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Cuando Nicholas bajó las escaleras, Lawrence  estaba charlando con Janeth. Sin explicaciones, el muchacho se le acercó y la abrazó. La señora no supo cómo reaccionar al inicio, pero respondió a su gesto pese a su confusión. El hermano más viejo del marinero observó la interacción con una mueca abobada, y movió su mano por el aire cómo preguntándole a su acompañante: "¿Por qué hizo eso?"

Cuándo Nicholas al fin se apartó de la dama, se corrió la parte trasera de la mano por el rostro, limpiándose sus lágrimas.

—Mi familia le debe una disculpa.

—¿A mí? ¿Por qué?

—Por juzgarla tanto —se volteó a Lawrence—. Necesito hablar contigo.

—¿Ahora?

—Más tarde —señaló entonces a la puerta que conducía al jardín—. Voy afuera a tomar aire fresco... Papá dijo que en breve baja. Con permiso.

Y sin más explicaciones, se fue de la sala.

—¿Qué le habrá pasado?

—Ni idea —el hijo mayor de Theodore alzó sus cejas—. Ojalá que nada grave.

Afuera, en la veranda, Nicholas se derrumbó sobre la mecedera de su padre y lloró, como a años no lloraba.

Pese a no poder decir que la señora Janeth había rellenado el hueco en su vida dejado por la muerte de su madre, sí podía decir que ella lo había tratado, amado y cuidado como Helen lo haría, si estuviera viva. Y él le tenía un cariño profundo justamente por esto.

Imaginarla a su misma edad, viviendo los peores años de su vida, siendo tratada como propiedad por los hombres del puerto y como escoria por las mujeres, le partió el corazón.

Generalmente, él no era un hombre muy emotivo. Pero ante la perversidad de las historias relatadas por su padre, no pudo evitar serlo.

—¿Nick? —la voz de Janeth acercándosele lo hizo limpiarse el rostro y detener su llanto—. ¿Estás bien?

—No —al menos fue directo—. No lo estoy.

La puerta al interior de la casa se cerró. La dama se detuvo a su lado, apoyó una mano sobre el respaldo de la mecedera y lo observó con preocupación.

—¿Qué sucedió?

Él sacudió la cabeza.

—Nada.

—¿Seguro?

El marinero sacudió la cabeza.

—N-No, yo... sé que le debo explicaciones. Lo sé.

—No me debes nada.

—La abracé sin siquiera explicarle porqué... —la miró—.  Sí le debo una explicación. Y un pedido de disculpas también.

—No necesitas disculparte tampoco —ella le aseguró con un tono amable—. Solo espero que sepas que puedes hablar conmigo. No necesitas venir afuera a llorar solo.

Nicholas volteó los ojos hacia el jardín de nuevo, se frotó el rostro con las manos más una vez y asintió. Ambos pasaron unos minutos en silencio, mirando a los pájaros volar por el horizonte gris, hasta que él aclaró la garganta y dijo:

—Usted dejó muchas cosas fuera de la charla que tuvimos el otro día. Cosas que mi padre me acaba de contar sobre las artimañas de mi madre, la percepción de la sociedad a su respecto, y principalmente sobre sus años trabajando en el puerto, que me recordaron a ciertas situaciones que yo mismo presencié mientras estaba en servicio... Y esas vivencias me convencieron de tomar una decisión que ya estaba considerando a unas semanas, y que ya comuniqué a mi padre. Me iré de la armada.

—¿Qué? ¿Pero no tienes un contrato con ellos?...

—Sí. Debo cumplir cuatro años como marino.

—¿Y entonces?

—Puedo pedir que me transfieran al sector administrativo, o que me cambien de rama. Puedo irme al ejército, a la guardia forestal, a la policía.... Hay muchas opciones. Pero lo importante es que yo me quede aquí, en Merchant, cerca de mi padre y cerca de usted. Y que ya no tenga que matar y arrestar a inocentes en nombre este país de mierda. Así que me iré del "servicio activo", como lo llamamos. Ya no quiero ser un oficial de combate. Al menos no en el área naval.

—Espera... estoy confundida. Tú siempre dijiste que querías ser parte de la marina.

—Quería. Ya no quiero. No por falta de valor, o por falta de compromiso. Sino porque ya vi lo corrupta que es la armada de esta nación desde adentro, y me niego a seguir esparciendo su veneno por doquier. Sería una deshonra a mi patria y a mis principios —se levantó de la silla y apoyó ambas manos en su cadera—. Sería una deshonra a personas como usted.

