de sus "clientes".

—Helen se volverá furiosa si es que llega a leer esto.

—Más una razón para escribirlo —él respondió, sarcástico, mientras se servía un vaso de aguardiente.

—¿Aún estás enojado con ella?

—¿Cómo esperas que no esté?

—Tranquilo, no te estoy quitando la razón o desmereciendo tu rabia. Lo que ella hizo fue... erróneo.

—No. Sería "erróneo" si esto se tratara de un accidente. Lo que hizo fue premeditado. Ella no me quería ver en esa iglesia para evitar una discusión con los Fouché, sin duda. Por la manera en la que me miraron cuando llegué a mi casa ese día, todos me desprecian por ignorar a Charles. Y no los culpo, pero... ¿excluirme de tal forma? ¿Esa fue su mejor respuesta ante mi ausencia?

Janeth lo vio beber más aguardiente con una expresión preocupada.

—Creo que existe otra razón para todo este "apuro" repentino e inexplicable. Pero creo que no te agradará oír mis teorías.

—Solo me has aumentado la curiosidad al decir eso. Cuéntame más.

—Tal vez, y ojo, no estoy afirmando nada... Tal vez, haya otra razón para el apuro de la boda. Y no se trata de los Fouché en lo absoluto —ella se quitó los lentes de lectura—. ¿Has pensado en la posibilidad de que Eleonor esté embarazada?

Theodore casi suelta su vaso, de tan pasmado.

—¿Qué?

—Es solo una pregunta. ¿Lo has hecho?

—No... eso no podría ser cierto.

—¿En serio? Porque pienso que explicaría muy bien por qué ella se quería mudar a su casa nueva con Charles tan rápido, por qué insistió que hablaras luego con sus suegros, y obvio, por qué apresuró su propia boda... Ambos sabían que si se demoraban en casarse los cálculos no encajarían. Debían estar juntos antes del fin del primer trimestre, o la habladuría en su contra sería venenosa.

Él bebió un poco más de aguardiente y frunció el ceño.

—Sabes... quisiera decir que estás loca, pero ahora que lo pienso, eso hace bastante sentido. Más sentido que la explicación que me dieron. Pero eso significaría...

—Que vas a ser abuelo.

—Que Eleonor y Charles rompieron la promesa que me hicieron.

—¿Esa es la información que más te sorprende? —Jane indagó con cierta molestia—. ¿De verdad te ofendería tanto que ambos hayan hecho el amor antes de casarse? Esos dos ya han estado juntos como pareja a años, es natural que quieran explorar ese lado de su relación.

—¡Pero lo hicieron antes de su matrimonio! ¡Eso no es correcto!

—Yo hice cosas mucho peores antes de casarme con Albert, por si te olvidas.

—¡Tu caso es distinto! —exhaló, frustrado.

—Sexo es sexo en cualquier lado, Theodore.

—No digas eso...

—¿De pronto el señor Gauvain se volvió un puritano?

—Estamos hablando de mi hija.

—Que es un ser humano, como tú y yo —ella insistió—. Que también tiene necesidades y que también busca el placer. Somos todos iguales aquí.

—Ella es demasiado joven...

—¿Cuántos años tenías cuando una mujer te tocó por primera vez? ¿O viceversa?

—Un toque no equivale a sexo.

—Bien, ¿cuántos años tenías cuando tuviste sexo con alguien más?

El periodista dejó su vaso sobre la mesa.

—Veinte —su semblante se calmó—. Fue con Helen. Había terminado de darle una clase a su hermano menor, Joel, y ella me invitó a dar un paseo por el parque... charlamos toda la tarde. Y cuando la noche llegó, no nos quisimos separar. Así que la llevé de vuelta a su hogar, saludé a mis suegros y luego fingí que me había ido, cuando en verdad estaba escondido entre los árboles de la calle... Esperé a que todas las luces del vecindario se apagaran e invadí su propiedad por el jardín trasero. La reja era bien baja y fácil de escalar. Desde ahí le lancé rocas a la ventana hasta que me abriera y subí a su habitación, usando las ramas de un árbol cercano. Me quedé junto a ella hasta el amanecer.

—Ah. Entonces también rompiste la confianza de tu suegro —Jane arqueó una ceja.

—No rompí nada, porque nunca le prometí nada. Para todos los efectos, yo era apenas el profesor de Joel. Nada más.

—Ese es un argumento muy débil y deberías saberlo. ¿Salir con la hermana de tu alumno? ¿Cómo no puede eso contar como una ruptura de confianza?

—Concordamos con discordar —él cruzó los brazos y su amante se le aproximó en el sofá.

—Theo.

—¿Hm?

—¿Qué vas a hacer si todo esto es cierto?

—¿Qué crees tú que debería hacer?

—Perdonar a tu hija y ser un buen abuelo.

Él soltó una risa malhumorada.

—No creo que pueda perdonarla —bajó el mentón—. Más allá de un posible embarazo, lo que me hizo fue... —divagó y sacudió la cabeza—. Hasta ahora no me lo puedo creer. Fue demasiado vil.

—Resentirla no te llevará a ningún lado. Y si ella de verdad está embarazada, necesitará de apoyo. Te necesitará, como padre, como consejero y como amigo.

—Debió pensar en eso antes de excluirme de su propia boda.

—Cariño...

—A lo mejor nada de esto es cierto. Solo son suposiciones —la miró—. Tendré que esperar y ver si es que ella me dice algo. Si es que siquiera me busca para conversar.

—¿Y por qué no vas a hablar con ella primero?

—No. Eso está fuera de cuestión. Yo no le debo una disculpa, ella me debe una a mí. Así que ella debe tomar la iniciativa.

—Muy maduro de tu parte, Theodore.

—Jane...

—¿Y qué pasará si no la toma? Al final de cuentas, también se siente resentida contigo. Descubrió que estamos juntos y que tu matrimonio con Helen es, para bien o para mal, una farsa...

—Tiene derecho a sentirse como quiere. Pero yo también tengo derecho a mantener mi distancia y preservar mi orgullo.

—Concordamos con discordar —la mujer se inclinó y le robó un beso, antes de caminar a la cocina a terminar de preparar su almuerzo.

Theodore se quedó plantado en el mismo lugar, mirando a la nada, pensando en el escenario planteado por su amante.

¿Estaría su hija embarazada de verdad?

—Necesito más aguardiente —exhaló, antes de ir a buscar la botella.



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