Janeth, sorprendida por su determinación y por la claridad de sus pensamientos, hasta trató de hacerlo reconsiderar su veredicto —sabiendo en el fondo, que sería inútil—:

—Nicholas... entiendo tu frustración. Pero has pasado un año esforzándote para llegar a tu puesto. ¿Por qué desistir de tu carrera ahora que eres un oficial?

El marinero respiró hondo. Se volteó, caminó en círculos por la veranda y llevó una mano a su barbilla, acariciando los pocos vellos que ahí crecían.

—¿Sabe usted lo que hice durante los meses que estuve lejos de casa?

—Ejercicios navales, asumo.

—No solo eso... misiones también. Algo que no deberíamos estar haciendo.

—¿No?

—No. ¿Sabe por qué? —él indagó y ella sacudió la cabeza—. A los grumetes de la escuela naval, después de los tres meses de estudio teórico, los meten a un barco escuela y los mandan a ayudar a los oficiales de la Armada. Y en mi vieja fragata, el STS Royale, ese era el caso. Más de la mitad de los tripulantes, incluyéndome, eran grumetes en formación. Normalmente, estaríamos en alta mar apenas para aprender más lecciones fundamentales para nuestro desarrollo profesional, pero porque la marina está sufriendo con escasez de personal, también nos mandaron a combatir... repito, mandaron a grumetes a combatir.

—¿Y contra quién?

—¿Quién vive al sur de las Islas de Gainsboro? ¿Quién vive en Melferas? —al hacerle la pregunta, la señora comenzó a entender su molestia—. Dhaoríes, negros, ex convictos, prostitutas... Gente que mi padre y usted han defendido en sus escritos una y otra vez, personas que ustedes conocían y que pasaron por las mismas situaciones que ambos, pero nunca lograron encontrar un camino para tener una vida mejor. ¿Cómo puedo arrestarlos, golpearlos, matarlos? ¿Cómo puedo hacer eso y mantener la consciencia limpia?... Yo quiero proteger a mi país. Quiero ayudar a mi pueblo. Quiero que Merchant se vuelva una ciudad de respeto. Pero todas las órdenes que recibo de mis superiores se interponen con esos tres objetivos. Atacamos, y estamos atacando, a ciudadanos que no merecen ser atacados. Estamos asesinando a personas que tuvieron que huir de la Gran Isla para encontrar condiciones de vida más justas. Ellos no deberían ser nuestros enemigos. ¡Son hijos de nuestra misma patria!... pero según el ministro de Defensa, lo son. Y porque él da las órdenes, nosotros no tenemos otra opción a no ser seguirlas. Por eso me quiero ir del servicio activo. Me encanta estar en el mar, cuidando a la costa... pero ¿ser enviado a una tierra que no me pertenece a matar a inocentes? No. Me niego a hacer eso de nuevo.

Janeth respiró hondo y se acercó al joven. Puso su mano sobre su hombro y le dijo:

—Si eso es lo que quieres hacer, te apoyaremos. Pero te pido que contemples bien tu decisión. Que no la tomes sin tener absoluta certeza de que eso es lo que quieres. Porque tienes un potencial valioso, Nicholas. Tienes pasión por lo que haces y se nota, en tus ojos, en tu actitud, en todo. Me repito, entiendo tus motivos para querer dejar atrás tu profesión. Créeme, lo hago. Pero al rendirte, no lograrás nada. La injusticia y la corrupción seguirá existiendo y todo el bien que podrías haber hecho, no existirá. Además, las fuerzas armadas estarán perdiendo a un gran oficial, y de esos hay pocos.

Nicholas soltó un exhalo molesto y asintió —más para complacerla y no perder la paciencia que por realmente concordar—. La señora Durand, sabiendo que él necesitaba estar a solas por unos minutos, le sonrió con cariño y volvió a entrar a la casa, por cuenta propia. El muchacho regresó a la mecedera y comenzó a balancearse, mientras contemplaba su decisión final.

Lawrence apareció unos minutos después, con una pipa en la mano y una nube de humo siguiéndolo.

—Oí que te quieres ir de la marina.

—Si me vas a obligar a quedarme, tal como obligaste a la señora Janeth a decirle que no a papá, no te quiero oír.

—No vengo a obligarte a nada —su hermano mayor se acercó a la baranda y se apoyó contra uno de los pilares que sostenían al techo—. Vengo a darte una sugerencia, como asesor jurídico de la Casa de Gobierno. Si quieres irte de las FA por la corrupción que hay allí, no te metas a la policía pensando que será distinto.

—No lo haré. Sé que son iguales.

—Métete a una compañía de bomberos.

Nicholas, asombrado por las palabras de Lawrence, estiró su postura y paró de balancearse en la mecedera.

—¿Puedo? ¿Ser transferido a una?

—Claro. El cuerpo de bomberos es una de las subdivisiones del ministerio de Defensa. Son militares, técnicamente. Tendrás que hacer algunos cursos de capacitación y entrenamiento, claro, pero no perderás tu rango como alférez... De hecho, dentro del cuerpo de bomberos existe una brigada de rescate acuático. Si quieres, puedo entrar en contacto con unos conocidos míos que son de la brigada y te puedo ayudar con el papeleo de la transferencia.

—¿Y de veras crees que valdría la pena cambiarme de subdivisión?

—Los bomberos y la guardia forestal salvan vidas. La marina, el ejército y la policía las arruinan. Pero tú decide —Lawrence dio de hombros y jaló una calada de su pipa—. Yo solo te ofrezco mi ayuda.

El menor de los hermanos Gauvain se levantó de la mecedera y caminó hacia el mayor. Se apoyó en la baranda a su lado y miró al horizonte.

—Pues la acepto.

—Excelente. Ahora... ¿sobre qué querías hablar?

—¿Hm?

—En la sala dijiste que querías conversar conmigo. ¿Sobre?

—Ah —su expresión se relajó—. Arriba estaba conversando con papá... y él me contó más cosas sobre el pasado de la señora Janeth. Cosas que creo, tú necesitas oír tanto como yo lo necesitaba.

Lawrence bajó su pipa.

—Adelante... ¿qué más sabes?

—Siéntate primero. No es una historia ligera. En especial a lo que concierne sus años de niñez.

—¿Tan mal así es la cosa?

—Peor de lo que te imaginas.

Y efectivamente, cuando Nicholas terminó de repasarle toda la información que tenía, el abogado terminó concordando. La realidad completa era bastante peor de lo que se imaginaba.

Que la señora hubiera perdido a sus padres cuando aún era niña, entregada a un orfanato, rescatada por su tío solamente para verlo morir algunos años después era un cuento terrible por sí solo. Pero que hubiera, además, sido forzada a trabajar en las calles con doce años de edad por las pésimas condiciones de vidas que ambos tuvieron que soportar, era increíble y detestable. No mereció la mala suerte que le tocó.

Sumar todo esto al repugnante comportamiento del señor Gauvain en los meses iniciales de su relación, las artimañas de su fallecido ex marido, Albert, de Helen, el fallecimiento lamentable de su hija y todas las demás tragedias que siguieron a las anteriores, hizo con que Lawrence le ganara un nuevo nivel de respeto a la dama.

Y pese a no llorar tanto como Nicholas, sí derramó algunas lágrimas. Porque en el fondo —por más que su inicial antipatía dijera lo contrario— él sí se importaba por ella.

—Tienes razón, Nick... nuestra familia sí le debe una disculpa. La hemos tratado como una perra callejera cualquiera y en verdad ha sido un ángel en la vida de nuestro padre. No sé cómo ha aguantado todas sus locuras.

—Yo no sé cómo ha aguantado tener la vida que tiene, si soy sincero. Yo ya me hubiera rendido.

—Y sin embargo...

—¿Qué?

—Tenemos que seguir interrumpiendo su felicidad —Lawrence fumó la última bocana de su pipa—. No la podemos dejar casarse con nuestro padre.

—Tú no me metas en eso —Nicholas lo miró y cruzó los brazos—. La paranoia de que la van a descubrir es tuya. Yo no tengo nada que ver con eso.

El abogado, sintiéndose culpable —pero indispuesto a cambiar de idea—, tensó la mandíbula y evitó ojear a su hermano menor. Sin embargo, sabiendo que su irritación no conduciría a nada, siguió hablando:

—Leí el otro día, en un ejemplar del Diario Oficial de Las Oficinas, que los Dhaoríes y los Onasinos también tienen ceremonias similares a nuestras bodas y que ahora pueden ser oficializadas en registros civiles.

—¿Y?

—Papá es amigo de muchos Onasinos, ¿no? —Lawrence golpeó su pipa contra el costado de la mecedera, tirando el fumo seco al piso—. Podría comprometerse de acuerdo a sus costumbres.

La molestia de Nicholas fue intercambiada por desconfianza.

—¿A qué vas?

—Si se casara de acuerdo a las costumbres aborígenes, yo podría conseguirle un certificado de unión civil a través de una notaría. Nadie en esta ciudad tendría que saberlo; sería una ceremonia privada.

—¿Y crees que la señora Janeth estaría dispuesta a decirle que sí a ese plan?

—No lo sé... pero intentaré convencerla antes de hablar con papá. Él no puede soportar otro rechazo.

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